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Togo, el infierno tan temido

Fuentes: Rebelión [Imagen: El presidente de Togo, Faure Gnassingbé]

Finalmente, después de muchos anuncios y alertas, abiertamente Togo se ha convertido en una nueva víctima de las khatibas wahabitas que, desde la descomposición del Estado libio -el único dique de contención al fundamentalismo que existía en el norte de África hace más de una década- comenzaron una gran ofensiva en el norte de Mali, pasado después a tener una presencia importante en Níger y a desbordarse de manera absoluta en Burkina Faso, desde donde se proyectaron al Golfo de Guinea como siguiendo la ruta de harmattan, el viento del Sahara que cada año viaja hacia el sur, hasta la costa, sofocándolo todo.

Ya el año pasado se habían incrementado los ataques, los más relevantes realizados por el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes, en los que causaron numerosas bajas al ejército de Togo, en noviembre fue en Tiwoli, en la región de Savanes junto a la frontera con Burkina Faso y Beni, y en julio el ataque se produjo en Kpendjal durante el rito de paso a la edad adulta, en la región de Kara, de donde es oriunda la familia del presidente.

Ahora es un hecho que los grupos vinculados al Daáesh y a al-Qaeda han ingresado de pleno a territorio togolés donde ya, como lo ha informado el presidente del país Faure Gnassingbe, ya han generado más de cien muertos entre la población civil y unas cincuenta bajas a las tropas del ejército.

Cómo parte de la estrategia del Gobierno para proteger la frontera y evitar que los terroristas se mimetizan con la población, se obligó a unas 12.000 personas a abandonar sus hogares, debiendo trasladarse más al sur, sin saber cómo sobrevivirán y si alguna vez retornarán a sus lugares. Mientras, en esas mismas áreas cerca de 30.000 burkineses habían llegado escapando del fuego de los rigoristas.

En Yemboate, en el extremo norte de Togo, provenientes de Burkina Faso las bandas terroristas han comenzado a hacerse más fuertes, realizando ataques con una frecuencia en aumento y desatando el pánico en los pueblos de la región.

El pasado 20 de abril fue atacado el poblado de Waldjoague, en la comuna de Tône 4, ubicado a 40 kilómetros de Dapaong, capital de la región de Sabana, con unos 60.000 habitantes y a más de 650 km de Lomé, la capital del país.

Allí los muyahidines asesinaron a seis personas, cinco eran burkinesas y el restante togoleñas, tras irrumpir en el mercado de la aldea, donde las sorprendieron abriendo fuego de manera indiscriminada. Tras los asesinatos los terroristas saquearon los comercios y requisaron todo el ganado.

Conocido el ataque, las Fuerzas de Defensa y Seguridad salieron en búsqueda de los insurgentes sin conseguir alcanzarlos, casi seguro ya de vuelta en Burkina Faso del que los separa el curso de un río seco donde los terroristas tiene establecido un amplio control de la población, obligando a policías, médicos y maestros a huir de esas áreas tras persecuciones y asesinatos focalizados hacia ellos.

Desde 2018 la Operación Koundjoaré, lanzada por el Gobierno central, ha intentado controlar el área central de Sabanes, a unos 100 kilómetros de Burkina Faso y con fronteras con Ghana al oeste y Benín al este.

El presidente Gnassingbe, que  intenta perpetuarse en el cargo al que llegó en 2005 tras la muerte de su padre Eyadéma -quien gobernó desde 1967- deberá enfrentar un reto extremadamente complejo, ya que dependerá como nunca de la voluntad de los militares, teniendo en cuenta, como ya ha sucedido en Mali, Burkina Faso y Ghana, la oficialidad joven en desacuerdo con sus mandos y sus gobiernos respecto al manejo de la guerra contra el terrorismo que asaltaron el poder expulsando además a las tropas occidentales de sus territorios e implementaron otras estrategias para combatirlos.

En el caso de las fuerzas armadas de Togo sus integrantes pertenecen a la etnia Kabye del norte del país, la misma que los Gnassingbe, que han servido a Eyadéma desde el inicio de su mandato y continúan desde 2005 con Faure, lo que podría representar un reaseguro para el presidente dado el orden clánico de estos grupos. Aunque en este pantanoso contexto nada es del todo completamente cierto ni definitivo.

Más por las políticas que ambos presidentes, padre e hijo, han ejecutado respecto a la violación a los derechos humanos, tanto contra enemigos políticos y activistas sociales, además de las estructuras de saqueo y corrupción que han instalado.

Si bien Gnassingbe ya en junio del 2022 había decretado el estado de emergencia por tres meses, que después fue prorrogado por un año más, concentra sus esfuerzos en evitar la radicalización de los jóvenes, ya que amplios sectores de estos se encuentran sin otra posibilidad de sobrevivir que la de afiliarse a los grupos terroristas, que ofrecen sueldos y otros beneficios muy por encima de lo que podrían alcanzar con cualquier trabajo.

Más allá de que los servicios de inteligencia togoleses han sido equipados y entrenados por países como Israel y Francia, con quien el viejo presidente Eyadéma mantuvo estrechos vínculos, las acciones terroristas no han podido ser anticipadas y mucho menos controladas. Al punto de que si las bandas integristas no se han expandido todavía, cómo ya lo han hecho en otros países de la región, se debe a más a la estrategia de los insurgentes que por el éxito de las políticas de contingencia de Lomé.

El presidente Faure Gnassingbé ha admitido que la lucha contra las incursiones yihadistas será larga y para ello los casi nueve millones de togoleses se deberán preparar para una larga guerra, ya que, como en el resto de las naciones vecinas, el Estado Islámico o Dáesh en el Gran Sáhara y el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes -por sus siglas en inglés JNIM, tributario de al-Qaeda– traen una importante experiencia y los suficientes recursos para enfrentar y llegado el caso derrotar a un ejército pequeño como el togolés. Estos grupos llegan al país también en procura de ocupar áreas forestales y de bateo de oro.

Vecindario en problemas.

Al igual que el norte de Togo, Benín y Ghana están convirtiéndose en objeto de ataques e incursiones de grupos terroristas provenientes de Burkina Faso.

A pesar de que el Gobierno de Benín no informa en detalle respecto a las incursiones terroristas de la frontera norte del país, el presidente Patrice Talon públicamente ha ordenado el pasado miércoles 3 de mayo una investigación profunda tras los ataques a la aldea de Kerou, perteneciente al departamento de Atakora en el norte del país, donde fueron degollados una docena de aldeanos.

Las víctimas fueron sorprendidas por un grupo de hombres armados en la noche del pasado lunes día 1, otros aldeanos se encuentran desaparecidos sin saberse todavía si han escapado o fueron secuestrados o asesinados en otros lugares. Al día siguiente la comuna de Banikoara, cercana a Kerou, también fue asaltada y allí fueron asesinados otros tres civiles.

Las autoridades justificaron los crímenes utilizando la excusa de que los ataques han sido en represalia por la ofensiva de las fuerzas de seguridad “que estarían derrotando a los insurgentes”.

La crisis de seguridad hizo que en febrero último el presidente Talon viajará a Uagadugú, la capital burkinesa, para reunirse con el capitán Ibrahim Traoré, presidente y líder del grupo de oficiales que tomó el poder en octubre pasado.

En el encuentro Talon informó a Traoré acerca de las operaciones que el ejército beninés estaba realizando en proximidades de la frontera, particularmente en un sector al norte de Koualou, una zona rural montada sobre la línea divisoria de los dos países utilizada históricamente por bandas de contrabandistas, narcotraficantes y más recientemente terroristas. Y desde donde Benin es atacado por los terroristas. Medidas con las que el capitán Traoré, estuvo de acuerdo. Además, en ese encuentro se discutió la posibilidad de relanzar lo que se conoce cómo la Iniciativa de Accra, de 2017, en la que siete países de África Occidental (Ghana, Togo, Malí, Burkina Faso, Níger, Benín y Costa de Marfil) elaborarían una estrategia en común para enfrentar el integrismo armado, iniciativa que se desactivó tras los cambios políticos operando en algunos de los países partes, y la retirada de las operaciones militares francesas, instaladas en algunos de esos países.

Observamos pasmados cómo primero en Mali y más tarde Burkina Faso ahora es una realidad que Togo, y posiblemente Ghana y Benin, se estén precipitando a ese infierno tan temido.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.