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Sobre la reversibilidad de las conquistas

Fuentes: Rebelión

La crisis que vivimos, de forma más agresiva en el que era conocido como mundo rico, tiene dos caras. Por una parte, y aunque pretendidamente escondida tras la identificación de solamente económica, la que es reflejo de una sumatoria de varias otras crisis: política, civilizatoria, de valores, social, etc. Por otra parte, la que es […]

La crisis que vivimos, de forma más agresiva en el que era conocido como mundo rico, tiene dos caras. Por una parte, y aunque pretendidamente escondida tras la identificación de solamente económica, la que es reflejo de una sumatoria de varias otras crisis: política, civilizatoria, de valores, social, etc. Por otra parte, la que es resultado de la reacción que tiene el capitalismo global ante los primeros tiempos de la crisis económica. Éste aprovecha el momento para la implantación de un nuevo sistema, no solo económico sino también político, el denominado neoliberalismo, y al que se pretende someter a la mayoría de la población. Es a esta realidad y a esta cara de la crisis a la que pretendemos dedicar este texto en unos breves apuntes. Porque la imposición actual del neoliberalismo político-económico nos aporta, además de muchas frustraciones ya conocidas, también algunas valiosas enseñanzas teóricas y prácticas. Y el análisis de estos elementos es necesario para poder ubicarnos en mejores condiciones de enfrentamiento ante esa situación creada, recreada e impuesta por los poderes económicos dominantes.

En este sentido, y después de hablar mucho sobre los recortes sufridos de todo tipo y orden, de la abultada pérdida de derechos, tanto laborales como sociales y también políticos, la posiblemente mayor enseñanza que debiéramos extraer está en la reversibilidad posible de las conquistas anteriormente alcanzadas en todos los órdenes de la vida. Esta situación se produce cuando el poder queda en manos de quienes dominan y controlan el sistema en los últimos años, es decir, en manos de las élites económicas y sus fieles administradores de la clase política tradicional. Parte, en lo económico, de las conocidas medidas de recortes y privatizaciones para alcanzar, en lo político, la implementación de un sistema total y absolutamente fiel a los dictados del poder económico y con un cada día más bajo perfil democrático; lo que ya se puede denominar como democracia de baja intensidad que sustituiría incluso a la democracia representativa, propia del liberalismo o del llamado estado del bienestar.

A lo largo de estos años, desde el estallido de la crisis allá por el 2008, los ejemplos en este sentido se han ido dando y agrupando de forma continua y cualquiera podría hacer una enumeración rápida y numerosa. Pero posiblemente una de las últimas situaciones que mejor ilustran esto que apuntamos podemos encontrarla en el reciente anteproyecto de reforma de la ley sobre el aborto. Esta reforma nos ha retrotraído de golpe en una treintena de años atrás, por no decir hasta una época cercana al medievo, por lo menos en lo que a los derechos de las mujeres sobre sus cuerpos se refiere y a las concepciones de la sociedad más moralistas, en su peor sentido, que se han exhibido por parte de quienes que quieren imponer dicha nueva ley sobre las mujeres.

Hombres y mujeres pensábamos, erróneamente, que la larga lucha de las últimas décadas habían colocado a éstas casi en las puertas de conseguir (por fin) el control sobre sus cuerpos, y las leyes existentes sobre salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo era elementos de avance en este sentido. Sin embargo, la presentación por parte del gobierno del anteproyecto de reforma nos hace darnos cuenta que dichas conquistas no eran irrevocables, sino que de nuevo los derechos alcanzados se pueden perder y el retroceso será de décadas.

Si revisamos otra multitud de situaciones que se han ido dando en estos últimos cinco años, bien sea respecto a los derechos individuales o colectivos, bien respecto al derecho a la educación y a la salud universal y gratuita o pasando por una larga relación de otros derechos en ámbitos como el laboral, social y político, la reversibilidad de los mismos es indiscutible, es casi palpable y es del todo innegable. Por ejemplo, hasta hace unos pocos años en los centros de trabajo se luchaba por conseguir mejores condiciones laborales sobre un «colchón» importante de derechos alcanzados tras prácticamente un siglo de luchas obreras. Hoy, por el contrario, aceptamos la pérdida de ese «colchón» como si nunca hubiera existido, acatamos disminuciones salariales y cruzamos los dedos para no engrosar en cualquier momento las listas del paro y el empobrecimiento acelerado. Y en este campo laboral la evidencia del retroceso de las conquistas de un siglo se hace nuevamente indiscutible. Igual ocurre con las amenazas que ya se ciernen sobre otros derechos básicos políticos y ciudadanos como los de reunión, manifestación o expresión, ya amenazados por los anteproyectos que el gobierno español prepara bajo la próxima Ley de Seguridad Ciudadana o la enésima reforma del código penal.

El llamado estado del bienestar nos imbuyó (y nos engañó) en un casi convencimiento ciego de que muchos de los derechos conseguidos eran inamovibles y no se podrían perder nunca. Podríamos, en situaciones de crisis económicas, retroceder en algunos aspectos de forma temporal pero fácilmente recuperables cuando ésta se superara. Y sin embargo, ahora asistimos estupefactos en gran medida, inmóviles ante ello y con un miedo que nos fuerza a la pasividad, a esa vuelta atrás de muchos de los derechos, ya no de los más recientes, sino también de los históricamente conquistados hace décadas.

Y ante todo ello clase política tradicional, integrante del sistema hoy ya plenamente neoliberal pues éste traspasó los límites de la economía para alcanzar el campo político, sigue anclada y fuera de juego. El tablero político se sigue sustentando en la llamada democracia representativa (en realidad, y como ya se ha dicho, es cada día más una simple democracia de baja intensidad), donde precisamente el juego parlamentario es una pieza clave que hoy no representa sino eso, un simple juego sin poder de transformación de la injusta situación creada por las élites económicas, auténticas dictadoras sin necesidad de estar directamente presentes en la arena política.

Por todo ello y vista la reversibilidad de los derechos conquistados como enseñanza de esta situación, deberíamos extraer otra enseñanza correlativa a la anterior: si no hay lucha individual y colectiva la pérdida de conquistas históricas y recientes se seguirá agrandando ya que, como vemos continuamente, la voracidad del nuevo sistema impuesto ha perdido los viejos límites y la vergüenza respecto al respeto de los derechos y la dignidad de las personas y pueblos. Si no hay luchas y respuestas a este sistema neoliberal caminaremos por una senda ya iniciada con la pérdida de las conquistas, profundizando en un sistema que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos define brevemente con las siguientes palabras: «El fascismo que surge no es político, sino social y convive con una democracia de bajísima intensidad. La derecha en el poder no es homogénea, pero en ella domina la facción para la cual la democracia, lejos de ser un valor incalculable, es un costo económico y el fascismo social es un estado normal».

Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.