Fotos de Ainara Makalilo
Si todo hubiese obedecido a un plan, si se hubiese matado a 120 personas para remozar el viejo país e inscribirlo mejor en un mundo árabe sometido a los designios de Washington, si se tratase de asegurar mejor la continuidad introduciendo algunos cambios cosméticos, ahora habría que barrer las ascuas que el viento -siempre imprevisible- ha reunido en la Qasba. El pasado vuelve con inquietante rapidez. En su primera página La Presse publica la foto de la minúscula manifestación progubernamental realizada el día anterior en la avenida Bourguiba. La misma foto la publican también As-sabah y el Quotidian, aludiendo al deseo general de normalidad entre la población. La televisión, donde todavía no han salido las figuras más señeras de la oposición (Ben Brik, Marzouki, Hama Hamami), ofrece imágenes en directo («Túnez a las diez de la mañana») de calles atrafagadas y tranquilas, de honrados ciudadanos entregados a sus tareas cotidianas. Como en el Anciene Régime, «kulu shai behi», todo va bien. Tal y como se temía el joven parado Haydar Allagui, se ignora, se desprecia, se silencia la Qasba, que hierve hoy -fruto de este aislamiento- con una particular tensión. El cansancio hace mella y afila los nervios. El aire festivo y peleón de estos días deja lugar a una atmósfera de amenaza que se prolongará todo el día. Se juega con los manifestantes. Se trata obviamente de hacerles dudar del éxito de su empresa y de interrumpir el contacto con el resto de la ciudad. También de separarlos del resto de Túnez, desde donde inútilmente tratan de llegar nuevos elementos retenidos en las carreteras.
Hacia las 9.30 de la mañana, en efecto, un grupo de provocadores que sube por la calle Bab Bnat es respondido por una breve lluvia de piedras. La policía interviene disparando a ras de tierra bombas lacrimógenas que provocan cuatro heridos. Como denuncia horas después en un comunicado la asociación de abogados, las nubes de gas violan el recinto del propio palacio de Justicia y buscan provocar miedo y violencia. Durante una hora reina el caos ante la pasividad del ejército y cuando se retiran los vapores de la carga policial los concentrados vibran en un estado de vigilante tensión. Decenas de rumores crecen en follaje por toda la plaza. Se dice que se ha bloqueado la entrada de alimentos, que agentes recedistas ofrecen a los jóvenes 600 dinares por volver a casa, que se les quiere comprar con un poco de cerveza. Un esbozo de reyerta en el arranque de Bab Bnat es sofocado por la intervención de algunos compañeros que llaman a la unidad.
– Hay una conspiración para dividirnos -dice un hombre de Tataouine con firme energía. – Quieren que nos peleemos entre nosotros y generar desconfianza entre el ejército y el pueblo.
Esta idea de la conspiración se repite en todos los grupos. Aisa, administrativo del hospital, nos confirma el número de heridos y proclama su apoyo a las protestas. Es comunista; de pequeño su padre les contaba una y otra vez la vida del Che y su hermano menor se llama, en efecto, Che Guevara. Gana 400 dinares al mes (200 euros) mientras que los médicos pasan consulta privada en las instituciones públicas a razón de 60 dinares por paciente.
A la puerta del hospital se han reunido en un voluminoso hacinamiento, bien ordenadas, las bolsas de basura. Zied Mufada, técnico en reparación de frigoríficos procedente de Mahdia, barre y barre arena y colillas del suelo: «limpieza y libertad», dice con seria ingenuidad. Me señala las bolsas de desperdicios y me cuenta que varias veces ha pedido inútilmente un camión para que se las lleven. Está convencido de que el forcejeo será largo.
– No podemos perder. Si perdemos, lo perdemos todo. Ahora ya saben quiénes somos y si volvemos a casa luego irán a buscarnos uno por uno. ¿Por qué no ceden? Dimitid. ¿Queréis dinero? Llevároslo todo, no lo necesitamos. Llevaos el dinero y dejadnos solos. Llevaos todo el dinero y dejad que nos gobernemos a nosotros mismos.
A continuación hace un llamamiento a los pueblos del mundo: «Venid, por favor, a ayudarnos. Sólo queremos la libertad. Sólo».
A las fotos de los mártires y las consignas redactadas en la «coordinadora de propaganda popular» y pegadas en las paredes se añaden hoy algunos carteles que denuncian la hipocresía de los medios de comunicación.
A las 15 h. descendemos a la Medina para comer algo. Buscamos un pequeño restaurante popular que me gusta mucho y el dueño nos recibe con alborozo. Hace años que lo conozco superficialmente; es un cuarentón ancho y un poco panzudo, simpático y enérgico, siempre generoso. Pero hoy se redefine bruscamente a mis ojos. Hace falta a veces que llegue la política para aclarar las cosas y oscurecer las miradas. Ya no es un cuarentón ancho y panzudo, simpático y enérgico, siempre generoso. Es un representante de su clase y sus gestos -su aplomo, la prominencia de su labio inferior, su forma de balancearse al ritmo de su discurso- expresan intereses generales muy bajos y muy concretos.
– Los egipcios nos están haciendo un gran favor. Ahora dejarán de prestarnos atención y podremos recobrar la calma.
Le preguntamos qué piensa de la gente del sur que ha ocupado la Qasba y que protesta ante los ministerios.
– Hay que quemarlos a todos -dice.
La respuesta no le parece brusca, y si insiste no es para justificarse sino para disfrutar de su sutileza política:
– Han matado la Medina; han acabado con el comercio. No se puede tolerar. Los Ben Alí y los Trabelsi eran unos ladrones, es verdad, y bien está que se hayan ido. Pero si prefiero una dictadura a un montón de ladrones, prefiero un montón de ladrones al caos.
Desgraciadamente hay mucha gente que piensa como él, incluidos algunos que se alegraron de la caída del dictador y que se dejaron contagiar por el entusiasmo revolucionario inicial.
Mientras comíamos la excitación no ha dejado de aumentar en la Qasba. Han ido llegando nuevos grupos y los soldados que protegen la puerta del ministerio, aplastados contra la pared, han tenido que disparar al aire. Los cánticos y consignas, que aún estallan aislados de vez en cuando, han dejado su lugar a arengas de unidad y pequeñas asambleas un poco vociferantes. Se discute sobre laicismo y religión; se denuncia la intervención en la sombra de EEUU e Israel; se desprecia a Francia; se arremete contra Ahmed Friaa, ministro del Interior nombrado en los últimos días por Ben Alí y al que se atribuyen 51 muertos. Pero no se está tranquilo. Por primera vez en estos días de revolución en la Qasba uno de los improvisados oradores se niega a ser fotografiado.
Una mujer pasa llevando del brazo a otra que llora desconsolada.
– ¿Por qué llora? -le preguntamos.
– Llora por Túnez -nos responde su amiga.
Y llora y llora sin atender a las palabras de ánimo de los que la rodean:
– ¿No va a servir para nada nuestro sacrificio? -dice entre sollozos.
De vuelta a casa, a las 9.15 de la noche, 45 minutos antes del toque de queda, retrasado hoy en dos horas, nos llegan noticias de enfrentamientos en la Qasba. Alarmados, llamamos a algunos de los teléfonos que hemos ido recogiendo estos días entre los resistentes. Después de muchas tentativas fallidas logramos hablar con uno de ellos. Elementos armados han entrado en la plaza, en efecto, provocando el pánico, pero el ejército ha logrado controlar la situación. Se ha restablecido la calma.
Una vez más, como en los primeros días, se trata de resuturar la continuidad entre la capital y las regiones, donde las huelgas y manifestaciones continúan y los consejos de defensa de la revolución reclaman un reconocimiento oficial. Entre tanto, se aplaza un día más la formación del nuevo gobierno. Sin duda hay presiones de EEUU para imponer una solución de compromiso y las negociaciones son intensas. La duda es si los luminosos paletos de la Qasba, los bárbaros demócratas del ministerio del Pueblo se conformarán con unos cuantos subsidios de paro, un poco de financiación al desarrollo y una orden de búsqueda y captura emitida contra el dictador. No es que quieran más; es que quieren otra cosa y otra cosa es justamente lo que los gestores del nuevo antiguo régimen no pueden darles.
Cualquiera pequeña provocación puede en estos momentos desencadenar una tragedia.
Una chica victoriosa
Los muros que gritan
Fouad Al-Amri, en huelga de hambre
Los tribunos del pueblo
Qasba revolucionaria
Otro tribuno del pueblo
Todos unidos todos hermanos
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR