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Sudáfrica: Resistencias al neoliberalismo

Fuentes: vientosur.info

La victoria del Congreso Nacional Africano (CNA) en las elecciones democráticas de 1994 certificó el fin del apartheid en Sudáfrica, después de un largo período de negociaciones entre las fuerzas del régimen y el movimiento de liberación, iniciadas a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. Éstas culminaron en un modelo de transición […]

La victoria del Congreso Nacional Africano (CNA) en las elecciones democráticas de 1994 certificó el fin del apartheid en Sudáfrica, después de un largo período de negociaciones entre las fuerzas del régimen y el movimiento de liberación, iniciadas a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. Éstas culminaron en un modelo de transición pactada cuya perspectiva estratégica había quedado establecida en el campo del movimiento de liberación de forma clara en 1990 con la formación de la Alianza tripartita entre el CNA, el Partido Comunista Surafricano (SACP) integrado a su vez dentro del primero, y la principal confederación sindical del país, la Confederation of South African Trade Unions (COSATU).

El CNA llegó al poder con un programa neo-keynesiano, el Reconstruction and Development Programe (RDP) cuya implementación inicial fue muy parcial, pero que sería abandonado dos años después en beneficio del Growth Employment and Redistribution Strategy (GEAR) , un programa de corte neoliberal. La adopción del GEAR ha sido acompañada de la promoción de un proyecto sub-imperialista regional sustentado en una agenda de rápida integración económica neoliberal del continente africano y su inserción en la economía global, a través del New Partnership for Africa’s Development (NEPAD) (Bond, 2004). El objetivo del gobierno del CNA es consolidar un nuevo bloque histórico dominante basado en el capital orientado a la exportación a gran escala, la promoción de una «burguesía negra», y la inclusión de forma subordinada de las capas medias y sectores de la clase trabajadora (Dessai, 04).

Las consecuencias sociales del GEAR han sido muy drásticas para los sectores populares: aumento del desempleo, que pasó del 16% en 1990 a más del 40% en los últimos años; una caída de los ingresos medios de las familias trabajadoras en un 19%, en particular de aquellos sectores vinculados a la economía informal, que llegan al 50% de la población activa; una fuerte polarización de la distribución de la riqueza y los ingresos; el aumento de la pobreza, cuya tasa oficial es del 70% y de la pobreza extrema, situada en el 28%; el aumento del precio de los servicios públicos básicos, como el agua o la luz, debido a las privatizaciones y a las políticas de «recuperación de costes» ( cost recovery ), que han provocado cortes masivos del subministro a unas 10 millones de familias por no poder pagar las facturas; y, el mantenimiento de la estructura de propiedad de la tierra que ha sufrido muy pocas alteraciones respecto al periodo del apartheid (McKinley, 2004). Estos procesos de aumento de las desigualdades han ido acompañados por la emergencia de una pequeña «nueva clase media negra» con unos intereses específicos propios. Por este conjunto de elementos, la evolución de la sociedad sudafricana ha sido definida como una transición desde el apartheid racial al apartheid de clase (Bond, 2004).

Desde los años setenta hasta finales de los ochenta Sudáfrica se caracterizó por tener un pujante movimiento obrero, formado al calor de los procesos de industrialización de los años cincuenta y sesenta que comportaron la formación de una importante clase obrera industrial. Entre 1950 y 1980 el numero de trabajadores negros en la industria manufacturera pasó de 360.000 a 1.103.000, y en la minería de 450.000 a 768.000 (Bond, Miller, y Ruiters, 2000). Las huelgas de Durban en 1973 marcaron el nacimiento de un nuevo movimiento sindical combativo. Destacaron en él, como explica Jacquin (1999), varias corrientes con proyectos sindicales diferenciados: una primera vinculada al CNA; una segunda ligada al Black Conciousness Movement inspirado por Steve Biko; y una tercera, formada por cuadros sindicales marxistas independientes, que constituye lo Jacquin llama la «izquierda sindical», y que consiguió poner en pie los principales sindicatos industriales del país, cuya culminación fue la formación de la FOSATU en 1979. La izquierda sindical encarnó inicialmente un proyecto independiente respecto al CNA y a comienzos de los ochenta su núcleo impulsor acarició en parte la posibilidad de impulsar un proyecto político propio, con la formación de un «Partido de los Trabajadores», inspirado más o menos en el modelo brasileño, que disputara la hegemonía política al CNA y al SACP. Pero gradualmente fue abandonando este proyecto y aceptando el liderazgo político del CNA y su hegemonía dentro del movimiento sindical, para acabar engrosando las filas del propio SACP a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, en vísperas de las negociaciones para la transición hacia el post- apartheid.

¿Camino sin retorno?

La primera parte de los ochenta estuvieron marcadas por debates y negociaciones entre los diversos sectores sindicales para la formación de una sola confederación unitaria, que culminarían con la constitución de la COSATU en 1985, integrada por la amplia mayoría de sindicatos del país. Convivieron desde el comienzo en su seno distintas orientaciones pero progresivamente aquellos vinculados al CNA adquirieron una posición hegemónica y la antigua «izquierda sindical» fue fragmentándose y adaptándose en su seno. La COSATU desarrolló un papel muy significativo dentro de la lucha contra el apartheid , aunque sus relaciones con otro de los pilares del movimiento de liberación, los movimientos vecinales y comunitarios radicados en los townships y barrios pobres, fueron siempre un elemento de controversia. El militantismo y combatividad del sindicalismo encarnado por la COSATU la convirtió en una organización admirada internacionalmente. Junto con la formación de la CUT brasileña en 1983, y con la irrupción del sindicalismo independiente en Korea del Sur en 1986-87 (que culminaría con la creación de la KCTU en 1995), la constitución de la COSATU fue uno de los mejores ejemplos de desarrollo de un modelo de sindicalismo combativo en países de la semi-periferia, en un contexto de reflujo internacional del movimiento obrero, de auge del neoliberalismo, y de progresiva adaptación del primero al segundo.

En 1990 la COSATU integró formalmente la Alianza tripartita con el CNA y el SACP y desde 1994 ha mantenido una relación subalterna con el gobierno del CNA. Desde 1994 el modelo sindical de la COSATU, y de sus sindicatos miembros, ha experimentado una progresiva transformación hacia un sindicalismo de concertación más institucionalizado, menos militante, y desprovisto de un horizonte de transformación socialista. Esto ha comportado cambios en su cultura organizativa, una mayor burocratización, y la cooptación de importantes dirigentes sindicales en puestos de responsabilidad en el gobierno, y también de cuadros medios a nivel de empresa por parte de los departamentos de recursos humanos (Jensen, 2004).

La COSATU se ha visto afectada por las políticas neoliberales y el desempleo, y ha sufrido una caída significativa de la afiliación: en 1996 los sindicatos de la COSATU sumaban 1.9 millones de afiliados, mientras que en 2005 la cifra era de 1.7 millones. En realidad desde 1996 se perdieron 500.000 afiliados, aunque se ganaron 300.000, la mayoría debido a la entrada de nuevos sindicatos en la confederación, como DENOSA o SASBO, de tradición conservadora. El perfil de la afiliación ha experimentado también evoluciones significativas con un creciente mayor peso de los trabajadores cualificados y los de «cuello blanco» en detrimento de los semi-cualificados y de «cuello azul».

Frente la aplicación del GEAR la estrategia de la COSATU ha sido mantener simultáneamente su Alianza subalterna con el CNA y al mismo tiempo expresar su desacuerdo con las políticas impulsadas por éste. La confederación ha oscilado entre una mera contestación verbal a las políticas gubernamentales sin impulsar una estrategia real de confrontación con las mismas, y la organización de importantes movilizaciones puntuales, entre ellas varias huelgas generales. Dentro de la confederación, el sector más combativo ha sido el sindicato de trabajadores municipales, el SAMWU, protagonista de luchas importantes contra la privatización. No existe ninguna corriente de izquierda sindical organizada, pero sí un malestar difuso por abajo, y los efectos negativos del neoliberalismo en la propia base de la COSATU, la colocan en una situación de tensión estructural permanente. Como señala Trevor Ngwane (2003), hay que confiar que el malestar acumulado empuje hacia una mayor combatividad sindical ya que «la dirección de la COSATU ha captado lo cuerpos de los trabajadores, pero no sus almas«.

Las resistencias emergentes

El impacto de las políticas neoliberales ha provocado la emergencia, desde finales de los noventa, de crecientes resistencias sociales que experimentaron un período de auge imparable del 2000 al 2003, para después contraerse parcialmente. Éstas deben ser consideradas no sólo como un resultado del aumento de la pobreza sino como una respuesta directa a las políticas del gobierno (Dessai, 2004), en particular contra las políticas de privatización de los servicios básicos como el agua o la luz, y que constituyen un mecanismo central de lo que Harvey (2004) llama «acumulación por desposesión». Esta «desposesión neoliberal» se añade a la «desposesión histórica» provocada por el apartheid y su legado.

La base social de estos movimientos (habitualmente denominados en Sudáfrica como «Nuevos Movimientos Sociales» en un uso del término distinto al utilizado por la «teoría europea» de los nuevos movimientos sociales) está formada por los sectores más empobrecidos de la sociedad sudafricana, los habitantes de los townships , las comunidades locales y las áreas urbanas más degradadas, golpeadas por el desempleo masivo, una crisis descomunal de vivienda y la falta de servicios. Buena parte de la base social de estas luchas está formada por desempleados, aunque no han desarrollado una identidad colectiva en tanto que desempleados al estilo de los piqueteros argentinos, y las mujeres desempeñan un rol significativo. Muchos analistas, como Dessai (2003) se han referido a los protagonistas de estos movimientos con el término los «pobres», categoría imprecisa y poco definida pero utilizada también por los propios movimientos, y que intenta englobar a esta amalgama de sectores marginalizados que los sustentan (Dwyer, 2003). Dessai (2004) compara su naturaleza con las luchas de la «turba urbana» de comienzos de la industrialización, analizada por autores como Hobsbawm, en tanto que movimiento poco estructurado e inconstante de los pobres urbanos en favor de cambios económicos. Podemos concebirlos como movimientos reactivos y defensivos por la supervivencia cotidiana protagonizados por lo que Davis (2005) llama el «proletariado informal urbano» de las periferias hiperdegradas de las grandes ciudades del Sur, cuyo modo de vida es el «supervivencialismo informal». Sus características reflejan las transformaciones sufridas por la clase trabajadora y el impacto de los procesos de «urbanización desconectados de la industrialización» que según Davis son definitorios de la dinámica actual del capitalismo (excepto en China) y que encajan bien con la realidad sudafricana.

Varias han sido las campañas y organizaciones emergidas. Entre las más importantes conviene destacar: la Treatment Action Campaign (TAC), nacida en 1998 en demanda al acceso a los fármacos para los portadores del VIH, y que constituye el movimiento con una mayor base social y posee una estructura organizativa formalizada a nivel nacional. Ha actuado como una campaña de un «solo asunto», focalizada contra las multinacionales farmacéuticas y evitando el enfrentamiento con el gobierno del CNA; el Anti-Privatization Forum (APF), radicado esencialmente en Johannesburg, nacido en el año 2000 como punto de encuentro entre varias organizaciones, la más importante de las cuales era el Soweto Electricity Crisis Committee (SECC). El SECC nació como respuesta al aumento de las tarifas de la luz fruto de la privatización, impulsando la ya famosa Operation Khanyisa de reconexión ilegal del subministro a las familias que habían sido desconnectadas del mismo por impago; la Anti-Eviction Campaign (AEC) , nacida en 2001 en la región de Cape Town como respuesta a los desalojos crecientes de familias por impago de la hipoteca o el alquiler, que llegaron a producirse a ritmo de uno diario en enero del 2002; y el Landless People’s Movement (LPM), formado en junio de 2001, ante la lentitud extrema de la reforma agraria. Su base está formada por una amalgama de sectores («sin tierra», pequeños campesinos, pobres rurales…) y su autodefinición como «sin tierra» expresa las demandas de justicia social de los sectores rurales empobrecidos. Se inspira en el MST brasileño pero no posee ni su fuerza ni su significado global (Greenberg, 2004).

Estos distintos movimientos han tenido una existencia fragmentaria y poca coordinación mutua. Sin embargo, pudieron expresarse conjuntamente durante las movilizaciones en ocasión de la World Conference Against Racism (WCAR) de la ONU en Durban en 2001 bajo el paraguas del Durban Social Forum (DSF) y, posteriormente, durante la World Summit for Sustainable Development (WSSD) en Johannesburgo en 2002, en el marco de la coalición Social Movement Indaba (SMI) que después ha permanecido como una coordinación nacional, aunque débil y supraestructural, de los movimientos. Johannesburgo fue testimonio de la fuerte división entre los movimientos sociales, cuya manifestación movilizó a unas 20.000 personas, y las fuerzas de la Alianza gubernamental que en su marcha propia movilizaron sólo a unas 5.000. Ambas contra-cumbres fueron también la ocasión de insertar simbólicamente las luchas contra el neoliberalismo en Sudáfrica en el ciclo internacional post-Seattle.

Estas resistencias han emergido como movimientos periódicos en base a demandas defensivas concretas dirigidos fundamentalmente contra la administración local, encargada de implementar las políticas de privatizaciones (Dessai y Pithouse, 2003). Han desplegado un amplio abanico de estrategias, que incluye un «repertorio» de acciones como: procesos legales, manifestaciones, ocupaciones de oficinas públicas, reconexiones ilegales de los servicios cortados, bloqueo físico de los desalojos de casas, y enfrentamientos con la policía (McKinley y Naidoo 04). Su estructura organizativa es variable en lo que se refiere a su grado de formalización organizativa y a su ámbito geográfico. El numero de personas efectivamente organizadas, más allá de las movilizaciones puntuales, es relativamente débil. Se puede considerar que son movimientos que no tienen una base de masas, pero sí una orientación de masas (Ngwane, 2003).

Políticamente, estas resistencias al neoliberalismo han emergido fuera de las fuerzas del bloque de la Alianza y de las fuerzas históricas que encabezaron la lucha contra el apartheid. Nacen, fuera de la «política de la transición» pero operan en el terreno político (McKinley, 2004) y llenan, pero de forma muy parcial, el vacío dejado por el giro neoliberal y la institucionalización de las fuerzas tradicionales de la clase trabajadora (Ngwane, 2003), en un contexto sin embargo de falta de alternativa política al CNA y el SACP y de gran debilidad de la izquierda socialista. Las relaciones con las fuerzas de la Alianza, y el propio CNA, han sido en general muy conflictivas, aunque el tipo de relación concreta es variable y va desde el enfrentamiento abierto, como es al caso del APF y la AEC, las relaciones tensas, como es el caso del LPM que tiene a miembros del CNA y el SACP en su seno, y la búsqueda de acuerdos, como es el caso de la TAC que ha intentado apoyarse en el gobierno frente a las multinacionales (Benjamin, 2004).

Retos y perspectivas

Después de su crecimiento imparable entre los años 2000 y 2003, los movimientos sociales experimentaron un cierto reflujo y varias dificultades como: hacer frente simultáneamente a la fuerte represión estatal y a los intentos de cooptación; sostener en el tiempo luchas concretas; seguir desarrollándose después de haber conseguido algunos éxitos básicos iniciales; traducir su fuerza movilizadora en consolidación organizativa estable; avanzar perspectivas estratégicas a medio y largo plazo; y, en particular, ampliar su base social organizada y establecer alianzas con otros sectores sociales, más allá de los «pobres» y los desempleados, como los estudiantes y la clase trabajadora organizada. Por ello, la relación entre estos movimientos y la COSATU se revela como un elemento estratégico central. Globalmente, ésta es tensa y distante. La COSATU es identificada por los movimientos como parte del bloque gubernamental, y los movimientos son calificados de «ultra-izquierdistas» por la COSATU, quien teme el enfoque anti-CNA de estos. En este contexto, parece razonable por parte de los movimientos sociales buscar puentes con los sindicatos, sin perder por ello capacidad de iniciativa propia, a través de acuerdos concretos de unidad de acción, con tal de arrastrar a sectores significativos de los mismos fuera del campo de la Alianza (AIDC, 2004). El fortalecimiento de estas resistencias sociales debe ir acompañado también por intentos de construir una alternativa política al CNA y el SACP, proceso que, dada la debilidad de la izquierda socialista, tomará tiempo.


* Josep Maria Antentas es miembro de
Revolta Global y de la redacción de Viento Sur. Este artículo fue publicado originalmente en Viento Sur nº 85 (www.vientosur.info).

Bibliografía:

(Más allá de la bibliografía utilizada, agradezco las informaciones sobre la realidad surafricana de: Brian Ashley y Marcia Andrews del AIDC de Cape Town , Mark Weinberg de Jo’burg, Thabo, Arthur y Bongwani Lubisi del SECC, y Bongani Masuku de la COSATU).

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Bond, Miller, y Ruiters (2000). «The Southern African Working Class: Production, Reproduction and Politics» en Socialist Register2001. pp. 119-142.

Davis, M. (2005). «Planeta de ciudades-miseria» en New Left Review (edición española)

Dessai, A. (2003). «Neoliberalism and Resistance in South Africa» en Monthly Review , Vol. 54, nº 8.

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Dwyer, P. (2004). The Contentious Politics of the Concerned Citizens Forum. Durban: Center for Civil Society.

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Jensen, M. (2004) «10 years of democracy-Where to with COSATU?» en Alternatives Vol. 2 nº 8. pp. 5-6

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