El activista mozambiqueño Julio Langa. LUCÍA ASUÉ MBOMÍO Julio Langa es coordinador y cofundador de Hopem, una organización mozambiqueña que nació en 2009 para dar respuestas, en plural, a dos preguntas: qué es ser un hombre y qué implica identificarse como tal. Esta organización parte de la sociedad civil, de varones que ya colaboraron en […]
El activista mozambiqueño Julio Langa. LUCÍA ASUÉ MBOMÍO
Julio Langa es coordinador y cofundador de Hopem, una organización mozambiqueña que nació en 2009 para dar respuestas, en plural, a dos preguntas: qué es ser un hombre y qué implica identificarse como tal. Esta organización parte de la sociedad civil, de varones que ya colaboraron en asociaciones feministas y que trabajan la masculinidad desde otras perspectivas con el objetivo de derribar unos paradigmas que les limitan.
Langa huye de toda instrumentalización occidental y se centra en mejorar su sociedad, desde el absoluto conocimiento de su idiosincrasia. Entre otras cosas, explica como desarrollar sin miedo la afectividad en la paternidad o no dejarse llevar por los tópicos puede servir, incluso, para salvar vidas. En un continente como África, pese a haber muchos más contagios de VIH por parte de las mujeres, fallecen sobre todo los hombres. Ellos no van al médico, tienen que demostrar que son fuertes. Fuertes hasta la muerte.
¿Cuáles son los modelos tradicionales que quieren modificar?
Los que imperan no sólo en Mozambique o en África sino en todo el mundo, por los cuales el hombre es la figura central. La sociedad en su estructura, en sus relaciones y en sus decisiones tiene como punto de referencia al hombre. Eso tiene una serie de consecuencias en términos de violencia, discriminaciones y limitación del desarrollo personal, sobre todo de las mujeres pero también de los hombres.
Aquí, en Mozambique, hay mil ejemplos que podrían servir para ilustrar lo que comento. Vas a una reunión en la que hay hombres y mujeres y si no hay sillas suficientes son los hombres los que se sientan y las mujeres acaban en esterillas, en el suelo. Después, la palabra de los hombres será la más escuchada y ellos serán los primeros en ser servidos a la hora de comer. Las mujeres siempre son las prestadoras de servicios para ellos, y siempre van en segundo lugar. En el caso de la crianza de los niños, también se ve bastante claro. Intentamos desmontar creencias como que para ser hombre tienes que cumplir una serie de requisitos, ser un gran consumidor de alcohol, un conquistador, tener capacidad de imponer orden, controlar o limitar el comportamiento de los otros o ser heterosexual.
¿Ser hombre es un privilegio pero también puede ser una prisión?
La idea de privilegio yo la entiendo de una forma comparativa. En relación a las mujeres, sin duda, tenemos más facilidades, recursos, oportunidades y posibilidades de expresión. Sin embargo, no sé si la palabra privilegio es la más adecuada para describir la condición de los hombres ya que de serlo, es ilusorio. Ser hombre te obliga a asumir posiciones negativas que algunos no soportamos, puede implicar exponerte en situaciones en las que no querrías estar o, al contrario, a veces, querríamos ser emotivos, poder expresarnos libremente fuera de esa supuesta racionalidad masculina, pero no podemos. Tenemos que pensárnoslo dos veces o hacerlo a escondidas. Por otro lado, parece que tenemos que saber de todo, o sea, no podemos quedarnos sin respuesta, ni siquiera en temas de los cuales desconocemos absolutamente todo.
¿Podría decirse que eso que comenta es otra pata del sistema patriarcal?
Sí y creo que cuanto antes nos demos cuenta de esto mejor será para todas y todos. Los que fundamos HOPEM colaboramos con anterioridad en las iniciativas impulsadas por las mujeres y, de manera explícita, apoyamos su agenda, sus procesos de emancipación y el trabajo feminista que han hecho nuestras colegas pero, al tiempo, estamos trabajando para nosotros mismos, para los hombres que necesitan liberarse. Si te fijas, muchos de los problemas que tenemos en Mozambique o en el continente africano, en general, son típicamente masculinos. La corrupción es un buen ejemplo de ello y acabar con ella es un gran desafío.
En el campo de la salud, según datos de ONUSIDA, quienes más se infectan de VIH son las mujeres, sin embargo, la cifra mayor de muertes es de hombres, porque existe la creencia de que son fuertes , invulnerables, por eso no se hacen análisis ni siguen el tratamiento. El hombre está concebido para pensar que tiene una salud de hierro que le permite resistir a cualquier problema. Así, mientras que las mujeres acuden a los servicios de medicina preventiva, los hombres se inclinan más por las urgencias debido a que sólo van al hospital cuando ya están muy mal y asumen que, si tienen algún dolor, deben aguantar sin llorar. Sin duda, el patriarcado es perjudicial para el propio hombre.
¿Cómo está siendo la recepción de vuestra labor en el entorno más cercano?
Muy variada. Por un lado hay personas que apoyan mucho y aplauden nuestro trabajo, por otro, hay quienes condenan y critican explícitamente lo que hacemos porque aducen que estamos yendo en contra de nuestra cultura y tradiciones y que estamos haciendo una importación de valores que no son propios de aquí.
¿Y cuál es vuestra respuesta a eso?
Respondemos trabajando. Es más, hasta es importante recibir estas críticas genuinas, sinceras. Es nuestra obligación prestarles atención con el fin de reelaborar un poco nuestros pensamientos, argumentos y estrategias utilizadas y volver a los mismos escenarios con más herramientas. Muchas veces, cuando las personas entienden la ventaja de nuestro trabajo, se adhieren. Sucede mucho, de verdad. Suelo decir, de hecho, que es una reacción «natural» porque estamos hablando de algo que nunca fue cuestionado aquí. En el pasado asumimos cuál era el papel del hombre y de la mujer y nos conformamos. En el momento en el que hay cuestionamientos, las personas reaccionan en función de las referencias que tienen, no obstante, cuando profundizamos en el debate y damos ejemplos concretos , la gente suele decir: «¡vaya, esto tiene sentido!».
Un colega de Male Engagement, Gary Barker, tiene un libro titulado Dying to be men, el nombre de la obra es todo un acierto, morimos intentando demostrar nuestra masculinidad. ¿Cómo es posible si no que un tipo que apenas consigue alimentarse se pase un fin de semana entero bebiendo en el bar? Eso es un suicidio literalmente en términos de salud y económicos.
Cuando comenzamos a confrontar a otros hombres acerca de si merece la pena mantener estos patrones empiezan a acercarse a nosotros. Por supuesto que no es un proceso tan simple, ciertas prácticas logran más adhesión que otras. En esa línea, me acuerdo de un trabajo que hicimos en unas provincias del centro y el norte del país, en las evaluaciones que hacíamos, los hombres condenaban la violencia contra las mujeres, fácilmente apoyaban la corresponsabilidad en las tareas domésticas, el que no hubiera trabajo de hombres y trabajo de mujeres, e incluso, apoyaban la idea -por lo menos teórica- de que el hombre y la mujer tuviesen los mismos derechos, pero después cuando tocaba hablar de compartir la gestión de la parte económica, ahí ya no les hacía tanta gracia, empezaban a tener dudas. Por tanto, no es todo fantástico.
¿Cree que hay algunas palabras que todavía dan miedo? Por ejemplo, feminismo.
Sí, yo creo que «feminismo» o «feminista» son palabras que han sido interpretadas de una forma muy negativa por varias razones. Una de ellas es que muchas personas no asocian feminismo a igualdad, justicia o derechos, sino que piensan que se trata de una tentativa de supremacía femenina. Subyace la idea de que las mujeres vienen a controlarnos, cosa que tiene sentido en el contexto patriarcal.
Lo interesante es que cuando se crean ocasiones para que las personas discutan ideas en base a sus propias experiencias, muchas veces, comprenden la necesidad de toda esta transformación.
Ahora bien, una cosa es encontrar a personas capaces de entender que necesitamos modificar el sistema, y otra es tener alternativas para ellas, ya que no siempre existe la posibilidad de que la gente identifique otros caminos que sean profeministas. Me explico, tú puedes tener claro que no quieres ser una persona que se pase todo el día bebiendo o sin atender a sus hijos, pero ¿qué contexto tienes como persona social que te permita ir más allá de la comprensión y el deseo de cambio? Todos nosotros como hombres, como mujeres, queremos tener algún tipo de reconocimiento y claro, que yo sea reconocido como hombre llevando al niño a la espalda para ir al médico y, de repente, me encuentre con que en la sala de espera soy el único varón y me doy de bruces con las miradas y las preguntas por parte de las mujeres que estén ahí y del propio personal sanitario, no resulta agradable. Para animarte a cambiar tienes que ser lo suficientemente rebelde como para distanciarte y avanzar teniendo una perspectiva feminista.
Tenemos un programa que se llama «hombres en la cocina» y los asistentes reconocían estar teniendo problemas porque sus esposas llegaban a pensar que las nuevas recetas las habían aprendido en compañía de sus amantes o que estaban poniendo en duda su capacidad para cocinar. No es raro encontrarse este tipo de reacciones, de ahí que sea importante contar con una red de apoyo y con referentes.
Ha hablado de «Hombres en la cocina», ¿podría citar más actividades concretas?
Tenemos un programa llamado «padres con amor» cuyo objetivo es trabajar el lado afectivo de la paternidad. Para nosotros muchas veces la paternidad es mandar algún dinero y ya. Desde aquí queremos crear otro modelo que sea integral y que incluya la parte emocional con el fin de participar en los cuidados, la educación y en el resto de aspectos de la crianza. Aquí es común que los hombres sean padres de muchos niños y que cuando llegan del trabajo estos paren de jugar en cuanto él abre la puerta, porque tienen miedo. No es bueno que piensen que únicamente pueden contar con su madre para resolver sus problemas, cuando tienen alguna preocupación o simplemente si quieren recibir un abrazo.
También tenemos un talk show semanal en la televisión mozambiqueña que se titula Hombre que es hombre. Varias personas debaten acerca de la masculinidad desde el plató y también vamos a las comunidades, hablamos con jefes tradicionales, con policías, con estudiantes. Aparte, tenemos una revista, otro programa que combate los matrimonios prematuros, y uno que sirve para influir en las políticas públicas. A modo de ejemplo, recientemente participamos en la implementación de estrategias de género en el sector de la salud.
También tenemos algo que llamamos conversaciones de hombres. A veces pensamos que para promover cambios en la sociedad nos hace falta una infraestructura grande. Sin embargo, no es necesario mucho para ver alguna transformación. Puedes sentarte debajo de un árbol con amigos un día festivo para hablar sobre asuntos que te preocupan no como si estuvieras en una conferencia sino de forma light, honesta y en confianza. Esto no son más que algunos ejemplos para dar algunas ideas de lo que se hace en Maputo, porque luego hay más sedes por el país con sus propios programas.
¿Decir desde Europa que África es más machista es desconocimiento, una excusa para no hacer los deberes escudándose en que otros están peor, o directamente etnocentrismo?
Las comparaciones son complicadas y arriesgadas desde un punto de vista analítico y no sé si realmente nos llevan a algún lugar. Honestamente, no sé quién es más o menos machista, no me consta que exista un machistómetro, aunque se dan situaciones en las que parece que Europa está más desarrollada, pero hay otras en las que da la impresión de que es África la que está por delante. Lo cierto es que prefiero centrarme en cómo podemos transformar nuestras normas sociales para que lo que hacemos sea un proceso recibido, no como algo que llega para destruir las culturas preexistentes, sino como una serie de herramientas que pueden resultar útiles para mejorar las condiciones de vida de las mujeres, pero también de los hombres.
Ahora bien, preocuparme por si Europa o América están mejor o peor que África me resulta igual de estéril que preguntarle, si yo estuviera en la cárcel, a otro convicto, que cuál de los dos está más preso. Ninguno de los dos somos libres. No obstante, respondiendo a tu cuestión te diré que, en muchas ocasiones, esos discursos parten de la superioridad y nos instrumentalizan.