Tres años después de los ataques conntra las torres del World Trade Center de Nueva York y el Pentágono, parecen muy pertinentes las cavilaciones del secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, filtradas hace 11 meses. «Hoy nos faltan parámetros para saber si estamos ganando o perdiendo la guerra mundial contra el terror «, escribió entonces […]
«Hoy nos faltan parámetros para saber si estamos ganando o perdiendo la guerra mundial contra el terror «, escribió entonces en un memorando dirigido a sus principales colaboradores.
«¿Capturamos, matamos o desalentamos a más terroristas que los que son reclutados, entrenados y desplegados contra nosotros por madrasas (escuelas religiosas islámicas) y clérigos radicales?», se preguntó.
Si así debe medirse el resultado de la «guerra contra el terror» lanzada por el presidente estadounidense George W. Bush tras los atentados cometidos el 11 de septiembre de 2001, con aviones de pasajeros secuestrados, por atacantes suicidas de la red Al Qaeda (La Base), Rumsfeld, jefe del Pentágono, debería llegar a la conclusión de que está fracasando en forma grave.
Cerca de 70 por ciento de las personas que dirigían Al Qaeda cuando se perpetraron aquellos ataques fueron capturados o se les dio muerte, como Bush y sus principales colaboradores no dejan olvidar a nerviosos ciudadanos estadounidenses, en el marco de la campaña hacia las elecciones presidenciales del 2 de noviembre.
Pero también es cierto que expertos en terrorismo han expresado su asombro ante la capacidad de regeneración de esa red dirigida por el saudita Osama bin Laden, en parte mediante su asociación con nuevas «franquicias» que han crecido como hongos después de la lluvia, en especial desde que comenzó la invasión estadounidense a Iraq, en marzo de 2003.
«Hay una dirección de repuesto (de Al Qaeda) intacta, con más de 18.000 potenciales terroristas a sus órdenes, y acelerado reclutamiento debido a (la invasión de) Iraq,» sostuvo en mayo el respetado Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, con sede en Londres, en su más reciente informe, ampliamente aceptado por los expertos estadounidenses en contraterrorismo.
«Las fuerzas y políticas estadounidenses completan la radicalización del mundo islámico, que Bin Laden había tratado de lograr desde comienzos de los años 90, con éxito sustancial pero incompleto», escribió un alto oficial antiterrorista de la Agencia Central de Informaciones (CIA, por sus siglas en inglés) en el nuevo libro titulado «Soberbia imperial: por qué Occidente está perdiendo la guerra contra el terror».
El autor de ese libro, que se identificó en él como «Anónimo», es Michael Scheuer, y opina que la decisión de invadir Iraq, con el propósito declarado de terminar con una amenaza mortal y llevar a árabes y kurdos oprimidos las bendiciones de la democracia, ha tenido precisamente el resultado más temido por Rumsfeld.
Lo mismo piensa Richard Clarke, el funcionario antiterrorista de mayor rango durante los gobiernos de Bill Clinton (1993-2001) y la primera mitad del actual mandato de Bush, que lo sucedió.
Según «Anónimo»/Scheuer, «Bin Laden no podía esperar nada mejor que la invasión y ocupación de Iraq», para que «todos los musulmanes del mundo puedan ver cada día en televisión que Estados Unidos ocupa un país musulmán, e insiste en que leyes hechas por el hombre reemplacen la palabra revelada de Dios, mientras roba el petróleo iraquí y abre paso a la creación de un ‘Gran Israel'»
Esa es realmente la percepción que parece predominar en los mundos árabe e islámico, según encuestas de opinión realizadas el año pasado.
«Estamos ante un colapso de la confianza en las intenciones estadounidenses» según Shibley Telhami, de la Cátedra Anwar Sadat para la Paz y el Desarrollo, de la estadounidense Universidad de Maryland, quien publicó en julio los resultados de sondeos de opinión en seis países árabes cuyos gobiernos están entre los mejores aliados de Washington en Medio Oriente.
Los cuatro objetivos de la invasión a Iraq más mencionados por los 3.000 entrevistados en esas encuestas fueron, con un rango de 50 a 75 por ciento, «debilitar» o «dominar» al mundo islámico, «controlar el petróleo» y «proteger a Israel».
Además, en la mayoría de los países árabes cayó a un dígito el porcentaje de consultados con una opinión «favorable» hacia Washington, según ese estudio y otros recientes.
Los porcentajes son similares en Pakistán, un aliado clave de Estados Unidos en la guerra contra Al Qaeda, y apenas superior en países musulmanes de Eurasia, incluso en Turquía, alineada con Washington desde hace más de 50 años.
Eso ha dado a los potenciales seguidores de Bin Laden un mar mucho más extenso en el que nadar.
En consecuencia, y a pesar de la gran cooperación contra el terrorismo obtenida por Washington de regímenes antes reticentes a brindarla, como los de Arabia Saudita y Pakistán, los gobiernos y la población de esos países se sienten muy lejos de sus gobernantes en este asunto, y eso brinda un terreno más fértil a los reclutadores de Al Qaeda, especialmente en Iraq.
Dieciocho meses después de la invasión, ese país debería, según los planes previos, estar consolidando un sistema federal democrático protegido por apenas unos 50.000 soldados de Estados Unidos tranquilamente instalados en bases permanentes, con el apoyo y la gratitud de la población y de un régimen prooccidental.
Pero la cantidad de soldados que Washington tiene apostados allí triplica esa cantidad. Están rodeados por una población resentida o activamente hostil, muy poco dispuesta a delatar a la creciente y multifacética insurgencia que realiza más de 80 ataques contra objetivos estadounidenses por día.
Eso sugiere que no son sólo las madrasas y los clérigos radicales los que crean terroristas, como sugería Rumsfeld, sino también la propia presencia estadounidense.
«¿Es la presencia continuada de las fuerzas militares estadounidenses parte de la solución o parte del problema?», se preguntó este viernes el diario británico Financial Times, al informar que más de 1.000 soldados de Estados Unidos habían muerto en Iraq desde la invasión.
Esa pregunta no parece formar parte de las cavilaciones de Rumsfeld.
«La presencia de combatientes islámicos en Iraq es más fuerte hoy que en marzo de 2003. Los ‘jihadistas’ (combatientes en lo que consideran una «guerra santa») ven en Iraq una oportunidad estratégica», observó esta semana Roger Cressey, ex director de Amenazas Transnacionales del Consejo de Seguridad Nacional, un órgano de la Casa Blanca.
«Es difícil encontrar un experto en terrorismo para el que la guerra de Iraq haya reducido, en vez de aumentar, la amenaza contra Estados Unidos», escribió el periodista experto en seguridad nacional James Fallows en la última edición de la revista Atlantic.
Esa situación no es exclusiva de Iraq.
La mayoría de Afganistán está regida por señores de la guerra, y la producción de adormidera y opio alcanzó niveles históricos desde 2001, mientras el depuesto movimiento islámico Talibán continúa realizando incursiones en el sur y en el sudeste.
Las últimas encuestas muestran un creciente desencanto con la conducción de la guerra, aun en los países de Europa central y oriental aplaudidos por Rumsfeld como la «nueva Europa» porque sus gobiernos se han alineado con Washington y han colaborado con la guerra en Iraq.
El resultado es que crece el apoyo a una política exterior europea independiente, tras medio siglo de liderazgo estadounidense, y auemnta también el riesgo político para gobernantes que, como el ex presidente del gobierno español José María Aznar y el primer ministro británico Tony Blair, adhirieron ostensiblemente a la «guerra contra el terror» de Bush.
Mientras Estados Unidos unifica el mundo islámico en su contra, el gobierno de Bush también ha desmoralizado y dividido a Occidente.
Quizás es hora de que Rumsfeld cavile un poco más.