El nuevo gobierno no ha asumido ni asumirá ningún compromiso a favor de quienes se autoproclamaron partícipes de la jornada electoral de noviembre desde la izquierda.
Si algo logró exitosamente Donald Trump desde su candidatura hasta ahora, fue el convertir la política norteamericana en un verdadero show mediático al estilo de la lucha libre de la WWE, o de Miss Universo, área en el que él es todo un experto; pero por lo mismo, es muy necesario separar el análisis político de la emoción que provocan los reality shows cuando simulan que las competencias son más duras de lo que son en realidad. Es por ello que hemos elaborado esta breve colaboración a la discusión respecto a la interpretación de la presente transición, proponiendo dos puntos de partida, tres cuestionamientos y dos llamados de atención.
Dos puntos de partida sobre las crisis políticas en Estados Unidos
- Aceptando en principio que hay signos de ruptura y de crisis política en el Estado norteamericano, y que siempre es una posibilidad de que las grietas se hagan más grandes hasta provocar un colapso, hemos de ser cautos y no dejarnos entusiasmar por dichos signos de desgaste ni por el espectáculo que vimos hace unos días en el Capitolio. El Estado norteamericano tiene grietas estructurales desde su origen y ha tenido una serie de períodos críticos entre los que destaca la Guerra Civil y la llamada “Gran depresión”. Pero ha encontrado el modo de salir de esos aprietos, y las grandes guerras le han ayudado en eso. Para no remontarnos tanto tiempo, podemos señalar que desde el fin del período de Eisenhower, el Estado norteamericano había tenido un largo período crítico que empezó con la polémica y presuntamente fraudulenta elección de John F. Kennedy, hasta el intento de homicidio de Ronald Reagan; en dicho período fue asesinado el propio Kennedy, se truncó la presidencia de Nixon, se impidió la reelección de Carter y se le disparó a Ronald Reagan. La Perestroika y el ulterior colapso del bloque socialista salvó a Estados Unidos de la profundización de dicha crisis, y encontró en los años posteriores a la llamada Guerra Fría, un período de relativa estabilidad.
- El ascenso imparable de la economía China y la superación militar de la Federación Rusa han vuelto a traer el nerviosismo a las altas esferas del poder norteamericano y hoy en día estamos siendo testigos de los efectos de dicho nerviosismo en el constante anuncio y rectificación de estrategias para retomar el “liderazgo mundial”. La elección de Trump representó un desesperado intento por revertir una fuerte tendencia a la derrota en dicha competencia mundial. Los resultados de la administración Trump dejaron mucho que desear en los propios términos que fueron expuestos hace cuatro años, no consiguieron detener ni a China ni a Rusia, y tampoco resolvieron las preocupaciones imperialistas con respecto a Irán, Venezuela, Cuba o la República Democrática de Corea; tampoco consiguieron re-industrializar a Estados Unidos ni detener la migración masiva de población trabajadora latinoamericana. Biden, ex vicepresidente y senador con muchos años incrustado en la burocracia de alto nivel norteamericana, representa ante todo una apuesta por el “establishment” por tratar de retomar el curso sin correr riesgos, pero es una solución temporal, pues difícilmente están pensando en él para ocho años, y el Estado norteamericano tiene cuatro años para preparar ahora sí, un serio ajuste en su política interna y externa.
Tres cuestionamientos al triunfalismo de los “progresistas”
- ¿Victoria para la Izquierda? No. Es cierto que Trump es un personaje arquetípico de la ultraderecha norteamericana, conservador, racista, aliado de los supremacistas blancos, religioso y anticomunista declarado y convencido; con dichas características, la izquierda no puede sino considerarlo su enemigo y lo que menos se esperaba es que actuara en consecuencia de ello. Sin embargo, esto no quiere decir que la izquierda haya sido su único enemigo ni el más relevante en el plano electoral. Es cierto también que buena parte de la “izquierda norteamericana” se sumó a una serie de campañas para promover que se votara “contra Trump” (o abiertamente por Biden), sin embargo, en general lo hizo sin condiciones, sin asegurar algo de por medio y sin una correlación de fuerzas clara que le permitiera, cuando menos, negociar una alianza clara con la candidatura de Joe Biden y el Partido Demócrata. Si la izquierda considera suya la victoria electoral de Biden, debe estar preparada para que el nuevo gobierno no solo no lo considere así, sino que incluso, como ya lo ha venido haciendo, señale que la cercanía de la izquierda le restó votos frente a Trump. Esto implica que el nuevo gobierno no ha asumido, ni asumirá, ningún compromiso a favor de quienes se autoproclamaron partícipes de la jornada electoral de noviembre desde la izquierda.
- ¿Se derrotó al fascismo? Se derrotó a un personaje y a un equipo de trabajo cuyas características se asemejan mucho a la del fascismo clásico en ciertos aspectos; sin embargo, quienes los derrotaron también se asemejan mucho a los fascistas de mediados del siglo XX, sólo que en aspectos distintos.
Es cierto que la política interna de Trump hacia los inmigrantes, hacia la población afro-americana y hacia las organizaciones socialistas, nos hizo recordar las políticas internas del Tercer Reich, pero si vemos a los personajes políticos más relevantes involucrados en la derrota de Trump como Joe Biden, B. Obama, H. Clinton, G.W. Bush, D. Cheney y Collin Powell, entre otros, debemos recordar muy claramente que su política exterior, también nos ha hecho recordar en gran medida al Tercer Reich. Además, habría que agregar que la política interna de estos tampoco fue propiamente la antítesis de la de Trump, incluso, por momentos fue tan agresiva como éste, sólo que restando la espectacularidad mediática que daba Trump a sus declaraciones y sus actuaciones ante la cámara.
- ¿Trump fue derrotado? Sin duda su carrera política personal ha sufrido un serio revés, pero no es el momento de estar seguros de una derrota definitiva; Trump cuenta con muchos medios a su alcance para mantenerse influyendo en muchas esferas de la política norteamericana, pero sobre todo, y más allá de su persona, la elección de Trump hace cuatro años mostró que hay un sector importante y poderoso de la oligarquía norteamericana que está dispuesta a enarbolar las ideas que presentó públicamente Trump, y que dichas ideas son hegemónicas en buena parte de la población estadounidense; sí, principalmente hombres, blancos, anglosajones y protestantes, pero no exclusivamente en dicho sector. Es un mito que las llamadas “minorías étnicas” , las mujeres, o los de credos distintos al cristianismo evangélico en sí mismos y por simple gravedad son progresistas; por extraño que les parezca a muchas personas, la derecha tiene mucha influencia ideológica en los sectores más pobres y oprimidos, sobre todo en los Estados Unidos.
Trump y sus colaboradores se están preparando ahora mismo para acumular nuevamente fuerzas, y su visión va mucho más allá del terreno electoral, pues además de estar pensando en tener sus propios medios de comunicación, son aliados de un sinnúmero de organizaciones aparentemente civiles, aunque de corte paramilitar, que son capaces de operar organizativamente en muchas partes de Estados Unidos.
Dos puntos de atención
1.- La guerra ha sido históricamente uno de los mecanismos más recurridos por el Estado norteamericano para salir de sus crisis, para retomar su protagonismo en las decisiones internacionales y para detener el crecimiento de sus adversarios en el liderazgo mundial. Como subrayábamos anteriormente, Trump tuvo una serie de diferencias tácticas con otros sectores de la propia derecha imperialista norteamericana acerca del manejo de las aventuras bélicas de Estados Unidos en las últimas décadas. Los promotores de la guerra de Irak, Afganistán, así como los promotores de guerras civiles en Ucrania, Libia y Siria, están hoy rodeando a Joe Biden. Por tal motivo, es muy importante estar alertas ante un posible recrudecimiento de una diversidad de agresividad imperialista en puntos delicados de la geopolítica mundial, sobre todo en aquellos donde puedan desgastar y/o comprometer a China o a la Federación Rusa.
2.- La izquierda norteamericana tiene poco tiempo para aprender una lección importante; si no sabe interpretar y dirigir a la clase trabajadora, si sigue confiando exclusivamente en su capacidad de abordar una agenda “progresista” de impacto mediático, si sigue dependiendo tanto de actores de Hollywood, estrellas del deporte y la televisión, al tiempo que sigue ignorando lo que sucede en los barrios pobres, en los centros de trabajo y en la cotidianidad de un pueblo que sufre también de la explotación y la opresión capitalista, seguirá dejando un vacío, el cual bien puede llenar un movimiento nacionalista, conservador y de derecha, que si bien es cierto que utiliza de manera sucia y tramposa el sufrimiento de esas personas para confundirlas aún más, ha desarrollado durante años una serie de instrumentos para interpretar sus aspiraciones y para comunicarse con ellos. No hemos de olvidar que el corazón de un verdadero revés a las posiciones fascistas e imperialistas radica en la fuerza de una clase trabajadora organizada políticamente, y que sin ella, las posibilidades de una victoria real son prácticamente fantasiosas.
Andrés Avila Armella: Secretario General del Partido Comunista de México (PCdeM) www.partidocomunistademexico.org; sociólogo y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM donde labora como docente.
Eduardo Victoria Baeza: Miembro de la Comisión Internacional del PCdeM, sindicalista y corresponsal de Radio Centenario de Uruguay.