Llegando al aeropuerto del Distrito Federal, México pasé al área de migración el plan había sido estudiado con detenimiento y las respuestas que daría también, iba a visitar a una tía que vivía en la ciudad de México. El único dinero que llevaba era un cheque de viajero de doscientos dólares, lo que les despertó […]
Llegando al aeropuerto del Distrito Federal, México pasé al área de migración el plan había sido estudiado con detenimiento y las respuestas que daría también, iba a visitar a una tía que vivía en la ciudad de México.
El único dinero que llevaba era un cheque de viajero de doscientos dólares, lo que les despertó curiosidad a los agentes de migración por ser tan poca la cantidad, mi maletín llevaba cinco mudadas de ropa que era todo mi equipaje. No creyeron mi historia y preguntaron si alguien me estaba esperando a la salida del aeropuerto, les dije que sí que mi tía estaba ahí fue entonces que decidieron enviar dos agentes de migración conmigo para verificar si era cierto lo que había dicho.
La coyota me iba a estar esperando con un papel donde estaría mi nombre escrito pero, ninguna de las dos contaba con que enviarían a agentes de migración.
Van caminando atrás mío y yo busco entre la multitud a la mujer menuda de cabello teñido de rubio, pantalón de lona color azul y chaqueta de cuero de color negro, la logro distinguir y también tiene mis características: morena, cabello rizado largo color negro, pants azul y playera gris tipo polo, maletín gris, nuestras miradas se encuentran e inmediatamente subo una mano a la altura de mi pecho y le hago señas de que atrás vienen dos agentes de migración, entiende el mensaje y guarda en el instante el papel que tiene mi nombre, corro hacia sus brazos fingiendo ser la sobrina que tiene años de no ver la tía que migró y la saludo eufóricamente: ¡tía querida, tanto tiempo sin verla! Ella también entra en escena y me abraza con un sentimiento de nostalgia y de alegría tan perfectamente orquestado que los agentes se creen el reencuentro y deciden dejarme entrar al país, sellan mi visa y se despiden diciéndome: bienvenida a México, que su estancia sea placentera. Caminamos abrazadas con la coyota hasta el estacionamiento.
En el avión me encontré a un árbitro mundialista mexicano que viajaba de Costa Rica a donde había asistido a dirigir un encuentro de fútbol, me saludó muy amablemente y me invitó a conocer las instalaciones de la Federación de Fútbol de México, a entrenar con los colegas si estaba entre mis posibilidades de tiempo y organización también a presenciar un encuentro de la liga mayor y luego a una cena con los colegas, aquella invitación me pareció de lo más normal puesto que yo también soy árbitra de fútbol y es camaradería de recibimiento cuando otro árbitro visita otro país, de haber sido otras mis circunstancias le habría tomado la palabra, quedó registrado en mi memoria como un dato curioso en mi viaja clandestino buscando la frontera hacia Estados Unidos.
El vuelo de Mexicana de Aviación iba repleto de coyotes y de indocumentados, nosotros tenemos un lenguaje secreto, un instinto peculiar, una armonía que solo quienes no tienen documentos entienden a cabalidad, de incógnito para la sociedad y para el sistema que finge no vernos, pero totalmente visibles para quienes se aprovechan de nuestras circunstancias. Por muy disfrazados con ropas de galas para no llamar la atención las miradas desnudan las almas temerosas que, fingiendo valentía se lanzan a la conquista de lo desconocido en un acto suida que a nadie importa, actos que si sobreviven se vuelven remesas que pactan promesas de amor que el tiempo se encarga de disolver, es así como quienes ya están del otro lado de la frontera se vuelven hiel que beben a cuenta gotas en la diáspora. El retorno se vuelve una quimera y a veces un recuerdo que se trata de olvidar. Son los desterrados muertos en vida que no se percatan que aun respiran.
Abordamos un autobús que nos llevó al Estado de Morelos, pasamos por la pintoresca Cuernavaca que cuando la vi me sentí en San Lucas Sacatepéquez, muy similar el paisaje, el clima y la infraestructura. Kilómetros más adelante la brisa rala del calor de Acapulco nos avisó que estábamos por llegar a Morelos, ahí abordamos otro autobús que nos llevó al poblado de Jojutla.
En un mercado la coyota tiene su casa y su puesto donde vende todo tipo de vestidos y decoraciones para: bodas, quince años, bautizos y funerales. Sus hijas que también son parte del negocio del tráfico de personas indocumentadas fueron las encargadas de darme las clases de geografía e historia de México, desde el mismo instante en que llegué les dijeron a los vecinos y vendedores que yo era una prima veracruzana que había crecido en Guerrero cerca del puerto de Acapulco, mi acento, mi color de piel, la forma de mi cuerpo y mi cabello rizado ayudaban con la descripción.
El mismo día guardé mi acento guatemalteco y los modismos para aprender nuevos y mexicanos, no sé cómo sucedió pero lo logré de otra forma mi historia fuera distinta y tal vez yo no estaría en este momento escribiendo este relato.
Día y noche estudiando nombres de ríos, calles, poblados, Estados, nombres de gobernantes, aprendí el himno nacional, canciones tradicionales de Morelos, Guerrero y Veracruz. Todo esto para poder defenderme si en caso me detenía la policía en México o la Patrulla Fronteriza en Estados Unidos, el único objetivo era que si me deportaban que me devolvieran a México y no a Guatemala, eso me permitiría intentarlo nuevamente y que si me entrevistaba la policía mexicana me dejara continuar con el viaje.
El nivel de organización que tienen las redes que trafican con migrantes indocumentados me dejó sorprendida porque hay gente involucrada en todos los niveles e instancias. Para poder viajar como mexicana -porque mi visa estaba autorizada solamente hasta el Distrito Federal- a Sonora donde cruzaría el desierto para llegar a Arizona.
Fuimos al hospital público de Morelos y ahí un contacto me sacó sangre y me realizó una tarjeta médica cuestión que no tardó más de veinte minutos, vi cómo colocó tres gotas de mi sangre sobre una tableta que me explicó era para saber qué tipo de sangre tenía y mi nivel de hemoglobina. Se sorprendió cuando vio mi tipo de sangre y me dijo lo que me ha dicho todo el mundo: su sangre es rara y es muy difícil de conseguir en los hospitales.
Compramos los boletos de avión con destino a Hermosillo, Sonora . El día antes de partir fuimos con las hijas de la coyota al mirador de la laguna de Tequesquitengo y más allá a apuntando con la mano derecha me enseñó la conductora del automóvil que estaba Acapulco, «atrás de esos cerros».
Ya había aprendido a cocinar comida mexicana y en la noche un grupo de vecinas y de vendedoras que me tomó cariño organizó una despedida con Pozole, una tomó una guitarra y comenzaron a cantar canciones del tiempo de Pancho Villa que entrelazaron con coros evangélicos y católicos, terminaron la velada con la de No Volveré de don Antonio Aguilar y La Golondrina de Pedro Infante.
A la mañana siguiente me disfrazaron con zapatos de tacón, traje tipo sastre y llenaron de pintura mi rostro, trenzaron mi cabello y colgaron una bolsa de mi brazo, en el otro una mochila negra con la mudada con la que cruzaría el desierto: un pants negro, tenis color azul, un gorro pasamontañas y guantes negros. El resto se quedó en casa de la coyota que dijo que enviaría por paquetería cosa que nunca sucedió pero sí envió mi billetera con mis documentos guatemaltecos.
La tarjeta médica serviría como identificación en caso de cualquier inconveniente, tenía forma de licencia de conducir. Abordamos el avión con la coyota y las indicaciones fueron claras: «si te descubren ni se te ocurra voltearme a ver, viajaremos en distintos asientos». Por suerte o por azar del destino ni en el aeropuerto del Distrito Federal ni en el de Hermosillo, Sonora me pidieron identificación.
Mientras volaba observaba por la ventana las cerrarías de los Estados de: Querétaro, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, parte de Sinaloa y Chihuahua hasta que llegamos a Sonora, en el horizonte se veía el mar de Puerto Peñasco, estaba tan lejos de mi arrabal y no iba ni a la mitad del camino.
(Continúa)
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