Diez años después de la muerte del Nobel de la Paz, el país africano languidece con una economía que sigue sirviendo a los intereses de la minoría blanca y propulsa el crecimiento de partidos extremistas
En 1994 el Consejo Nacional de Deportes de Sudáfrica votó para eliminar el nombre y emblema del Springbok del equipo de rugby, la gacela sudafricana de cara blanca utilizada como símbolo nacional del gobierno del apartheid. Cuando Nelson Mandela se enteró, fue allí para evitar el cambio. El rugby, símbolo de opresión por parte de los afrikáneres hacia la mayoría de población negra, se convirtió en un arma para reconciliar a blancos y negros para el recién elegido presidente del país. Su objetivo se cumplió: en 1995, Sudáfrica venció en su primer Mundial de Rugby como anfitrión y en 2023 se ha convertido en el país más laureado con cinco títulos.
Pero el rugby es el único símbolo de unión. En el décimo aniversario de la muerte del Premio Nobel de la Paz, los valores de reconciliación racial y unidad se están resquebrajando. El 50% de los sudafricanos entrevistados en el Barómetro de Reconciliación de 2021 del Instituto por la Justicia y Reconciliación consideran que la división racial es un problema para el país, siendo la segunda mayor preocupación tras la económica entre ricos y pobres.
Sudáfrica es el país con más desigualdad de ingresos del mundo, el crimen no para de crecer y la ineficiencia del sector público, con notorios casos de corrupción, ha disparado la xenofobia y la popularidad de partidos populistas y extremistas. Un estudio de la Universidad de Harvard dice que el Estado está “colapsando”.
La situación económica, política y social de Sudáfrica daña el legado de un Mandela cuya figura había recibido prácticamente unanimidad de apoyo. Hoy, algunos jóvenes sudafricanos nacidos ya en democracia lo acusan de ser “un vendido” y ha surgido la pregunta de si su política de reconciliación con los blancos estaba equivocada.
La desigualdad, el gran problema
Tras 46 años de un control total de la minoría blanca de la economía durante el apartheid, Mandela consideró que necesitaba asegurar tranquilidad a los blancos para evitar su huida y un colapso a corto plazo de la economía. Para involucrar a la población negra en la economía, su Gobierno lanzó el programa de Empoderamiento Económico Negro (BBE, por sus siglas en inglés), con el objetivo de reducir el control de la población blanca en la economía incentivando la transferencia de la propiedad y gestión a personas negras.
Sin embargo, esta política solo acabó beneficiando a las élites cercanas al partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano, quienes se enriquecieron mientras la mayoría de la población no veía los frutos. Por ejemplo, el actual presidente Cyril Ramaphosa pasó de ser uno de los negociadores clave para el fin del apartheid y parte del sindicato nacional a un empresario que combinaba posiciones en el CNA con participaciones en la minera británica Lonmin e incluso con la licencia de todos los McDonalds del país, lo que le ha dado un patrimonio de 450.000 millones de dólares.
En 2003, el Gobierno amplió la ley y añadió el término “de base amplia”, incluyendo una tarjeta de puntos que busca favorecer también el empleo y la contratación con proveedores locales de raza negra, obligando a empresas que busquen contratar a extranjeros a justificar por qué un sudafricano no puede hacer ese trabajo.
Casi tres décadas después del comienzo de la democracia, Sudáfrica es el país con mayor desigualdad de ingresos del mundo, según el coeficiente Gini. El 7,3% de la población del país, que es blanca, todavía ocupa dos tercios de los puestos de mandos, tiene una tasa de desempleo cinco veces menor y hasta tres veces más ingresos que la mayoría negra, que supone más del 80% de los sudafricanos.
Crimen y xenofobia al alza
La falta de oportunidades laborales y la desigualdad han llevado a una tensión social y económica sin precedentes. Entre 2022 y 2023, más de un millón de hogares sudafricanos sufrieron robos, un 5,7% del total, y los secuestros se triplicaron en menos de una década hasta los 11.000 casos en 2021.
La falta de recursos para la población local unida a la alta criminalidad ha llevado a un aumento exponencial de la xenofobia. En 2021 se fundó en Soweto, barrio de origen de Mandela, Operación Dudula, un grupo comunitario que decía crearse con el objetivo de afrontar la alta criminalidad y drogas.
La realidad es que el grupo es abiertamente xenófobo –Dudula significa “tirar fuera” en zulú– y sus miembros han contribuido más a la criminalidad que a reducirla, atacando negocios regentados por extranjeros de otros países. Sin embargo, su popularidad ha crecido en un país donde más de un un tercio de los ciudadanos admite que impediría que africanos de otros países accedan a los servicios públicos y un 21% se muestra “neutral”. Envalentonado, el grupo comunitario se ha registrado como partido político de cara a las elecciones generales de 2024 con el objetivo de conseguir representación parlamentaria.
Extremismos políticos entran a escena
La situación económica en Sudáfrica, unida a otros factores como la corrupción, ha hecho que crezcan en popularidad partidos extremistas. Los sudafricanos sufren cuatro horas diarias de apagones ante la falta de potencia en la eléctrica estatal Eskom y la situación cada vez va a peor. A ello se suman casos de corrupción por partido de miembros del partido. En 2018, Jacob Zuma se vio obligado a dimitir como presidente antes de que el CNA, su propio partido, le echara en una moción de censura. En su etapa se considera que se desvaneció hasta un tercio del PIB, 240.000 millones de euros, en lo que se dio a conocer como “captura del Estado” tras negocios fraudulentos con los hermanos empresarios Gupta.
Su sustituto, el entonces vicepresidente Cyril Ramaphosa, había mejorado la imagen de su partido, hasta que en junio de 2022 se filtró el robo en 2020 de 500.000 dólares en metálico en su finca de Limpopo. El fiscal le eximió del cargo de no haber declarado ese dinero ni informado del robo a la Policía tras asegurar que era por la venta de búfalos a un empresario sudanés, pero estuvo a punto de enfrentarse a una moción de censura por ello.
Las encuestas pronostican que por primera vez el CNA bajará del 50% de los votos en las elecciones generales de 2024 y se verá obligado a buscar apoyos para gobernar ante el crecimiento de partidos extremistas. El más viable para formar coalición es el EFF, cuyo líder Julius Malema, que dirigió las juventudes del CNA, simboliza una política contraria a la de Mandela.
Con un discurso anticapitalista, muchos le acusan de populista con propuestas como ocupar las tierras propiedad de los blancos como solución a los problemas de la mayoría negra, una política que en la vecina Zimbabue causó el caos económico con una caída inmediata del 40% del PIB y una inflación del 500.000% ocho años después. Sus continuos ataques a la población blanca han llegado al punto de utilizar la canción Matar al Bóer, nombre que se da a los afrikáneres. Ahora el 18% de los votos previstos le aúpan al tercer puesto.
La alternativa no ofrece un futuro más halagüeño con los valores arcoíris. Por primera vez, varios partidos de oposición se han unido bajo el nombre Carta Multipartita con el objetivo de evitar un nuevo gobierno del CNA con el apoyo del EFF. La unión la lidera el tradicional partido liberal de la oposición Alianza Democrática, quien decidió echar en 2019 a Mmusi Maimane, su primer líder negro, y volver a aupar a Helen Zille, histórica dirigente afrikáner, quien ha llegado a decir que “hay más leyes racistas ahora que en el apartheid”.
Para gobernar debería apoyarse en partidos como el Frente Libertario, una organización nostálgica del apartheid que utiliza los colores de la bandera del sistema racista y cuyo origen se remonta a 1994, cuando afrikáneres que rechazaban la democracia buscaron crear un Estado aparte únicamente de blancos.
Casi 30 años después de su elección como presidente y en el décimo aniversario de su muerte, los valores de reconciliación y la promesa de coexistencia de Mandela se desvanecen. La duda sobre si su elección de reconciliación racial ha sido positiva emerge ante los pocos avances, pero analistas aseguran que, sin su mano, Sudáfrica habría acabado con una “guerra civil sangrienta”. Sin embargo, su legado también se ve afectado por las promesas inacabadas de cambio en un país que reniega de la nación arcoíris y va camino de un fundido a negro.