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Sobre el asesinato de Carlos González a manos de los guerrilleros de cristo rey

Fuentes: Rebelión [Foto: Federico Romero]

“¿Y qué contemplarán los hombres futuros cuando miren los ojos de los poetas muertos?”

Carlos González

Esta pregunta, dentro de un mural, era la que veíamos todos los días de clase cuando nos acercábamos a la Facultad de Económicas de la Complutense, en el campus de Somosaguas. Estaba a la altura del primer piso, en el edificio Prefabricado, encima del sobre techado que recorría las entradas. Estaba en la primera parada de los autobuses que venían desde Madrid.

Carlos González era estudiante de la vecina Facultad de Psicología, la otra facultad expatriada en Somosaguas, cerca del pueblo de Humera, donde descansaba y vigilaba, permítaseme la licencia, la bofia.

Era el año 1976. Sin democracia, en el periodo que se prolongaba tras el fallecimiento en la cama del dictador con todos los aparatos franquistas vivos y coleando. Existía una confraternización de policía, guerrilleros de cristo rey, brigada político y social y jueces que se mantendría durante muchos años, muchos,…

En la Facultad de Económicas estaba perenne el problema de los Profesores No Numerarios, los PNNs que reclamaban una estabilidad laboral, con lo que la inexistencia de clases se compensaba con lecturas y autodidactismo. Había un grupo numeroso de estudiantes movidos por la causa de la libertad y hasta de aprender e, incluso, de cambiar las cosas para el común.

En esas circunstancias, el curso teóricamente empezaría en octubre. Un grupo de esos estudiantes, de forma concertada, ya teníamos un plan para compaginar las ganas de divertirnos, dar un cante a la carpetovetónica autoridad universitaria y crear mensajes alternativos, fueran libertarios o rojos.

Foto: archivodelatransicion.es

En el curso pasado, se había montado por el voluntarismo del Partido del Trabajo/Joven Guardia Roja y arrastrando al PCE –por lo menos esa es mi visión-, el Festival de los Pueblos Ibéricos en la Universidad Autónoma de Madrid. Fue un festival donde todos los cantautores -o todos los que se pudieron arrejuntar-, uno por lo menos de cada actual más o menos autonomía, pudieron cantar. Un hito de libertad. Fue una fiesta, rodeada de policías. El caso es que la pantalla formal que lo organizaba eran las diferentes asociaciones culturales universitarias, ¿la FACUM?. Se pagaba entrada y el servicio de orden (la primera vez que oía esa expresión y función) estaba compuesto por los miembros de las diferentes asociaciones universitarias y mucho rojerio. La recaudación y pagos correspondió, por lo que sé, a la asociación de económicas de la complu., una concesión porque hay la creencia de que los economistas entendemos algo de números y contabilidad y, en particular, a un amigo que acababa el quinto curso, ligado al PCE –no sé si lo era- segunda concesión para que ese festival fuera adelante. Pepe, se llama ese compañero, me dio los trastos de los dineros al acabar el curso, sin mayor formalidad. ¡Qué tiempos! Entonces, se convocó una reunión de las asociaciones culturales y, frente a una posición minoritaria de mantener la bolsa para otro festival, se decidió repartir las peras y así se hizo a partes iguales, 25.000 pesetas de aquellos tiempos.

El curso iba a empezar

El 27 de septiembre de 1976, era el aniversario de los últimos fusilamientos de Franco, su gobierno y el príncipe Juan Carlos. La gente que se movía en la órbita sobre todo del PCE marxista leninista (PCE m-l) convocó una manifestación de protesta y memoria por un lado y para reivindicar la amnistía por otro. Carlos González, según un amigo común –yo no conocí a Carlos-, era uno de los que estaba en la movida, comprometido con la lucha por la libertad. En esas épocas, lo único que estaba ‘organizado’ era prácticamente el primer salto, asaltar la calzada, parar el tráfico y, en su caso, atravesar coches, gritar consignas, esperar a que viniera la poli y después, cada cual buscarse la vida e intentar no ser detenido.

Lo que ocurrió ya es parcialmente conocido. Del salto inicial, la calle Alcalá-Cibeles a la altura de los metros del Banco de España, se pasó a Barquillo y otras calles. En el grupo de Carlos González, unas 150 personas, dos o tres individuos, al grito de cristo rey, sacaron sus pistolas, dispararon 4 o 6 tiros; se encontraron varios casquillos. Uno de los disparos, por la espalda, a menos de un metro de distancia, le destrozó un riñón y perforó los intestinos, provocando una hemorragia interna. El vía crucis de Carlos, tras la herida, con una acompañante, empezó cogiendo un taxi que se negó a llevarle a un sitio diferente a la Puerta del Sol, donde estaba la Dirección General de Seguridad, la DGS. De ahí, cogieron otro taxi hasta el final de la calle Fuencarral, donde vivía su novia y una amiga. No querían ir a un hospital por miedo a ser detenido. El padre de la amiga, médico, viendo la gravedad, avisó a la policía y fue llevado al hospital, donde falleció a pesar de extraerle una bala y hacerle transfusión de sangre. Las personas presentes en la casa fueron llevadas a la DGS por la policía, donde las recibió de forma chulesca Billy el Niño que se atemperó al saber que no eran detenidos, y después de su declaración, dado que no podían aportar datos significativos, soltadas, excepto la novia que estuvo retenida hasta la mañana siguiente. Testigos de los disparos incluso hicieron retratos robot de los pistoleros. Un año después, el padre de Carlos González Martínez, antiguo miembro de la División Azul, publicaba en la revista Triunfo una carta reclamando a las autoridades policiales que aclararan los hechos. No se aclaró nunca nada. A Billy el Niño, ese policía torturador, se le felicitó por sus acciones frente a los disturbios de ese año. Los casquillos encontrados de los disparos (7,65 y 9 mm) no fueron nunca cotejados con otros casquillos de otros incidentes y asesinatos, ni con los de los abogados de Atocha, cercano en el tiempo.

Carlos era un chaval comprometido. Es público que durante su mili perteneció a los Comités de Soldados –clandestinos, como todo en esos años- que servía para advertir a soldados rojos de que fueran prudentes, que los mandos les vigilaban. Andaba en el aura de esa izquierda, a la izquierda del PCE.

El curso iba a empezar y teníamos un compañero asesinado.

Éramos un grupo de los autónomos. Decidimos plantear el boicot en la matriculación de las marías, religión, gimnasia y ¿espíritu nacional? Enrique, ‘el gorras’, propuso, además, hacer murales en la facultad. Teníamos dinero. Compramos pintura y brochas. La gente de la Asociación de Artistas Plásticos, ligados al PCE, pero también a la ORT, cogió el testigo y preparó murales específicos. Al principio, de forma tímida, después con desbordamiento, se pintaron por parte de nosotros los estudiantes, plenos de todas las hormonas, con mayor o menor fortuna artística, ideológica y lúdica los seis edificios de económicas y parte del de psicología. Hasta las escaleras que iban de un aparcamiento al edificio del decanato fueron pintadas con una señal de descanso intermedio, irónicamente dedicada al decano y su secretario Bote.

Recuerdo como se cogieron, sin miramientos, las escaleras móviles de mantenimiento de la facultad que llegaban a las más altas alturas de los edificios y con ellas se pintaron los murales.

El mural de Carlos González del prefabricado fue uno de los primeros en comenzar. No recuerdo el nombre del pintor que lo hizo, pero la idea fue hacer con su boceto, un grabado. Después, se hizo otro mural dedicado a él en el decanato de Económicas.

Foto. Federico Romero

Nos enteramos que siempre estaba escribiendo poemas y que tenía, en el momento de su asesinato, un poema en sus bolsillos. Eso propició que el Gorras hablase con Ramón Akal, al que conocía, para editar un libro de poemas de Carlos.

Los murales a los que pusimos barniz ¡lo que daban de sí las 25.000 pesetas!, duraron a la intemperie varios años, hasta que alguien decidió limpiar y borrar la memoria. Mientras estuve en la facultad, siempre miraba el mural del prefabricado.

En su día, hubo una revista de arte que reprodujo muchos de los murales que se hicieron, Lenin vendiendo castañas, uno del Sáhara -y su derecho a la libertad-, siluetas de policías con la porra y neandertal, etc. Pero con tantas mudanzas que ha habido se perdió. No había internet para que fuese ese almacén de textos e imágenes. En esos tiempos, sin móviles, nadie tenía cámaras fotográficas y también despreciábamos por su fragilidad todo lo que hacíamos. No hay archivos de los textos que escribimos. Más de 40 años después, gracias a Federico Romero, hemos recuperado algunas de las imágenes de esos años.

Siempre me ha perseguido la frase verso de Carlos González, “¿Y qué contemplarán los hombres futuros cuando miren los ojos de los poetas muertos?”. Hice el propósito de no olvidar la frase. De mantener la pregunta y darme una respuesta. Tengo varias respuestas a esa pregunta. Mirando la foto del mural, viendo los ojos de Carlos, al que no conocí, le respondería, camarada, colega, amigo, todavía nos queda hacer mucho para mejorar la vida del común y ojalá que tengamos y demos amor, pero queda seguir formulando tu pregunta, el seguir haciéndonosla, el para qué la existencia, el poder mantener tu mirada y darte las gracias por lograr, frente a tu vida joven truncada, el haber puesto esa pregunta en nuestras vidas.

Santiago González Vallejo. Economista