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Sangre saharaui bajo la silla de Joe Biden

Fuentes: Rebelión

Si en 1965 EE.UU hubiera votado en contra de la resolución de las Naciones Unidas que incluía el Sáhara Occidental en la lista de Territorios no autónomos, a los que es aplicable la doctrina de la libre determinación, nada podríamos haberle objetado a ese voto. Si hubiera reconocido la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, en el año 1970, habríamos entendido que, a juicio de EE.UU, de acuerdo a sus intereses nacionales, o de acuerdo a su interpretación de la legalidad internacional, el territorio es marroquí. Si la decisión se hubiera adoptado en el año 1990 o en el 2010, habríamos sacado la misma conclusión.

Sin embargo, cuando tal reconocimiento, no obedece a la visión estadounidense de la política internacional o la legalidad internacional o los propios intereses nacionales de EE.UU, sino que el territorio (y sus habitantes) ha sido sacrificado, arrojado al Nilo, para bendecir el establecimiento de relaciones diplomáticas entre dos Estados, aquí, en este caso, debemos entender que ese reconocimiento no es un reconocimiento como tal, sino una concesión gratuita. El reconocimiento, como acto jurídico, está vacío de contenido. Es un reconocimiento extraño, anormal.


Está en sus manos, evitar que siga corriendo sangre inocente de mujeres saharauis. Está en sus manos no alterar la doctrina que sustenta todas las fronteras del continente africano.


Un Estado reconoce la soberanía de un Tercero sobre un determinado territorio, no porque esté convencido de su mejor derecho sobre ese territorio, sino como ofrenda religiosa al Nilo, para que haya una buena cosecha en las relaciones diplomáticas entre otros dos Estados.

Guiados por intereses, completamente ajenos a la justicia que inspira las Leyes de Abraham, algunos magos-consejeros de la Casa Blanca, han querido añadir un ritual de sacrificio al Nilo, para culminar los llamados Acuerdos de Abraham. Y conscientes de la incontenible voracidad territorial del Estado en cuestión, los magos-consejeros de la Casa Blanca, le han servido un territorio entero y sus habitantes, como un sacrificio al Nilo.

Pocos días después, el río de sangre a borbotones que recorría el Sáhara Occidental, revelaba que las mordeduras son las típicas de un Estado territorialmente codicioso. Codicia, tan reprobable en las Leyes de Abraham como amenazadora para la estabilidad de todos los países del África noroccidental, y para algunos territorios y espacios marítimos españoles.

Está en manos del inquilino actual de la Casa Blanca evitar que se consuma el lanzamiento al Nilo. Está en sus manos, evitar que siga corriendo sangre inocente de mujeres saharauis. Está en sus manos no alterar la doctrina que sustenta todas las fronteras del continente africano, so pena de convertirlo en un polvorín. Está en sus manos, escenificar en el Sáhara Occidental, los verdaderos principios de la política exterior de EE.UU.

Algunos alegan que Biden no puede revertir la decisión de Trump. Sin embargo, olvidan que esa decisión de Trump había revertido infinidad de declaraciones unilaterales adoptadas por EE.UU, durante el mandato de doce presidentes, desde Harry Truman hasta Obama, respecto al derecho a la libre determinación de los pueblos, declaraciones que obligan jurídicamente a EE.UU. Pero, por encima de todo, olvidan que EE.UU, en tanto que Estado miembro de la ONU está obligado en virtud del “sagrado deber” establecido en la Carta de NNUU, a respetar el derecho legítimo del pueblo saharaui a la autodeterminación e independencia.

“Sagrado deber” que está por encima de aquella decisión adoptada, quizás, bajo los efectos nocivos de determinados inciensos traídos, para la ocasión, por alguno de los asistentes a la ceremonia ritual del 10 de diciembre de 2020.

A fin de cuentas, las declaraciones unilaterales no pueden ser oponibles para defender el entorno natural, en Mururoa y Fangataufa y no serlo para defender un derecho incrustado en la cúspide del Derecho Internacional General, como el de la libre determinación, en el caso del Sáhara Occidental.

Finalmente es importante recordar que, en el pasado, el pueblo saharaui ya había sufrido un intento de ser arrojado al Nilo. Un acuerdo tripartito, entre los dos países vecinos junto con la Potencia administradora, firmado en Madrid. Pero transcurridos 45años después de aquel contubernio, es evidente que han fracasado en su intento de hacer desaparecer a este pueblo.

Ahora, los Acuerdos de Abraham, firmados en Washington, entre un Estado situado en la orilla occidental del Atlántico, otro, situado en la orilla oriental del atlántico y, un tercero, en la orilla oriental del Mediterráneo, corren la misma suerte del fracaso, por la sencilla razón de que los anhelos de libertad de los pueblos son invencibles. Pero los registros de la infamia, en cambio, serán imborrables.

Haddamin Moulud Saíd es un destacado abogado saharaui y actualmente es el adjunto del Frente Polisario en Ginebra