Los tweets de Trump son irresponsables y nada presidenciables. Sin embargo, el verdadero problema no es la adicción de Trump a las redes sociales, el verdadero problema es nuestra adicción, que permite a Trump controlar los ciclos de las noticias
El uso de las redes sociales por parte del presidente Donald Trump ha transformado radicalmente las comunicaciones presidenciales. Sus breves estallidos de texto mueven mercados, quebrantan la diplomacia e inflaman la ansiedad política prácticamente a diario.
Su smartphone se ha convertido en una de las armas más poderosas de la historia política. Como resultado, hay una creciente campaña de presión por parte de muchos demócratas para obligar a Twitter a prohibirlo. Pero expulsar a Trump de Twitter no resolvería el problema real.
De hecho, Trump también usa Facebook. Y si Facebook lo prohibiera, simplemente iría a otra plataforma de redes sociales como Gab, un imitador de Twitter popular entre los supremacistas blancos. Sus tweets no perderían el ritmo. Simplemente pasarían a una plataforma diferente.
Los tweets de Trump son irresponsables y nada presidenciales. Sin embargo, el verdadero problema no es la adicción de Trump a las redes sociales: el verdadero problema es nuestra adicción. Trump usa Twitter para controlar los ciclos de noticias porque la prensa, la clase política y sus oponentes demócratas le dan continuamente la capacidad para hacerlo.
Cada vez que Trump tuitea, cuenta con que habrá una reacción instantánea. Sus tweets alimentan una economía parasitaria en la que la gente compite para sacar su provecho digital. Reporteros, políticos demócratas y personas influyentes en las redes sociales caen en ello siempre. Retuitean, analizan y atacan obsesivamente. Esto ayuda tremendamente a Trump.
Primero, aseguran que él domine las ondas, también las ondas cerebrales. Al centrar la atención masiva en las payasadas de Trump, lo hacen parecer más grande que la vida misma. Esto produce un efecto cognitivo llamado «ilusión de enfoque» y ayuda a explicar cómo Trump ascendió de payaso político a presidente. Él convirtió a los medios en un servicio de noticias de Twitter.
Segundo, difunden su mensaje. La repetición constante de las palabras de Trump le permite establecer la agenda. Como un mecanismo de relojería, sus socios adictos al tweet -incluidos sus oponentes-, repiten cada palabra. Le permiten incrustar sus ideas e imágenes en millones de cerebros, incluido el tuyo. Por ejemplo, ¿qué candidato presidencial te viene a la mente cuando ves la palabra Crooked (deshonesta)? Trump se metió en tu cerebro. *
Tercero, la continua indignación anti-Trump refuerza su credibilidad en su base. Él puede jugar el papel de víctima del establishment que prometió desbaratar. Él actúa, mientras que sus oponentes solo reaccionan.
Las razones por las que funciona este mecanismo se pueden encontrar en las ciencias cognitivas. Al permitir que Trump active constantemente sus ideas en nuestros cerebros, fortalecemos el circuito neuronal para esas ideas. Esto le permite a Trump dominar el nivel del subconsciente. Y el 98% del pensamiento es subconsciente.
Trump no es un genio. Es un vendedor extraordinario y lo ha sido durante la mayor parte de su vida.
Ahora es presidente, y nuestra candidez ante sus payasadas amenaza nuestra democracia. Eso se debe a que Trump usa a menudo las redes sociales como distracción ante lo que realmente está haciendo, como desmantelar nuestro gobierno y robar a la clase trabajadora para pagar a los ricos. Utiliza a menudo sus berrinches en Twitter para tapar los grandes avances en la investigación de Rusia, creando una historia aún más grande («¡el botón nuclear!») para distraer la atención.
Con los investigadores acercándose a los posibles tratos traicioneros de Trump con Rusia, piensa en él como una rata atrapada con una cuenta de Twitter. Sus intentos de distraer solo se intensificarán, pero debemos dejar de caer de ello.
Esto no significa ignorar a Trump. Significa mantener un enfoque fijo en las cosas que realmente importan, como el ataque a nuestras instituciones públicas, la transferencia masiva de riqueza y poder a los ricos, el resurgimiento de políticas racistas extremas y la investigación criminal de la Organización Trump.
Recuperemos nuestro poder para decidir qué es importante. Vamos a encoger a Trump a su tamaño. Vamos a quitarle su poder para controlar nuestras mentes.
Durante un famoso intercambio de golpes en 2016, Hillary Clinton acusó a Trump de ser un «títere» ruso. «Títere no, títere no -respondió Trump-, tú eres la títere». Resulta que todos éramos títeres. Mientras permitamos que Trump manipule nuestro discurso público con la punta de sus dedos, seguiremos siendo títeres. Es hora de cortar las cuerdas.
Nota a la traducción:
(*) Se refieren los autores a la palabra con la que Trump nombra siempre a la que fue su oponente en la carrera hacia la Casa Blanca, Hillary Clinton.
Este artículo se publicó originalmente en «The Sacramento Bee». Los autores son George Lakoff, profesor emérito de Ciencia Cognitiva y Lingüística en la Universidad de California de Berkeley y autor de reconocidas obras como «No pienses en un elefante»; y Gil Durán, ex secretario de prensa del que fuera gobernador de California, Jerry Brown.