Después de las vergonzosas declaraciones del ministro de Exteriores de Marruecos, que han contado con la patética y humillante complacencia de nuestro gobierno, parece más clara que nunca la estrategia que se va a seguir con respecto a la cuestión saharaui, o lo que queda de ella: se trata de englobar, como ya se hecho […]
Después de las vergonzosas declaraciones del ministro de Exteriores de Marruecos, que han contado con la patética y humillante complacencia de nuestro gobierno, parece más clara que nunca la estrategia que se va a seguir con respecto a la cuestión saharaui, o lo que queda de ella: se trata de englobar, como ya se hecho en muchos otros lugares del mundo, toda la resistencia y oposición, en este caso del Frente Polisario (FP) y de la población a la que éste representa, bajo un mismo prisma: el terrorismo fundamentalista islámico.
Las advertencias del gobierno marroquí en este sentido, dejando caer ya los nombres de Al-Qaeda y Al-Qaeda del Magreb Islámico son un anuncio de lo que puede ocurrir: al menor gesto de carácter violento por parte del FP, éste ser verá incluido en la lista de organizaciones terroristas internacionales, dejándolo entonces marcado para siempre y más allá de toda posible ayuda o negociación por parte de los gobiernos español o europeo.
Las continuas provocaciones, actos de terror y declaraciones públicas humillantes por parte del gobierno de Marruecos parecen estar encaminadas a este objetivo: activar, de cualquier modo, la respuesta violenta del FP para poder etiquetarlo de grupo terrorista, integrado en las grandes redes de terrorismo internacional, con objetivos criminales y carentes de toda base legal, social o histórica. El presunto papel de Marruecos como garante contra el terror islamista en el Norte de África quedaría de este modo totalmente justificado.
También resulta claro que para el gobierno español sería muy conveniente poder catalogar al FP como grupo terrorista y poder, de esta manera, deslegitimar su lucha y la de su pueblo, comparando al FP con ETA y escudándose en esta razón para negarse a emplearlo como interlocutor válido en ninguna conversación.
De nuevo puede repetirse el caso de que los mismos gobiernos que cometen los criminales actos a los que ya estamos tan habituados, sean los que se permiten el lujo de poner las etiquetas, a su libre albedrío, de grupos terroristas o, en su caso, de poblaciones o gobiernos sumisos.
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