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Se hace pesadilla el «sueño americano»

Fuentes: Diario ¡Por esto! (Mérida)

El proyectado muro para separar a México de lo que había sido territorio propio suyo hasta el día que le fue arrebatado por Estados Unidos; la caracterización por el Presidente de Estados Unidos de las naciones de África como países letrinas de mierda; la expulsión de residentes salvadoreños, nicaragüenses y haitianos de suelo estadounidense; la […]

El proyectado muro para separar a México de lo que había sido territorio propio suyo hasta el día que le fue arrebatado por Estados Unidos; la caracterización por el Presidente de Estados Unidos de las naciones de África como países letrinas de mierda; la expulsión de residentes salvadoreños, nicaragüenses y haitianos de suelo estadounidense; la deportación de los jóvenes indocumentados llegados a EE.UU. en la infancia conocidos como los «dreamers»; el rechazo a la acogida de refugiados; la reducción a la mitad de las tarjetas verdes, y otras acciones contra la inmigración han caracterizado la política exterior de Washington durante la presidencia de Trump.

En contraste con lo que siempre ha divulgado la propaganda hegemónica de Estados Unidos por el mundo, presentando a su país como modelo de democracia y paraíso de bienestar hasta el punto de haberlo convertido en la tierra fantaseada por millones de emigrantes de naciones pobres, ahora el presidente norteamericano está haciendo hasta lo inimaginable por poner fin a tal imagen, recurriendo para ello a decisiones que presagian una gran violencia.

El proyecto de nación en proceso de expansión prevaleció desde que inmigrantes ingleses, mediante la anexión de tierras poblados por pueblos autóctonos u ocupados por inmigrantes holandeses, crearon las trece colonias inglesas que posteriormente se unieron para luchar contra los nativos y sobre todo contra los inmigrantes franceses. Luego, estas colonias se rebelaron contra Gran Bretaña hasta que en 1776 se proclamó la independencia de lo que en 1783 se reconoció como la República Federada de Estados Unidos.

A partir de entonces, en un proceso expansionista transcurrido mediante la compra de territorios a Francia y España, el despojo a México de una buena parte de su territorio y guerras asimétricas que fueron ampliando su territorio, posesiones y hegemonía global, se llegó a lo que hoy defiende el presidente Donald Trump con el lema de ¡América Primero!, que consiste en el cierre de fronteras como fenómeno nuevo, contrapuesto al expansionismo.

Norteamérica, la del fantaseado sueño americano, ya no está en construcción sino que, habiendo cristalizado su proyecto, se ha dado a defender lo conquistado. Ahora, la doctrina de América Primero es tarjeta de presentación de una nación que Trump, desde su condición de blanco, multimillonario y enamorado de su propia genética, considera la mejor del mundo.

Por cierto, cuando hablamos de un país llamado «Estados Unidos de América» nos referimos a una entidad imposible o una entelequia, porque América es geográficamente un continente integrado por varias naciones y ninguna de ellas debe atribuirse el derecho a representar la unión de todos los estados que la constituyen.

Originalmente, la denominación «Estados Unidos de América» pudo ser expresión de una aspiración legítima y plausible de los precursores de una unidad soñada que nunca ha podido realizarse, pero que hoy encarna un engañoso propósito de dominación y hegemonía.

Aunque sea ésta la razón histórica del embrollo, las naciones del continente afectadas pueden sobrevivir la confusión a condición de que exista absoluto respeto a las soberanías de todos los países involucrados. Lamentablemente son varias las ocasiones en que han surgido conflictos a causa de que una de las partes, siempre Washington, confunde en beneficio propio la apariencia semántica.

La nación estadounidense nació prácticamente acompañada de la doctrina del Destino Manifiesto (Manifest Destiny en inglés,) que expresa la creencia en que los Estados Unidos de América irá a la expansión por necesidad obvia (manifiesta) y certera (del destino) de expandirse. Primero lo hará desde las costas en el Océano Atlántico hasta las del Pacífico.

Luego, los estados del noreste debían llevar su concepto de «civilización» por todo el continente mediante expansión territorial. Para los intereses comerciales estadounidenses, la expansión ofrecía grandes y lucrativos accesos a los mercados extranjeros y permitía así competir en mejores condiciones con los británicos. El poseer puertos en el Pacífico facilitaría el comercio con Asia.

La connotación ideológica y doctrinaria de su nombre no fue abrazada por toda la sociedad estadounidense por igual. Las diferencias dentro del país acerca de objetivo y consecuencias de la política de expansión determinaron su aceptación o resistencia.

Sólo cuando los pueblos que habitan la región de lo que es hoy el continente americano quieran proclamar en común la unificación de sus soberanías territoriales, podría ser declarada legítimamente en ella una nación que se identifique como «Estados Unidos de América». O cuando la Humanidad alcance su anhelo sempiterno de vivir en un mundo comunista, sin clases ni fronteras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.