Traducido por Rocío Anguiano
La zona del Sahel situada al sudeste del Sahara vive desde hace un cuarto de siglo convulsiones dramáticas en un escenario de desertificación, rivalidades petroleras y compromisos neocoloniales de Francia, Reino Unido y Estados Unidos. El epicentro de la crisis, que se extiende progresivamente a los países vecinos, es el Sudán de habla inglesa.
Sudán es uno de los países más grandes de África pero también uno de los más frágiles, donde coexisten poblaciones muy variadas (en él se hablan 572 lenguas), con una separación importante entre la población musulmana de lengua árabe del norte y la población cristiana o animista negra del sur. Devastado desde 1983 por la guerra civil que enfrentaba a los rebeldes del sur, el Ejército de Liberación del Pueblo Sudanés, con las fuerzas regulares (un conflicto apenas apaciguado por un precario acuerdo de paz firmado oficialmente el 9 de enero de 2005, cuando ya habían perdido la vida un millón y medio de personas), desde febrero de 2003 debe hacer frente a la aparición de una nueva guerrilla en su parte occidental, Darfur.
En la guerra del sur la baza de la distribución del petróleo desempeñó un papel nada desdeñable. El control del oro negro, descubierto en las provincias meridionales en 1980, estaba en el trasfondo de la reivindicación autonomista. Ahora también lo está en Darfur, donde parte de la explotación corre a cargo de una concesión petrolera china. El agua es también un elemento clave en el conflicto: los criadores árabes de camellos, que encuentran cada vez menos pastos, se desplazan progresivamente hacia el sur, donde compiten por las tierras con los granjeros y ganaderos sedentarios locales, en una provincia cuya población se ha duplicado en veinte años.
Desde 1989, el Estado Federal sudanés, empobrecido por la guerra y los regimenes draconianos impuestos por el FMI (con una deuda de 29 mil millones de dólares, Sudán está endeudado doce veces más en proporción a su PIB que Nigeria y cuatro veces más que Chad y Etiopia) intenta trabajosamente mantener una política de soberanía y de no alineación bajo el impulso de un gobierno con predominio islamista. Hoy es una presa fácil para políticas imperiales «sin complejos».
Estados Unidos, que en 1993 incluyó a Jartum en la lista de Estados delincuentes (rogue states), no ha tenido reparos en armar a la guerrilla del sur, inflingir al gobierno federal sanciones económicas desde 1997 e incluso bombardear en 1998 la única empresa farmacéutica del país, privando de medicamentos a una buena parte de la población ya de por sí sometida al embargo. El oleoducto construido en 1999 por malayos, canadienses y chinos (que importan el 60 % del petróleo sudanés cada año) y los royalties que genera han supuesto una bocanada de oxígeno para el país. Pero Washington, que se vio obligado a apoyar el proceso de paz en el sur para impedir que TotalFinaElf fuera el único competidor de los chinos para conseguir nuevos contratos petroleros en la zona, encontró la manera de influir de nuevo en el futuro de Sudán inmiscuyéndose de lleno en el conflicto de Darfur. Los grupos de presión evangelistas y sionistas, que estaban activos en el frente del sur, no han dejado desde hace unos años de acusar a Jartum de organizar un genocidio en Darfur, una postura a la que se sumó de forma casi unánime el Congreso de Estados Unidos en julio de 2004, pero que el resto del mundo no comparte.
La administración Bush, en alianza con los británicos, ha presionado insistentemente en el seno de instancias internacionales para conseguir la intervención militar en Darfur. El 3 de febrero de 2005, el Secretario General de la OTAN declaró que su organización estaba dispuesta a intervenir en esa provincia. El 1 de septiembre de 2006, los angloestadounidenses obtuvieron del Consejo de Seguridad el envío de 20 000 cascos azules de la ONU para sustituir a los 7 000 soldados de la fuerza de interposición de la Unión Africana en Darfur.
Desde entonces las presiones sobre el gobierno de Jartum no han cesado, ingerencias favorecidas por el nombramiento dentro de la administración de la ONU de amigos de George W. Bush como Francis Deng, un sudanés del sur, director de Sudan Peace Support Project en el Instituto Americano por la Paz, que ocupa el cargo de Consejero Especial para la Prevención de Genocidios adjunto al Secretario General de la ONU. Pero todavía no han ganado la partida frente a los países del Tercer Mundo (especialmente africanos), Rusia, y China cada vez más decididos a oponerse, en cualquier parte, a la hegemonía occidental.
El conflicto de Darfur es muy difícil de controlar ya que enfrenta a grupos rivales divididos a su vez en facciones: el Movimiento de Liberación de Sudán (MLS) presidido por el abogado residente en Francia Abdel Wahid Mohamed el Nur, defensor de las tribus Fur, un duro que defiende la creación de un programa «petróleo por alimentos» y la prohibición de sobrevolar Darfur según el modelo iraquí con el fin de derrocar al gobierno sudanés; el Movimiento Justicia e Igualdad (MJI) presidido por el doctor Khalil Ibrahim, un islamista disidente que aboga por los intereses del Sudán central; el Frente Unido por la Liberación y el Desarrollo (UFLD) así como jefes militares no afiliados a ningún movimiento como Djar el Neby y Suleimán Maradjane. Todo esto complica las negociaciones mantenidas a escala regional (la última, que tuvo lugar en octubre bajo el patrocinio del coronel Gadafi en Trípoli, fue boicoteada por el MLS y por siete facciones del MJI).
Los daños «colaterales» sobre los países vecinos de Sudán -Chad y la República Centroafricana- son apreciables: de los 2 millones de desplazados que desde 2003 huyen de las matanzas, 200 000 se han refugiado en Chad y las fronteras porosas permiten incursiones armadas de un lado a otro. El gobierno de Chad del presidente Idriss Débry (perteneciente a su vez a la etnia zaghawa, también presente en Darfur) que se alió con los rebeldes de Darfur tras haber apoyado al gobierno sudanés, debe ahora enfrentarse a una Unión de Fuerzas por la Democracia y el Desarrollo (UFDD), grupo armado del general Mahamat Nur apoyado directamente por Jartum. En la República Centroafricana en donde se han refugiado 36 000 civiles de Darfur, el régimen de François Bozizé debe enfrentarse a una Unión de Fuerzas Democráticas por la Unión cuyos lazos con la crisis de Darfur son, sin embargo, difíciles de establecer.
Hasta hace muy poco, la Francia de Jacques Chirac defendió dos líneas de actuación en esa parte del mundo. En Darfur intentó contribuir a la pacificación planteando algunos matices frente a sus aliados angloestadounidenses, como negarse a hablar de genocidio y oponerse a un tribunal ad-hoc (según el modelo ruandés y yugoslavo) para juzgar los crímenes de guerra. En los países vecinos siguió con su política tradicional de apoyo a los gobiernos vasallos de Chad y República Centroafricana (con los que le unen acuerdos de defensa) llegando incluso a implicarse de lleno en luchas del siglo pasado (sin proyectores mediáticos y fuera de cualquier debate público). Así en abril de 2006 proporcionaba apoyo logístico al ejército de Chad en las puertas de N’Djamena. En noviembre de 2006, y más tarde en marzo de 2007, el ejército participaba directamente en la batalla de Birao contra la Unión de las Fuerzas Democráticas por la Unión en la República Centroafricana.
El tándem Sarkozy-Kouchner ha modificado sensiblemente las líneas de Chirac. En el dossier de Darfur, París se ha alineado con el eje angloestadounidense. Es cierto que el doctor Kouchner no ha conseguido todavía que triunfe su proyecto de «pasillo humanitario» para llevar la ayuda a los civiles, excusa quimérica para una verdadera invasión militar (ya que haría falta una numerosa infantería para protegerles), pero Francia hizo que se votara el 31 de julio pasado en el Consejo de Seguridad de la ONU , junto con Australia, una resolución que autorizaba el despliegue de 26 000 soldados y policías en Darfur en el marco de la Misión de Naciones Unidas y de la Unión Africana en Darfur (Unamid) y el uso de la fuerza para proteger a los civiles . A cambio, Francia esperaba obtener una implicación de sus socios europeos en el conjunto de la zona, lo que ya casi ha logrado dado que París, en el curso de la sesión especial del Consejo de Seguridad de la ONU el 25 de septiembre pasado, consiguió que el Consejo aprobara por unanimidad el envío a Chad y República Centroafricana de una fuerza de hasta 4 000 soldados. La operación conlleva dos fases: una policial, que atañe a la ONU (300 policías de la ONU apoyaran a unos 850 policías de Chad que se desplegaran en los campos de refugiados procedentes del vecino Darfur); el otro militar, bajo la égida de la Unión Europea (UE), con un contingente cuya misión será proporcionar seguridad a las zonas recorridas por las milicias armadas en el este de Chad y el noreste de la República Centroafricana. Un general irlandés asumirá pronto el mando.
La idea está inspirada en el precedente del Congo (BRN de 23 de mayo de 2006) pero también, en cierto sentido, en Macedonia y Afganistán, donde el contribuyente europeo fue insistentemente llamado a apagar las brasas de los conflictos suscitados por Washington y reemplazar al ejército estadounidense con el fin de defender los intereses económicos occidentales en estas regiones. Puede ser que esto cree escuela en otras zonas de África. Así el mismo día de la votación sobre el envío de una fuerza europea a Chad, el Ministro de Asuntos Exteriores británico, Kim Howells, llamó la atención de Naciones Unidas sobre el problema de los refugiados en Zimbabwe -un país en el punto de mira de Londres por su política de redistribución de tierras. La experiencia, sin embargo, sigue siendo por el momento de un alcance limitado, debido a las reticencias planteadas por Chad (que desconfía cada vez más de Francia, no solo a causa del asunto del Arca de Zoé), por ciertas ONG y también por los socios europeos de Francia poco inclinados a comprometer a sus ejércitos en la protección de regimenes salidos del dispositivo de la Francáfrica.
Fuente: http://atlasalternatif.over
Reproducido también en: http://www.michelcollon.info
*Rocío Anguiano es miembro de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar al autor, a la traductora y la fuente.