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Tres lecciones para la izquierda del informe Mueller

Fuentes: Sin Permiso

La izquierda progresista puede deducir tres lecciones importantes ahora que es evidente que la investigación del fiscal especial, Robert Mueller, sobre el ‘Russiagate’ nunca va a destapar la connivencia entre el equipo de Donald Trump y el Kremlin en las elecciones presidenciales de 2016. Salvar la cara 1. La izquierda nunca tuvo nada que hacer […]

La izquierda progresista puede deducir tres lecciones importantes ahora que es evidente que la investigación del fiscal especial, Robert Mueller, sobre el ‘Russiagate’ nunca va a destapar la connivencia entre el equipo de Donald Trump y el Kremlin en las elecciones presidenciales de 2016.

Salvar la cara

1. La izquierda nunca tuvo nada que hacer en este asunto. Fue siempre una disputa interna entre diferentes alas del establishment. El capitalismo tardío está en crisis terminal, y el mayor problema al que se enfrentan nuestras élites empresariales es como salir de esta crisis con su poder intacto. Un ala quiere asegurarse de que no pierde la cara en el proceso, otra es feliz simplemente hundiendo aún más su hocico en el agujero, mientras dure la comida.

El ‘Russiagate’ no abordó nunca el fondo del asunto, sino quién gestionaría la imagen de la caída de un capitalismo neoliberal cargado de esteroides hasta envenenarse.

A los líderes del Partido Demócrata les aterra menos Trump y lo que representa que nosotros y lo que podríamos hacer si comprendiéramos hasta que punto han trucado el sistema político y económico para su beneficio permanente.

Puede parecer que el ‘Russiagate’ ha sido un fracaso, pero en realidad ha sido un éxito. Ha desviado la atención de la izquierda de la corrupción endémica dentro de la dirección del Partido Demócrata, que supuestamente representa a la izquierda. Ha re-dirigido las energías políticas de la izquierda hacia los convenientes chivos expiatorios de Trump y el presidente ruso, Vladimir Putin.

Sumido en la corrupción

Lo que descubrió Mueller -todo lo que podía descubrir en cualquier caso- fue que la corrupción era marginal en el equipo de Trump. Y era inevitable porque Washington está sumido en la corrupción. De hecho, lo que reveló Mueller fueron las formas más excepcionales de corrupción en el equipo de Trump, mientras que oculta los mecanismos habituales de corrupción que hubieran recordado que la corrupción es endémica e infecta también a los líderes demócratas.

Una investigación contra la corrupción hubiera sido mucho más profunda y hubiera puesto al descubierto mucho más cosas. Hubiera subrayado el papel de la Fundación Clinton, y el papel de mega-donantes como James Simons, George Soros y Haim Saban que financiaron la campaña de Hillary Clinton con un objetivo en mente: incluir sus agendas particulares en un «consenso» nacional comprado.

Además, al centrarse en el equipo de Trump -y pececillos como Paul Manafort y Roger Stone- la investigación sobre el ‘Russiagate’ en realidad sirve para proteger a los líderes demócratas de una investigación sobre una corrupción mucho peor puesta de manifiesto en el contenido de los mensajes de correo electrónico de la DNC (Comité Nacional Demócrata). Fue la filtración / piratería de esos correos electrónicos lo que proporciona el fundamento para las investigaciones de Mueller. Lo que debería haber sido parte principal y central de cualquier investigación es cómo el Partido Demócrata trató de manipular sus primarias para evitar que los miembros del partido eligieran a nadie que no fuese Hillary su candidato presidencial.

Así que, en resumen, el ‘Russiagate’ ha supuesto dos años de derroche de energías de la izquierda, que podría haberse utilizado tanto contra Trump por lo que está haciendo realmente, en lugar de lo que habría hecho, y contra los dirigentes Demócrátas por sus propias prácticas, igualmente corruptas.

Trump empoderado

2. Pero es mucho peor que eso. No se trata sólo de que la izquierda ha perdido dos años de esfuerzos políticos en el ‘Russiagate’. Al mismo tiempo, ha empoderado a Trump, justificando su falso argumento de que es un presidente anti-sistema, un presidente del pueblo, al que las élites quieren destruir.

Trump se enfrenta a una oposición en el seno del establishment no porque sea «anti-sistema», sino porque se niega a salvarles la cara. Está destruyendo la imagen de un capitalismo tardío codicioso y autodestructivo. Y lo está haciendo, no porque quiera reformar o derribar este capitalismo disparatado, sino porque quiere eliminar los últimos obstáculos, principalmente cosméticos, en el sistema para que él y sus amigos puede saquearlo mejor y destruir el planeta con mayor rapidez .

La otra ala del establishment neoliberal, la representada por la dirección del Partido Demócrata, teme que esta imagen del capitalismo – que hace explícitas sus inherentes, brutales y suicidas tendencias, puede acabar por ser insoportable para la gente y corre el riesgo con el tiempo de convertirlos en revolucionarios. Los líderes del Partido Demócrata temen a Trump por la amenaza que supone para la imagen del sistema político y económico que con tanto amor han construido para que puedan seguir enriqueciéndose ellos y sus hijos.

El genio de Trump – su única capacidad – es haberse apropiado indebidamente de algunos elementos del lenguaje de la izquierda para avanzar los intereses del 1 por ciento. Cuando ataca a los grandes medios de comunicación «liberales» por tener una agenda dañina, por servir de propagandistas, no se equivoca. Cuando clama contra las políticas identitarias cultivadas por las elites «liberales» en las últimas dos décadas – sugiriendo que han debilitado a los EE.UU. – no se equivoca. Pero está en lo cierto por razones equivocadas.

La versión de TV del protagonista cebo

Los medios de comunicación privados, y los periodistas que emplean, son propagandistas – defienden un sistema que los enriquece. Cuando Trump era un candidato republicano en las primarias, la totalidad de los medios privados lo defendían porque era el equivalente al protagonista cebo que atrae a la audiencia en televisión, como lo había sido desde que los reality shows comenzaron a usurpar el lugar de los programas de actualidad y debate político serios.

El puñado de empresas que poseen los medios de comunicación en EE.UU. – y gran parte de la América empresarial, además – quieren no solo ganar más beneficios sino tambien mantener la credibilidad de un sistema político y económico que les permite hacer cada vez más dinero.

 

Los medios de comunicación «liberales» comparten los valores de la dirección del Partido Demócrata. En otras palabras, ha invertido mucho en asegurarse de que no pierden la cara. Por el contrario, Fox News y los inversores de riesgo, como Trump, dan prioridad a ganar dinero a corto plazo a la credibilidad a largo plazo de un sistema que les permite hacer dinero. Se preocupan mucho menos por salvar la cara.

Trump tiene razón de que los medios de comunicación «liberales» no son democráticos y que hacen propaganda contra él. Pero se equivoca acerca del por qué. De hecho, todos los grandes medios de comunicación – ya sean «liberales» o no, ya estén contra Trump o con él – no son democráticos. Todos los medios de comunicación hacen propaganda a favor de un sistema podrido que mantiene la gran mayoría de los estadounidenses en la pobreza. Todos los medios de comunicación se preocupan más por Trump y las élites a las que pertenecen que por el 99 por ciento.

Migajas del plato principal

Lo mismo ocurre con la política identitaria. Trump dice que quiere hacer a América (blanca) grande otra vez, y utiliza la obsesión de la izquierda con las identidades como una forma de alimentar una reacción violenta en contra de sus propios partidarios.

Al igual que muchos en la izquierda parecían sonámbulos en los últimos dos años a la espera del Informe Mueller – ¡un ex jefe del FBI, la policía secreta de Estados Unidos, por Dios! – para salvarlos de Trump, han sido manipulados por las élites liberales para arrastrarles al callejón sin salida de la política identitaria.

Al igual que Mueller puso a la izquierda a la espera, como si estuviera esperando al Mesias, la ingenua política identitaria cultivada en los bastiones supuestamente liberales de los grandes medios de comunicación y las universidades de la Ivy League- la misma universidades que han formado a generaciones de Muellers y Clintons – no tiene otro objetivo que agotar las energías políticas de la izquierda. Mientras discutimos sobre quién es más oprimido y más víctima, el establishment ha continuado violando y saqueando los países del Tercer Mundo, destruyendo el planeta y apropiándose la riqueza producida por nosotros.

Estas élites liberales hace mucho tiempo que comprendieron que si consiguen enfrentarnos sobre quién tiene más derecho a las migajas de la mesa, puede seguir tranquilamente disfrutando de su festín.

Las elites «liberales» han utilizado las política de identidad para mantenernos divididos, pacificando a los más maginados con la oferta de algunas migajas adicionales. Trump se ha aprovechado de la política de identidad para mantenernos divididos alentando las tensiones mientras reorganiza la jerarquía de los «privilegiados» de donde caen esas migajas. En el proceso, las dos alas de la élite ha evitado el peligro de que la conciencia de clase y la solidaridad verdadera puedan desarrollarse y empezar a desafiar sus privilegios.

La experiencia Corbyn

3. Pero la lección más importante para la izquierda es que el apoyo entre sus filas a la investigación Muller contra Trump era extremadamente insensato.

No solo estaba destinada al fracaso – de hecho, fue diseñada para fracasar – sino que ha establecido un precedente para futuras investigaciones politizadas que se utilizarán contra la izquierda progresista si consigue cualquier conquista política significativa. Y una investigación en contra de la izquierda real será mucho más agresiva y mucho más «productiva» que la de Mueller.

Si hay alguna duda, basta mirar al Reino Unido. Gran Bretaña tiene al primer político verdaderamente progresista que se recuerde al borde de alcanzar el gobierno, alguien que busca representar al 99 por ciento, no al 1 por ciento. Pero la experiencia de Jeremy Corbyn como el líder del Partido Laborista – que ha conseguido una afiliación masiva hasta convertirlo en el partido político más grande de Europa – ha sido alucinante.

He documentado tribulaciones de Corbyn de manera regular en Counterpunch durante los últimos cuatro años a manos de la clase política y los medios de comunicación británicos. Ver aquí .

Corbyn, incluso más que la pequeña nueva ola de políticos rebeldes en el Congreso de Estados Unidos, se ha enfrentado a un bombardeo incesante de críticas por parte de todo el espectro político del Reino Unido. Ha sido atacado tanto por los medios de derecha como por los medios de comunicación supuestamente «liberales». Ha sido embestido por el Partido Conservador gobernante, como era de esperar, como por su propio Partido Laborista en el Parlamento. El sistema bipartidista del Reino Unido se ha revelado tan falsamente democrático como el de los EE.UU..

La ferocidad de los ataques ha sido necesaria porque, a diferencia del éxito del Partido Demócrata a la hora de mantener a la izquierdista progresista lejos de la campaña electoral, el sistema del Reino Unido accidentalmente permitió que un socialista se colase en ella. Todos los infiernos se han desatado desde entonces.

La ingenua política de la identidad

Lo que es evidente es que rara vez Corbyn es atacado por sus políticas – sobre todo porque tienen un gran atractivo popular. En su lugar, ha sido acusado de extraños pecados, a pesar de su larga y muy transparente vida como activista antiracista, que de repente se habría transformado en un incorregible antisemita desde el mismo momento en que los miembros de su partido lo eligieron líder.

No voy a abordar una vez más hasta que punto estas afirmaciones son inverosímiles. Basta con releer algunas entradas del blog si se alberga la menor duda.

Pero lo que es sorprendente es que, al igual que con la Investigación Mueller, gran parte de la izquierda británica – incluyendo figuras prominentes como Owen Jones y la supuestamente contracultural Novara Media – han invertido sus energías políticas en tratar de aplacar o apoyar a quienes hacen estas acusaciones absurdas de que el Laborismo bajo Corbyn se ha convertido en «institucionalmente antisemita». Una vez más, la promoción de una política de identidad unilateral- que enfrenta los derechos de los palestinos con la sensibilidad de los sionistas sobre Israel – fue explotada para dividir a la izquierda.

Cuanto más concesiones ha hecho la izquierda a esta campaña, más indignados, más implacables y farisaicos se han convertido los oponentes de Corbyn – hasta el punto de que el Partido Laborista sufre un grave peligro de implosión.

Un momento definitorio

Si los EE.UU. consiguiesen tener su propio Corbyn como candidato presidencial, sin duda se enfrentaría a una investigación al estilo Mueller, y una mucho más efectiva a la hora de permitir la destitución del presidente.

Y no porque un presidente estadounidense de izquierda fuese más corrupto o tuviera más probabilidades de haber actuado en connivencia con una potencia extranjera. Como muestra el ejemplo del Reino Unido, sería porque todo el sistema de medios de comunicación – desde el New York Times a Fox News – estaría en contra de un presidente así. Y como el ejemplo del Reino Unido también demuestra, porque las direcciones tanto de Republicanos como de Demócrata trabajarían juntas para acabar con un presidente así.

En el éxito o fracaso combinado de la investigación Mueller, la izquierda tiene la oportunidad de entender de una manera mucho más sofisticada como funciona de verdad el poder. Es momento clasificador, o debe serlo, si estamos dispuestos a abrir los ojos a verdaderas lecciones de Mueller.

Jonathan Cook periodista británico y único corresponsal extranjero residente en Nazaret (desde 2001), ha sido distinguido por organizaciones de medios como Project Censored y con galardones como el Martha Gellhorn Special Prize for Journalism. Sus artículos han aparecido en publicaciones como The Guardian, The Observer, The Times, The New Statesman, The International Herald Tribune, Le Monde diplomatique, Counterpunch y Electronic Intifada.
Traducción: Enrique García