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La Fundación Ramón Areces (El Corte Inglés) declara gastos, ayudas y subvenciones que nunca entrega

Rufufú Álvarez y el pleito de Los Ramones

Fuentes: gatopardo.blogia.com

Cualquier empresario que no sea el dueño de El Corte Inglés sabe que si quiere ahorrar con Hacienda no basta con decir que ha comprado doce millones de bonos del Tesoro austriaco, y que los ha vendido a continuación, con casi cuatro millones de pérdida; pero no ha guardado los justificantes de la compra-venta ni […]

Cualquier empresario que no sea el dueño de El Corte Inglés sabe que si quiere ahorrar con Hacienda no basta con decir que ha comprado doce millones de bonos del Tesoro austriaco, y que los ha vendido a continuación, con casi cuatro millones de pérdida; pero no ha guardado los justificantes de la compra-venta ni ninguna otra documentación, «sólo apuntes bancarios». Y que hagan el favor de desgravarle esa pérdida patrimonial o se mete en pleitos.

Isidoro Rufufú Álvarez lleva mareando la perdiz en los tribunales contra Hacienda desde el año 1991. En 2007 el Tribunal Supremo da la razón a la Administración General del Estado al reclamárle 3.970.000 euros.

Cualquier empresario que no sea el dueño de El Corte Inglés sabe que ha de molestarse en poner un valor superior a 0 € a su marca comercial, si su empresa tiene más de seiscientos millones € de beneficio anual, y una cifra de negocio superior a los quince mil millones €. Y, desde luego, a nadie se le ocurre querer convencer a los herederos del 0,695% que es una empresa valorada en 5.500 millones y les corresponde 35 millones, ni mucho menos, meterse en pleitos.

Rufufú Alvarez tras el primer revolcón con la sentencia del Tribunal de lo Mercantil, que tasa su empresa en 14.000 millones, y el precio de las acciones en litigio en 98’5 millones €, ha recurrido ante la Audiencia Nacional, arriesgándose a que los interventores del Ministerio de Hacienda decidan levantar libros y hacer una auditoría a fondo.

Cualquier empresario usa con discreción, rayana en la clandestinidad, sus enjuagues con la Fundación creada para aligerar la carga tributaria, y trata de que las alianzas, el do ut des con los beneficiarios, discurran en idílica armonía, ofreciendo su óbolo a cambio de figurar como benefactor en asuntos de trascendencia pública, ya sea cultural o social.

Sólo a Rufufú Álvarez se le puede ocurrir, viendo los precios que tiene el metro cuadrado en esa zona de Madrid, pasarse por el arco del triunfo el convenio firmado por la Fundación Ramón Areces en 1984 con la Fundación Ramón Menéndez Pidal, por el que compran la casa y los jardines, que los herederos venden muy por debajo del precio de mercado, a condición de que quede como sede para la Biblioteca, el Archivo y el Centro de investigación de la Fundación Ramón Menéndez Pidal, mientras ésta cumpla sus fines fundacionales.

Y sólo a él y a sus secundones se les puede ocurrir incluir los gastos en la memoria de la Fundación Ramón Areces de 2004-2005, cuando llevan años sin atender el mantenimiento y conservación de la propiedad; y no contento con esta picarada, añadir y abundar que ha subvencionado los trabajos de Diego Catalán para la edición de «El Archivo del Romancero» y de la «Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal» , así como los gastos de publicación, dinero que ni ha llegado, ni se le espera, ni piensa pagar, porque sólo firmó el convenio para evitar que buscaran otras fuentes de financiación.

Pero cuando Rufufú Álvarez añade sus «fontaneros», se enraza con Torrente y la baja estofa, y el poco seso y la poca maña dan una astracanada como la del sábado , 9 de junio de 2007, Santa Eufemia y San Roque, cuando tres individuos que se identificaron como pertenecientes a la Fundación Ramón Areces, le piden al vecino, de la calle Menéndez Pidal 3, que les dejen saltar por la tapia medianera, porque aseguran que hay un escape de agua que está afectando a los vecinos de una finca de la Calle Henri Dunant, justamente en la manzana donde vive don Florentino Pérez. ¡Vaya por Dios!

Y ustedes se preguntarán cómo puede trepar el agua cuesta arriba, y atravesar la calle para llegar allí, y por qué ciencia infusa lo han deducido. Yo también me lo pregunto.

El vecino, con muy buen criterio, les negó el acceso. Y ellos, se van a buscar una escalera de cinco metros de altura, la apoyan en el muro, y trepan frente a las cámaras de seguridad y el servicio de vigilancia de don Francisco González, presidente del BBVA, que graban todo lo que pasa en la calle las 24 horas del día. Su hazaña no está ya en You Tube de milagro.

Una vez dentro de la Fundación Menéndez Pidal, proceden a fotografiar toda la finca, bajo la atenta mirada de varios vecinos de la Calle Alberto Alcocer y de la calle Padre Damían, que alertan a este reportero. Cuando salen, los asaltantes abren el portón, dejan los pestillos atascados para poder entrar en cualquier momento, y cierran someramente con una cinta adhesiva.

Es lo que se llama, asalto con escalo a una propiedad privada, invalidando el cierre de la puerta para una entrada posterior, grabado, y con testigos.

Una manada de jabalíes paseando por la calle Menéndez Pidal y adyacentes habría pasado más desapercibida.

El martes, 12 de junio, un misterioso notario que no se identifica -con lo que les gusta a ellos declinar las generales de la Ley- se presenta con dos acompañantes, diciendo que viene enviado por la Fundación Ramón Areces, y muestra unas fotografías que dice son del jardín del Olivar de Chamartín -que los fotógrafos en su celo por servir a don Isidoro habían maquillado con montones de leña, basuras, árboles secos, etc. para dar aspecto de abandono y descuido-, y pide al Presidente de la Fundación inspeccionar para constatar la veracidad de tan tristes imágenes. Algo cariacontecido hubo de reconocer que no hay tal.

Y toda esta movida cabe suponer que es porque la Fundación Ramón Menéndez Pidal no se ha plegado, y se niega a justificar en falso la recepción de unas ayudas que la Fundación Ramón Areces ha declarado a Hacienda y en su memoria anual.

¿Las fotos que hicieron los asaltantes eran para fotografiar sólo el jardín? ¿O buscaban los hornillos para, en un futuro, «olvidarse un cigarrillo mal apagado» -como ocurrió en el edificio Windsor– y provocar un incendio que acabe con los documentos, biblioteca y archivos que allí se custodian, y que impiden que la Fundación Menéndez Pidal pueda ser desahuciada?

Si conocen a ese jefe de «fontaneros» que trabaja para Álvarez, no me lo manden que no lo voy a contratar, aunque me regalen el traje de Tergal de boda y mortaja que usan, la corbata de Tervilenka, y la camisa de Tervilor, que son el distintivo de la casa.

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