La autorización en el Estado de La Florida para que cualquier ciudadano armado que se sienta amenazado pueda abrir fuego, en plena calle, contra el motivo de su alarma, si no es una medida demencial, se le parece mucho, se le parece tanto como se parecen los dos hermanos Bush, el presidente y el gobernador, […]
La autorización en el Estado de La Florida para que cualquier ciudadano armado que se sienta amenazado pueda abrir fuego, en plena calle, contra el motivo de su alarma, si no es una medida demencial, se le parece mucho, se le parece tanto como se parecen los dos hermanos Bush, el presidente y el gobernador, el del wisky con hielo y el del wisky con soda, George y Jeb, los dos engendros de estas y otras medidas semejantes.
El parecido ni es casual, dado su común origen, ni se limita a algunas penosas coincidencias.
Al fin y al cabo, los dos aplican la misma criminal política, George a nivel nacional, Jeb a nivel urbano.
George Bush y su gobierno ha decidido y aprobado que el ejército de Estados Unidos tiene derecho a disparar sobre cualquier nación que amenace su seguridad, su paz y su progreso.
Jeb Bush y su gobernación ha decidido y aprobado que la ciudadanía de La Florida tiene derecho a disparar sobre cualquier individuo que amenace su seguridad, su paz y su progreso.
De igual forma que la sospecha de armas de destrucción masiva en manos de un país árabe, puede servir de excusa para desencadenar una guerra «preventiva» de los marines que destruya esa amenaza, la sospecha de una pistola en manos de un negro puede servir de pretexto para desencadenar una balacera «preventiva» de los ciudadanos de bien que elimine ese péligro.
Y poco va a importar después que el país árabe no tuviera armas o que el ciudadano negro fuera a sacar su billetera del bolsillo.
Jeb Bush va a aplicar a nivel local, la misma criminal política de defensa que su hermano hace tiempo que viene implementando a nivel nacional, y las consecuencias para una y otra política sólo van a ser el caos y la destrucción.
Si los entrenados marines en Iraq no son capaces de distinguir a un periodista español en un hotel, de un combatiente iraquí en una esquina; si no son capaces de distinguir a una periodista italiana en un automóvil de un combatiente suicida a bordo de un tanque, ¿cómo vamos a exigirle un mayor criterio y discernimiento a un ciudadano común de La Florida cuando confunda a su vecino con un atracador, o a una venerable anciana que pasea su perro pequinés por un parque, con un fanático fedayín que arrastra su cohete chino por una acera?
La guerra preventiva de George o el disparo preventivo de Jeb son dos demenciales maneras, a diferente escala, de cometer el mismo crimen, y en su absurda formulación, una política y otra, reiteran los mismos argumentos, se apoyan en los mismos conceptos y, que no lo duden, cosecharán los mismos resultados.