Ryszard Kapuscinski es un reportero, un gran narrador de nuestro tiempo, alguien que sabe de lo que habla porque vive allí donde extrae la noticia. Porque interacciona con el pueblo del que está contando. Porque sufre como ellos sus inclemencias, sus problemas. Porque es la voz de los sin voz, y así lo eligió. Gran […]
Ryszard Kapuscinski es un reportero, un gran narrador de nuestro tiempo, alguien que sabe de lo que habla porque vive allí donde extrae la noticia. Porque interacciona con el pueblo del que está contando. Porque sufre como ellos sus inclemencias, sus problemas. Porque es la voz de los sin voz, y así lo eligió.
Gran conocedor de África, ese continente hoy olvidado y desdibujado del interés internacional, nos la ha esbozado en casi todos sus libros. El último «Los cínicos no sirven para este oficio» (Compactos Anagrama), dedica un largo capítulo a explicar África, para que tratemos de entender el hoy de este tenso padre de la humanidad y la desbordante escapada de su pueblo.
Kapuscinski se trasladó a África en 1958, de la que dice, no es un continente uniforme. No había una única África, sino al menos cuatro: África del Norte, que llegaría hasta el Sahara; África occidental, África oriental y la África austral. Una tierra de múltiples personalidades, puesto que cada región es profundamente diferente de las otras. Pero sí que había algo común a todas en aquel entonces, y era ese ansia por la independencia, la esperanza por el final del colonialismo. Una aspiración por la libertad.
La década de los sesenta fue muy revolucionaria para este continente por ese ansiado y esperado deseo de romper con el colonialismo. Se sentía en el aire el Uhuru , espíritu de la independencia, palabra de lengua swahili utilizada por Jomo Kenyatta en la independencia de Kenia (1963).
Diferentes fueron también los caminos de las regiones hacia la independencia. Argelia luchó muy enconadamente y durante mucho tiempo. La colonias portuguesas tardaron más, lograron la libertad en los años setenta. En las colonias inglesas, Malawi, Kenia (aunque destaca la lucha de los Mau-Mau, grupos de kikuyo que se rebelaban ferozmente contra el poder blanco), Uganda o Nigeria, hubo negociaciones mediante instrumentos constitucionales. Claro que estas negociaciones iban de la mano de privilegios económicos y militares para la ex colonia, especialmente en Nigeria.
Los franceses fueron sin embargo más Lepenistas. Concedieron la independencia pero con la condición de que los nuevos estados permanecieran en manos de una élite formada culturalmente en Francia, para que todo quedara donde estaba y siguieran controlando sus posesiones.
Estas independencias se lograron en una época, la guerra fría, de máxima rivalidad entre rusos y americanos. Y aquí surge otra gran disputa, después del colonialismo los países se ven en la encrucijada de decidir entre aliarse con el comunismo o el capitalismo. Uno de los países más neutrales entonces fue Etiopia, donde su emperador Haile Selassie, se mantuvo neutral entre ambas potencias. Personaje con el que Ryszard Kapuscinski compone un libro El Emperador.
De especial relieve fue la reunión de Addis Abeba, donde nació la OUA (Organización para la Unidad Africana). Esta cumbre supuso un hito en la historia por lo que de esperanzador tenía. Kwane Nkrumah, líder ghaniano, político y escritor, destacó especialmente con su manifiesto para África, donde apostaba por una federación de estados africanos.
Kapuscinski describe y recuerda en el libro como la cumbre de Addis Abeba semejaba una sacudida eléctrica, un momento memorable en la historia africana, y donde acudieron líderes con un carisma deslumbrante (Nasser, referencia del África árabe, Ben Bella, el luchador de Argelia, Sékou Touré, líder guineano, sindicalista que luego se transformaría en un dictador despiadado) y se echaron en falta al padre de la libertad de Kenia, Jomo Kenya taha (que nunca llegó a salir de su país) y al considerado como el Che Guevara africano, Patrice Lumumba, estrella fugaz que fue asesinado (por mandato belga) en 1961, a los seis meses de ocupar el cargo de primer ministro del Congo.
La guerra del Congo fue una de las más tensas y preocupantes de la década de los sesenta. De hecho daba la sensación, según el reportero que la vivió de propia mano, que sería el detonante de la Tercera Guerra Mundial. Era un juego terrible , una sangrienta lucha donde americanos, rusos, chinos y belgas tenían proyectos brutales y, allí abajo, en mitad del África más profunda, chocaron duramente.
Y aquí llega la pregunta inevitable, ¿por qué el África de las independencias ha fracasado?
Aunque en la cumbre de Addis Abeba se tomó la decisión acertada de establecer la invulnerabilidad de las fronteras existentes, no hubo nuevas reglas, y las nuevas clases dirigentes africanas ocuparon el lugar de los viejos patronos blancos, con los mismos privilegios y fallos. Los años setenta y ochenta fueron los de los golpes de Estado militares. El periodista afirma que contó en número más de cuarenta. A los militares no les costó hacerse con el poder frente a gobiernos civiles conflictivos e ineptos. Aunque algunas colonias portuguesas estaban en el proceso de conseguir su independencia: Angola, Mozambique y Cabo Verde, vinieron por otro flanco las carestías y sequías y con ello el derrumbe de un futuro esperanzador. A esto se añadió una tremenda explosión demográfica que empeoró la situación. Nacían millones y millones de personas y no había nada para comer.
Solo muy pocos países encontraron cierto equilibrio, caso de Botswana y Ghana, otros dentro de su pobreza han intentado salir a flote, Namibia, Zimbabwe, Senegal, Túnez o Marruecos. Y otros están realmente perdidos, Angola, Sudán, Liberia, Sierra Leona (donde se ha vivido auténticos infiernos). Somalia ya no es siquiera un Estado. Dos gobiernos se disputan Congo-Brazzaville. Y lo que empeora aún más las cosas, el futuro de las nuevas generaciones está marcado por la ausencia total de cualquier clase de instrucción.
La burocracia actual de los estados africanos procede del campo y, sin embargo, ha establecido el régimen de explotación más brutal que pueda encontrarse en cualquier parte del mundo.
África, antes de 1989 era el campo de batalla entre dos potencias que se desafiaban. Tras la caída del muro de Berlín, es como si África hubiera dejado de existir. Nadie, en el siglo XXI, tiene ya intereses en África. Sólo Clinton, en 1998, intentó un renacimiento que duró dos meses. Creían que por poco dinero iban a poder comprar África. Las inversiones americanas, lo que tenía en la manga la Administración Clinton, estaban dirigidas a proteger los intereses de los Estados Unidos: a saber, su aprovisionamiento de petróleo. África es el segundo proveedor de los Estados Unidos, a través de Nigeria, Gabón y Angola (recordemos que en el año 2000, la secretaria de Estado Madeleine Albright declaró que sólo Nigeria entraba entre los «países prioritarios» para las ayudas americanas en África).
Franceses e ingleses ya no tienen intereses, aparte de los meramente políticos, en el continente. Pero existe una potencia que ha descubierto el potencial de África. Y no podría ser otra que aquella que produce mercancías elementales baratas, que la población de África puede comprar: China y en menos medida la India. Dos regiones que en producción a bajo precio no tienen rival.
Este vuelco económico reproduce los antiguos vínculos con la cultura asiática, cuando hace miles de años, las primeras vías comerciales, mucho antes de la llegada de los blancos, enlazaban África con Oriente y mercaderes chinos e indios vendían sus mercancías en Somalia, en Mozambique, o Kenia.
Bajando al expreso sur del continente está el milagro Sudáfrica. Un país inmenso con una amalgama étnica inextricable: blancos, negros, mestizos, asiáticos. El conflicto social y racial fue profundísimo. Y Mandela hizo el milagro, sin guerra, de traspasar el poder político a manos de los negros. Aunque tiene que afrontar graves problemas de criminalidad, equilibrios sociales precarios, o una extrema pobreza, la paz y la esperanza están aún presentes.
La desaparición del mundo campesino se hace especialmente patente y cruel en este continente. Una gran parte de África vive de las ayudas, creando una situación trágica. Se está creando una clase de millones y millones de personas, los llamados refugiados, que son alejados de sus pueblos, de sus campos, de su ganado, internados en campos y alimentados por organizaciones mundiales (algunas de las cuales están completamente corruptas). Son personas incapaces de volver a casa y de producir, dado que han dejado ya de aprender el arte de la producción.