Treinta años de guerra fue el precio que Sudán del Sur debió pagar por su independencia, hoy en los medios la presentan como «la nación más joven del mundo» su independencia declarada finalmente el nueve de julio de 2011, no ha dejado justamente a un bebe rozagante, sino a un pueblo destruido. Para constituirse como […]
Treinta años de guerra fue el precio que Sudán del Sur debió pagar por su independencia, hoy en los medios la presentan como «la nación más joven del mundo» su independencia declarada finalmente el nueve de julio de 2011, no ha dejado justamente a un bebe rozagante, sino a un pueblo destruido. Para constituirse como estado independiente la «joven» republica debió invertir, según la fuente, entre un millón ochocientos mil y dos millones trecientos mil muertos, la imprecisión «insignifícate» en los números no importa, total todos los muertos son negros y pobres. A esta hecatombe hay que sumarles cuatro millones y medio de desplazados, con el obvio desastre humanitario.
En la cuenta no sumaremos la tragedia de Darfur, 2003 donde las milicias árabes conocidas como janjawid (jinetes armados) produjeron entre cuatrocientas mil o cuatrocientas cincuenta mil almas más o menos, ¿que importa?
Tras su independencia Sudán del Sur no tardó en producir su primera guerra civil. Esta estall ó hace apenas un año, el 15 de diciembre de dos mil trece, montada en las rivalidades de dos etnias, con un trasfondo netamente político donde se inscribe, las riquezas petroleras del país y la lucha de intereses empresariales.
Las dos etnias predominantes en Sudán del Sur son los Dinka a la que pertenece el presidente Salva Kiir Mayardit y la Nuer, a la que pertenece el ex vicepresidente Riek Machar Teny.
Manchar protagonizó un intento de golpe de estado que pareció triunfar en las primeras horas del catorce de diciembre, pero el presidente se restableció del golpe y se hizo del poder otra vez y desde entonces allí siguen.
Tras diferentes escaramuzas en las cercanías de la casa de gobierno y otros barrios de la capital Yuba, los choques se fueron extendiendo al resto del país siempre protagonizados por los dos bandos en que quedó dividido el ejército.
La situación ha dejado a lo largo del año otros cincuenta mil muertos según la organización el «Instituido Internacional Crisis Grup» y según algunos diplomáticos, todavía en el lugar, hablan de casi cien mil, la cifra de desplazados sobrepasaría los dos millones. La mitad de sus doce millones de habitantes van a necesitar asistencia internacional. A los muertos hay que sumarle trece trabajadores asesinados de la Misión de las Naciones Unidas para el Sur de Sudán (UNMISS) en julio.
Si bien en estos últimos meses la cantidad de muertos ha tendido a decrecer se espera que con el inició de la estación seca, las grandes operaciones se reinicien con la subsiguientes matanzas. Según UNICEF los grupos contendientes ya han reclutado a lo largo del año unos doce mil niños como soldados.
Otra vez petróleo.
No es para asombrase la violencia y los espirales de muertos que esta genera en un país tan pequeño y tan «joven» si sumamos el hecho de que sus suelo es rico en yacimientos petroleros y otros minerales.
Los ingresos por las explotaciones petroleras representan el 98 % del presupuesto de Sudán del Sur. El núcleo petrolero se encuentra en la región de Bentiu (provincia de la Unidad), además los estados de Jongeli, Warap y los cuentan con reservas todavía no calculadas, pero se sospecha, serían las suficientes como para que las grandes empresas internacionales se interesen por Sudán del Sur.
En la «joven» republica ya operan la compañía nacional china CNPC, quién ha construido un oleoducto que llega hasta el Mar Rojo y una gran refinería cerca de Jartum, capital de Sudán del Norte. La CNPC se asoció con la compañía canadiense Talisman, y luego se sumó la compañía nacional india ONGC Videsh.
La CNPC ya cuenta en Sudán del Sur con cerca de 25000 operarios chinos. Finalmente la compañía sueca, Ludin, participó también en la explotación de nuevas reservas descubiertas en el muy famoso y rico Block 5A.
La producción total se eleva así a 250000 barriles al año, cota que se mantendrá hasta el año 2020, de no mediar combates en las regiones productoras lo que hasta ahora no ha sucedido. Otras grandes compañías internacionales como el grupo francés Total-Elf-Fina, ya se adjudicó una concesión en el extremo sur del país, sin que todavía haya iniciado la explotación.
Por otra parte la presencia de la CIA y el Mossad en el «joven» país africano no es solo para controlar las andadas de los chinos, que se han vuelto una pesadilla para los potencias occidentales en África, tanto estadounidenses como israelíes quieren terminar con el contrabando de armas que tras atravesar Sudán, llegan a manos de los milicianos de Hamas, que desde Palestina resisten a la implantación del estado sionista. Washington y Tel-aviv han establecido una base conjunta en las islas de Dahlak, Eritrea, sobre el Mar Rojo, desde en más de una oportunidad han salido fuerzas israelíes para bombardear a presuntos traficantes o extremistas y de donde también monitorean las actividades de Irán.
Mientras tanto en Addis Abeba, Etiopia, el grupo IGAD conformado Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán, Uganda, Yibuti, Eritrea y Sudán del Sur, tratan de llegar a un acuerdo de una paz que parece imposible.
La guerra en África, una nueva guerra en África no significa nada, para nadie. Allí sigue condenada al olvido y a una eternidad de soledad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.