Traducido por Caty R. y revisado por Ferran Muiños Ballester
La llegada al primer plano de la actualidad diplomática mundial de la cuestión de Darfur no es producto del azar ni consecuencia de un súbito y dramático agravamiento de la conflictiva situación que existe desde hace varios años en esta provincia occidental de Sudán.
El gravísimo término de «genocidio» con respecto a Darfur fue lanzado por Colin Powell en 2004. El abuso de este término, en contradicción con la definición que se fijó por la ONU en la «Convención para la prevención y sanción del delito de genocidio», adoptada el 9 de diciembre de 1948 y que entró en vigor el 12 de enero de 1951, es una constante de la política exterior de Estados Unidos desde la desaparición de la URSS, aunque fue de los primeros firmantes de dicha Convención. Pero durante los últimos años ha demostrado que se preocupa muy por encima del derecho internacional existente y prefiere acusar de este crimen a Sudán, que también es signatario, a diferencia de sus vecinos Chad, El Congo y La República Centroafricana, que no lo son.
Entonces ¿por qué está de moda -aunque esta palabra pone los pelos de punta cuando hay que hablar de sufrimientos humanos reales en poblaciones ya muy desfavorecidas-, el «genocidio de Darfur»?
Un catedrático estadounidense, Alex Waal, que examinó recientemente esta cuestión, concluye que si hay «genocidio» en Darfur entonces también hay «genocidio» en El Congo, Burundi, Uganda, Nigeria y varios países más.
Alex Waal es director del Programa de Investigación de Ciencias Sociales de Nueva York y miembro de Global Equity Initiative de Harvard. Ha publicado dos libros muy documentados sobre Darfur en los que estudia las particularidades sociales, étnicas y culturales de los habitantes de este país, particularidades reales y de una gran diversidad pero que no tienen nada que ver con la imagen, ridícula y sin fundamento según él, mostrada por los dóciles medios de comunicación, según la cual los habitantes de Darfur serían «africanos» víctimas «de árabes» con el siguiente sobrentendido devastador: los darfureños serían «africanos buenos» víctimas de «árabes malvados», incluyendo al gobierno de Jartum. (Que los árabes cruzaron el Mar Rojo y se instalaron en Sudán es un hecho histórico, pero se remonta a la época de Mahoma y ha habido tiempo para que se hayan mezclado). Por lo tanto hay dos formas de hablar de Darfur:
- La forma humanitaria: en una región pobre de un país pobre, una «guerra civil» causa terribles sufrimientos a los seres humanos.
- La forma política: Sudán está en el tablero de las rivalidades entre grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, que quieren hacer caer el régimen sudanés actual y la «guerra civil» no es únicamente -ni mucho menos- el hecho de que los ciudadanos sudaneses se maten entre sí.
No vamos a demorarnos en el primer método, utilizado por las ONG generales como Amnistía Internacional, MSF, la Cruz Roja y tantas otras, o por ONG específicas que se crearon para las necesidades de esta causa y buscan sobre todo una influencia en la opinión pública occidental con el fin de preparar y aprobar las acciones políticas y militares -secretas y/o públicas- contra el poder sudanés que proyectan o ya han emprendido sus gobiernos. El montaje, experimentado en Yugoslavia, ya es bien conocido actualmente.
¿Por qué este interés por Sudán?
Sudán es el país más grande de África; poco poblado: 33 millones de habitantes en un gran territorio -unas 5 veces Francia-, poco industrializado, poco equipado -sólo hay una carretera asfaltada- y sometido a una enorme presión del aparato imperialista occidental (como demostró la rápida visita oficial de Bernard Kouchner a Jartum apenas un mes después de su nombramiento como ministro de Asuntos Exteriores del gobierno francés).
Entre el trópico y el ecuador, el país se extiende sobre más de 2.500 kilómetros de norte a sur y en el alto valle del Nilo, que en su territorio se subdivide en dos grandes afluentes, el Nilo blanco que toma su fuente muy al sur del país y el Nilo azul, que viene de Etiopía, constituye la columna vertebral de este gran conjunto y concentra la mayoría de la población, incluida la enorme Jartum que reúne más de 7 millones de habitantes. Es un país diverso tanto por sus climas y relieves como por sus poblaciones y culturas; y sin embargo, parafraseando a Galileo, existe.
Existe:
Así, Sudán es un país africano mayoritariamente musulmán y de lengua árabe que a través de la resistencia al colonialismo en primer lugar y enfrentado después, tras la descolonización, a fuertes tendencias secesionistas tanto al sur como al noreste, en el combate y en conflictos que superaron con creces la intensidad del de Darfur, se forjó una unidad. ¡Pero se debería recordar en Washington y otros lugares que el camino de la unidad nacional nunca es una senda de rosas!
Su estallido, de interés secundario para el imperialismo mientras sus riquezas naturales eran difíciles de explotar (vista la inmensidad del territorio y la pobreza o inexistencia de redes de transporte), pasa a ser un asunto primordial a partir del momento en que estas riquezas, en primer lugar el petróleo, son prometedoras, explotables y comienzan a serlo por compañías extranjeras que para la mayoría no son compañías «occidentales».
El imperialismo occidental, pues, emprendió una acción multiforme, que no excluye las rivalidades como es el caso entre Francia y Estados Unidos, destinada a favorecer la secesión de distintas provincias, es decir, la «somalización» del país, la destrucción del estado y la instalación de un caos donde el poder sería recogido por bandas armadas que vivirían de las tasas de las exportaciones (como ocurre con el opio afgano). Pero esta segunda perspectiva aún está lejana y no parece apenas realizable sin una intervención militar estadounidense masiva.
Este tipo de acción fracasó al sur (véase más adelante) pero podría reanudarse con motivo de un referéndum, previsto por los acuerdos de paz para antes de 2008, que ha sido comprometido en Darfur tan pronto como la calma vuelva de nuevo al sur.
Algunas referencias históricas
La historia de Sudán es larga y compleja y nuestra intención aquí no es hacer un resumen breve, pero algunos episodios de la historia contemporánea que fueron los factores de la unidad sudanesa merecen destacarse.
Colonizado por Gran Bretaña, este país era poco conocido en Francia y las publicaciones en lengua francesa que lo concernían eran escasas. Existió un «Sudán francés» pero en el momento de la descolonización fue reemplazado por el actual Malí. Su brusca aparición en los medios de comunicación galos, hasta el punto de que en el debate de los asuntos internacionales de la campaña presidencial francesa fue una de las raras cuestiones abordadas y de la manera más consensual por los dos finalistas, sería sorprendente si no revelara que existe una operación muy bien organizada.
El imperio del Mahdi: la expulsión del colonizador
Adjunto al imperio otomano a principios del siglo XIX, Sudán fue uno de los países desgajado por el imperialismo británico en expansión para ejercer su control estratégico sobre la ruta de la India: En efecto, Sudán tiene 700 kilómetros de costa en la orilla occidental del Mar Rojo.
Antes hubo que tomar el control de Egipto después de una larga confrontación con Francia que no terminó hasta 1881. La influencia británica sobre Sudán era difícil y sólo fue efectiva después de una guerra sangrienta. El jefe sudanés Muhammad Ahmad Ibn Abdallah, llamado el Mahdi, dirigió la resistencia en nombre del Islam porque, excepto en el sur, Sudán se islamizó desde hace mucho tiempo y es un país de tránsito para todos los peregrinos que llegan del África subsahariana de camino hacia la Meca. El colonizador se instaló en Jartum donde el general inglés Gordon dirigía una guarnición angloegipcia. El 26 de enero de 1885 las tropas del Mahdi se apoderaron de Jartum, mataron al general Gordon y pusieron fin totalmente a la nueva tutela angloegipcia sobre el país. Este episodio se cuenta, desde la visión británica colonialista, en la película «Jartum» (1966).
Sudán se convirtió entonces en un estado islamista independiente y permaneció así durante 14 años. Pero se agotaba en conflictos con sus vecinos Egipto y Etiopía, que intentaban someterlo a sus leyes, y una nueva campaña militar de 3 años (1896-1899) permitió a Gran Bretaña derribar el régimen del Mahdi. Pero no consiguió pacificar el país y surgieron numerosas rebeliones, tanto al norte donde eran animadas por los islamistas como al sur donde las poblaciones estaban cristianizadas.
El régimen de Neimeiry
Nada más derrotar a la monarquía egipcia, para evitar a toda costa una anexión de Sudán a los oficiales nasserianos progresistas, Gran Bretaña concedió la independencia al país. Sin embargo, dado que no hubo una lucha de liberación centralizada, no surgió el poder político nacional hasta la estabilización realizada por el gobierno militar del General Neimeiry, que permaneció a la cabeza del estado desde 1969 hasta 1985.
Aunque llegó al poder en compañía de los comunistas, Neimeiry los descartó y el régimen siguió, en la política internacional, una evolución paralela a la del régimen egipcio que no se caracteriza ni por un compromiso tercermundista ni por una posición neutral. Pero a pesar de su tamaño y su diversidad geográfica, cultural y étnica, Sudán permaneció unido y se respetaba a Neimeiry en todo el mundo por haber reintegrado al juego político nacional a las regiones secesionistas del sur dotando al país de una Constitución federal que daba amplios poderes a las regiones.
El régimen de Al Bashir
Neimeiry fue derrocado por un golpe de Estado sin derramamiento de sangre y la situación siguió siendo inestable hasta 1989 cuando, el 30 de junio, un nuevo golpe de Estado militar llevó al poder al general Omar Hassan Ahmed Al Bachir. Signo de los tiempos: el nuevo gobierno está apoyado por un movimiento islamista: el Frente Nacional Islámico (FNI) de Hassan Turabi. Al Bachir todavía está hoy a la cabeza del país y, contrariamente a la imagen que se ha dado en el exterior, el régimen no es un régimen islamista radical. De hecho, el FNI no reúne ni a todos los musulmanes -los practicantes- ni tampoco a todos los islamistas -los musulmanes que quieren hacer del Islam la ley del estado-, que están organizados en otros grupos políticos y el ejército escapa ampliamente a su influencia. El nuevo poder no se dejó controlar por el FNI. Turabi fue descartado progresivamente del centro del poder y aunque la «Sharia» (1) está inscrita oficialmente en la Constitución, los militares se guardan de todo exceso doctrinal porque son plenamente conscientes de que el mantenimiento de la unidad del país requiere el respeto a su diversidad de lenguas y religiones. Al Turabi, después de haber ocupado importantes funciones en el régimen, terminó en prisión en 2001.
La verdadera razón de que Occidente, y Estados Unidos en particular, hayan puesto en primer plano al régimen sudanés, es el apoyo político que dio a Iraq en el momento de la guerra del Golfo.
Sin volver a entrar en el relato de la historia del Sudán contemporáneo, hay que señalar que los distintos regímenes que se suceden, aunque toman el poder por la fuerza, después se hacen confirmar en el gobierno por elecciones; y que el federalismo, establecido por la Constitución de 1975 y ampliado por una nueva Constitución en 1999, permanece como la forma de organización del país. A pesar de las rebeliones regionales al sur y nordeste, nunca se cuestionó la unidad del país, ni en el interior ni en el exterior; ninguno de sus vecinos ha intervenido, si no es de manera clandestina, contra Sudán.
Guerras civiles en Sudán: silencio sobre unas, guirigay sobre otras
De las rebeliones regionales, la más importante se desarrolló en el sur a partir de 1990. En realidad sólo era la reactivación de una antigua oposición que resucitó por la llegada al poder en Jartum de los islamistas. En el conflicto anterior entre las regiones del sur donde el Islam es minoritario, la población era mayoritariamente de cristianos y animistas (sin separación neta entre las dos prácticas religiosas) y el poder central se había abolido en 1975 por los acuerdos de Addis Abeba y la instauración de la Constitución federal. Pero la nueva guerra civil no produjo una intensa actividad informativa en Occidente por la simple y buena razón de que tenía importantes apoyos en el propio occidente: los cristianos fundamentalistas de Estados Unidos y los sionistas, unos y otros, se dedicaban a satanizar al «régimen islamista de Jartum» con la esperanza secreta de conseguir la división del país y a la independencia del sur.
El Movimiento para la Liberación de Sudán (MPLS) y su brazo armado, el APLS estaban dirigidos por John Garang, un oficial formado en Estados Unidos, y gozaban de numerosas simpatías en el extranjero: Estados Unidos, por supuesto, Israel y la Uganda vecina por donde llegaban armas y municiones. Pero estas simpatías no se detienen en la ideología. El sur de Sudán contiene importantes riquezas petroleras. Las primeras prospecciones y descubrimientos fueron obra de sociedades occidentales capitaneadas por la estadounidense «Chevron», que dirigió las exploraciones al mismo tiempo en los litorales del Mar Rojo y en el sur, pero la guerrilla del sur impedía la continuación de esta actividad y «Chevron» y «Total» abandonaron la misión.
Ahora bien, para poder vender el petróleo del sur de Sudán en el mercado mundial es necesario cruzar el centro y el norte del país y llegar al Mar Rojo. Entonces, si el poder central no deja pasar el petróleo entre los yacimientos del sur y el Mar Rojo, es inútil desde el punto de vista de una multinacional estadounidense o europea cuya primera preocupación no es el desarrollo de Sudán, sino la extracción. Entonces puede germinar la idea de derrocar el régimen sudanés y utilizar a la guerrilla del sur para debilitarlo. Una guerra civil de este tipo que podía favorecer al capitalismo occidental, no suscitó ninguna conmiseración en nuestros medios de comunicación ni ningún proyecto de «guerra humanitaria» como la que se desarrollaba en la misma época en Yugoslavia. Esa guerra sudanesa existió y causó grandes pérdidas humanas e importantes desplazamientos de población, pero el imperialismo que la favorecía bajo cuerda no le dio mucha publicidad. El único acto de guerra imperialista directo fue el bombardeo, decidido por Clinton, de una fábrica de medicamentos de Jartum supuesta productora de armas biológicas y el pretexto era la presencia en suelo sudanés de «terroristas islamistas» acusados -con razón o sin ella- de estar implicados en el primer atentado contra el World Trade Center de Nueva York (1993).
El petróleo une en vez de dividir
Sin embargo, a pesar de la guerra civil que se prolonga y ocasiona decenas de millares de víctimas, progresivamente se establece la salida de la crisis. El gobierno sudanés abre la puerta a nuevas compañías petroleras: chinas, malasias e indonesias. Éstas reanudan las prospecciones en el sur, comienzan la explotación y se lanzan, de acuerdo con el gobierno, a la construcción de un oleoducto que conduce el petróleo en primer lugar a Jartum donde construyen una refinería y a continuación hacia un nuevo puerto petrolero en el Mar Rojo al sur de Port Sudán. Al mismo tiempo se establece un acuerdo de reparto de las rentas petroleras entre la región productora y el poder central. Así, las condiciones para la paz civil se van reuniendo progresivamente y en 2002 se firma el acuerdo entre el MPLS y el gobierno de Jartum. John Garang, que morirá muy poco después en un accidente de helicóptero rápidamente archivado -quizá demasiado rápidamente-, oficialmente debido a malas condiciones atmosféricas, fue nombrado vicepresidente de Sudán y el país pasó a ser, desde 1999, un protagonista -de tamaño medio por el momento pero las prospecciones continúan y son prometedoras- del mercado petrolero mundial ante la nariz y las barbas de las multinacionales estadounidenses.
Pacificado el sur, Darfur entra en escena
Para los estrategas en desestabilización de Washington Darfur es un auténtico caso de manual. Una región alejada de la capital, mal conectada al resto del país por carreteras que no siempre son practicables, más fácil de acceso para sus vecinos Chad y Libia que para el poder central, una región portadora de promesas petroleras y con una guerra civil conducida por dos grupos rivales que tienen más veleidades de participar en el reparto de una futura tarta petrolera que de independencia política. La elección está clara: hay que hacer que el absceso madure para intervenir cada vez más abiertamente. Por supuesto se puede, sin demora, hacer que lleguen las armas a los rebeldes por el oeste y por Chad -con Francia como copiloto- cuyo dictador, que también mantiene muy buenas relaciones con Estados Unidos, se presta de buen grado a este juego apoyando a uno de los dos grupos rebeldes: el MJE. Pero hay que dar más fuerte. Por tanto, se clasifica a Sudán entre los «países peligrosos», se emprende la campaña mediática mundial para imbuir la idea de la necesidad y la intervención está lanzada. Se puede fechar el día de 2004 en el que Colin Powell lanzó el arma de destrucción política masiva: la acusación de «genocidio». De esta forma consagró el éxito de la campaña antisudanesa lanzada por el lobby sionista de Estados Unidos y ratificada por el Congreso estadounidense. Éste adoptó, efectivamente, el Sudan Peace Act, firmado por Bush en octubre de 2002, que concedía al Departamento de Estado los medios financieros para sus intervenciones «humanitarias» a la vez que sancionaba económicamente a Sudán.
A partir de esa fecha el proyecto de intervención militar-humanitaria es patente y oficial. Frente él, el gobierno sudanés resiste. Acepta la presencia de tropas de la Unión Africana en Darfur pero rechaza la presencia de cascos azules de la ONU ya que, como se verificó en el sur de Líbano después del ataque israelí de 2006, los soldados de la ONU son casi todos de países de la OTAN. También ve claramente que el Pentágono está, desde el principio de la «guerra contra el terrorismo», asentándose cada vez más firmemente en África oriental: base militar en Yibuti (en instalaciones amablemente puestas a disposición por el ejército francés) y después el bombardeo de Somalia y la invasión etíope del territorio bajo dirección estadounidense. Sabe por experiencia que el régimen ugandés, que aportó un apoyo regular al MPLS y al APLS durante la rebelión del sur, es un aliado fiel de Estados Unidos y que los servicios secretos y las agencias de seguridad israelíes están allí muy activos. Sabe que Chad, país considerado como el más corrupto de África por Transparency Internacional, se arrimó mucho a Estados Unidos desde que «Exxon» explota el petróleo chadiano. Egipto no le es hostil pero también se alinea con Estados Unidos. Sudán está prácticamente acorralado.
Entonces el gobierno va a negociar con los rebeldes de Darfur para llegar a un acuerdo de paz muy completo que concede numerosos derechos económicos y sociales a las regiones de Darfur. Este acuerdo de paz establecido en tres lenguas: árabe, francés e inglés, podría servir de modelo para la salida de crisis en numerosos países donde existen conflictos similares. Desgraciadamente uno de los grupos rebeldes, el MJE, apoyado por el régimen chadiano, se ha negado a firmarlo y la paz no volverá.
Original en francés:
http://www.oulala.net/Portail
* COMAGUER: Comité «Contre la guerre, comprendre et agir» (contra la guerra, conocer y actuar) creado en 2005 por un grupo de ciudadanos de Marsella, Francia, «para entender y actuar contra la guerra, todas las guerras, y en particular la actual que el equipo de Bush ha lanzado unilateralmente contra Iraq».
Caty R. y Ferran Muiños Ballester pertenecen a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Caty R. también es miembro de Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de resptar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.