Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín
El 4 de julio a las 9:52, hora de Moscú, un proyectil con una masa de 372 Kg. disparado desde la nave espacial «Deep Impact» sobre el cometa Tempel 1, impactó en él a una velocidad de 37.000 Km/h, provocando en su superficie un cráter de 25 metros. Desintegrándose por el impacto, creó una explosión, que sorprendió por sus dimensiones a los propios responsables del proyecto. Como resultado de la explosión, se desprendió una gigantesca cantidad de materia, cuya edad, según estimaciones de los científicos, sería de 4.500 millones de años. El estudio minucioso de esta materia permitirá a los científicos comprender mejor como se creó y evolucionó el Sistema Solar.
Para transmitir mejor la complejidad del experimento, los científicos estadounidenses hablan de: «una bala que debía impactar con otra bala, en algún lugar a medio camino entre Júpiter y Marte, mientras una tercera bala debía grabar todo lo que ocurriese.» Para ello el «Deep Impact» recorrió en medio año una distancia de 430 millones de kilómetros, y la NASA invirtió en la misión 333 millones de dólares.
¿Pero sólo para eso? Desde luego que no.
Desde hace 48 años, desde el primer sputnik soviético, la investigación espacial por si misma, aporta -aparte de las consideraciones económicas- un indiscutible prestigio internacional. Los experimentos con fines meramente científicos, no relacionados con las necesidades reales de la economía nacional, que las agencias espaciales de distintos estados realizan en el lejano cosmos, como el caso del «coito» con los cometas, o el estudio de los satélites de Neptuno, despiertan en el público internacional una expectación enorme, especialmente cuando en ellos se van más de 300 millones de dólares.
El efecto logrado por estos «regalos interestelares», con que los gobiernos de las potencias espaciales obsequian a sus ciudadanos el día de su fiesta nacional, es aún mayor cuando obligan al resto de «subhumanos» a mirar con aire taciturno el triunfo ajeno, en los descansos mientras buscan las propias sondas, caídas en el segundo minuto de vuelo en algún sitio entre Tiumen y Novaya Zemlia.
Hoy día, las «fiestas», los «regalos» y los «coitos» vienen solo de América. Desde el principio estaba programado que la colisión con el cometa se produjese el 4 de julio, día de la independencia de los EE.UU, cuando atruenan los fuegos artificiales, suenan los himnos y ondean las «barras y estrellas». En el comunicado especial, se explicaba que la explosión final sería equiparable a unos gigantescos fuegos artificiales cósmicos. En este show festivo, el propio sistema solar estaba llamado a saludar al «faro de la democracia mundial». Al mismo tiempo, era evidente la asociación de este «bombardeo puntual» del cometa, con los terrestres «golpes preventivos» y las «ingerencias quirúrgicas».
De cara al exterior se concebía como un espectáculo infinitamente más vistoso en comparación con la imagen triste y romántica del «velero solar» del proyecto espacial ruso, que inducía a pensar con razón, en la fragilidad de una nave endeble frente al malvado poder de las fuerzas de la naturaleza.
Todo el experimento, que confirma la posibilidad de dirigir la trayectoria de los cuerpos celestes, estaba encaminado a crear en la humanidad el ensueño de los «nuevos demiurgos», que retan a lo divino, sin esperar a que se fría la hamburguesa. No nos habrá de sorprender, que en un futuro cercano, las 50 estrellas de la bandera estadounidense, adopten la forma de una constelación del Zodiaco.
Estamos hablando de la conversión de los Estados Unidos, de la única superpotencia mundial, en la única espacial, cuya zona de influencia de ahora en adelante, será declarada la mitad del Sistema Solar, como poco.
La expansión exterior de los EE.UU ya no se produce ahora únicamente a nivel terrestre, a nivel de conflictos armados, en cualquier punto del mundo, sino que se extiende a las órbitas planetarias. Los convoyes con dólares, sin ningún tipo de sustento real, son arrojados al horno del «fuego cósmico»; los científicos de la NASA, aseguran que en el experimento con el cometa, no se ha desperdiciado ni un céntimo. Tienen razón: ir a Júpiter a jugar al «tú la llevas» es una función endiabladamente rentable.
A todo el resto del mundo le ha vuelto a quedar meridianamente claro: todos esos cuentos del «mundo multipolar» y de «modelos soberanos de desarrollo», no valen un carajo, mientras no te hagas con tu propio «cañón estelar».