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Schwarzenegger, reprogramado

Fuentes: Sin Permiso

Reproducimos a continuación el primero de una serie de artículos de Mike Davis sobre las pasadas elecciones de noviembre en EEUU que habrán de recogerse en un pequeño volumen intitulado Elogio de bárbaros, cuya publicación en inglés está prevista para abril del próximo año. Para contextualizar esta primera entrega, vale seguramente la pena consignar la […]

Reproducimos a continuación el primero de una serie de artículos de Mike Davis sobre las pasadas elecciones de noviembre en EEUU que habrán de recogerse en un pequeño volumen intitulado Elogio de bárbaros, cuya publicación en inglés está prevista para abril del próximo año. Para contextualizar esta primera entrega, vale seguramente la pena consignar la existencia de un lobby en EEUU que está trabajando a favor de una enmienda constitucional, a fin de permitirle a Arnold Schwarzenegger (nacido fuera de los EEUU) concurrir a las elecciones presidenciales de 2012.

Terminator se ha vuelto tan escurridizo y difícil de vencer como su archienemigo, el infinitamente maleable y casi indestructible cyborg T-1000. Ora es un conservador entusiasta dirigiendo una cruzada de los buenos contra déficits y demócratas; ora es la reencarnación de Pat Brown, llevando de nuevo a los demócratas a la tierra prometida de más escuelas y autopistas públicas. Desconectad al recorta-presupuestos republicano, y el gran derrochador demócrata volverá a la vida con una chispa en el ojo y una sonrisa en sus labios. Atropellad al matón con un camión según hicieron maestros y enfermeras en noviembre de 2005, y resucitará de repente, convertido en el mejor amigo de la educación y la sanidad. Algunos demócratas, por cierto, protestan contra la injusticia y la hipocresía de las mutaciones de Arnold Schwarzenegger, pero el Gobernador (¿o será que es el Gato con Sombrero?) simplemente se pone a dar vuelcos sobre sus cabezas, riéndose locamente mientras se tornasolea de azul a rojo siguiendo las encuestas de opinión.

Para aquellos que viven fuera de California o que se han atrincherado hace un tiempo en sus hogares, dejadme recordar en pocas palabras la historia del brutal cambio de imagen de Arnie. Tras haber pulverizado al sórdido gobernador Cruz Bustamante en unas elecciones especiales en noviembre de 2004, el último gran héroe populista Schwarzenegger llegó a Sacramento acompañado por su entrenador personal (y antiguo gobernador republicano) Pete Wilson y una horda de toda índole de gentes pertenecientes a lobbies empresariales y grupos varios de Hollywood. Después de las típicas homilías sobre reinventar el gobierno y dar de nuevo el poder al pueblo, el actor cachas (aparentemente tan bajo el hechizo de Wilson como atrapado en las garras de Cheney estuvo el Presidente Bush), transformó rápidamente la oficina del gobernador en una cruda caricatura marxista de un «comité ejecutivo» de la clase dominante.

Su tan cacareado plan para remendar el estado de California (o más bien para «hacer saltar el garito») fue patentemente escrito por cabildeadores al servicio de grandes corporaciones empresariales como Hewlett-Packard, EDS, Microsoft, y varios gigantes de la Health Maintenance Organizations. (En sus propuestas se incluía una loca recomendación de ahorrar dinero acelerando la eutanización de los animales extraviados -una propuesta contra la que hasta los propios hijos del gobernador protestaron.) En una descarada declaración de sus prioridades, Schwarzenegger cogió dinero destinado a la educación K-12 para compensar las pérdidas ocasionadas por su abolición del impuesto de matriculación de vehículos, abolición que trataba de favorecer a vendedores de autos y propietarios de todoterrenos. Más tarde rompió la promesa que había hecho de devolver los 3.000 millones de dólares en recortes a la educación, mintiendo cínicamente sobre sus negociaciones con representantes del campo de la educación.

Esta declaración de guerra contra profesores y chavales vino seguida de ataques a enfermeras, bomberos, discapacitados y latinos. Con un celo digno de Scrooge (*), bombardeó los programas de asistencia médica para pobres, proponiendo entre otras cosas que los discapacitados sin trabajo pagasen parte de su gasto médico. En una estúpida reedición de la cruzada de Pete Wilson contra los inmigrantes indocumentados de principios de los noventa, Schwarzenegger saludó a los Minutemen de la frontera como «héroes» (el Presidente Bush ya los había denunciado como «vigilantes»). El matón que habita en la mansión del gobernador, aficionado a burlarse de sus críticos llamándolos «nenazas», también vetó una iniciativa legislativa popular para subir el sueldo mínimo a un dólar, repitiendo el argumento de la Cámara de Comercio de que tal cosa se llevaría a las empresas fuera del estado. Mientras tanto, sus aliados, disfrazados de «Ciudadanos para Salvar California» sin afán de lucro, realizaron una gran campaña para promover cuatro iniciativas para frenar las contribuciones políticas de los empleados públicos, acabar con el gasto público (incluyendo las escuelas), minar la seguridad laboral de los profesores y arrebatar a los demócratas el control legislativo sobre la reconfiguración de los distritos.

Con Wilson y la Cámara de Comercio de palmeadores y payasos, Schwarzenegger lo arriesgó todo en las elecciones especiales de noviembre de 2005. Pero en cada acto de campaña, fue atacado por montones de enfermeras indignadas, bomberos y profesores. Acostumbrado sólo a la adoración pública, Schwarzenegger estaba visiblemente sacudido por la actitud militante de empleados públicos que lo persiguieron por todo el estado desbaratando su falsa imagen populista. La noche de las elecciones fue una catástrofe completa: sobre los escombros de las cuatro iniciativas electoralmente derrotadas, los resultados de las encuestas a la salida de los colegios electorales mostraron que la popularidad del gobernador había bajado más de 25 puntos. Además, los pulsos de opinión indicaban que la superestrella sería vencida en la reelección por cualquier demócrata casi desconocido, como el funcionario de la hacienda estatal Phil Angelides.

Dejando el patético caso de Gray Davis al margen, pocos políticos californianos han perdido tanta popularidad en tan poco tiempo o han sufrido tantas humillantes patadas en el trasero (por parte de enfermeras y nenazas, encima). En parecidas circunstancias, los Nixon se enrabietaban, echaban conjuros y planeaban venganzas. Pero a Arnie le dio por una cosa más extraordinaria: se disculpó ante la sociedad durante las elecciones, despidió a la jefe de personal (la republicana Patricia Cleary), que había tomado prestada de Pete Wilson, y en un increíble salto acrobático se convirtió en el defensor del sueño de un programa centro-demócrata para gastar millones y millones de dólares en escuelas, autopistas, canales y energía alternativa. Ello es que los estupefactos demócratas rechazaron su propuesta inicial de gasto de 68.000 millones de dólares como un exceso de keynesianismo benemérito.

Detrás del telón, la bella estaba reprogramando a la bestia, lo que significa que la políticamente correcta esposa del gobernador, Maria Schriver, estaba empleando la magia del clan Kennedy para resucitar la desplomada popularidad de Arnie. Para horror de los seguidores del Grover Norquist (1) y de los fundamentalistas de las mega-iglesias que dominan el Partido Republicano de California, el jefe de estado Cleary fue reemplazado por Susan Kennedy, una lesbiana demócrata que había sido una de los apoyos más importantes de Gray Davis. Al mismo tiempo, además, Shriver contrató a dos republicanos de primera línea, Mathew Dowd y Steve Schmidt, de la campaña de Bush 2004 (es decir, los mismos tipos que acabaron con Kerry a base de incesantes acusaciones de ser un chaquetero) para organizar la reelección de Arnie.

Veteranos expertos como Daniel Weintraub, de los Sacramento Bees, y Joe Scout, de Body Politic, se maravillaron de la audacia de Shriver en mezclar a su marido en esta promiscua combinación de derechismos e izquierdismos. No resultó menos impresionante el frío temple con que Schwarzenegger proclamó estar por encima de la política. Cuando los críticos se quejaron del aparente giro radical de su agenda, el gobernador se limitó a sonreír, encongiéndose de hombros: «A mí me va ganar siempre. No quedo prendido de ideologías. Haré lo que haga falta.»

Con perspectiva histórica, el bibliotecario del estado e historiador emérito Kevin Starr ha argumentado que Schwarzenegger ha vuelto a la fórmula probada del gran gobierno bipartidista cuyo pionero fue Earl Warren en los cuarenta, luego fue perfeccionada por Pat Brown en los cincuenta y principios de los sesenta, y que continuó Ronald Reagan (el más grande subidor de impuestos de la historia del estado) a principios de los setenta. De hecho, «regresemos a la era dorada» pareció ser la nueva consigna de Schwarzenegger mientras subía el gasto público del estado casi un 10 por ciento y revelaba la emisión de una gigantesca deuda pública destinada a sufragar nuevas autopistas, nuevas escuelas y nuevos diques de contención contra las inundaciones. Los 20 mil millones de dólares en mejorar la infraestructura de transporte, en particular, fue un poderoso paliativo para las grandes constructoras, los promotores urbanos y los vendedores de coches, que de otro modo se habrían rebelado contra el abandono, por parte de Arnie, de las políticas (Pete) Wilsonianas consistentes en machacar el bienestar y destrozar a los sindicatos.

Los demócratas, mientras tanto, han obtenido lo mismo que habrían podido esperar de Gray Davis y Cruz Bustamante. Para satisfacción de los grupos ambientalistas (y los capitalistas de Sillicon Valley que serán sus principales beneficiarios), Schwarzenegger aprobó el proyecto de ley para reducir las emisiones de gas con efecto invernadero y para subvencionar alternativas de energía sostenible, mientras criticaba simultáneamente a la Administración Bush por su negativa a actuar contra el calentamiento del planeta. También empezó a devolver el dinero que antes había robado a las escuelas, dio su apoyo al aumento del salario mínimo, aprobó una reforma de la ley de inmigración y aseguró que empezaría una cruzada para conseguir un plan de salud completo para todos los californianos. Finalmente, su plan, inspirado por las grandes corporaciones empresariales, de «dinamitar el Estado» se abandonó a la implacable crítica de los ratones de la biblioteca del estado de California.

Mientras los ideólogos republicanos y el «anti-Arnold» oficial, el aspirante demócrata Phil Angelides, miraban con consternación, la campaña de 2006 se convirtió en un acto de amor bipartidista: el presidente del senado Don Peralta y el Portavoz Fabian Nunez -los principales dirigentes demócratas- acompañaron al gobernador por todo el estado para promover su iniciativa de 37.000 millones de dólares en infraestructuras. Después de unas cuantas cenas en la mansión Brentwood de Schwarzenegger, Nunez se convirtió en un embarazoso fan de la gran estrella y se comenzó a manifestar ante quien quisiera oírle su admiración por el gobernador. Entretanto, el primer y más carismático demócrata de todo el estado, el alcalde de Los Ángeles Antonio Villaraigosa, no desperdició ocasión de elogiar al gobernador (cuyo apoyo necesitaba para su controvertido proyecto de ley sobre educación), y evitó ser visto junto al malhadado Angelides. (Villaraigosa, que ambiciona heredar la mansión del gobernador cuando éste acabe su mandato de manera improrrogable en 2010, no puede sino ganar si Angelides fracasa). Finalmente, los sindicatos del sector público, que habían gastado más de 80 millones para derrotar las iniciativas de noviembre de 2005 de Schwarzenegger, apenas daban señales de vida un año después.

En suma: Angelides se convirtió en huérfano en su propio partido y sus partidarios se quejaban amargamente de los prominentes demócratas que abandonaban el barco. También se tiraban de los pelos ante la imposibilidad de que Angelides pudiera ganar «impulso» con temas acuciantes como la educación, tras el estupefaciente volte-face del gobernador. Aunque la más gigantesca y obvia contradicción de la campaña de Schwarzenegger fue precisamente un asunto en el que Angelides no tuvo pelotas para entrar: la falta de fundamentos fiscales para acometer los gastos de la renovada «edad de oro».

Como a finales de los noventa en la cúspide del boom de la e-economía, el gobierno de California estaba de nuevo en 2005 y 2006 financiándose con ganancias inesperadas como la venta al público de Google o la rápida compra-venta de hogares multimillonarios. Schwarzenegger estaba pagando descaradamente su regreso a la popularidad con plástico: generando inmensas deudas en bonos u obligaciones (el interés sobre los 37.000 millones de dólares de la iniciativa en infraestructuras será de unos asombrosos 36.000 millones de dólares) que conducirán al estado de nuevo a la bancarrota, al menos mientras las ganancias estatales y privadas sigan sujetas a bajísimos impuestos y la Proposición 13 (1978) (2) siga siendo representando un grillete en los pies de las generaciones futuras.

Angelides no quería hablar de este escabroso tema porque le habría obligado a oponerse a la nueva iniciativa para la infraestructura estatal o, peor todavía, a conceder la necesidad de subir los impuestos sobre las corporaciones y los ricos. Subir los impuestos, por supuesto, es el tema al que todos los demócratas centristas tienen pavor. Como resultado, Angelides fue «terminado» en una nueva aplastante victoria de Schwarzenegger, y el gobernador y los líderes demócratas del legislativo se encuentran atrapados en un espiral de gasto que durará lo que dure la actual burbuja inmobiliaria. En la nueva recesión, las arenas movedizas fiscales y los déficit estructurales se tragarán en un periquete la putativa edad de oro.

¿Tiene este problema que preocupar mucho a la gente de fuera de California, o basta decir «Olvídalo, Pepe, esto sólo pasa en Chinatown»? En lo que atañe a Schwarzenegger, no se privó de decir, inmediatamente después de su reelección, que ésta prefiguraba las cosas por venir: un nuevo centrismo que tendería puentes sobre todos los abismos, cegaría hiatos y pondría fin al venenoso rencor partidista de la era de Rove. (El que fuera gobernador republicano también se permitió saludar la victoria demócrata en el Congreso como una regreso paralelo al predominio del centro). Bueno, éste es exactamente el tipo de cosas que uno esperaría oír de una Susan Kennedy trabajando de consuno con dos ex-estrategas de la campaña de Bush a instancias de Maria Shriver -especialmente en medio de una salvaje y bipartidista orgía de gastos.

Pero la cocina de la fusión (como la burbuja especulativa que la sostiene) podría no ser más que una efímera moda política. Lo duradero, sin embargo, es la fiera -no, perdón, monstruosa- ambición que elevó a Schwarzenegger desde chaval de granja austriaca a superestrella de Hollywood y gobernador del estado más grande y poderoso de la nación. Arnie contó una vez a un entrevistador que había tenido «un sueño recurrente, en que él era el rey del mundo.» ¿Hay alguna razón para pensar que Hilary Clinton, Brack Obama o John McCain no tengan el mismo sueño?

Notas del T.: (*) El protagonista del Cuento deNBavidad de Dickens, un personaje tan avaro que no celebraba la Navidad. (1) Activista ultraconservador y presidente del grupo de presión Americans for Tax Reform. (2) Oficialmente titulada «Iniciativa del pueblo para limitar los impuestos sobre la propiedad» (6 de junio de 1978).

Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Traducción para www.sinpermiso.info: Oriol Farrés Juste