El presidente Obama anunció con bombos y platillos la retirada de las tropas que invadieron y ocuparon Iraq. Sí, pero no: los 50.000 efectivos allí apostados siguen combatiendo. También declaró, con idéntico acompañamiento, que el derrame de petróleo en el Golfo de México ya no era un problema y hasta nadó con su hija Sara […]
El presidente Obama anunció con bombos y platillos la retirada de las tropas que invadieron y ocuparon Iraq. Sí, pero no: los 50.000 efectivos allí apostados siguen combatiendo. También declaró, con idéntico acompañamiento, que el derrame de petróleo en el Golfo de México ya no era un problema y hasta nadó con su hija Sara en esas aguas presuntamente impolutas. Sí, pero no: aún se desconoce el impacto que produjo y produce en la salud pública y la fauna marina de la zona, del país y tal vez del mundo. Se han empezado a acumular indicios «de que nada bueno muestran».
Un documento del Departamento de Salud y Hospitales de Luisiana registró un fuerte incremento de afecciones «que se estima están relacionadas con la exposición a contaminantes del derrame de petróleo» (www.propublica.org, 21-6-09). Y un informe del Deepwater Horizon Unified Command, el organismo establecido para enfrentar el desastre, reveló que en menos de dos meses 300 personas comenzaron a padecer náuseas, deshidratación, dificultades para respirar y otras dolencias por idéntico motivo (www.propublica.org, 17-6-10). Hace más de tres meses que no se dan a conocer nuevos datos oficiales sobre la situación.
Hay otras fuentes, sin embargo. La revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA, por sus siglas en inglés) publicó un artículo no precisamente optimista sobre los efectos del derrame de casi cinco millones de barriles del hidrocarburo en el Golfo (//jama.ama.assn.org, 8-9-10). Sus autoras, la doctoras Gina Solomon y Sarah Janssen, son especialistas en medicina ocupacional y ambiental y pasaron meses recogiendo información sobre el terreno. Identificaron cuatro peligros asociados con el derrame.
El primero: los vapores emanados de los productos químicos y dispersantes utilizados para diluir el petróleo vertido. El segundo: daños en la piel por el contacto directo con el agua contaminada. Y luego: el riesgo de contraer a largo plazo cáncer y/u otras enfermedades en razón del consumo de frutos de mar y pescado contaminados, al que suma la aparición de problemas de salud mental como depresión, impulsos autodestructivos y ansiedad. Precisiones nada alentadoras.
El organismo estadounidense de protección ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) advirtió a la BP que estaba utilizando «dispersantes en volúmenes sin antecedente», que había comenzado a inyectarlos «por debajo del agua, un procedimiento nunca empleado antes» y que debía recurrir a «dispersantes menos tóxicos» (//app.restorethe gulf.gov, 23-5-10). Podría ser una innovación, sólo que el estudio de JAMA alerta contra la aplicación de benceno -origina leucemia-, tolueno -en dosis elevadas puede interrumpir el desarrollo de un feto-, naftaleno -padre de cánceres- y en particular ácido sulfhídrico, porque provoca «una mortalidad prematura». Todos, dispersantes.
Muchos de los 47.000 trabajadores que se metieron en las aguas contaminadas para descomponer el petróleo -pescadores, voluntarios, algunos contratados- padecen diversos problemas de salud: estuvieron inmersos largas horas en semejante caldo. Algunos han sido hospitalizados con heridas inexplicables para ese tipo de labor. La alternativa para no pocos de ellos es la desocupación, de manera que se abstienen de declararse enfermos. La BP, además de practicar el racismo en materia de salarios y distribución de las tareas, ha obligado a algunos equipos de operarios a firmar acuerdos que les prohíben discutir las condiciones en que laboran y no les proporcionó equipo de seguridad alguno durante más de dos meses (www.thegrio.com, 9-7-10). Como dijo George Barisich, presidente de una empresa pesquera, «una ley no escrita dice que no se muerde la mano que te da de comer» (//articles.latimes.com, 26-5-10).
Claro que no todas las compañías del ramo se comportan de la misma manera. La Wallace Seafood de Alabama suspendió la distribución de lisas procedentes del Golfo por no ser idóneas para el consumo humano. Es un pez que busca su alimento en aguas profundas y vaya a saber qué ingiere en capas de petróleo no disueltas que la acción de los dispersantes hizo desaparecer de la superficie y envió a zonas más hondas. Este hecho fue subrayado en un informe que la Radio Nacional Pública emitió la semana pasada (//topics.npr.org, 13-9-10) y el riesgo de ingerir lisas es directo para quienes las comen. Hay otro indirecto: los granjeros de la zona las emplean para alimentar a los cerdos.
El gesto de Obama, destinado a atraer a los turistas que desertaron de las playas de Florida, no basta para compensar los daños ocasionados a la flora y la fauna marinas, la muerte de 15 millones de peces según estimaciones recientes, la contaminación de miles de pelícanos y otras aves, tortugas, mamíferos del mar, esos que nadan todos los días. Y lo más duro que vendrá aún no se puede medir.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-154074-2010-09-30.html
rCR