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Tres meses infiltrado en Glovo

Fuentes: El Salto Diario

Paul Iano, estadounidense, trabajó durante tres meses para Glovo en País Vasco. Lo hizo para conocer desde dentro las condiciones laborales de un tipo de empresa con una forma de funcionamiento ya habitual en Estados Unidos en el que se externalizan los costes y se quedan solo con el beneficio. Estoy esperando en la puerta […]

Paul Iano, estadounidense, trabajó durante tres meses para Glovo en País Vasco. Lo hizo para conocer desde dentro las condiciones laborales de un tipo de empresa con una forma de funcionamiento ya habitual en Estados Unidos en el que se externalizan los costes y se quedan solo con el beneficio. Estoy esperando en la puerta de un elegante restaurante de hamburguesas fumando un cigarrillo. Reviso mi teléfono una y otra vez, observando cómo el reloj avanza constantemente. Llevo aquí ya una hora y me pagan cinco céntimos por cada minuto que espero a que un par de hamburguesas salgan de la cocina en una bolsa de papel marrón, momento en el que seré libre para hacer la única cosa que disfruto de este trabajo: montar en bici a una velocidad temeraria de noche por la ciudad.

Esta es la segunda vez que he estado aquí esta noche. Después, cuando haga un recuento rápido, me encontraré con que solo he pasado 70 de un total de 200 minutos haciendo mi trabajo: ir en bici e interactuar con los clientes. Los otros 130 minutos se han ido así, esperando comida. Esta ha resultado ser la parte principal de trabajar para Glovo: la espera.

Funciona así. Unos días antes te registras para hacer las horas que quieras esa semana. Si eres nuevo, solo vas a tener turnos de tarde, y la mayoría de ellos en fin de semana. Una vez que comienza el turno, esperas un pedido, lo que puede llevar un rato. Después, vas en bici al sitio. Y esperas a que preparen la comida, normalmente entre 10 minutos y una hora, dependiendo de la hora, del día y del restaurante. Una vez que la comida llega, le haces una foto a la factura y te pones en marcha hacia la casa del cliente, a menudo atravesando gran parte de la ciudad. Cuando llegas, el cliente firma en la aplicación que tienes en el móvil con su dedo, le das la comida y vuelves a la calle para esperar el siguiente pedido. Si no es un horario de mucha demanda, lo más seguro es que acabes llegando al centro antes de que te toque otro encargo, ya que los pedidos se reparten en base a la proximidad al lugar de recogida.

En teoría, puedes elegir «libremente» las horas de trabajo, y no hay consecuencias si cambias de opinión, incluso a mitad de turno. Pero, en realidad, casi lo único que hacemos es entregar comida y la gente solo quiere que se le entregue comida a determinadas horas. Por definición, esto significa que las horas de trabajo están más o menos predeterminadas, y son aquellas en las que preferirías estar relajándote con los amigos. Aunque es verdad que puedes cambiar de opinión, si lo haces muy a menudo tu «puntuación de excelencia» comienza a decaer, algo que afecta a la cantidad de horas que puedes trabajar y a la probabilidad de que recibas pedidos durante tu turno.

Dicen que podemos aceptar o rechazar pedidos, pero hacen todo lo posible para que activemos el «asignación automática». Si elegimos no activar esta función, rápidamente perderemos puntos en nuestra puntuación de excelencia. Los pedidos solo aparecen en horas de alta demanda, y parece que los pedidos se le aparecen primero a quienes tienen activada la «asignación automática». Por otro lado, si la activas, los pedidos fácilmente aparecen en tu teléfono, y, por alguna razón, los peores pedidos, con los tiempos de espera más largos, siempre parecen que llegan cuando tu turno está por terminar. Más que libertad, es una cuestión de elección; la elección de hacer exactamente lo que la empresa quiere, o perder tiempo y dinero. Pero el término libertad suena mucho mejor desde una perspectiva de marketing.

Incluso teniendo en cuenta todo esto, hasta ahora había sido sorprendentemente feliz con este trabajo. Me había inscrito como «colaborador» de Glovo para investigar la realidad de ser un trabajador a pedido en una de las empresas de más rápido crecimiento en España. Pero, como me gusta montar en bici y no lo había hecho mucho últimamente, resultó que me lo pasé realmente bien. Al mismo tiempo, me costó entender cómo mis nuevos compañeros se lo montaban para llegar a fin de mes con este sistema. Yo no tengo una familia que mantener, ni una hipoteca que pagar, y trabajando todos los días de la semana en un trabajo físicamente exigente no me llegaba para cobrar mucho más que en mi trabajo anterior, enseñando inglés a tiempo parcial. Parecía una manera difícil de ganarse la vida, incluso aunque este trabajo te permita ahorrarte el gimnasio.

Algunas cosas influyeron en mi decisión de investigar Glovo. Vengo de Estados Unidos, pero me fui de allí hace unos ocho años. Fui parte de la primera generación de un «mundo feliz» de niños tecnológicos. Vimos cómo Facebook se convirtió en una marca conocida, cómo los Apple Ipods se transformaron en Iphones y cómo Netflix reemplazó a la televisión de la sala de estar. Pero me fui antes de que la cobertura de datos móviles y los teléfonos inteligentes cada vez más sofisticados permitieran que echaran raíces en la sociedad todas las posibilidades de un estilo de vida basado en las aplicaciones. Cuando era pequeño, internet era una nueva y sofisticada forma de buscar ayuda con las tareas de la escuela secundaria y jugar gratis en línea. Para cuando me fui, los primeros signos de una transformación en el tejido social y laboral estadounidense habían comenzado a hacerse visibles. Los cambios destructivos precipitados y alentados por las compañías tecnológicas y la gig economy son factores importantes en la calidad de vida decreciente que elegí dejar atrás, y su ausencia aquí es parte de lo que protege la impresionante calidad de vida de la que disfruto ahora.

Viviendo aquí, en el País Vasco, me siento obligado a llamar la atención sobre Glovo y sus similares. Aquí hay un fuerte sentido de la excepcionalidad y no siempre un gran entendimiento de las tendencias internacionales, lo que hace que la gente realmente se sorprenda cuando describo algunas de las condiciones de vida en los Estados Unidos modernos: altos costos, 60 horas de trabajo a la semana y una generalmente miserable calidad de vida. En la tierra de las oportunidades, los maestros de escuelas primarias y secundarias necesitan un segundo y tercer empleo para pagar el alquiler, las personas con enfermedad mental no reciben tratamiento -ya que millones de personas carecen de cualquier tipo de cobertura médica– y los asegurados pagan al menos 500 dólares al mes por pólizas familiares que apenas cubren lo básico. Las vacaciones y la jubilación son prácticamente desconocidos, se espera que los empleados respondan correos electrónicos y llamadas laborales a cualquier hora, las familias con empleo completo no pueden pagar el cuidado infantil y la educación superior cuesta entre 20.000 y 40.000 dólares al año de media. En las áreas o regiones rurales aisladas, a las que la economía ha dejado atrás a medida que el trabajo tecnológico reemplazaba a las fábricas, no suele haber trabajo. En las zonas urbanas ricas donde el dinero de la tecnología se congrega, hay mucha oferta de trabajo, pero las condiciones impuestas a la clase trabajadora suelen ser sombrías o absurdas, e incluso con salarios altos, largas horas y múltiples empleos no se llega para mantener el ritmo de las crecientes rentas.

En el País Vasco, sin embargo, los sindicatos y la mano de obra especializada han retrasado mucho este proceso. Desde aquí puede ser difícil ver el peligro planteado por un grupo de bicicleteros con mochilas amarillas. Pero los grandes cambios siempre comienzan con pasos pequeños, casi imperceptibles, que lentamente normalizan un nuevo estatus quo. Como estadounidense que vive en el País Vasco, decidí que no me sentía cómodo cuando estas fuerzas ganaron terreno aquí.

Así que, para luchar contra Glovo, decidí convertirme en uno de ellos. Asistí a reuniones de dos horas de duración y configuré mi nuevo estado de contratista con una empresa que procesa el papeleo de los empleados. Fui inmediatamente contratado sin ningún proceso de selección. Durante todo el «proceso de entrevista» solo me hicieron una pregunta: «¿Bicicleta o motocicleta?».

En mi primera noche estaba nervioso y emocionado. Esperando fuera de mi casa, encaramado nervioso en mi bicicleta, después de unos 20 minutos que me parecieron que no tenían fin, tuve un pedido y me apresuré a comenzar mi turno. Divertido y frustrado, pasé la siguiente hora intentando que la aplicación y el equipo de soporte recibieran la foto que había tomado de la factura. Después de eso, finalmente, agonizante, logrando demostrar que había encontrado la bolsa de alimentos correcta, se agotaron mis datos de móvil de todo el mes. Tras deducir el IVA, hice ocho euros en tres horas.

La noche siguiente conseguí un pedido en los primeros 30 minutos, pero se me pinchó la rueda y tuve que pasar la siguiente hora y media caminando desde el centro de la ciudad hasta la ubicación del cliente, y de nuevo a la ciudad. El día después de eso, el nuevo tubo para mi bici que había comprado resultó ser defectuoso, y no pude hacer nada excepto tratar de arreglar mi bicicleta. Fue una primera semana estresante, e hice un total de alrededor de 30 euros que pagaron aproximadamente la mitad de lo que Glovo me cobró por la mochila.

Pero, después de arreglar mis neumáticos, solucionar el problema de la aplicación, prepararme con herramientas de emergencia para reparar la bicicleta, salí nuevamente la semana siguiente. Sorprendentemente, salió bien. Pasé un total de alrededor de 33 horas trabajando para Glovo, no se me pinchó ninguna rueda y gané 271,23 euros, antes de restar el 21% de IVA en lo que luego supe que fue una semana inusualmente buena. Pero más interesante, resultó que me había estado perdiendo la emoción de ir en bicicleta, la sensación de confianza que tengo en las dos ruedas. Después de décadas de esquivar el tráfico, puedo ver casi el futuro, sabiendo dónde se abrirá un espacio en el tráfico antes de que exista. Mientras vuelo por las calles oscuras, solo y rodeado por una sociedad que se consuela en comidas familiares y reuniones amistosas, me deleito en mi capacidad de conocer los flujos de los semáforos y los hábitos de los peatones, lo que me permite no reducir la velocidad en las intersecciones más complejas. Siento el viento en la cara, la quemazón de mis muslos sobrecargados de trabajo y empujo hacia mi próximo destino, todo al servicio de la industria de alimentos a pedido.

Es posible confundir mi entusiasmo por el ciclismo con la razón para promocionar Glovo, pero el problema con Glovo no es que el trabajo se haga en bici. Deliveroo y Glovo a menudo intentan excusar sus condiciones de trabajo al afirmar que los empleados consideran que su trabajo es «divertido». Pero es una peligrosa combinación de afición y necesidad. Solo porque me gusta enseñar inglés no significa que deba tener problemas para pagar mi renta. Lo mismo pasa con Glovo. De hecho, los mensajeros han existido durante décadas. Estoy lejos de ser el primer punk anarquista en encontrar una sensación de libertad al navegar una ciudad sobre dos ruedas. Pero en el pasado, estas habilidades fueron recompensadas con altos salarios y estatus de empleado.

El problema con Glovo es el modelo que está tratando de normalizar en la sociedad y la economía, solo por accidente relacionado con el ciclismo urbano. Después de todo, Glovo no es la única compañía que está «revolucionando» una industria, son parte de una tendencia global encabezada por Uber, Airbnb, Amazon Flex, WeWork y docenas más como ellos. Estas empresas forman parte de una nueva tendencia, en la que los trabajadores son contratados como autónomos en lugar de empleados, y son administrados por una aplicación en lugar de un jefe. Son parte de una nueva evolución del capitalismo que se ha convertido en la tendencia de negocios de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Allí, este tipo de «plataformas» funcionan en casi todos los sectores imaginables. Camioneros, servicios de limpieza, taxi, compras de comestibles y casi cualquier cosa que pueda imaginar ahora se hace usando estos servicios.

Estas empresas han encontrado un vacío legal que crea una dinámica de poder totalmente unilateral entre ellos y sus trabajadores. En los trabajos tradicionales, la fuerza laboral disfrutaba de una cierta cantidad de poder de negociación, un poder que fluía naturalmente de las cualidades fundamentales de las empresas que generaban su propio valor. Las industrias mejor sindicadas han sido aquellas en las que los empleados se congregaron en lugares específicos, se beneficiaron del recurso legal de las leyes de negociación colectiva y, lo que es más importante, compartieron fuertes lazos sociales fuera del lugar de trabajo que incentivaron el comportamiento cooperativo.

Glovo -y compañías de este tipo- ha creado una situación en la que ninguno de esos factores existe. En lugar de lamentarnos juntos sobre nuestros trabajos, a mis compañeros de trabajo y a mí nos incentivan a competir unos con otros a través de puntuaciones que dictan cuándo podemos trabajar y cuánto trabajo tenemos durante nuestros turnos de trabajo. Como mi jefe nos dijo a mí y a otro posible mensajero de Glovo: «Sois compañeros de trabajo, claro, pero también sois competidores», una filosofía que invade todos los aspectos de nuestro trabajo. Para empeorar las cosas, no tenemos un lugar de reunión central. Los compañeros de trabajo solo se encuentran en las áreas de espera de los restaurantes que no pueden hacer una hamburguesa en menos de una hora.

En la gig economy, las personas que ya están aisladas se ven obligadas por necesidad a un trabajo aún más aislado. El idioma, el estatus legal u otras desventajas pueden ser una barrera tanto para conseguir un buen trabajo como para organizase. Aquellos que disfrutan de un lugar social y financiero seguro pueden permitirse afirmar sus intereses y pueden optar por alejarse de una mala opción. Pero para los trabajadores en situación precaria, poner en peligro un trabajo que es difícil de adquirir se convierte en un riesgo demasiado grande a asumir. En Glovo, la mayoría de nosotros no tenemos otro trabajo al que recurrir, y algunos de mis compañeros de trabajo llevaban desempleados tres años antes de convertirse en mensajeros. A nivel estatal, antes de encontrar su trabajo actual, uno de cada cinco empleados de la gig economy había sufrido un largo período de desempleo. 

Cuando también se considera que casi no tenemos recursos legales debido a nuestro tipo de contrato, las cosas comienzan a parecer bastante feas. Trabajamos en un mundo donde nuestros lazos sociales son frágiles y fugaces; donde, si nos lastimamos, podemos esperar poca o ninguna ayuda, y es difícil no ver a nuestros compañeros de trabajo como obstáculos para obtener otro pedido. Esto se traduce en un entorno de trabajo que nos enfrenta entre sí de una nueva y eficiente manera, impulsado por las posibilidades de geolocalización, teléfonos inteligentes y una población precaria desesperada por cualquier tipo de trabajo sin importar las condiciones. Al mismo tiempo, compañías como Glovo han tenido éxito en eliminar todos los elementos estructurales del empleo anterior que unieron a los trabajadores y les permitió trabajar hacia mejores condiciones. Somos una clase de inmigrantes inadvertidos y mal pagados, con pocas opciones, y esto diezma las posibilidades de poder de los trabajadores. Dado todo esto, ¿a quién le puede sorprender que ganemos en promedio entre un 62% y un 43% menos que los trabajadores de la economía tradicional?

Estos factores se combinan para formar una relación con Glovo completamente desigual. No tenemos una oficina de recursos humanos para resolver problemas, solo una dirección de correo electrónico y un administrador que solo está disponible durante seis horas a la semana. Estamos solos y encallados en la oscuridad y la lluvia, con solo una función de chat lenta e inútil para ayudarnos durante nuestras entregas. Y dado que no nos pagan por hora, la empresa no pierde dinero si la aplicación tiene errores, la dirección es imposible de encontrar o si la comida no sale de la cocina. Cada vez que no nos pagan el extra por la lluvia, debemos pasar tiempo en casa escribiendo correos electrónicos para tratar de recibir nuestro pago. Cada vez que la aplicación no carga una firma, somos nosotros los que perdemos tiempo y dinero. Si una máquina no funciona correctamente en una oficina o fábrica tradicional, la compañía hará lo posible para repararla y que los trabajadores puedan volver al trabajo por el que se les está pagando. En Glovo, cualquier avería en la aplicación, nuestro transporte, cualquier problema con los clientes o los restaurantes, da como resultado que los mensajeros sufran las consecuencias. Glovo no pierde dinero ni clientes, y por lo tanto, no tiene interés en evitar estos problemas.

Esto es parte de un cambio a gran escala en las posibilidades de los negocios internacionales, que ha sido acelerado por estas tecnologías de plataforma. Una de las mejores maneras de ganar dinero en un negocio es externalizar sus costes y privatizar sus ganancias. Uno podría decir que este es el objetivo central del capitalismo. Un ejemplo simple podría ser arrojar desechos tóxicos a un lago en lugar de pagar por una eliminación segura. Los costos se externalizan al ecosistema, a quienes usan el lago o beben su agua y, finalmente, a la entidad financiada con fondos públicos que tendrá que limpiar el lago algún día. Pero este ejemplo es tan antiguo como el tiempo. Podría echar sus desechos en un río, pero aún tenía que pagar por la fábrica, por los empleados o por las materias primas. Todos estos costos son una barrera para obtener ganancias cada vez mayores. Para Glovo y todas las demás empresas basadas en aplicaciones, casi no hay costes reales. Después de realizar la aplicación, Glovo solo necesita unas pocas ubicaciones físicas dispersas. Ha externalizado su fuerza de trabajo para evitar el pago de seguridad social, no posee motocicletas, bicicletas o automóviles. Glovo no paga impuestos por un gran edificio de oficinas en el centro de mi ciudad, ni siquiera por la electricidad que carga mi teléfono. Glovo, en cierto sentido, no existe en el mundo real. Glovo es un tipo de fantasma etéreo sin presencia física real, imposible de tocar o comunicarse, que extrae el aire del aire.

Todos los gastos que una vez fueron asumidos por una empresa de entrega con una ubicación física y empleados remunerados ahora son asumidos por la fuerza laboral contratada, o la sociedad en su conjunto. Si mi bicicleta se rompe, debo pagar para arreglarla. Si un automóvil me atropella, sin un seguro real, el sistema de salud pública debe pagar mi atención. Si me enfermo o tengo un hijo, Glovo no tiene la responsabilidad de concederme un tiempo libre pagado. Glovo ha externalizado todos los gastos asociados con el traslado de alimentos de un lugar a otro, solo paga por su aplicación, sus servidores de datos y los pedidos completados. Todos los demás gastos se cargan en su fuerza laboral y la sociedad. Pero las ganancias son solo para Glovo.

Esta noche es domingo y estoy acelerando por una carretera conocida, una vía principal entre un centro comercial y el centro de la ciudad. He trabajando nueve horas hasta ahora, y mi mente está empezando a volverse borrosa. Pasé el día de ayer celebrando los cumpleaños de mi pareja y un amigo, y necesitaba recuperar las horas si quería terminar el mes con un cheque de pago decente. A las 22h comencé a ver peatones en mi camino, solo para echar un segundo vistazo y darme cuenta de que se habían transformado en parquímetros. Cuando llevaba cerca de ocho horas, mi mareé y casi vomité sobre mi manubrio, pero me las arreglé para aguantar. Tampoco soy un jinete del fin de semana. He realizado viajes de bicicleta de un mes, recorrí 300 kilómetros en un día y todavía soy joven y estoy relativamente en forma. Pero después de un día entero con el teléfono sonando con urgencia, los coches desviándose dentro y fuera de tu camino, y peatones felices que no se molestan en mirar al cruzar carriles para bicicletas, el estrés de la conciencia constante y total tiene su efecto en el mejor de nosotros.

Cuando salgo de una rotonda, escucho el inconfundible sonido del metal en el pavimento detrás de mí. Me doy la vuelta y veo una motocicleta sobre un hombre en medio de un paso de peatones mal iluminado, con una caja de pizza azul de Domino en la parte posterior. Hago un giro brusco y paro mi bicicleta, esperando que mis nuevas y caras luces de bicicleta la atención de los conductores antes de empeorar la situación. Me inclino y miro. La motocicleta no está tocando la pierna del hombre, pero le pido que me lo asegure. Él solo gime. Lo miro a los ojos y repito en voz alta: «¿Está la moto tocando tu pierna?». Sacude la cabeza. «Entonces, puedo mover con seguridad la moto. ¿Quieres que mueva la motocicleta?». Él asiente. Para entonces, ya han llegado varias personas, pero también parecen estar en shock. Elijo a un tipo de aspecto fuerte y le pido que me ayude a levantar la moto. Mientras regresamos, los otros peatones han decidido mover al motorista. Es demasiado tarde para detenerlos, y por lo que vi del accidente, él no debería tener ninguna lesión interna, pero deberían asegurarse.

Alguien llama a la policía, y me doy cuenta de que no hay nada más que pueda hacer. Mi punto de entrega está a unos cien metros. Estoy perdiendo dinero. Tengo trabajo que hacer. Vuelvo a mi bicicleta y pedaleo. Después de que termine de sonreír y agradecer a otro cliente que no me ha dado ninguna propina, paso por el accidente de nuevo. Dos coches de policía y una ambulancia llegan, bloquean la calle y ponen al hombre en una camilla. A medida que avanzo a mi siguiente pedido, no puedo evitar pensar en los próximos días en la vida de este hombre. Esperemos que tenga papeles para trabajar legalmente, o estará completamente jodido. Con el sistema público de atención de salud aquí, no tendrá que ir a la quiebra por sus gastos de atención médica, pero no irá en moto por un tiempo. Domino’s no tiene compensación laboral, y solo paga cinco euros por hora, y este hombre se quedará sin trabajo. Para las personas en posiciones precarias, este tipo de pequeños golpes son más difíciles de superar, convirtiendo pequeños riesgos en problemas reales que pueden salirse de control. Mientras pedaleo a través de la noche, espero que al menos tenga algunos ahorros que le ayudan a, literalmente, ponerse de pie.

Es duro pensar que todo esto es lo que vale una pizza.

Durante mi tiempo en Glovo, mi experiencia en los Estados Unidos ha dado para un poco de conversación. Casi todos los que trabajan en Glovo son inmigrantes, y casi todos han estado brevemente en EE UU. O desean ir allí desesperadamente. No es difícil de entender Si el contexto cultural de alguien son los esquemas de riqueza y éxito que ofrece la televisión en cuanto al Sueño Americano, romperse una pierna por cinco euros por hora en el País Vasco no parece increíblemente atractivo. El capitalismo estadounidense se basa en la competencia y una mirada hacia arriba, identificándose con aquellos que están por encima en la jerarquía corporativa y demostrando su valía en competencia ante tus pares. Desafortunadamente, estas son ideas -no realidades- que solo pueden ser derribadas a través de una dura experiencia personal. Y así, una y otra vez, me encuentro en la situación de atenuar las ilusiones de los compañeros de trabajo sobre el Tío Sam y la oportunidad, luchando por encontrar palabras y metáforas que puedan transmitir la lucha diaria de un ciudadano promedio de los Estados Unidos.

Si bien es cierto que el trabajador promedio de Estados Unidos gana más en dólares nominales que el trabajador promedio aquí, este simple hecho envuelve una verdad mucho más oscura. Tomemos, por ejemplo, lo que sé de los estudiantes que se graduaron de la universidad conmigo hace unos años. Hay dos categorías. La primera son aquellos que provienen de un entorno de clase media, consiguieron algunas becas, tuvieron padres que invirtieron una cantidad significativa de sus escasos ahorros en la educación de sus hijos y luego sumaron alrededor de 100.000-200.000 dólares en deuda para pagar el resto de tasas escolares, libros, y alquiler. Cada uno de ellos está ahora en un trabajo equivalente a Starbucks, ganando el salario mínimo en una semana laboral de 40 o 50 horas, apenas para subsistir. La otra categoría son aquellos que nunca tuvieron que preocuparse por los préstamos porque sus padres tenían suficiente dinero para pagar la matrícula anual de 60.000 dólares, el alquiler anual de 15.000 dólares y otros miles de dólares en gastos diarios y libros. Estos estudiantes, los que yo conozco, están trabajando en el sector bancario en compañías como Goldman Sachs.

Estos perturbadores resultados económicos incluso para los jóvenes norteamericanos más educados ilustran crudamente la nueva normalidad de la economía estadounidense. Las tendencias en los datos cuentan la historia, y no es bonita. Desde la crisis de 2008, el crecimiento del PIB se ha recuperado y superado sus récords anteriores. Sin embargo, en 2015 todavía había un 5% menos de empleos que en 2007. Los empleos perdidos en 2008 eran de la misma categoría que los que se han ido erosionando gradualmente desde la década de 1980: empleos permanentes, a tiempo completo, fuertemente sindicalizados de por vida con generosos beneficios, paquetes de atención médica, baja rotación de empleados y potencial de promoción, ahorro y jubilación. Los nuevos trabajos son temporales, mal pagados, a menudo a tiempo parcial, y no incluyen prestaciones, como los de Glovo. Si bien el ingreso promedio del 1% superior de los asalariados se ha disparado más del 240% desde 1979, el poder adquisitivo de los trabajadores se ha estancado a medida que el costo de vida de la clase trabajadora ha aumentado gradualmente. Hoy en día, el 47% de los estadounidenses informa que no pueden sacar 400 dólares en caso de una emergencia inesperada. Incluso en trabajos decentes, los estadounidenses no tienen tiempo libre obligatorio por semana, no tienen vacaciones anuales pagadas, no tienen permiso de maternidad o de paternidad, y no tienen cobertura médica pública. El CEO medio estadounidense de hoy gana 400-500 veces el salario de un trabajador típico. Por comparar, en España esta proporción es de alrededor de 125 veces, y he escuchado quejas de parte de los vascos sobre la decisión de la Corporación Mondragón de aumentar esta proporción de tres veces a nueve.

Observo desde lejos, ya que la economía de Estados Unidos se divide en dos, que una pequeña minoría se lleva casi todas las ganancias y la gran mayoría recibe cada vez menos dinero por más y más trabajo. Estamos viendo cómo desaparecen los empleos con beneficios e ingresos disponibles y son reemplazados por «conciertos» como Uber o Amazon Flex. Algunos se sorprenden con este cambio, pero dados los cambios que socavan sistemáticamente el poder de los trabajadores, es difícil ver qué es tan sorprendente. Algunos ven la economía como un juego de eficiencia y producción en el que las compañías exitosas crearán una clase media adinerada. Otros, como yo, ven la economía como una lucha a muerte entre las familias de la clase trabajadora y una clase propietaria, una lucha en la que las mejoras en las condiciones y el pago solo se ganan mediante el apalancamiento y el poder popular.

Sin ignorar las desigualdades y la explotación inherentes a la economía colonialista del siglo XX, es importante notar que algo nuevo y peligroso está sucediendo. En este nuevo mundo de negocios de plataforma, solo hay dos tipos de trabajos. En Glovo, hay personas que mueven alimentos por salarios que serían descaradamente ilegales si fueran empleados, y quienes dirigen la empresa y desarrollan su aplicación. Glovo ha creado un duopolio, una compañía formada por solo dos clases de trabajadores, aquellos con salarios reales, beneficios, seguridad social y opciones de compra de acciones por valor de cientos de miles o millones de euros, y los que no lo tienen.

Si nos fijamos en gigantes de la tecnología moderna como Facebook, Google, Amazon, Twitter, Uber, etc., en comparación con las empresas manufactureras anteriores al siglo XXI, parece que casi no tienen empleados, no hay presencia física, excepto algunas oficinas centrales en una ciudad costera de moda, y no crea ingresos fiscales. Estas prácticas producen una proporción increíblemente alta de ganancias en comparación con los gastos y, de hecho, este modelo de negocios no parece tener ningún gasto en absoluto.

Al menos en España, la mayor «innovación» de Glovo en la externalización es el estatus de trabajador por contrato que todos tenemos que tener. En 2013, la cuota mensual para contratistas independientes se cambió por una tasa fija a una escala. Ahora, comienzas pagando solo 60 euros al mes. Una vez al año, si tu negocio aún está abierto, esta tarifa asciende a más de 100 euros al mes, y el tercer año se estabiliza a 364,22 euros. En la entrevista de trabajo para Glovo, pregunté por la cuota. Mi jefe, sin preguntar, comenzó a decirme que casi todos los empleados renuncian después de un año, porque no vale la pena financieramente pagar la cuota creciente mientras sus ingresos permanecen constantes. En mi caso, la cuota completa se llevaría casi la mitad de mi cheque de pago mensual, en lugar del 1/16 que se lleva ahora.

Esto significa que Glovo se aprovecha de un subsidio del gobierno, destinado a fomentar el espíritu empresarial y las empresas locales, y lo ha convertido en una excelente manera de evitar pagar impuestos o seguridad social. Dado que todos se retiran después de un año, el Gobierno español está subsidiando accidentalmente el negocio de Glovo en gran escala. Suponiendo que la cuota final es justa, Glovo está ahorrándose 304,22 euros al mes por cada trabajador, y para tomar una ciudad como ejemplo, en Valencia, con 200 «jinetes», esto suma hasta 60.844 euros al mes. Para el país en su conjunto, debe sumar millones cada año.

Si observa detenidamente estas nuevas empresas, verás una estrategia clara emergente. La clave que todos comparten es que sus servicios son gratuitos o increíblemente baratos. Se podría suponer que son malos para ganar dinero, pero lo que realmente está sucediendo es un intento estratégico y hábil de monopolizar sectores enteros de la economía ofreciendo precios que solo pueden existir debido a la externalización exitosa de todos los gastos posibles asociados con el negocio. Esta combinación de la externalización de costes y la monopolización del mercado se usa luego para elevar los precios para los consumidores, sin pagarles nada más a los empleados. A medida que estas empresas se expanden a nuevos mercados, convierten una industria con una escala de ingresos y beneficios en un mercado laboral estéril de conciertos que no pagan casi nada, no tienen prestaciones, a los que no se pueden resistir trabajadores desesperados e individualizados, y no pueden ser cuestionados por el público en general debido al espectáculo global del progresivo cambio tecnológico progresivo.

Esta es la nueva norma en Estados Unidos, donde los maestros ya no esperan tener un trabajo estable y se ven obligados a comprar sus propios suministros para el aula, donde los reponedores de almacén se ven obligados a trabajar cada vez más rápido sin más salario, donde los limpiadores son despedidos y luego recontratados para hacer los mismos trabajos por menos dinero y horarios inciertos, donde los conductores de camiones ahora deben ser dueños de sus propios camiones y asumir toda la responsabilidad que un empleador asumió anteriormente, obligados a trabajar más de ocho horas al día solo para cubrir los gastos financieros. Resulta que la mayor innovación de los gigantes de la tecnología fue hacer que la fuerza laboral, de manera estratégica y sistémica, se vuelva desesperada y precaria. Esta innovación se puede aplicar y se está aplicando a casi cualquier trabajo en el mundo que no tenga una demanda extremadamente alta. Las tácticas de Glovo, diseñadas para destruir cualquier esperanza de solidaridad y poder de la clase trabajadora, se han exportado a industrias que no tienen nada que ver con el mundo tecnológico, facilitadas por la alta tasa de desempleo que deja a las personas con pocas opciones, y ninguna de ellas buena.

Me fui de Estados Unidos hace mucho tiempo. No planeo regresar en bastante tiempo. Aquí, la gente encuentra esto sorprendente. Tal vez porque la familia juega un papel tan importante en la sociedad vasca, o tal vez porque todavía están confundidos en cuanto a por qué estoy aquí en primer lugar. Pero traté de regresar una vez, y no funcionó. Recuerdo claramente que me di cuenta de que tendría que trabajar cincuenta horas a la semana en un trabajo que odiaba, y aún así no podría pagar el alquiler. Y eso dando por hecho que pudiera conseguir un trabajo decente. Recuerdo ver a mis viejos amigos de la escuela secundaria trabajando como camareros en restaurantes por un salario mínimo, endeudados y sin ningún tipo de carrera real hacia la que mirar. Recuerdo que tuve que conducir para llegar a cualquier lugar, incluido el bar, y me gasté más de cien dólares solo por salir con amigos a pasar una tarde tranquila. Decidí volver.

No vine aquí porque encajara perfectamente o porque el País Vasco fuera singularmente pintoresco. Elegí quedarme aquí porque así no tengo que considerar qué me preocupa más, si recibir un disparo o las decenas de miles de dólares en facturas de hospital que tendré acumulados si sobrevivo. Puedo pagar el alquiler sin trabajar de 6h a 20h, y me queda algo de dinero. Cuando voy a casa después de un arduo día de trabajo, puedo relajarme y disfrutar de interacciones auténticas y de ritmo lento con las personas que me importan sin tener que pensar en mi teléfono y en mi jefe. Estos no son temas separados, se acumulan y me permiten tener una vida, una que disfruto. Decidí quedarme aquí y ver cómo las elecciones que la generación de mis padres tomaron causaron estragos en la economía, el entorno político y el tejido social de EE UU. Y espero desesperadamente que aquí se puedan evitar esos errores.

Hay signos de esperanza. En todo el Estado español, ya se puede encontrar resistencia a Glovo y su modelo. Hay sindicatos y abogados que presionan a la compañía en los tribunales y recientemente han tenido algunos éxitos. Hace apenas unas semanas, en el momento de escribir este artículo, Glovo perdió varios casos judiciales, sentando un precedente. Existe una cuasi unión para los empleados de reparto de la economía administrada en las redes sociales, que intentan llevar a cabo huelgas y acciones colectivas. Incluso hay nuevas empresas cooperativas en Barcelona y Madrid que esperan competir directamente con Glovo y sus parecidos en su propio juego. Pero en el País Vasco, aún tiene que aparecer mucha resistencia coordinada. En mi pequeña ciudad, el único letrero tomó la forma de graffitis pintados en las paredes de la oficina de Glovo, tratando desesperadamente de dejar en claro que alguien, en algún lugar, está prestando atención. El graffiti es un comienzo, pero creo que podemos hacerlo mejor.