Inmediatamente después del debate presidencial demócrata de anoche [13 de octubre], Van Jones adelantó dos astutas observaciones: «ganó la clase», como lo hizo también el movimiento «Las Vidas Negras Importan» (Black Lives Matter). En el primer caso, por supuesto, fue gracias a la campaña de Sanders (aunque en realidad fue el ex senador de Virginia […]
Inmediatamente después del debate presidencial demócrata de anoche [13 de octubre], Van Jones adelantó dos astutas observaciones: «ganó la clase», como lo hizo también el movimiento «Las Vidas Negras Importan» (Black Lives Matter). En el primer caso, por supuesto, fue gracias a la campaña de Sanders (aunque en realidad fue el ex senador de Virginia Jim Webb quien comenzó la revolución discursiva del debate al comenzar refiriéndose a «la gente trabajadora» en lugar de la «clase media»), mientras que en el segundo caso se trata de un homenaje a los miles que han seguido tan tenazmente en las calles y han interrumpido tan groseramente el mercadeo político habitual.
La pasión airada y la insubordinación juntas pueden tener éxito como si se tratase de la ira del Antiguo Testamento en el caso de nuestro hombre de Vermont. Por primera vez desde la elección de Ronald Reagan, el desplazamiento continuo hacia la derecha de los Republicanos no se ha reflejado en un desplazamiento equivalente y paralelo de los Demócratas para ocupar el espacio vacío.
Sanders – ¿podemos de verdad tener esperanza? – ha trazado una línea en la arena sobre la desigualdad económica, que las personas menores de treinta parecen apoyar abrumadoramente, y que aún pueden restar muchos votantes negros y latinos a las huestes de Hillary.
Y nadie desde Upton Sinclair ha explicado lo que es el «socialismo democrático» de una forma tan de sentido común y convincente: recuperar lo que le «corresponde en justicia» a la clase obrera de la renta nacional. Del mismo modo, su cruzada por una educación pública superior gratuita es una «reivindicación de transición» radical con más eco entre los jóvenes y los adultos jóvenes que cualquier otra propuesta que se haya presentado.
Pero las limitaciones del Sanderismo también son evidentes. La desigualdad económica no se atenúa gracias a las subvenciones públicas a los programas de igualdad de oportunidades en materia económica, una mayor igualdad de oportunidades para los negocios de propiedad familiar, o impuestos más altos. Para los socialistas la cuestión central es siempre la propiedad privada de los grandes medios de producción y la democratización del poder económico.
Aunque Sanders quisiera acabar con los bancos más grandes, no por ello defiende que sean de propiedad pública o que operen como empresas de servicios públicos. Lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas. Esta incapacidad para plantear la cuestión de la propiedad fue también el talón de Aquiles del movimiento Occupy, del que Sanders se ha convertido en su candidato nacional.
Si se quiere trazar la genealogía del «1% frente al 99%», hay que remontarse no solo a William Jennings Bryan y el Partido del Pueblo (People’s Party), sino especialmente a los Republicanos Progresistas que apoyaron la breve ofensiva del New Deal contra el poder de las grandes empresas, como el gran George Norris de Nebraska.
Eugene Debs – ver alguno de sus discursos – habló de la desigualdad siempre en el contexto de la propiedad y la toma de decisiones, de expropiar el poder de los plutócratas, no simplemente de subirles los impuestos. Sanders, al igual que los progresistas, quiere romper los monopolios y apoyar a las pequeñas empresas, no democratizarlos y convertirlos en propiedad pública. (Los sindicatos, por cierto, no fueron mencionados ni una sola vez en toda la noche.)
Por lo que se refiere a los asuntos internacionales, Sanders fue francamente una decepción total, como lo demostró su apoyo repetido a «intervenir en Siria sólo como parte de una coalición con los estados árabes.» ¿Qué significa eso? Arabia Saudi, las monarquías del Golfo, el régimen militar asesino en Egipto. . . ¿de quién sino está hablando?
Tuvo una oportunidad de oro para apoyar a los kurdos y denunciar la masacre en Turquía, pero al parecer es queda fuera de los límites de una campaña centrada casi exclusivamente en la justicia económica en Estados Unidos. Del mismo modo, evitó deliberadamente disentir de las provocativas declaraciones de Clinton y Webb sobre la necesidad de hacer frente a Rusia y China.
Sanders es un gran populista económico, pero no un anti-imperialista. Sin embargo, en mi opinión, por ello mismo es más imperativo participar en la campaña de Sanders y criticarla desde dentro, como simpatizantes.
Mike Davis: profesor del Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda’s Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).
Traducción: G. Buster
Fuente original del artículo en inglés: https://www.jacobinmag.com/2015/10/hillary-clinton-bernie-democratic-presidential-debate/