El suspenso finalmente terminó, las elecciones otoñales de EEUU despejaron la incógnita. Los republicanos ampliaron su mayoría en el Senado, pero los demócratas ganaron la Cámara de Representantes, lo que ha vuelto improbable la destitución presidencial, pues cualquier intento demócrata para un impeachment en contra de Trump fracasaría al ser bloqueado por el Senado, dominado […]
El suspenso finalmente terminó, las elecciones otoñales de EEUU despejaron la incógnita. Los republicanos ampliaron su mayoría en el Senado, pero los demócratas ganaron la Cámara de Representantes, lo que ha vuelto improbable la destitución presidencial, pues cualquier intento demócrata para un impeachment en contra de Trump fracasaría al ser bloqueado por el Senado, dominado por los republicanos. En este sentido, la victoria de Trump es cuádruple: consolidó su liderazgo dentro del partido republicano, situó en el Congreso a partidarios suyos, controla el Senado y tiene garantizada su candidatura para la reelección presidencial. Que sea o no reelecto depende de lo que haga en los próximos dos años. Si continúa como hasta ahora, cosechando triunfos macro económicos, el mundo será testigo de su doble mandato.
Esto no implica que la lucha contra Trump vaya a menguar, al contrario va a arreciar y se va a volver más virulenta. Trump tiene a favor que a sus oponentes los motiva el odio y no aprendieron nada de su pasada derrota en las elecciones presidenciales. Trump sigue la lógica del empresario que conoce lo que quieren sus votantes y sabe llegar a esa «canasta de deplorables, racistas, xenofóbicos, sexistas, islamofóbicos e irredimibles que no son América», según define la Sra. Clinton a los partidarios de Trump. Sus enemigos lo presentan como un nuevo Hitler y sostienen que «la manera más simple de corregir la ‘catástrofe Trump’ es el asesinato en la Casa Blanca». Se olvidan que Trump está apoyado por los sectores más retrógrados, intolerantes, racistas y, además, bien armados de esa sociedad, por lo que si llegaran a eliminarlo, es factible que suceda todo lo malo que pudiera suceder.
Se salva de ese pandemónium Bernie Sanders, que ha ganado meritoriamente su puesto en el senado como candidato independiente. Alrededor de su figura se aglutina lo mejor de la sociedad estadounidense, su juventud, que conformará un movimiento aguerrido. Su respuesta sobre si se considera parte del sistema capitalista es tajante: «¿Si me considero parte del proceso del capitalismo de casino por el cual tan pocos tienen tanto y la inmensa mayoría tiene tan poco, con el cual la avaricia y el descuido de Wall Street destruyen esta economía? No, no lo soy».
Estas palabras son más que suficientes para atraer a los que buscan evitar que por las calles de EEUU, el país más rico del mundo, deambulen millones de indigentes; a la mayoría de los estadounidenses que no puedan enfrentar gastos de emergencia de sólo unos $ 500, en un país donde pululan los multimillonarios; a los que padecen por un sistema de salud privada que, pese a ser el más caro del mundo, es inferior al de cualquier país desarrollado; a los que sufren por un sistema judicial en el que los acusados se declaran culpables a cambio de una sentencia menor, por no poder costearse a un abogado; a los que entienden que EEUU tiene un sistema electoral poco democrático, que da lugar a todo tipo de chanchullos; a los que están en contra de que la policía asesine por cualquier nimiedad al transgresor afroamericano. Algo no cuaja en esa sociedad, que pretende ser ejemplar.
En EEUU, los grupos de odio se incrementan sin cesar y las personas de color temen la presencia policial incluso cuando se trata de detenciones por infracciones de tránsito, temor que se sustenta en las estadísticas de que cada día más de un negro es asesinado extrajudicialmente, sin que importe que dé aviso de no portar armas, no corra y presente sin chistar los documentos requeridos. Si a todo esto se añade que las cárceles están repletas de negros y latinos, en muchas ocasiones inocentes, se hace válida la pregunta ¿adónde marcha ese país?
En el plano internacional, lo alarmante es que todo mandatario de EEUU saca las garras y comete cualquier barbaridad a nombre de la libertad; en este sentido, Trump no es la excepción. Por eso, el resto del mundo estará en capilla, pues ambos partidos competirán por demostrar cual los representa mejor, o sea, peor. Así, los demócratas seguirán con la cantaleta de que Trump es agente ruso y propondrán más sanciones contra Rusia; y Trump, para negar esta acusación, las impondrá más rigurosas, algo similar pasará en la guerra económica contra China.
Las sanciones impuestas por EEUU contra Rusia tienen un efecto contraproducente: encarecen el precio del petróleo y disminuyen el valor del rublo, una combinación doblemente positiva para la economía rusa; además, se trata de un país que para derrotar a sus contrincantes saca fuerzas de la adversidad. Napoleón creyó ganar la Batalla de Borodinó, entró a Moscú, se sentó en el Kremlin para esperar la rendición de los rusos, después debió salir con el rabo entre las piernas y regresar derrotado a París, luego de abandonar a sus tropas en Rusia. Algo parecido le pasó a Hitler. Lo real es que EEUU no puede acorralar a Rusia ni la puede derrotar militarmente. Si con Rusia no puede, menos todavía podrá con la milenaria China, que va y vuelve antes de que sus rivales arranquen, y menos aún podrá competir con éxito contra una alianza entre China y Rusia. Tampoco le va a funcionar la política de sanciones contra Irán, pues es casi imposible que Europa les acompañe en esta loca aventura.
Cuba, Venezuela y Nicaragua serán los que lleven la peor parte, van a presentarlos como los enemigos de EEUU, como un peligro para la estabilidad política de América Latina, acusación que serán apoyada por los regímenes títeres de la región. Por eso serán cada vez más estrictas las sanciones en contra de estos países y será más riguroso el intento de aislar a esta «troika de Tiranía y triángulo de terror… génesis de una sórdida cuna del comunismo en el hemisferio occidental», como los define John Bolton, asesor de seguridad nacional del Presidente Trump.
Al mismo tiempo que EEUU se pelea contra el resto del mundo, deja intactas sus dificultades reales, los pobres se multiplican como pulgas en un perro callejero y el sueño americano se reduce a la nada. Ni Trump ni los anteriores gobernantes han tocado los problemas de fondo sino que para disimular y ocultar sus lacras sociales hablan de lo que pasa fuera de EEUU. El mismo Trump y sus enemigos son tan ciegos que ni siquiera proponen cambios para que nada cambie. Lo único que hacen es subir sin parar los gastos militares y la deuda pública, que se aproxima a los 22 billones de dólares. Bernie Sanders advierte: «Espero que cada estadounidense preste atención a lo que dicen… que van a contrarrestar este gran déficit con recortes a la Seguridad Social y a los programas Medicare y Medicaid».
Trump, con su retórica belicosa, pretende ocultar los conflictos que vive la sociedad de EEUU. ¿Cómo va a enfrentar el desempleo, el inmenso desnivel en los ingresos, la inseguridad social, la pobreza, el abandono a la vejez?, problemas que agobian a ese país aunque él mismo y los medios de información masivo los oculten.
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