Más de tres meses después de su expulsión de Marruecos, al senegalés Mamdou Diop, de 28 años, todavía le asaltan amargos recuerdos de su odisea tratando de entrar a Europa. Diop fue uno de los tantos que intentaron desembarcar en las costas de Europa a través de las ciudades de Ceuta y Melilla, enclaves españoles […]
Más de tres meses después de su expulsión de Marruecos, al senegalés Mamdou Diop, de 28 años, todavía le asaltan amargos recuerdos de su odisea tratando de entrar a Europa.
Diop fue uno de los tantos que intentaron desembarcar en las costas de Europa a través de las ciudades de Ceuta y Melilla, enclaves españoles en la costa mediterránea de Marruecos, solitarios vestigios de su pasado colonial en África.
Cientos de inmigrantes africanos arribaron a estas dos colonias españolas en setiembre. Era, pensaban, el primer paso hacia el comienzo de una nueva vida.
Los medios de comunicación inundaron las pantallas y la portada de la prensa de todo el mundo con imágenes de «hordas» de africanos tratando de cruzar desesperada e infructuosamente los tres anillos de vallas de seis metros de alto coronadas por alambres de púa que rodean a estas ciudades.
Catorce personas murieron en estos incidentes, la mayoría de ellos procedentes de países de África subsahariana como Senegal, Malí, Guinea, Ghana y Nigeria.
Ahora, de regreso con su familia, Diop tiene serios problemas para recomponerse de su fracasado intento de hacer fortuna en Europa, o al menos de poder ganarse la vida.
«Los traficantes que nos habían ayudado a cruzar la frontera entre Marruecos y España, en quien nosotros confiamos, nos estafaron, nos abandonaron y nos dejaron librados a nuestra suerte», dijo a IPS Ousmane Ngom, otro de los senegaleses repatriados.
«La única carta que nos quedó fue tratar de cruzar las vallas como fuera y a cualquier costo. De lo contrario, estábamos condenados a pegar la vuelta y ser el hazmerreír de todo el mundo», explicó Ngom.
Ahora Ngom volvió a su antiguo trabajo de »bana-bana» (comerciante callejero) en el Mercado Sandaga de Dakar, uno de los tres principales de la capital de Senegal.
El desempleo afecta en Senegal a 14,66 por ciento de la fuerza de trabajo, según el Ministerio de Entrenamiento Técnico y Profesional.
Ngom partió de Dakar seis años atrás, rumbo a Italia, su destino final, donde residen sus hermanos. El 10 de octubre fue devuelto a Senegal por la fuerza, con los bolsillos vacíos, en un avión contratado por el gobierno de Marruecos.
Según el Ministerio del Interior, en total hubo 1.121 senegaleses expulsados, para quienes se arrendó ocho aviones.
Otros siete devolvieron a 1.135 personas a Malí. Otro vuelo transportó a 129 a Camerún, 60 a Gambia y 93 a Guinea. Dos personas de Burkina Faso y dos de Nigeria fueron devueltos en vuelos de línea regulares.
La repatriación forzada de ciudadanos senegaleses determinó que Dakar decidiera poner en práctica un programa denominado «Retorno de Emigrantes a la Agricultura».
Las personas que se acojan a este programa obtendrán hasta 7.000 dólares desde que comiencen a trabajar hasta que vendan sus cosechas seis meses después. Los detalles de la implementación del programa todavía están en una etapa de diseño y ajuste por parte del gobierno.
Analistas en Dakar, sin embargo, se preguntan si los jóvenes senegaleses acostumbrado a la aventura y atraídos por la cultura occidental estarán dispuestos a arar la tierra en terrenos usualmente áridos y con herramientas rudimentarias.
El programa procura «ayudar a los jóvenes a ganarse la vida decentemente y que ellos contribuyan a lograr el objetivo de la diversificación productiva que se trazó el gobierno como parte de su política agropecuaria», explicó a IPS el Ministro de Agricultura y de Suministro del Agua, Habib Sy.
Los ciudadanos senegaleses repatriados e interesados en el programa serán organizados en 10 grupos de 50 personas cada uno. Cada equipo será puesto a cargo de 100 hectáreas de tierra cultivable de la mejor calidad, y se les entregará herramientas de trabajo.
Durante el primer año del proyecto, también se les dará semillas y fertilizantes.
Cada equipo será entrenado por un técnico francés voluntario. El vínculo de Francia con el país africano se origina en la colonización en el siglo XVIII de la cuenca del río Senegal, habitada por las comunidades étnicas uolof, fulanis y tukeler. El país se independizó en 1960, pero la lengua franca y oficial es el francés.
El programa también contemplará la construcción de un pequeño apartamento para el voluntario francés, un vehículo todo terreno y dos pequeñas motocicletas para que los miembros del equipo se puedan movilizar.
El programa comenzará en diciembre de 2006, dice el gobierno. «Mediante este programa queremos demostrarles a los países que expulsaron a nuestra gente, a sus ciudadanos, y también a los países de Europa, que nos la podemos arreglar solos», dijo Sy, en ocasión del lanzamiento del proyecto en noviembre.
«Ni siquiera estamos buscando socios para el desarrollo de este proyecto», apuntó. Sy dijo que Senegal no solicitará ningún tipo de asistencia financiera a las organizaciones donantes, pero que sí recurrirá al conocimiento técnico de los voluntarios extranjeros.
La mayoría de los que se acogerán a este programa no saben prácticamente nada de agricultura. Como resultado, el gobierno decidió financiar su entrenamiento con de un fondo inicial de 200.000 dólares.
Mali, otro de los países de África occidental afectados por la repatriación de sus ciudadanos a manos de Marruecos, estableció un Fondo Nacional para el Empleo de la Juventud, pero aún se ignora el costo de estas iniciativas.
Con una reputación de aventureros y expertos viajeros, más de tres millones de senegaleses están dispersos por todo el mundo, es decir un tercio de su población actual, según el Ministerio del Exterior.
Las remesas de los emigrados son una importante fuente de ingresos para este país, que figura entre los 50 menos desarrollados del mundo.
Los senegaleses residentes en el exterior transfieren a su país de origen unos 600 millones de dólares al año, principalmente en forma de remesas familiares, compras y pequeñas inversiones.
Estas transferencias se efectúan a través de los circuitos bancarios regulares o a veces mediante rutas alternativas, como la propia red de viajeros.
Dakar y París también intentan establecer un fondo para que los senegaleses residentes en Francia inviertan en su tierra natal.
Senegal también planea crear un programa en conjunto con Italia, otro de los destinos preferidos por sus ciudadanos, para que quienes vivan allí reciban un crédito de hasta 80.000 dólares.
Pero analistas dicen que estas soluciones, todas ellas en una etapa muy germinal, no serán suficientes para frenar la emigración de los jóvenes senegaleses a Europa, al menos mientras la situación económica, social y política siga marcada por el desempleo, la pobreza, la inestabilidad y el conflicto.
Más del 20 por ciento de la población subsiste con menos un dólar por día.
Por otra parte, la inmigración ilegal es hoy una industria global que arroja fabulosos dividendos.
Según la Organización Internacional para la Migración (OIM), apenas entre 20 y 22 por ciento de los de 180 millones de migrantes del mundo están radicados legalmente en su país de destino.
Los traficantes de seres humanos, organizados en redes transnacionales de alcance planetario, se embolsan más de 11.000 millones de dólares anuales, dice la OIM.