Resulta difícil explicar como un pueblo tan empobrecido y una tierra tan dura como es el Sáhara Occidental, pueden tener tantos y tan poderosos enemigos. Es triste comprobar también que, entre esos poderes que los enfrentan, se escoden falsos amigos que han abandonado a su suerte al pueblo Saharaui. Las cuestiones que se plantean, cuando […]
Resulta difícil explicar como un pueblo tan empobrecido y una tierra tan dura como es el Sáhara Occidental, pueden tener tantos y tan poderosos enemigos. Es triste comprobar también que, entre esos poderes que los enfrentan, se escoden falsos amigos que han abandonado a su suerte al pueblo Saharaui. Las cuestiones que se plantean, cuando se intenta mejorar la situación del Sáhara Occidental, son tanto económicas, como políticas y militares.
Como posible principal problema al que se enfrentan los saharauis, tenemos la dejación de funciones del antiguo (aunque no tan «antiguo», si nos atenemos a la versión de la ONU) administrador colonial, el Estado Español, que traicionó al pueblo saharaui, como queda demostrado por los testimonios, tanto de los saharauis como de los españoles residentes en la provincia en el momento de la huida de las tropas y de la administración españolas, en los que se refleja, por encima de todo lo demás, el dolor por sentirse traicionado y abandonado por un Estado en el que habían depositado sus esperanzas y su confianza.
Si el Estado Español puede ser considerado el principal culpable de la situación actual, no puede olvidarse el hecho de que cuenta con poderosos aliados en contra de los intereses del pueblo saharaui.
El apoyo político, principalmente de Francia y EEUU, al régimen marroquí se ve acompañado de una cooperación y apoyo económicos por parte de la Unión Europea que, a cambio de sustanciosos contratos de explotación de las riquezas del país vecino (en cuyo territorio incluyen al Sáhara Occidental), mantienen la consideración de Marruecos como socio preferencial de la Unión Europea, dando, de esta manera, un indispensable apoyo económico a una dictadura tan brutal como la del rey Mohamed. Este apoyo resulta crucial para mantener la política represiva del régimen, evitando el descontento en la población que causaría una situación económica más desfavorable, no parece enfrentarse Marruecos a la amenaza de un embargo económico, como se ha apresurado a llevar a cabo la «comunidad internacional», guiada por EEUU, en otros casos bien conocidos (y lamentados).
Es precisamente esta comunidad internacional la que se ve retratada en la debilidad de su presunto máximo exponente, las Naciones Unidas, organismo incapaz de hacer que se cumplan sus propias resoluciones en lo que al Sáhara Occidental se refiere. De nuevo parece ser que dicho órgano mantiene un doble rasero en cuanto a la premura y la dureza con las que toma sus decisiones, como no hace demasiado tiempo resolvió, apoyando las invasiones de Irak (en la guerra de Kuwait) o de Afganistán, dentro de la lucha contra el terror de la administración Bush.
No se puede olvidar, enlazando con la política (militar) exterior estadounidense, que la instauración de una base permanente del AFRICOM, el mando único de las tropas de EEUU en el continente africano, se puede considerar el aval definitivo para que el régimen marroquí pueda actuar como mejor la parezca, tanto dentro de su propio país, como en una nación invadida como son, en realidad, los territorios del Sáhara Occidental.
Si los anteriormente citados parecen ser los más graves enemigos a los que se enfrenta el pueblo Saharaui, no es menos cierto que existe uno al menos igual de peligroso y mucho más difícil de combatir: el bloqueo informativo que se imponen a si mismos los medios de comunicación en las noticias referentes al Sáhara Occidental, en países que, como es el caso de España, nunca podrá haber una presión fuerte y generalizada de la opinión pública, si ésta se ve engañada y a la que se le roba la realidad del pueblo saharaui.
No queremos, con esto, quitar la parte de culpa que nosotros, como sociedad civil, tenemos, ya que parte de la tranquilidad y la tibieza con las que los sucesivos gobiernos españoles han tratado el tema del Sáhara Occidental, se basa en la escasa presión que hacemos para que el Estado Español cumpla, simplemente, las promesas hechas al pueblo saharaui en estos más de treinta años que llevan de lucha; con pocas esperanzas de una solución beneficiosa para sus intereses, pero sin perder la ilusión de que el Gobierno Español, como responsable político y moral de la zona, tome la causa saharaui como un grave problema al que debe de tratar de encontrar una solución justa y pronta; porque la situación se hace más sangrante cuanto más tiempo pasa sin que se vislumbre un horizonte esperanzador para el pueblo Saharaui.