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Ponencia del representante de la organización cuáquera American Friends Service Committe, en la Conferencia Mundial contra bombas A y H, Hiroshima, 2 de agosto de 2005

Terrorismo nuclear, memoria y resistencia

Fuentes: American Friends Service Committe

Devuélvanme mi vida. Devuélvanme la raza humana. Sankichi Toge Lecciones de la historia Para entender mejor el mundo en que vivimos y el terrorismo nuclear que permite el mantenimiento de lo que algunos gobiernos llaman paz, recordemos lo que sucedió aquí 60 años atrás. El sol atómico, con temperaturas de millones de grados, estallando sobre […]

Devuélvanme mi vida.

Devuélvanme la raza humana.

Sankichi Toge

Lecciones de la historia

Para entender mejor el mundo en que vivimos y el terrorismo nuclear que permite el mantenimiento de lo que algunos gobiernos llaman paz, recordemos lo que sucedió aquí 60 años atrás. El sol atómico, con temperaturas de millones de grados, estallando sobre el Hospital Shima en una bola de fuego de 250 metros. El calor que vaporiza personas, edificaciones y comunidades, transformándolo todo en una horrenda nube en forma de hongo. Niños, mujeres y hombres estrellándose contra los escombros de sus hogares y lugares de trabajo. Ondas explosivas, de calor, radiación y fuego, que matan al instante y en las décadas por venir. Visiones del Infierno y un dolor físico y emocional que no tendrá fin.

Este horror se desarrolló a partir de la tradición moderna de la «guerra total», la industrialización de lo bélico, el afán de destruir las bases económicas, tecnológicas y culturales del poder nacional: las personas y sus comunidades. Empezó en la guerra civil de EE.UU., maduró en Europa durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en la forma de hacer la guerra en la Segunda Guerra Mundial. Primero, Hitler bombardeó las ciudades principales de Gran Bretaña. Luego, Gran Bretaña y los EE.UU. respondieron atacando la infraestructura industrial de Alemania. El bombardeo incendiario de Dresde se convirtió en la inspiración para el bombardeo incendiario de las ciudades japonesas, el peor de los cuales acaeció en la noche del 9 al 10 de marzo, cuando unas 100 mil personas comunes y corrientes de Tokio fueron consumidas en la tormenta de napalm y fósforo blanco que devastó 40 kilómetros cuadrados de Tokio y dejó a 1.5 millones de personas sin hogar. Fue esta desintegración de la moralidad humana, esta lujuria de sangre, lo que hizo posible el desarrollo de las armas nucleares y la decisión de la mayoría de los altos funcionarios del gobierno de los EE.UU. de que los blancos de las bombas A fueran ciudades con instalaciones militares con «hogares de obreros densamente agrupados». Los civiles eran un blanco deliberado.

Reflejando sus aprensiones al respecto, el secretario de guerra Stimson le confesó al presidente Truman que temía que los Estados Unidos «adquiriera la reputación de haber superado las atrocidades de Hitler».

Para entender dicho período, así como las carreras armamentistas nucleares y las amenazas de la era de la Guerra Fría y los peligros que enfrentamos hoy en día, es importante recordar que durante la Guerra de los 15 años en Asia se desarrolló una competencia imperial entre Japón, Gran Bretaña y los Estados Unidos por la dominación en Asia, particularmente por el control de China. Fue impulsada por el militarismo, algunas de cuyas formas amenazan a nuestras sociedades hoy (1). Hacemos bien en recordar las atrocidades de las conquistas y ocupaciones militares japonesas, así como el hecho de que la guerra entre Japón y los EE.UU. no fue sólo una guerra por el imperio, sino que empezó como una guerra por petróleo.

Finalmente, debemos recordar que, aun en términos de «guerra total», los ataques con bombas A fueron innecesarios y se toparon con la oposición de casi todos los altos líderes militares de EE.UU.: el general Eisenhower, el almirante Leahy, el general Marshall e, incluso, el general LeMay. Truman estaba muy consciente de que el emperador Hirohito y todos, a excepción de los líderes del ejército japonés, comprendían que Japón había perdido la guerra. A partir de abril de 1945 -algo que Truman sabía, gracias a la correspondencia diplomática interceptada-, los altos funcionarios japoneses trabajaron para organizar una rendición bajo condiciones que fueron aceptadas por Truman después de los bombardeos atómicos. Los académicos de los EE.UU. están ahora esencialmente de acuerdo en que hubo cuatro razones principales para los bombardeos atómicos:

1. Poner fin a la guerra antes de que la Unión Soviética se incorporara a la lucha y, de este modo, ganar ventajas geo-estratégicas para la Guerra Fría, al limitar la influencia soviética en el norte de China, Manchuria, Corea e incluso Japón.

2. Enviar un mensaje a Stalin que demostrara el poder apocalíptico de las armas nucleares y la voluntad de los EE.UU. de usarlas, incluso contra civiles.

3. Ayudar a asegurar la reelección de Truman como presidente en 1948.

4. Como acto de venganza.

Hay por lo menos otras dos lecciones que recoger de la historia:

Tal como lo señalara Lord Acton, «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente». El poder y el secreto en torno a las bombas A y la «conexión mortífera» entre el uso de las armas nucleares por parte de EE.UU. y sus intervenciones militares en el extranjero han socavado la práctica, los valores e instituciones de la democracia al interior de los EE.UU. y han hecho posibles prácticas oprobiosas. Los hibakusha (sobrevivientes del bombardeo atómico) han denunciado durante largo tiempo que fueron usados como conejillos de Indias, no sólo en los ataques con bombas A, sino también cuando la Comisión de Control de Bombas Atómicas envió médicos para que los estudiaran sin darles asistencia médica.

Desgraciadamente esto es verdad. Shiina Masae lo ha documentado bien en su libro «Atomic Crimes» y, tal como lo recuerdan el profesor Sawada Shoji, Kayashige Junko, el reverendo Hashimoto Sanae y Claudia Peterson, durante una reunión confidencial en Washington D.C, el funcionario responsable de supervisar todos los estudios de EE.UU. acerca de los impactos de la radiación sobre la salud admitió que la acusación de haber usado a los hibakusha como conejillos de Indias era cierta y les dijo que los estudios «se han usado para todo, incluso para el diseño de nuevas armas nucleares».

También hubo estadounidenses que fueron usados como conejillos de Indias. Hubo soldados que fueron expuestos deliberadamente a radiaciones letales. Decenas de miles de civiles se convirtieron en «down-winders» (personas afectadas por la radiación esparcida por el viento). Pacientes hospitalizados recibieron plutonio en su alimentación y, replicando un experimento hecho en los campos de concentración nazis, se esterilizó a prisioneros por medio de radiaciones.

En segundo lugar, están el inconcebible poder destructivo y la aún mayor vileza de las bombas de hidrógeno. Si no hubiera nada más que nos movilizara a nosotros y a las personas a quienes representamos a trabajar por la abolición de las armas nucleares, entonces un conocimiento básico de lo que causan las bombas de hidrógeno bastaría para lograrlo. Piensen en la completa destrucción de la ciudad de Hiroshima 60 años atrás. La bola de fuego de la bomba A, con temperaturas de millones de grados, tenía un diámetro de 250 metros. Luego, recuerden que la bola de fuego de la primera bomba de hidrógeno que devastó las vidas y el entorno de las islas Marshall tenía un diámetro de 4 kilómetros.

Seamos claros. La mayor parte del Comité Asesor General -los científicos que aconsejaron a Truman no desarrollar la bomba de hidrógeno- informó que «las personas razonables de todo el mundo comprenderían que la existencia de un arma de este tipo, cuyo poder de destrucción es esencialmente ilimitado, representa una amenaza intolerable para el futuro de la raza humana». Una minoría del comité, conformada por Isador Rabbi y Enrico Fermi, fue aún más tajante, señalando que la bomba H sería «un peligro para la humanidad» y «algo maligno desde cualquier punto de vista».

Armas nucleares e Imperio

¿Por qué los EE.UU. y la Unión Soviética acumularon 30 mil ojivas nucleares, entre bombas atómicas y de hidrógeno? ¿Por qué, 15 años después del fin de la Guerra Fría, la supervivencia humana aún está amenazada por casi 20 mil armas nucleares?

En los Estados Unidos, se ha creído durante largo tiempo que el principal rol del arsenal nuclear de EE.UU. es la disuasión. El rol disuasivo del arsenal nuclear ha sido enormemente exagerado. A excepción de la relativa paridad que hubo entre los EE.UU. y la Unión Soviética desde mediados de los años setenta hasta fines de los ochenta, los EE.UU. ha gozado de un «dramático desequilibrio de poder [nuclear]» (2). Ha usado este desequilibrio para expandir y mantener lo que el Consejo de Relaciones Exteriores llamó una vez «el área grande» de Estados Unidos y que muchos encargados y estudiosos de la seguridad nacional norteamericana ahora reconocen como un imperio.

Durante la primera década de la Guerra Fría, prevaleció un monopolio y casi monopolio de los EE.UU. en lo que respecta a armas nucleares. En la década de los 50 y 60, la Fuerza Aérea de los EE.UU. y sus aliados políticos exageraron constantemente la amenaza nuclear que representaba la Unión Soviética para justificar un mayor gasto militar y la adquisición de nuevos sistemas de armamento. Esta charada también sirvió para lo que el presidente Eisenhower llamó el «complejo militar-industrial», aportándole ganancias a los accionistas y empleos a los trabajadores. Los presidentes Eisenhower, Kennedy y Johnson adhirieron a la campaña de desinformación sobre la paridad nuclear soviética para proteger los flancos anticomunistas de su política interior y limitar las presiones de parte del ejército para embarcarse en desastrosas aventuras militares en el extranjero. Contrariamente a lo que se le dijo al público, Eisenhower sabía que «si tuviéramos que liberar nuestro arsenal sobre la Unión Soviética, el principal peligro provendría no de la represalia, sino de la lluvia radiactiva causada en la atmósfera de la tierra» (3). Durante la crisis de los misiles cubanos, cuando la Unión Soviética contaba con cuatro misiles balísticos capaces de alcanzar los EE.UU, el plan norteamericano SIOP tenían como blanco a 285 millones de personas en la Unión Soviética, China y Albania.

El arsenal nuclear soviético fue construido principalmente para disuadir a los Estados Unidos. Gran Bretaña y Francia se unieron al club nuclear para preservar su gran estatus de poder después de perder sus imperios coloniales. China creó su arsenal de «disuasión mínima» para defenderse de los EE.UU. y la Unión Soviética después de numerosas amenazas nucleares de los EE.UU. y luego del cisma chino-soviético. El arsenal de la India fue creado para disuadir a China. El de Pakistán fue creado como respuesta ante el poder de India. El arsenal nuclear de Israel, que es la principal fuerza que impulsa la proliferación en el Medio Oriente, fue creado para amplificar su aplastante poderío militar convencional. De hecho, la única amenaza nuclear de Israel, hecha en 1973, estuvo dirigida contra los Estados Unidos.

Abundan los puntos viles y peligrosos en esta historia. En 1946, el presidente Truman amenazó con aniquilar Moscú si en un plazo de 48 horas la Unión Soviética no iniciaba su retirada de una provincia del norte de Irán, ocupada con aprobación norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente Eisenhower, con su doctrina de «represalia masiva» amenazó y se preparó repetidamente para iniciar guerras nucleares durante guerras y crisis en Asia, Medio Oriente y Latinoamérica. Kennedy corrió el riesgo de una catástrofe nuclear durante la crisis de los misiles cubanos. Los presidentes Johnson y Nixon amenazaron y se prepararon varias veces para dar un «primer golpe» nuclear durante las guerras de Vietnam y Medio Oriente. La doctrina del presidente Carter anunció la intención de los EE.UU. de usar «cualquier medio que sea necesario» para retener el control norteamericano del Golfo Pérsico y sus ricas reservas petroleras. Y a Ronald Reagan talvez se le conozca sobre todo por su temeraria actitud en el tema nuclear.

En consecuencia, el terrorismo nuclear norteamericano de la Posguerra Fría, las amenazas y preparativos para ataques nucleares contra Irak, Corea del Norte y Libia, reflejan más una continuidad que un cambio. Los dos presidentes Bush y el presidente Clinton tomaron como base las prácticas de sus antecesores. Las doctrinas militar y nuclear cambiaron, pero la disposición para prepararse y amenazar con iniciar una guerra nuclear genocida -y hasta omnicida- permaneció como una constante.

Los líderes de EE.UU. no fueron necesariamente más perversos que sus contrapartes soviéticas, rusas o chinas. Ellos gozaban de una superioridad nuclear aplastante y, además de las tecnologías nucleares y misilísticas, la geografía tuvo un rol determinante en la forma en que estos grandes poderes disciplinaron e implementaron sus imperios. El imperio ruso, bajo los zares, comisarios y ahora presidentes, ha sido relativamente compacto y accesible para el poder asesino de las fuerzas militares «convencionales» de Moscú. Lo mismo se aplica en gran medida a China. Por el contrario, para los EE.UU., con un imperio que se extiende desde México hasta el Medio Oriente y desde Berlín a Bangkok, desplegar una fuerza convencional aplastante en dominios apartados del imperio ha implicado desafíos significativos, tal como vemos hoy en las guerras en Irak. Por lo tanto, Washington se ha visto con frecuencia en la necesidad de amenazar con un ataque nuclear para mantener el control sobre sus dominios o para expandirlos.

¿Cómo funciona esto? Noam Chomsky lo explicó de esta manera:

«Nuestro sistema de armas nucleares estratégicas nos proporciona una especie de paraguas dentro del cual podemos llevar a cabo acciones convencionales, esto es, de agresión y subversión, sin ninguna preocupación de que se vean de algún modo impedidas… Harold Brown, quien fue secretario de defensa de Carter… dijo que éste era el corazón de nuestro sistema de seguridad. Dijo que, una vez posicionado este sistema, nuestras fuerzas convencionales se convertían en ‘instrumentos significativos de poder militar y político’. Esto significa que, bajo este paraguas de armas nucleares estratégicas… hemos tenido éxito en intimidar lo suficiente a cualquiera que pudiera ayudar a proteger a la gente que hemos decidido atacar. De modo que… si queremos derrocar el gobierno de Guatemala… o enviar una Fuerza de Despliegue Rápido al Medio Oriente o si queremos respaldar un golpe militar en Indonesia… si queremos invadir Vietnam… podemos hacerlo sin demasiada preocupación de que seamos disuadidos, porque tenemos este intimidante poder que amenazará a cualquiera que pudiera interponerse en nuestro camino» (4).

El presidente Eisenhower fue más sucinto: «Sería imposible para los Estados Unidos mantener los compromisos militares que ahora tiene alrededor del mundo… ni no poseyésemos armas atómicas y la voluntad de usarlas cuando sea necesario».

Lo que nos trae al momento actual. A pesar de las diferencias aparentemente radicales entre las estrategias multilaterales de Bush I y Clinton y el unilateralismo arrogante de Bush II, hay una continuidad considerable en sus políticas de armas nucleares y guerra nuclear. La política de contraproliferaciión de Clinton preparó el camino para la Iniciativa de Seguridad de Proliferación Estratégica de Bush II y el ataque de Bush y Cheney contra el Tratado de No Proliferación Nuclear. Aquí yace el origen de la visión de la administración Bush acerca de los Estados Unidos y sus aliados, no la ONU, y que impone la no proliferación nuclear y la superioridad nuclear norteamericana. La tolerancia de Clinton y de los demócratas del Congreso al aumento del financiamiento para la investigación y desarrollo de la llamada «defensa misilística» le hizo posible al Pentágono de Bush II empezar a desplegar lo que, según advirtieron correctamente los funcionarios chinos, es un escudo para complementar las espadas nucleares del primer golpe del Pentágono y que engendrará una nueva carrera armamentista.

Sin embargo, la segunda administración Bush asumió los preparativos para el terrorismo nuclear norteamericano con una pasión nunca vista desde los primeros años de la presidencia de Reagan. Para apoyar la imposición de lo que el vicepresidente Cheney llamó el «ordenamiento para el siglo XXI», la Revisión de la Postura Nuclear de Bush en el 2002 reiteraba el compromiso con una doctrina de guerra nuclear de primer golpe y nombró a siete naciones como blancos nucleares principales. Instaba a financiar el desarrollo de armas nucleares nuevas y más utilizables, incluido un «destructor de búnkeres» setenta veces más poderoso que la bomba A de Hiroshima. Llamaba a la aceleración de los preparativos en el Sitio de Pruebas de Nevada para asegurar que ésta y otras nuevas armas nucleares planificadas, así como las cabezas nucleares en reserva, puedan causar holocaustos nucleares de manera fiable. Presionaba por la expansión de los laboratorios de armas nucleares para modernizar el arsenal nuclear y entrenar a una nueva generación de científicos en armas nucleares, y está a punto de renovar la producción de plutonio. Siguiendo la tradición de su padre, Bush II también amenazó con un ataque nuclear en la carrera hacia la invasión y ocupación de Irak en el 2003.

El imperativo de la abolición

Einstein estaba en lo correcto: «El poder desatado del átomo ha cambiado todo excepto nuestros modos de pensar y, en consecuencia, nos encaminamos a una catástrofe sin paralelo».

Durante seis décadas, los hibakusha han estado trabajando para ayudarnos a entender que la abolición de las armas nucleares es un imperativo urgente. No basta con dejar que las cosas sigan su curso. Tal como le dijo el juez Weeramantry a la Asociación de Abogados de Norteamérica, con las crecientes presiones para la proliferación de las armas nucleares, nos estamos «aproximando al punto de no retorno». Debemos hacer más si queremos transformar la situación de las armas nucleares, lograr la abolición de éstas y asegurar así la supervivencia de la civilización y de la especie humana. Debemos invertir más de nuestra energía vital en comprometernos a nosotros mismos y a los demás en desarrollar declaraciones, firmar petitorios, vigilar, manifestarnos, influir sobre nuestras autoridades políticas electas o designadas y diplomáticos, y presionar de otras formas por la abolición de las armas nucleares. Necesitamos usar nuestra imaginación -así como ha hecho el Gensuikyo (el Consejo Japonés contra las bombas A y H) en la movilización de este año por la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación y las concentraciones de jóvenes- y todas nuestras energías vitales si hemos de transformarnos en una fuerza política que pueda producir un vuelco en los EE.UU. y otras naciones nucleares y poner fin a las guerras en Irak y Afganistán, proteger el artículo IX, y ofrecer una seguridad real, tanto para nosotros como para las generaciones futuras.

Aun cuando formemos coaliciones nacionales e internacionales, comprometamos y -si es necesario- reemplacemos a nuestras autoridades políticas electas o designadas, debemos evitar limitarnos a pensar y trabajar dentro de los tradicionales marcos de referencia «políticos». Las civilizaciones surgen y se derrumban dependiendo de al menos seis cimientos interdependientes: el intelectual, el espiritual, el social, el militar, el político y el económico. La acción, la creatividad y la voluntad en cada uno de estos niveles puede contribuir a corregir las «fallas» al interior de nuestra civilización que posibilitan la existencia de las armas nucleares y el terrorismo nuclear.

Así como es un requisito para la paz en el norte de Asia que el gobierno y la sociedad japonesa confronten plenamente la historia y asuman la responsabilidad por sus agresiones y crímenes de guerra, el camino hacia la paz global y la abolición de las armas nucleares también pasa por Hiroshima y Nagasaki. Hace mucho tiempo que se espera una disculpa formal por los bombardeos atómicos. Esto, al igual que el reconocimiento de la vergonzosa historia de amenazas y preparativos de los EE.UU. para iniciar una guerra nuclear, abrirá el camino hacia la abolición.

Deben saber que, al igual que en otros países, la gente de cientos de comunidades a lo largo y ancho de los EE.UU. se está movilizando para conmemorar el 60° aniversario de los bombardeos atómicos. Están usando el aniversario como una forma de alcanzar más allá de nuestros limitados círculos para educar y movilizar a la gente. Además de las vigilias, servicios religiosos, programas educativos y teatro de guerrillas, los puntos centrales son manifestaciones en los laboratorios de armas nucleares: Lawrence Livermore, Los Alamos, Oak Ridge, el sitio de pruebas de Los Alamos, así como Crawford y Austin, Texas, ciudad natal de Bush y capital del estado.

Finalmente, nos queda la pregunta acerca de cómo enfocar nuestra labor tras la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación que fue saboteada por los Estados Unidos y después de las conmemoraciones del 60° aniversario. Mi esperanza es que el Comité del Premio Nóbel de la Paz elija a la organización Nihon Hidankyo para ser galardonada con el premio de la paz del próximo año. Esto enviaría un poderoso mensaje de que el clamor de los hibakusha por la abolición de las armas nucleares deber ser escuchado.

También necesitamos continuar con iniciativas como la campaña de firmas del Gensuikyo. La demostración de que decenas de millones de personas del mundo están exigiendo la abolición de las armas nucleares crea un hecho político indesmentible. La humanidad exige acciones políticas que aseguren la supervivencia de nuestra especie, y esto es algo que debe ser reconocido.

Debemos encontrar formas de apoyar iniciativas de las naciones de aquellas zonas del mundo que están libres de armas nucleares, así como para que Alcaldes por la Paz y otras entidades promuevan las negociaciones para un acuerdo de abolición de las armas nucleares, talvez siguiendo el modelo del tratado de abolición de las minas terrestres. Tal como aprendí cuando vine por primera vez a Hiroshima hace ya 21 años, si no podemos hacer que los EE.UU. y otras potencias nucleares cumplan con sus obligaciones morales y aquellas indicadas en los tratados, entonces necesitamos trabajar unidos para rodearlas, aislarlas y transformarlas.-

(1) La campaña de Bush y compañía para imponer «el ordenamiento para el siglo XXI» se está implementando a través del imperio de la mentira, la manipulación del miedo, el militarismo y la guerra. En Japón, vemos la arremetida contra el artículo IX, el envío inconstitucional de las fuerzas de autodefensa a zonas de guerra y fenómenos inquietantes como la verborrea del gobernador Ishihara y los filmes basados en las novelas nacionalistas y militaristas de Fukui Harutoshi.

(2) Gareth Porter. Perils of Dominance: Imbalance of Power and The Road to War in Vietnam, Berkeley, Ca.: University of California Press, 2005, p. vii.

(3) Porter. Op. Cit. pp. 12-18 and p. 13; Marc Trachtenberg, «A ‘Wasting Asset»: American Strategy and the Shifting Nuclear Balance», International Security 13 (Winter 1988-89); Melvyn P. Leffler, A Preponderance of Power: National Security, the Truman Administration and the Cold War, Stanford, California: Stanford University Press, 1992, y otros.

(4) Cambridge Documentary Films. The Last Empire, 1994

Enlace original:
http://www.afsc.org/newengland/nepeace.htm

Traducido por Felipe Elgueta Frontier, http://www.puertachile.cl