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Sudán, como si la guerra la llevasen encima

Fuentes: Rebelión [Imagen: campo de refugiados de Zamzam]

Desde el comienzo de la guerra civil sudanesa, en abril de 2023, el mundo parece observarla como un fenómeno natural e incontenible, como un huracán, un terremoto o un sunami, por lo que lo único que queda, según el caso, es cerrar las ventanas y escapar lo más lejos posible.

Entretenido con la muerte de Alekséi Navalni y la guerra de Ucrania, el mundo asiste a dos genocidios en pleno proceso. El que se ejecuta tras la invasión terrorista del régimen sionista a Gaza y el que se vuelve a dar en Darfur en el marco de la guerra de Sudán, exactamente igual al del 2003-2005.

Así como a nadie le importa el destino de los dos millones de gazaties, mucho menos atraen los 46 millones de sudaneses que desde hace diez meses sufren las consecuencias de la lucha por el poder del general de las Fuerzas Armadas Sudaneses (FAS), Abdel Fattah al-Burhan, y el líder de la organización paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemetti.

Ya diez millones de sudaneses han huido hacia la nada dejándolo todo atrás, incluso familiares y amigos muertos, parte de los 40.000, 50.000 o los que sean que ya se han producido desde el inició de la guerra el 15 de abril del 2023. Desde entonces millones de desplazado buscan un refugio inexistente, peregrinando hacia campamentos colmados por caminos tan peligrosos como una trinchera. Miles de estos desplazados ya han sido ejecutados al ser sorprendidos en el camino.

Como si la guerra la llevasen encina, como a la piel o a la memoria, imposible de ocultar, imposible de olvidar; sabiendo que una ráfaga de ametralladora, una mina antipersonas o un preciso misil, los aplaste contra el piso en el momento que ya parece asignado.

Solo están seguros de no tener esa muerte los que han tenido la ventura de cruzar alguna de las fronteras hacia Chad, Sudán del Sur, Egipto, Etiopía y la República Centroafricana, donde ya han llegado cerca de dos millones de esos peregrinos, para alojarse en campamentos desbordados donde cualquier recurso es escaso y la muerte los puede estar esperando en un charco de agua infectada o un utensilio mal lavado. Y donde el dengue y la malaria están arrasando prácticamente cada campo de refugiados. A los padecimientos del hambre, la enfermedad y la muerte de sus hijos, las mujeres se han convertido en presas de los milicianos que rondan los campamentos, los que sistemáticamente, ya como una estrategia de guerra, violan, secuestran y cuando no las asesinan cuando a riesgo de todo esto se ven obligadas a salir a buscar leña para sus cocinas.

Mientras, en el país más de 25 millones de personas necesitan asistencia humanitaria, cinco millones ya se encuentran en estado de hambruna y siete millones de menores, de una población total de 23 millones, tienen avanzados signos de desnutrición.

La poca ayuda que existe la procuran los propios sudaneses tras haber construido redes de recolección de alimentos, dinero y medicamentos para quienes más los necesitasen.

Mientras tanto Naciones Unidas y otras instituciones multilaterales como la Unión Africana o la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (AIPaD) se han gastado todas las en excusas sin poder detener una sola bala y sorprendiéndose como la tía Maruja con la aparición de enterramientos masivos donde los ejércitos esconden sus masacres y la ONU su inoperancia.

Tanto las FAS como los paramilitares de las FAR se siguen acusando mutuamente de los crímenes que ambos comenten. Al tiempo que siguen faltando, una y otra vez, a los compromisos de permitir la asistencia humanitaria y trasgrediendo los reiterados alto el fuego en una guerra que sus contendientes parecen dispuestos a librar hasta el último combatiente. No se entiende por qué la comunidad internacional no interviene de manera contundente y sigue permitiendo que una corriente imparable de armamento fluya hacia los ejércitos en lucha, según se cree aportado principalmente por los Emiratos Árabes Unidos (EAU) hacia las Fuerzas de Apoyo Rápido y de parte del presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi a su viejo compañero de estudios el general, al-Burhan.

En las ciudades de Jartum y Omdurmán, apenas separadas por la confluencia del Nilo Blanco con el Azul y con un total de 11 millones de habitantes antes de la guerra, tras haber sufrido saqueos generalizados de los que ni siquiera se libraron los hospitales que en plenos bombardeos seguían abiertos y atendiendo, hasta ya no tener nada para tratar a enfermos y heridos. Sus calles, sus manzanas demolidas, hoy aparecen vacías, con barrios enteros destruidos por los bombardeos, donde se combatió en muchos casos casa por casa, donde los muertos quedan donde caían, lo que no solo hace más cruel el paisaje, sino que además los olores de la putrefacción impiden respirar.

Al norte de Omdurmán, en la zona militar de Karari, desde mediados de febrero, por primera vez desde que comenzó el conflicto las FAS junto a los cuerpos de ingenieros ubicados en el sur de la ciudad están golpeando fuertemente en sectores en poder de las RSF desde bien iniciada la guerra.

Después de haber tomado el intricado zoco de Omdurmán, el mercado más grande y antiguo del país, donde según cree el ejército la gran mayoría de los trabajadores e incluso los mendigos del mercado sirven de espías a las FAR, por lo que muchos han sido detenidos sin que se conozca su destino.

El reciente reposicionamiento de las fuerzas armadas sudanesas en Omdurmán solo es el preámbulo de más combates en el área, donde ya nada queda por destruir.

Ejecutando el genocidio

Más hacia el oeste, en la región de Darfur, los bombardeos a diferentes ciudades ya han causado entre 15.000 y 20.000 muertos, que sumados a las innumerables denuncias de ejecuciones sumarias por parte de las FAR contra la población negra local, que son diarias, el genocidio anunciado ya está en plena ejecución.

Por lo que ya ha huido hacia el Chad más de medio millón de personas, en su mayoría de la etnia masalit, agricultores negros, sabiendo que tal como sucedió durante genocidio de 2003-2005 las milicias de pastores árabes conocidas como Janjaweed (jinetes armados), embrión de las actuales Fuerzas de Apoyo Rápido -también entonces comandas, por el propio Hemetti- amenazan con disputar a su colega nazisionista Benjamín Netanyahu el título del Criminal del Año.

Otra vez el mismo genocidio, otra vez las mismas víctimas y los mismos verdugos, las FAR, que tanto antes como ahora buscan la limpieza étnica en Darfur con el único fin de convertir los campos de labranza en campos de pastoreo para sus rebaños, fundamentalmente de camellos.

Muchos de los desplazados, además de hacia Chad, se han dirigido hacia Sudán del Sur, donde se ha registrado la entrada de otro medio millón de sudaneses y a donde arriban en estos momentos unos 1.500 al día a los dos campos gestionados por Naciones Unidas en la ciudad sursudanesa de Renk. Ambos campamentos ya absolutamente desbordados frente a una marea que no se va a detener, por lo menos en los próximos meses.

En el campo de refugiado darfurí de Zamzam, cerca ciudad de El Fasher, otros dos millones esperan la asistencia. Zamzam, creado en 2005 cuando el anterior genocidio estaba en pleno desarrollo desde hacía semanas. Se sabe que muere un niño cada dos horas. Allí se encuentran operando, con lo poco que tienen, Médicos sin Fronteras (MSF) y Relief International. El drama de Zamzam es exactamente igual en todos los campamentos diseminados por todo el país.

La falta de asistencia a los desplazados se vio sumamente agravada a partir de diciembre, cuando la guerra llegó al estado de Gazira, en el centro del país al sur de Jartum, ya que allí funcionaba el centro logístico de distribución de las agencias de ayuda. Sus tierras, históricamente, fueron las grandes productoras de alimento, por lo que los combates han profundizado la crisis alimentaria del país.

La distribución de alimentos y medicinas también se vio agravada por la caída del sistema de comunicaciones que dejó a los grupos de asistencia sin posibilidades de organizar su distribución y unos 100 camiones cargados con asistencia para alimentar a medio millón de personas fueron detenidos y saqueados.

Por ejemplo, el lunes 19 de febrero un grupo de voluntarios que manejaba una red de cerca de 40 comedores populares en Bahri, un suburbio al norte de Jartum, comunicó que por la falta de posibilidades de conseguir alimentos dejaba de asistir las 200.000 personas que cada día acudía a sus comedores, como si la guerra la llevaran encima.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.