Mientras la popularidad del Presidente Trump subía como la espuma, alrededor del 44% de aprobación, era mínimo el peligro de un impeachment, que se da por alta traición, sobornos y «cualquier crimen y fechoría», sin que se especifique cuál. En este contexto se enmarca la política absurda de sanciones de EEUU contra el mundo entero, […]
Mientras la popularidad del Presidente Trump subía como la espuma, alrededor del 44% de aprobación, era mínimo el peligro de un impeachment, que se da por alta traición, sobornos y «cualquier crimen y fechoría», sin que se especifique cuál. En este contexto se enmarca la política absurda de sanciones de EEUU contra el mundo entero, en la que compiten, por un lado, la hetorogenea administración del gobierno y, por el otro, la clase política de Washington, llamada cloaca por Trump. Para contrarrestar los efectos de tanta estupidez, se produjeron las alianzas más inesperadas, como la de Rusia, Irán y Turquía, para resolver el problema sirio, y de la vera de Trump se alejaron asustados muchos antiguos socios de EEUU; incluso se habla de la formación un nuevo eje geopolítico mundial. En fin, todo está por verse.
Los reales problemas de Trump comenzaron cuando la subida de su popularidad se detuvo un poco antes de que logre la mayoría absoluta para las elecciones de noviembre y cuando, según las encuestas, un elevado porcentaje, el 52%, desaprueba su gestión y, como posibles ganadores, van a favorecer a los demócratas, que van a controlar el Congreso. Y ahí sí no hay nada que hacer porque en esto, de encuestas, no hay quien le gane a EEUU y, como ya se dijo, las campanas doblan por Trump.
Incluso dentro de filas del presidente comenzaron los flaqueos. Michael Cohen, quien fuera su abogado, se ha declarado culpable y ha admitido haber violado las leyes de financiamiento de las campañas electorales al hacer contribuciones excesivas con el propósito principal de favorecer a la elección de un candidato a un cargo federal, de fraude fiscal, de declaraciones falsas a una institución financiera y de contribuciones corporativas ilegales. Atestiguó, bajo juramento, que Donald Trump lo dirigió para que pagara a dos mujeres de reputación dudosa, $ 130.000 a una actriz de cine prohibido para menores y $ 150.000 a una ex modelo de Playboy, a ambas para que no mancharan la areola del actual mandatario estadounidense y guardasen silencio sobre las relaciones nada santas que hace una década mantuvieron con él, lo que, por ser una donación no reportada con el propósito de influir una elección, es una conspiración, o sea un delito. Tartufo se queda pequeño en esta ocasión, pues los asuntos de faldas de Trump no afectan más que a Malania.
Según The New York Times, este caso le va a causar a Trump mayores problemas que el ser «agente del Kremlin» y llegar a la presidencia mediante «la interferencia de Rusia» en las pasadas elecciones de 2016 y podría ser la causa para el ‘impeachment’ en su contra una vez que sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, ganen las elecciones este otoño. Quién lo creyera, si estas mujeres, que ahora recaudan fondos para tener el «derecho a hablar de manera abierta» y financiar la campaña de contar lo que de verdad pasó, no se acostaban con Trump, el mundo estaría libre del peligro sangriento que enfrenta actualmente.
Por su parte, el fiscal especial Robert Mueller, quien es calificado por Trump de cazador de brujas y que investiga a quienes participaron en «la intervención electoral rusa en las elecciones de EEUU», acusó de fraude fiscal y bancario a Paul Manafort, antiguo jefe de campaña de Trump. Un tribunal lo halló culpable de cinco cargos por fraude fiscal, de dos por fraude bancario y de uno por no presentar un reporte sobre activos financieros; aunque ninguno tenga que ver con la tramoya rusa, es la primera vez que Mueller logra que una corte sentencie a un pez gordo.
Donald Trump acusó a su exabogado de «inventar historias para obtener un ‘trato’ sobre algo que no es un crimen»; en cambio, alabó a su exjefe de campaña por su «valentía… No se vino abajo pese a la tremenda presión ejercida sobre él por la Justicia» y no descartó la posibilidad de indultarlo posteriormente. Sin embargo, ambos casos, peligrosos para Trump, cayeron como torbellinos simultáneos sobre su administración y, como se juega su cabeza en cualquiera de ellos, el haber llegado juntos los torna prácticamente en mortales, más que nada porque son un enorme argumento que favorece a los demócratas para ganar en noviembre unas elecciones, que se convierten así en algo semejante a un plebiscito contra Trump y hace factible el ‘impeachment’ que sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, han tramado desde que fueran derrotados en las elecciones del 2016.
El llamado que en su editorial hace el New York Times para que el Congreso asuma sus responsabilidades constitucionales y proteja a la democracia, podría terminar mal para los demócratas. El intento de derribar con argumentos éticos al inquilino de la Casa Blanca es flojo porque los que votaron por Trump conocen de sus debilidades masculinas al dedillo y no van a aceptar que por una nimiedad de poca monta eliminen a un presidente, que les ha dado dos oportunidades a su favor, una economía que crece hasta ahora y un nivel de desempleo pequeño. Como Trump mismo lo destaca, «le podría pegar un tiro a alguien en medio de la Quinta Avenida y no perder votos». Se basa en que las noticias alarmantes que en su contra propalan los medios de información masiva, mentirosos según Trump, podrían revertirse en favor del votante republicano, que acudiría lleno de rabia a votar por él y en contra del simpatizante demócrata, que despechado no votaría.
Por su parte, Trump le da una calificación de sobresaliente a su presidencia y declara que las acusaciones son insuficientes para que él abandone su cargo, que si lo destituyeran mediante un ‘i mpeachment’, «el mercado de valores colapsaría… Creo que todo el mundo se volvería muy pobre… No sé cómo es posible destituir con un ‘impeachment’ a alguien quien ha hecho un gran trabajo». Rudy Giuliani, su abogado, advierte que Trump ha sido «completamente absuelto» por el testimonio de Cohen y que «sólo se podría acusar a Trump por razones políticas y el pueblo estadounidense se rebelaría contra eso». Subray a que «el pueblo estadounidense se rebelaría» si el mandatario fuera destituido a consecuencia de un ‘impeachment’.
Para el activista y director de cine Michael Moore, Donald Trump intenta convertirse en un dictador de por vida. Trump es «el último presidente de EEUU, un genio del mal que no tiene intenciones de abandonar la Casa Blanca». Afirmó que su documental ‘Fahrenheit 11/9’ va a movilizar a la mayoría liberal para la resistencia, que «La revolución se está produciendo en los lugares más inverosímiles. La resistencia, la verdadera resistencia, no viene del Partido Demócrata ni del ‘establishment’ liberal. No puedo revelar mucho en este momento, pero hay una verdadera insurgencia en marcha. No sé si tendrá éxito o no. Puede que sea demasiado tarde… No necesitamos esperanza. Necesitamos acción».
No hay que olvidar que Trump está apoyado por los sectores más retrógrados, racistas, intolerantes, buscabullas y, además, bien armados de esa sociedad, por lo que es factible que todo lo malo que pudiera suceder, suceda. Lo alarmante es que EEUU, un país en el que para ser buen mandatario es necesario sacar las uñas, mejor dicho, las garras del imperio, y cometer cualquier barbaridad a nombre de la libertad, como bombardear Siria con el pretexto del uso de armas químicas por parte del gobierno, o en Nicaragua, donde han intervenido en numerosas ocasiones, o en algún lugar del planeta donde le parezca necesaria su «intervención humanitaria». Ojalá nos equivoquemos y nada pase.
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