A quince años del monumental golpe al centro cultural y financiero de Occidente, el mundo sigue sin reponerse. A partir de entonces, a los casi tres mil muertos que dejaron los ataques al World Trade Center, hay que sumar los cientos de miles o millones de muertos inocentes, que la furia homicida desatada por la […]
A quince años del monumental golpe al centro cultural y financiero de Occidente, el mundo sigue sin reponerse. A partir de entonces, a los casi tres mil muertos que dejaron los ataques al World Trade Center, hay que sumar los cientos de miles o millones de muertos inocentes, que la furia homicida desatada por la administración de George W. Bush, junto a los intereses del complejo militar industrial, regó en cientos de ciudades, miles de pueblos, rutas, caminos y parajes fundamentalmente en el mundo islámico. A esta rápida cuenta hay que sumarles los miles de ahogados en el Mediterráneo, que huyen de los conflictos o los cientos de masacrados en la estación de Atocha, París, Bruselas, Niza, San Bernardino, Saint-Etienne-du-Rouvray.
Con su guerra global contra el terrorismo Bush se autonombró caballero e inició una cruzada que a quince años vista, no solo no termina, sino que parece proyectarse hacia el infinito, para seguir quemando las vidas de muchos que todavía ni siquiera han nacido.
Una monumental construcción político-mediática, ha impedido conocer a quienes, además del grupo de los 19 comandos que secuestraron los cuatro aviones aquel día, protegieron a los verdaderos responsables del atentado.
Como muy bien lo explica el analista internacional Pablo Jofre Leal, el poder en Estados Unidos ha impedido conocer lo que congresistas como Bob Graham o la candidata Presidencial por el Partido Verde, Jill Stein han exigido investigar: el contenido de las 28 páginas que estuvieron bajo absoluto secreto desde el año 2002 a la fecha, que permitirían establecer el rol de Arabia Saudí en los atentados del 2001.
Aunque la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad, este último viernes 9, tras una larga disputa, la ley que permitirá a los familiares de las víctimas del ataque a las torres iniciar acciones legales contra el gobierno saudita, por su presunta participación, hay que recordar que 15 de los 19 comandos que tomaron los aviones eran de nacionalidad saudita. Esta ley, que en mayo pasado también aprobó el Senado está a punto de ser vetada por el presidente Obama, por los «presuntos» perjuicios que en el futuro habría para los intereses norteamericanos. Quizás el presidente Obama, a escasos meses de terminar para siempre su carrera política, intente sacrificarse asumiendo todo el costo político del veto, para encubrir a los funcionarios, particularmente en el área de inteligencia y defensa del gobierno de George W. Bush, que dejaron hacer, para encontrar la excusa que permitió tanto a las administraciones de Bush como de Obama establecer la doctrina de la guerra permanente, que hasta hoy no ha dado al mundo un día de resuello.
Mambrú se fue la guerra
Todavía no se había aplacado el polvo levantado por la caída de las Torres Gemelas cuándo se iniciaba la cacería de Osama bin Laden, el excéntrico socio de la CIA y multimillonario saudita que operó en Afganistán para que finalmente los muyahidines vencieran al Ejército Rojo, con la inestimable colaboración de los Estados Unidos que invirtió 15 mil millones de dólares de manera legal, aunque nunca nadie conocerá los fondos secretos que llegaron junto a la logística y la inteligencia aportada por la CIA a países como Pakistán, Arabia Saudita, Qatar y un largo etcétera.
El fracaso de la búsqueda del ex socio, exacerbó las ansias guerreras de Bush, que ordenó desbastar Afganistán, por si algo quedaba sin desbastar, tras décadas de guerra.
Ya que no caía Gerónimo (nombre clave con el que la CIA denominaba a bin Laden) había que buscar a otro, y que mejor entonces que otro antiguo socio, el presidente iraquí Sadam Hussein, que además de ser muy, pero muy malo, estaba sentado sobre la segunda reserva mundial de petróleo.
La invasión que comenzó el 20 de marzo de 2003, en búsquedas de armas de destrucción masivas, que nunca encontraron, porque no existían como lo denunció David Kelly, consultor para el Ministerio de Defensa y otros departamentos y agencias del gobierno británico sobre el control de armas y experto en armas biológicas que habían investigado en Irak, por orden de Naciones Unidas, la posibilidad de que Sadam pudiera fabricar armas químicas. Su informe concluyó con que no era posible, y tras filtrarlo a la presa, Kelly aparecería oportunamente suicidado en un bosque de Oxford, en julio de 2003. El informe de la junta que investigó ese «suicidio» será secreto por los próximos setenta años.
No se encontraron armas de destrucción masiva y en diciembre de ese mismo año encontraron a Sadam Hussein escondido en un pozo, bajo una miserable chapa, pero las matanzas en Irak no se detuvieron y la única destrucción masiva fue la provocada por los invasores, que generaron más de un millón de muertos, la destrucción del medio ambiente, la contaminación del suelo por la degradación del uranio empobrecido usado en los proyectiles con que bombardearon grandes regiones de país, que disparó las tasas de malformaciones y cáncer de la población. Además generaron una guerra religiosa entre chiíes, sunitas, a lo que hay que sumar el conflicto kurdo, que hasta hoy no se detiene, además de haber aportado al mundo, en 2014, la creación de Estado Islámico.
La sed de venganza del Pentágono no se sació ni con los miles de muertos de Afganistán, ni con el millón de muertos en Irak. A partir de los últimos meses del 2010, se presentó una nueva oleada de violencia planeada por la diabólica triada Obama, Sarkozy y Cameron, que se conoció como la Primavera Árabe, que además de algunas revueltas puntuales y algunas caídas de gobiernos, generó guerras de alta intensidad en Libia, con el asesinato del Coronel Gadaffi como gran meta, Siria y Yemen, cuyo número de muertos, si alguien lo conoce, lo tiene bien guardado pero que sin duda supera por mucho el medio millón, sin contar heridos, la devastación de las infraestructura, la ruina de las economías, y la generación de interguerras religiosas, tribales y étnicas que no tienen miras de detenerse.
La actual situación en el mundo musulmán, generó la fundación o potenció a bandas fundamentalistas en muchísimos países, como Nigeria, Mali, Túnez, Argelia, Egipto, Somalia, Yemen, Pakistán, Afganistán, China, India, Bangladesh, Indonesia, Malasia y Filipinas. En cada uno de estos países se reiteran los atentados suicidas, y las masacres que más allá del número, apenas ocupan un modesto espacio en los medios occidentales.
Sin duda, el 11 de septiembre de 2001 marcó un hito en la vida de todos, aunque para muchos también el comienzo del fin. Tal como dice la vieja canción infantil: Mambrú se fue a la guerra… No sé cuándo vendrá.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC