Los indignados también tienen ciudadanía estadounidense. Acampan cerca de Wall Street y son reprimidos por la policía neoyorquina.
El 15 de septiembre se cumplieron tres años de la caída del Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión del mundo capitalista. Sus escombros fueron a ese sistema mundial y Wall Street lo que la demolición del Muro de Berlín al socialismo, en 1989.
Aún la economía norteamericana no ha podido recuperarse de ese desplome, aunque el panorama más inmediatamente catastrófico pueda vivirse en la lejana Grecia.
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, viene encareciendo a las autoridades estadounidenses y europeas la adopción de medidas urgentes en lo económico, antes que sea tarde. Pero el mensaje de la economista es contradictorio, porque plantea que los Estados deben buscar la «sostenibilidad fiscal» (léase ajustes) pero al mismo tiempo recomienda «no ir demasiado de prisa» porque puede «dañar las perspectivas laborales». Y bien se sabe que los ajustes en Grecia, Italia, Reino Unido, España y Portugal, tienen irremediables efectos negativos en cuanto al empleo y el nivel de vida de sus poblaciones.
Esto mismo se aprecia en Estados Unidos. La última medición oficial de la pobreza estableció para el año 2010 una tasa del 15,1 por ciento, que en números absolutos significa 46,2 millones de pobres. En un solo año habían caído debajo esa línea 2,6 millones de personas y se espera que en 2011 esa tasa trepe hasta el 16 por ciento. Más norteamericanos habrán descendido a los infiernos, donde ya habitan determinadas franjas de la sociedad, como los afroamericanos, con una pobreza superior al 24 por ciento.
Esa proyección negativa se reafirma por la falta de creación de empleos. En agosto de este año se batió un récord: ni un solo empleo nuevo. Algo que no se había visto, como para corroborar que la crisis detonada por el Lehman Brothers significó el inicio de la más grave desde los años ’30.
Cuando Barack Obama llegó a la Casa Blanca en enero de 2009, la tasa de desempleo estaba en el 7,8 por ciento y ahora sigue bien arriba, clavado en el 9,1 por ciento. Como durante décadas ese índice estuvo alrededor del 5 por ciento, quiere decir que en estos años se ha duplicado.
Formalmente ese 9,1 por ciento implica unos 14 millones de desempleados, pero otras estadísticas, más realistas, que cuentan a los desalentados que ya no buscan trabajo, la elevan a 34 millones. Entidades europeas creen que este es el número correcto que ocultan o minimizan las estadísticas de EE.UU.
Y las malas nuevas siguen golpeando al imperio. Por ejemplo, el Bank of America, el mayor de todos, anunció un achique de personal que dejará a 30.000 empleados afuera y ajustará gastos por 5.000 millones de dólares en dos años. Los rumores de cierre acechan a Eastman Kodak, que desmintió su bancarrota pero no fue muy convincente, al cabo de cuatro años sin ganancias. La firma de material fotográfico pidió un préstamo millonario y muchos intuyeron que sería para pagar deudas e indemnizar a su plantilla. Así de sensibilizados están los medios de Nueva York…
Obama no da pie con bola.
El presidente norteamericano viene perdiendo la pulseada con la crisis. Los hogares afectados por la pobreza y el desempleo, por los ajustes en salud y educación, por las ejecuciones hipotecarias de viviendas, por la falta de perspectivas laborales luego de graduarse, etc, lo ven como el directamente responsable.
No es el único y quizás ni siquiera el principal, porque esta debacle debe rastrearse en la conducta voraz de los banqueros y monopolios privados, a la par de la responsabilidad compartida por los secretarios del Tesoro y de la Reserva Federal (Timothy Geithner y Ben Bernanke, respectivamente).
Aquellos desequilibrios fiscales también se originaron en el ingente gasto bélico de George Bush en Irak y Afganistán. Pero Obama lleva 2 años y nueve meses en el poder, no puso en caja a Wall Street y concedió nuevos paquetes de «estímulo» a las corporaciones empresarias. Y, de yapa, continuó con las guerras mencionadas a las que agregó la participación en la agresión de la OTAN contra Libia.
Por eso tiene lógica que buena parte de la población norteamericana mire con poca simpatía al actual mandatario. Según las encuestas, la imagen positiva de aquél trepa hasta el 60 por ciento, pero sólo en materia de lucha contra el «terrorismo internacional». Los asesinatos de Bin Laden en Paquistán y de Anwar al-Awlaki, clérigo de origen norteamericano, este último con misiles de un avión no tripulado, le reportan simpatía en el electorado. En cambio sus decisiones o falta de éstas en la economía doméstica, le tiran abajo aquella buena imagen, pues sólo el 36 por ciento de los encuestados dice compartirlas. El último sondeo afirma que en total, el presidente tiene una popularidad del 46 por ciento, la marca más baja de toda su gestión.
Ese descenso lo complica de cara a las presidenciales de noviembre de 2012, cuando varios candidatos republicanos (Rick Perry, gobernador de Texas, y Mitt Rommey, ex gobernador de Massachusetts) sueñan con desbancarlo. Con ese temor a la vista, Obama elevó al Congreso un nuevo «paquete» por 447.000 millones de dólares, que combina baja de impuestos a los empresarios que contraten mano de obra, obras de infraestructura y mantenimiento de subsidios a los desocupados. Para los críticos será sólo una aspirina más.
Pequeño salto de calidad.
El 17 de septiembre pasado, dos días después de cumplirse el tercer aniversario de la caída del Lehman, algunas centenas de indignados se organizaron en el movimiento «Ocupa Wall Street» y llamaron a marchar hacia la bolsa de valores en Nueva York. Su lema era criticar la «codicia y la corrupción» de los banqueros y protestar contra la Reserva Federal que tanto auxilio les dieron en estos tres años (y aún antes porque Geithner, Bernanke, Lawrence Summers y otros asesores del presidente provienen de Goldman Sachs y otras entidades financieras). Como la policía no dejó llegar a los manifestantes hasta el antro del capital especulativo, éstos terminaron acampando en el parque Zuccotti, rebautizado Plaza Libertad.
El incipiente movimiento social, que reconoce reminiscencias de los indignados españoles de la Puerta del Sol -que a su vez dicen haber sido influenciados por la primavera árabe, especialmente la egipcia-, fue muy maltratado por la policía. El viernes 30/9 hubo decenas de detenidos y varios golpeados por los uniformados, por lo que una marcha de 2.000 personas llegó a reclamar hasta el edificio de la policía neoyorquina. Al día siguiente ese mal trato fue peor, porque los efectivos arrestaron a 700 manifestantes acusados de interrumpir el tránsito automotor arriba del puente de Brooklyn. Si bien estuvieron detenidos cinco horas, por el número de apresados, cierto nivel de violencia, el empleo de gas pimienta, etc, generó un hecho político de impacto nacional y para el comentario internacional.
Como era previsible, lo mejor de la intelectualidad y artistas norteamericanos llegaron al lugar personalmente, como Michael Moore, o enviaron su mensaje solidario, como Noam Chomsky. El documentalista les dijo a los de «Ocupa Wall Street» que hace unos años él mismo había ido a la Bolsa para arremeter contra su puerta.
Al compás de lo sucedido cerca de Wall Street, hubo protestas en Boston (frente al Bank of America), donde también se produjo una treintena de detenidos, San Francisco y Washington.
Estos hechos suponen un pequeño salto cualitativo de la crisis económica, porque muchos analistas dudaban de que ésta fuera a producir protestas en el centro del imperio. Y comienza a haberlas, con un difuso pero indudable contenido político anticapitalista.
Y lo que es más importante: a los indignados originales, jóvenes y no tan jóvenes desocupados, empiezan a sumarse sindicatos como los de docentes y el transporte, que votaron adherir a ese movimiento. Las autoridades norteamericanas les han prohibido el uso del megáfono en sus reuniones, mostrando la hilacha poco democrática. Pero los asambleístas se hacen oír con el sistema de la ola: cada línea de gente grita lo que le llega de la fila anterior, para que la siguiente pueda escuchar.
El miércoles 5 está previsto una movilización especial de «Ocupa Wall Street» en Nueva York y otras ciudades. ¿Qué será de la vida de Francis Fukuyama? El neoliberal que pronosticó «el fin de la historia» con la victoria definitiva del capitalismo tendría que darse una vuelta por Wall Street. Vería que sus muertos gozan de una desbordante salud y que el templo bursátil está en ruinas, casi en bancarrota política.