Traducción de Rocío Anguiano
En las últimas semanas, los disturbios que comenzaron en Wad Madani, ciudad situada al es te de Jartum, se han ido extendiendo. La política dictada por el régimen del presidente Omar al-Bashir desde el golpe de estado de noviembre de 1989, las discriminaciones impuestas en nombre del islam y la instrumentalización de esta religión han servido de caldo de cultivo a la revuelta. No es la primera vez que el poder militar se enfrenta a una protesta popular. ¿Saldrá triunfante una vez más?
Manifestaciones en la universidad de Zalinguei, Darfur Central ( Página Flickr de l’ONU , 1 de diciembre de 2010)
Los disturbios que comenzaron en Wad Madani el pasado 22 de septiembre son la consecuencia lógica de la política promovida por el régimen del Partido del Congreso Nacional (PCN), en el poder en Jartum desde hace casi veinticinco años. Este régimen, que se presentó durante mucho tiempo como islamista, actualmente no constituye nada más que un conjunto de intereses mercantiles -de ahí el apodo popular de Tujjar ad-Dim (los vendedores de religión)- que se dedica únicamente a defender sus propios intereses. Excepto en el caso de un puñado de militantes convencidos, el islam solo es para los dirigentes una ideología que les permite mantener su potestad política y económica. Pero esta ha sido muy mal gestionada: al negarse a buscar el mínimo acuerdo con la rebelión que inició en el Sur (promovida a menudo por cristianos) el coronel John Garang en 1983, el poder tuvo que asumir un referéndum de autodeterminación que condujo hace dos años a la secesión del Sur y a la creación de un nuevo Estado (el Sudán del Sur). Sin embargo, Garang, que murió en un accidente de helicóptero en 2005, no era partidario de la separación, ya que estaba convenido de que los problemas del país serían más difíciles de resolver parte a parte, región por región. Los hechos le han dado la razón.
Garang sabía que el problema de Sudán no era la división religiosa, sino las contradicciones sociales y la desigualdades geográficas. El PCN trabajó en dos direcciones: arrebatar el control del país a la burguesía árabe tradicional al tiempo que impedía la promoción social de las masas africanas explotadas por los árabes. Los africanos (cristianos y animistas), los más afectados por las discriminaciones, al principio se rebelaron. Pero la secesión del Sur solo consiguió desplazar el problema, porque a su vez los africanos musulmanes también se sublevaron. La interminable agonía de Darfur, donde los combates aún persisten, es la peor prueba. Y la guerra se extiende ahora a otras regiones, como el Kordofán o el Nilo Azul.
Garang creía que era preciso reestructurar el poder político para rectificar las desigualdades flagrantes, tanto a nivel social como geográfico. Al no haber aceptado nunca hablar de la paz con el Sur sobre bases razonables, Jartum acabó por perderlo y, de hecho, ha renunciado al 75 % de las zonas de producción petrolera. Por mantener esa misma postura arrogante frente al resto de revueltas regionales, el régimen se enfrenta a múltiples conflictos que le cuestan muy caro, justo cuando sus recursos se han hundido tras la pérdida de las zonas petroleras. No obstante, existía en Sudán ese vestigio de «socialismo árabe» de los años sesenta que había creado una especie de Estado Providencia que ofrecía a la población menos favorecida múltiples beneficios. Ese Estado Providencia fue desmantelado poco a poco por un movimiento islamista con planteamientos económicos próximos al liberalismo de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan.
En los años noventa, la educación se convirtió en un sistema de dos velocidades: había que pagar para acceder a una buena enseñanza. Después la salud siguió el mismo camino en la pri mera década del dos mil. Sin embargo, las subvenciones alimenticias, que permitían ofrecer los productos básicos a precios razonables, se mantuvieron. Ha sido precisamente su abolición el 23 de septiembre de 2013 lo que ha hecho que todo estallara. ¿Por qué? Porque esta medida llega cuando el país conoce una tasa de paro del 20 %, cuando la inflación alcanza entre el 40 y 45 % desde hace dieciocho meses y cuando según la cámara de Zakat (caridad islámica vinculada al gobierno) el país cuenta con catorce millones de pobres (de treinta millones de habitantes). El régimen alega que mantenerlas cuesta 3 500 millones de dólares al año en un momento en el que es necesario «reformar la economía». Lo que no dice es que los gastos militares se cifran en el 70 % del presupuesto -del que salen veinte millones de dólares diarios para la guerra.
La opción del poder es clara: los sudaneses deben resignarse a pasar hambre (incluso aquellos que tienen un empleo estable) para que el gobierno pueda mantener una política de mil itarización a ultranza y de lucha desesperada contra la mayoría de la población. Durante mucho tiempo se dijo que la mayoría de la población sudanesa era musulmana, y es cierto. Pero al decirlo, se omitía también que era mayoritariamente negroafricana y no árabe. Ahora que el Sur se ha separado, surge una realidad brutal: la minoría árabe es una minoría, incluso si el 90 % de los sudaneses del Estado del Norte habla corrientemente árabe. Sin embargo, el reparto de beneficios económicos sigue grosso modo la división étnica, aunque no se corresponda exactamente.
La situación es todavía mucho más desigual si se observa el poder político. La mayoría africana, aunque musulmana, se niega a plegarse a un dominio a la vez social, cultural y económico y aceptar un s itio de ciudadanos de segunda en nombre del islam. El levantamiento podría derrocar al régimen, pero su problema central es la falta de organización. Un cuarto de siglo de totalitarismo «islamista» ha eviscerado ampliamente a la sociedad civil laica e islámica moderada que existía desde los años treinta. Si la revolución triunfa, su victoria estará lastrada por una pesada herencia. La dramática ausencia de base civil endeudará toda la futura reorganización: los viejos partidos políticos -que los islamistas han dejado languidecer en su mediocridad ineficaz- no tendrán nada o casi nada que ofrecer como capacidad de reconstrucción.
http://orientxxi.info/magazine/soulevement-contre-la-dictature-au,0371
Gerard Prunier fue director del Centro Francés de Estudios Etíopes en Adís Abeba y actualmente es miembro del Centro de Estudios de los Mundos Afric anos de París. También es autor de varios artículos y obras sobre Sudán.