«Menoubia es una mujer extraña, siempre causó problemas entre los vecinos. Por suerte, ya no vive aquí, se marchó a Túnez, la echamos del barrio». Hanel Bouazizi, de 25 años, es prima de Mohammed, el joven de 27 que se inmoló el 17 de diciembre de 2010 en la plaza de Sidi Bouzid. Toda su […]
«Menoubia es una mujer extraña, siempre causó problemas entre los vecinos. Por suerte, ya no vive aquí, se marchó a Túnez, la echamos del barrio». Hanel Bouazizi, de 25 años, es prima de Mohammed, el joven de 27 que se inmoló el 17 de diciembre de 2010 en la plaza de Sidi Bouzid. Toda su vida ha transcurrido pared con pared con el mártir más célebre de la cuna de la revolución tunecina. Hasta el momento en el que el vendedor ambulante, hastiado, se prendió fuego e incendió la revuelta que ha sacudido el mundo árabe.
Ahora, sin embargo, todo son reproches hacia su tía Menoubia. Aunque Hanel no es la única con lista de agravios. Buena parte de los vecinos la repudian. Le acusan de «protagonista» y de llenarse los bolsillos. Probablemente hayan convertido a esta mujer que perdió a su único hijo en el chivo expiatorio de una realidad mucho más profunda que los correveidiles que aprovechan la presencia de periodistas para ajustar cuentas por rencillas familiares: nada ha cambiado en Sidi Bouzid. Los pobres (casi todos) siguen siendo muy pobres. Y los parados (la inmensa mayoría) todavía no han encontrado un empleo. Por eso, los jóvenes que, como hacía Mohammed Bouazizi, siguen ganándose la vida malvendiendo fruta o con apaños diarios, ven las elecciones como algo muy lejano.
«Él era bueno, pero su madre, horrible», asegura Hanel. Quizás el hecho de estar muerto le permite ganarse la benevolencia. Aunque la joven también tiene sus peros al comportamiento de su primo: «en los últimos meses de su vida había comenzado a beber». Sin embargo, se muestra condescendiente y termina culpando a Menoubia, actualmente instalada en la capital. Según vecinos como Hanel o su madre (cuñada de Menoubia), que no quiere dar su nombre para «evitar problemas», la casa contigua fue abandonada en diciembre. Ahora, su puerta metálica permanece cerrada y desde lo alto, desde el balcón recién construido de sus familiares, lo único que puede constatarse es que no hay rastro reciente de convivencia. Pero, en realidad, las versiones sobre la célebre familia se mueven en el terreno del ajuste de cuentas y las versiones interesadas. «Se marchó en diciembre», asegura Hanel. Pero, en marzo, cuando fue entrevistada por GARA, esta mujerona orgullosa del hijo al que vio por última vez el aciago día en que sufrió la última humillación de una policía, seguía en su domicilio. «Venía esporádicamente», contraatacan sus familiares.
Las críticas contra la matriarca Bouazizi no proceden solo de sus lazos más cercanos. Es casi un estado de opinión. «La gente esperaba otra cosa de ella», señala Jamal, uno de los conductores de las furgonetas que unen Sidi Bouzid con la capital, y que explica que la mayoría de la población considera que el Estado llenó los bolsillos de la mujer y que esta se marchó con el dinero. También le responsabilizan de la avalancha de periodistas, y de la deteriorada imagen que la prensa ha proyectado del municipio, e incluso llegan a acordarse de ella cuando maldicen que, a pesar de tantos corresponsales, nada ha cambiado. «No quiero hablar. ¿De qué sirve todo esto? Han venido decenas de cámaras pero seguimos igual», protesta, visiblemente harto, uno de los vendedores ambulantes ubicados frente al lugar donde Mohammed Bouazizi se prendió fuego.
Puede que Menoubia esté pagando los platos rotos de un sentimiento de abandono que se refleja incluso en el nombre de la revolución tunecina. Los medios occidentales, los partidos políticos y la capital hablan de la revuelta del 14 de febrero, el día en el que Zine El Abidine Ben Ali abandonó el país. Los habitantes de Sidi Bouzid, que llevaban desde el 17 montando barricadas y llorando en funerales, protestan por haber sido marginados hasta en la memoria. «Ese es el verdadero comienzo. Pero quienes están en el poder, o quienes lo van a ocupar después de las elecciones, no fueron los que hicieron la revolución», lamenta Jlawi Chiheb, de 38 años, un ex periodista de la Radio Nacional Tunecina que cogió todos sus ahorros y los ha dedicado a montar una emisora libre con la que pretende reactivar la vida social del municipio. A pesar de su compromiso, Chiheb no tiene intención de votar. Como muchos de sus vecinos, no cree que ninguno de los 63 partidos que presentan lista en este municipio de apenas 40.000 habitantes pueda aportar alguna receta válida. «No voy a votar. ¿A quién iba a hacerlo? ¿Alguien va a cambiar el hecho de que apenas cobro 35 dinares a la semana? ¿Alguien va a bajar el precio de los alimentos?».
Mohammed Barghoubi, que se gana la vida con apaños esporádicos, reivindica que lo que ellos necesitan es trabajo. Y que éste no ha llegado todavía. «Estuve en las manifestaciones, fui golpeado y detenido, pero no ha mejorado nuestra situación», protesta.
Lo cierto es que, en Sidi Bouzid, lo único que ha cambiado es la arquitectura y el color de las casas. Hace diez meses, lograr un permiso para ampliar las modestísimas viviendas blancas que componen el municipio era un imposible. La corrupción obligaba a pagar por el permiso. Ahora que el Estado se ha difuminado, todo el que tenía opción se ha puesto manos a la obra antes de que una nueva autoridad imponga restricciones. El paro, la falta de oportunidades y la escasez se mantienen. Como resume Jlawi Chiheb: «Nos dicen que el 23 de octubre será una fecha clave. ¿Pero qué harán hasta entonces los que tienen hambre?».