Una ola de indignación parece sacudir las buenas conciencias del mundo, según se puede leer en los grandes medios de comunicación, al conocerse la noticia de que en el Parlamento somalí se debate una ley que legitimaría los casamientos entre adultos y menores. Si bien la ley podría hacer fracasar los esfuerzos de muchas agencias internacionales y ONG por impedir este tipo de práctica, se necesitará mucha energía y tiempo, fundamentalmente, para que estas clases de uniones, una costumbre ancestral por otra parte, puedan extinguirse, ya que casi un cincuenta por ciento de las jóvenes son entregadas en estas clases de matrimonio antes de cumplir 18 años, previo pago a la familia de la novia de una dote que consiste en ganado o dinero. Dado el marco de situación que vive el país: guerra contra el terrorismo, pobreza, epidemias y sequías, sumado a los estándares de pobreza más altos del mundo, esta parece ser la única salida antes de que deban emigrar, en muchos casos para prostituirse en algún tugurio de Europa, o mucho peor embarcarse rumbo al barrio de Basateen, en el puerto yemení de Adén, plaza hoy ocupada por una guerra genocida, que era utilizada como trampolín para llegar a alguna de los ricas monarquías del Golfo Pérsico, para conchabarse de sirvienta o seguir en el oficio. Aunque esa opción está prácticamente clausurada desde el 2015, tras el inició de la guerra que declarada por Arabia Saudita.
Occidente tiene mucho para asombrarse por las prácticas culturales “aberrantes” en muchas de esas naciones a las que solo se las ubica en el mapa a la hora de la explotación de sus recursos o bombardearlas. Otras costumbres ancestrales, que incluyen a menores y quizás sean peor que un matrimonio obligado, y solo por nombrar algunas podríamos mencionar el leblouh, una práctica en algunas regiones de Argelia, Burkina Faso, Níger, Malí y Mauritania, que consiste literalmente en el engorde de las niñas casaderas, ya que para esas sociedades la obesidad además de ser considerada un atributo de belleza también es una manera de mostrar salud, fertilidad y sobre todo riqueza. Para lograrlo existen “granjas de engorde” en que las niñas desde los cinco años hasta los 19 son obligadas, en muchos casos bajo tortura, a consumir de manera diaria unos 20 litros de leche de camello junto a una mezcla de dos kilos de mijo machacado con dos potes de manteca, que representan unas 16.000 calorías. Las que las hace aumentar a las casaderas entre 15 y 20 kilos por año, incluso las tebtath, las estrías producidas por la acumulación de grasa son consideradas sensuales. Esta práctica aberrante, que todavía se sigue ejecutando en un siete por ciento de la población en las áreas urbanas y un 75 en las rurales, esconde algo todavía peor, que el crecimiento artificial de esos cuerpos disimule su edad y así casarlas con hombres mayores.
En Afganistán el bacha bazi (en darí, una de las dos lenguas oficiales del país, jugar con niños), es un costumbre extendida en las zonas rurales del sur y del este del país, y en las regiones tayikas del norte, por lo cual los hombres del poder, militares, políticos y comerciantes ricos, ostentan el derecho de disponer de uno o más niños para su uso sexual, a los que exhiben públicamente con orgullo. Estos niños llegan a la condición tras haber sido secuestrados como pago de alguna deuda o vendidos por sus familias. En el interregno del gobierno Talibán, 1996-2001, esa práctica fue abolida, pero así todo a la sombra hasta los propios líderes de la organización mantenían a varios de estos bachas que una vez crecidos y haber “perdido la gracia” eran obligados a integrase al grupo terrorista.
Occidente tampoco ha podido hacer nada sobre la mutilación genital femenina (MGF) o amputación de los genitales externos, una práctica ampliamente difundida en África y algunos países de Medio Oriente, la que más allá de las campañas de conciencitazión no solo se sigue ejecutando en los países de origen, sino que la costumbre se sigue realizando en las grandes ciudades europeas que han dado acogida a miles de refugiados que han llegado llevando a cuestas no solo sus dolores y necesidades, sino también sus costumbres y sus ritos.
Trump, el señor de las bombas
Lamentablemente en Somalia la problemática no solo pasa por los matrimonios obligados, el país suele ser conocido por circunstancias como las que se están produciendo al momento que se escriben estas líneas, en la tarde del domingo 16 de agosto, un grupo de cinco militantes de al-Shabab, la franquicia de al-Qaeda en Somalia, atacó el hotel Elite frente a las playas del Lido en Mogadishu, en una de las zona con mayor seguridad de la ciudad, muy frecuentada por personajes de la política, propiedad del parlamentario Abdullahi Mohamed Nur a la sazón exministro de Finanzas.
Según los reportes, las fuerzas de seguridad necesitaron más de cuatro horas para retomar el control del edificio, al que habían ingresado los muyahidines después de detonar un auto en la entrada, una táctica frecuente de esta organización en ese tipo de asaltos. El Elite se suma a la ya una importante lista de hoteles atacados por esta organización solo en la capital del país como el Ambassador, el Sahafi, el Beach View, el SYL, el Dayah, el Maka al-Mukarama, a los que habría que sumar otros dos en Kenia. El último se había producido el 10 de diciembre de 2019, contra el hotel SYL, que ya había recibido otros tres desde 2015 y que en esa oportunidad murieron once personas. Aunque ese año fue terminado con un ataque brutal, el día 30, en una de las puertas de la ciudad en el que murieron 81 personas, en su mayoría estudiantes.
La secretaría de informaciones confirmó que al menos 22 personas murieron en el hecho, trece huéspedes, cuatro funcionarios y los cinco asaltantes, al tiempo que lo rescatistas informaron de entre 28 y 43 heridos, lo que sin duda estirará el número de muertos. Al tiempo que 205 personas fueron rescatadas después de que las tropas pusieran fin a la toma.
Aunque quizás la insurgencia integrista no sea el peor de los males en que vive el pueblo somalí, sino lo sea la solución encontrada por sus libertadores, en un informe recientemente revelado se conoció que en lo que va del 2020 la Administración Trump ha realizado 43 ataques aéreos más, uno más de los llevados a cabo durante las administraciones de George W. Bush y Barack Obama, entre 2007 y 2017. A un promedio de un ataque aéreo de entre dos y tres días. Aunque no se acerca todavía al récord de 2019 en que fueron 63 las operaciones aéreas.
A pesar de que el secretario general de la ONU António Guterres en los primeros días de la pandemia insistió en varias oportunidades en un “alto el fuego global”, Washington siguió con sus operaciones aéreas sobre el Cuerno de África y en otros lugares como el producido en Siria este lunes 17. El último ataque aéreo sobre Somalia se registró el pasado 29 de julio. Aunque la desaceleración de los ataques aéreos estas últimas semanas ha sido notoria, el AFRICOM (Comando de África de Estados Unidos) todavía prepara más operaciones
En un informe del Inspector General del Departamento de Defensa del 16 de julio, reconoce que al-Shabaab ha conseguido mantener su capacidad militar, como la de realizar hit and run tactics (ataque y retirada), emboscadas y operaciones de artefactos con explosivos improvisados (IED) y que los Estados Unidos, junto a sus aliados somalíes y de la Unión Africana, han fracasado en el intento, a casi diez años de iniciadas las operaciones en su contra, por lo que sigue manteniendo una gran capacidad para atacar los intereses de los socios estadounidenses en Somalia y África Oriental.
Investigación todavía en curso ha descubierto que solo en nueve de esos ataques murieron 21 civiles y otros 11 resultaron heridos. Otras investigaciones dicen que desde 2007 en Somalia murieron a causa de este tipo de ataques entre 72 y 145 civiles, durante la campaña del Pentágono para degradar tanto las acciones de al-Shabaab y algunas de las khatibas del Dáesh, que operan en del norte del país, así todo una nimiedad a comparación de los pocos más de 13.000 civiles muertos por ataques similares contra el Dáesh en Irak.
Si bien las buenas conciencias de Occidente tienen justificadas razones para espeluznarse por los matrimonios obligados, quizás conocer esta realidad los ayude a espeluznarse un poco más.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.