El ex vicepresidente Joseph Biden acaba de anunciar oficialmente su intención de obtener la nominación del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 en Estados Unidos. Cubierto con un manto de falsas posiciones moderadas o de centro, Biden está dispuesto a venir al rescate del establishment político corporativo en un momento en […]
El ex vicepresidente Joseph Biden acaba de anunciar oficialmente su intención de obtener la nominación del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 en Estados Unidos.
Cubierto con un manto de falsas posiciones moderadas o de centro, Biden está dispuesto a venir al rescate del establishment político corporativo en un momento en que entre el electorado y las bases de ese partido devienen predominantes los reclamos y posiciones de respaldo a una agenda de corte popular.
Joe Biden es por supuesto la figura más conocida a nivel nacional -de entre más de una quincena de otros políticos que están en la lid por la nominación demócrata-, quizás con la excepción del socialdemócrata Bernie Sanders, muy admirado luego de su exitosa campaña de base popular en 2016.
Hace unos días el NY Times informaba que los demócratas que son parte del esfuerzo «Parar a Sanders» están angustiados por el impulso con que este cuenta. Un titular del Washington Post decía «Los demócratas de centro temen que las posiciones de la extrema izquierda conducirán a la derrota en 2020. De modo que ellos están impulsando alternativas».
Además de contar con un nombre que parte del público identifica, Biden suma otras ventajas como son el favor de la elite política y financiera del país, y con ello acceso a las arcas que se necesita para librar una exitosa y costosa campaña electoral, así como el favor de la maquinaria nacional del Partido Demócrata y, se supone, que tendría también asegurada una cobertura favorable por parte de los grandes medios y cadenas televisivas.
No obstante, ese político tiene a su vez sus desventajas ante un electorado bastante escéptico y con claras tendencias de rechazo a esa misma elite de Washington y de Wall Street y, en general, a quienes conducen la política en la capital estadounidense, tendencia que se ha hecho más marcada en los últimos años.
Joe Biden tiene 76 años; ha sido miembro del Congreso nada menos que durante 36 años y vicepresidente del país durante otros ocho durante la Administración de Obama. Es sin dudas el más veterano y diestro de los servidores de la elite del país de entre los que han anunciado sus aspiraciones presidenciales.
Aunque con una imagen de posiciones de centro, su alineamiento con los intereses corporativos y financieros es bien amplio. Ha sido parte del rejuego correspondiente con políticas en favor de las grandes empresas, la banca, las compañías de seguros y al unánimemente favorecido aumento de los gastos militares, la desregulación financiera, etc.
Como casi todos los políticos y aspirantes presidenciales demócratas de las corrientes vinculadas a los Clinton y a Obama, que son las que tienen hegemonía en el partido, Biden cuenta con buena llegada y relaciones con elites establecidas en los sectores afroamericanos y el mundo sindical, lo cual no es igual a decir que tiene real aceptación o ascendencia sobre los trabajadores o las llamadas comunidades negras o latinas.
No se debe subestimar la fuerte y ya asentada actitud de rechazo, antes mencionada, que desde hace décadas muestra una gran parte del electorado estadounidense hacia los políticos y las elites en general.
Esos son factores que conspiran contra las potencialidades de Biden, aunque este tenga la ventaja de su cercanía con el establishment, los detentores del dinero y el favor de los grandes medios de difusión.
Otro asunto a considerar es la apatía de los votantes, tendencia también de larga data y que a la hora de contar los votos afecta particularmente a los demócratas. Parte de los factores que llevaron a la derrota de Hillary Clinton en 20l6 fue que al forzar su nominación, al favorecerla con todo tipo de manipulaciones, las estructuras y la dirección del Partido frustraron la posibilidad de motivar y energizar a sus bases, como lo estaba haciendo el senador independiente Bernie Sanders.
Se considera que para este ciclo electoral y para poder derrotar al candidato republicano, que muy probablemente sea el actual presidente Donald Trump, se requerirá movilizar e imprimir nuevos bríos al electorado demócrata y rescatar parte de los sectores populares que aquel les arrebató.
Aunque ese en definitiva es un partido del sistema, deberá morigerar su propensión neoliberal para reconectarse en alguna medida con sus bases, con las llamadas clases medias, buena parte de ellas trabajadores, y con mucha gente decepcionada con la política, con la desatención y el deterioro de sus condiciones de vida.
Eso fue parte de lo que dio oportunidad a Trump en 2016 de manipular la rabia y profunda insatisfacción entre los estadounidenses con el disfuncional sistema político del país, en particular los rejuegos simbolizados en Wall Street y en la capital federal, y por la desconexión de las esferas políticas con el común de la gente.
Aunque con una figura menos desagradable que Hillary Clinton, los demócratas, con Joe Biden (quien se asemeja a ella en muchos aspectos sustantivos), podrían correr el riego de repetir su desalentadora y fallida campaña en el pasado ciclo electoral.
Biden cuenta con antecedentes de abierta defensa del capitalismo y una solapada evasión acerca de las desigualdades de clase. Un largo record y secuela de sus posiciones que podrían hacerlo vulnerable ante sus contrincantes durante los próximos meses de campaña, y en la recta final si resultara nominado, record que incluye expresiones de corte racista, de marcado apoyo a la guerra, de favorecer la desregulación de la banca, etc.
O el haberse mostrado duro ante el delito, hasta planos de insensibilidad, como cuando en un discurso ante el pleno del Senado en 1993 dijo:
«No importa si se trata o no de personas que hayan estado en condición de menesterosos o marginados en su juventud. No importa si ellos tuvieron o no un pasado que les permitiera formar parte del tejido social. No importa si fueron o no víctimas de la sociedad. El resultado final es que ellos están a punto de golpear a mi madre…, dispararle a mi hermana…», etc.
Se le señala como un firme acólito del Complejo Militar Industrial. Desde su poderosa posición como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado en 2003, Biden proporcionó cobertura política para el masivo ataque militar contra Iraq autorizado por el presidente republicano George Bush. Algunos han expresado que hizo más que cualquier otro senador demócrata para que se diera luz verde a la invasión.
Es posible que la olvidadiza ciudadanía solo tenga una imagen nebulosa de esta personalidad cuyo nombre les resulta familiar, pero mucha es la carga y complejidad de su prontuario político. Para que Biden pueda hacerse con la nominación presidencial demócrata el próximo año, ello dependerá considerablemente de cuantos votantes en las primarias habrían llegado a conocer o no sobre los antecedentes de este consumado político; cuanto de su real historial saldrá a la palestra en los próximos meses.