Cuando fue la inauguración de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, yo llevaba viviendo en Estados Unidos apenas unos meses, la transmisión la vimos en inglés, y no entendía un carajo, pero la imagen de la mujer vestida de blanco que fue la anfitriona me hizo ponerme de pie y aplaudirla y vitorearla por todas […]
Cuando fue la inauguración de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, yo llevaba viviendo en Estados Unidos apenas unos meses, la transmisión la vimos en inglés, y no entendía un carajo, pero la imagen de la mujer vestida de blanco que fue la anfitriona me hizo ponerme de pie y aplaudirla y vitorearla por todas las mujeres que el mundo de los deportes ha discriminado a lo largo de la historia. Lloré emocionada, recordaba la historia de los Juegos Olímpicos que había estudiado cuando cursaba el magisterio de Educación Física. Esa mujer vestida de blanco, siendo la anfitriona era un mensaje al mundo acerca de la discriminación de género. Era tan hermosa físicamente que robaba el aliento, estoy segura de que millones se fijaron en su cuerpo y no asociaron el mensaje que aquella Venus le gritaba al mundo con su sola presencia. Lo personal es político, el deporte también debe serlo.
Y un ejemplo muy claro es la hazaña de tres hombres que le dio la vuelta al mundo, una sola fotografía bastó para que se inmortalizaron tres atletas (dos estadounidenses negros y un australiano blanco) en los Juegos Olímpicos de México 1968. Para esos tiempos yo no había nacido, pero la historia es atemporal, no es moda, está ahí imperecedera, como ese libro que siempre espera ser descubierto, leído, compartido. Hay que compartir esa parte de la historia que nadie quiere ver, que la mediatización mundial se empeña en mantener oculta. Hay que escarbar, hay que rasguñar, hay que insistir hasta darle luz a aquello que es importante por su carácter transformador.
¿Qué hay detrás de esa fotografía? ¿Qué sucedió con esos tres hombres después de bajar del podio? Se cumplen 47 años de aquella proeza. En Página 12, Argentina. En el artículo «El tercero de la foto» el columnista lo detalla punto por punto. Surge la pregunta, ¿qué ha cambiado en el país después de la muerte de tantos mártires? Poco o nada. Lo vemos muy bien cuando la policía estadounidense dispara a quemarropa contra los afros. Cuando les levantan cargos inexistentes cuando realizan las limpiezas sociales, con tal de ver pudriéndose en una cárcel a la maravillosa juventud negra.
Lo vemos cuando les niegan las becas para ingresar a un universidad, por el único motivo de su color de piel. Lo vemos cuando les niegan un ascenso porque ningún blanco puede con la sola idea de tener un jefe negro, porque el negro siempre tiene que decirle patrón al caucásico. Lo vemos cuando estereotipan por la complexión física, cuando el color está relacionado con la explotación sexual. Cuando dicen que los negros somos solo músculo y no tenemos seso. Eso cuando se refieren a los brillantes deportistas de élite. Jamás lo dirán de un científico, de un narrador, de un poeta, de un doctor.
No, no ha sido ganga para la comunidad afro descendiente tener un presidente negro. Obama se va debiéndole mucho a la comunidad afro. A esta comunidad se le sigue estereotipando, negándosele las oportunidades de desarrollo, sino los tratan de drogos, los tratan de delincuentes y a las mujeres de putas. La película The Help sigue siendo tan real en el día a día. También «12 años de esclavitud», aunque con diferente escenario. No hay que tener un elevado coeficiente intelectual para ver la ironía de la celebración del Mes de la Historia Afroamericana, un burla total a la comunidad negra.
Imposible que el sistema, que la sociedad piense positivamente en el potencial de esta comunidad, el imperio blanco no lo permite. Por esa razón siguen los crímenes raciales, sigue la violación de los Derechos Humanos, de los Derechos Civiles. Es una comunidad empobrecida económicamente porque la rezaga el sistema. En cultura, en creatividad es millonaria, pero no hay escenarios que le permitan brillar, están restringidos. Para muestra del talento y del ingenio están los artistas callejeros que enamoran el verano estadounidense.
Ser negro en Estados Unidos significa ser discriminado, estigmatizado, violentado, asesinado como un perro a plena luz del día sin que el país se indigne. Porque la muerte de un negro vale menos que la muerte de un perro. No digamos la de los latinos indocumentados. No es lo mismo que una mujer blanca caucásica vaya a una estación de policía a poner una denuncia por violencia intrafamiliar, por violación sexual, a que lo haga una afro descendiente. A la negra nunca le creerán. Ella siempre será culpable ante los ojos de la ley gringa y encima la abusan sexualmente en las carceletas. ¿Qué sistema le creerá si lo denuncia? Y peor le va si es latina e indocumentada. No es lo mismo entrar a un barrio de negros que a uno de blancos.
En los barrios de blancos también hay drogas y en cantidad, hay delincuentes, asesinos pero nunca lo expondrán como lo hacen con los barrios negros, con toda la intención de desacreditarlos. Ser negro en Estados Unidos es como ser indígena en Latinoamérica, como ser un «nadie» en las urbes. Como ser mujer en una sociedad patriarcal y misógina. Jodido ser mujer negra, ser negra y latina. Ser negra, latina e indígena. Ser negra, latina e indígena indocumentada. Y así se va desmenuzando este sistema de castas segregacionistas.
Hay mucho qué decir acerca de ser negro en Estados Unidos. Y tanto que denunciar acerca de ser latinoamericano y también indocumentado en este país. Porque aunque parezca contradictorio los negros discriminan más a los latinos que los propios anglos y viceversa. No aprendemos los humanos.
Blog de la autora: Crónicas de unaInquilina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.