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Trump perdió, pero no hubo un “tsunami azul”

Fuentes: A l'encontre / Viento Sur

Lo único que puede cambiar el curso de los acontecimientos es una lucha de masas y un verdadero compromiso con la actividad política, independientemente de los cálculos electorales de los demócratas.

La mayoría de las principales cadenas de televisión de EE.UU. designaron a Joe Biden como presidente electo el 7 de noviembre, cuando el recuento de votos en Pensilvania puso al estado fuera del alcance del presidente Trump. Tras ese anuncio, miles de personas salieron a las calles para celebrar la derrota de Trump con manifestaciones espontáneas, fiestas, bocinas y fuegos artificiales.

Fueron celebraciones que saborearon quizás la derrota de Trump, pero no fueron necesariamente para festejar la victoria de Joe Biden y Kamala Harris. Fue así por muchas razones. En primer lugar, la expectativa de un “tsunami azul” [color del Partido Demócrata], que la mayoría de los liberales y muchos expertos habían predicho, no se produjo. En segundo lugar, Trump y un grupo de abogados continuaron objetando los resultados. Aunque ninguna de esas objeciones tenía posibilidades de éxito, las mismas contribuyeron a ensombrecer el escrutinio y a aumentar las tensiones postelectorales.

Todas las miradas se concentran ahora a las dos vueltas de las elecciones al Senado de EE.UU. en el estado de Georgia, en el mes de enero. Si los demócratas ganaran los dos escaños (un resultado poco probable), tendrían mayoría absoluta en el Senado. Lo más probable, sin embargo, es que se mantenga el control republicano del Senado, con la consiguiente paralización partidista que convirtió en disfuncional al poder legislativo de Estados Unidos, incluso ante la crisis del coronavirus.

¿Qué pasó?

Los expertos electorales consideran que en las elecciones de 2020 se produjo la mayor participación de votantes en más de un siglo, con más de dos tercios de los ciudadanos con derecho a voto. En el momento de escribir este artículo, las cifras no han cambiado: 78,7 millones de votos para Biden/Harris, 73,2 millones de votos para Trump/Pence y unos 2,8 millones de votos para los demás candidatos. En términos de porcentajes generales, esto significa que alrededor del 33% de los votantes votaron por Biden, el 30,6% por Trump y alrededor del 35% no votaron.

En estas recientes elecciones presidenciales, los demócratas ganaron en aquellos estados en los que creían que iban a ganar contra Trump en 2016, al tiempo que agregaron a Arizona y Georgia a la lista. Los demócratas reconstruyeron el “muro azul” del Medio Oeste, al reconquistar Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, estados que votaban mayoritariamente a los demócratas en todas las elecciones desde 1988. Pero en 2016, Trump llegó a la Casa Blanca habiendo ganado en esos estados contra Clinton por un total combinado de unos 77.000 votos, mientras que perdió el voto popular nacional por más de 2 millones de sufragios. Esta vez, los totales nacionales de Biden superaron a los de Trump por más de 5 millones de votos, y Biden ganó en los tres estados clave con una ventaja de más de 230.000 sufragios.

Los resultados de las votaciones para la Cámara de representantes y el Senado fueron muy diferentes. En estas elecciones parlamentarias, los demócratas están a punto de perder una docena de miembros de su mayoría en la Cámara y (muy probablemente) seguirán siendo minoría en el Senado. En las elecciones legislativas estaduales, así como para los cargos de gobernadores de los estados, los demócratas parecen haber perdido, o al menos no han ganado, terreno. Esta votación tan decepcionante fue un rudo golpe psicológico para la intelectualidad liberal demócrata, que esperaba un repudio masivo de los republicanos a todos los niveles.

Pese a que el candidato presidencial no logró nunca un apoyo mayoritario en sus cuatro años de mandato, los republicanos se mantuvieron fuertes. De hecho, en la mayoría de los lugares, el total de votos para los candidatos del GOP [Grand Old Party, Partido Republicano] en el Senado y la Cámara superó el total de Trump. A nivel estadual, en lugares como Texas y Wisconsin, el Partido Republicano mantuvo la mayoría legislativa, lo que le permitirá continuar con su “fraccionamiento electoral” [recorte milimétrico de distritos electorales] con el objetivo de obtener una representación favorable desproporcionada en el Congreso en los próximos años.

Como era de esperar, los republicanos encabezados por Trump movilizaron a sus partidarios y lograron ampliar un poco su electorado. Según los sondeos electorales de AP Votecast, el porcentaje del electorado republicano que se define como blanco aumentó del 71% en 2016 al 74% en 2020. Y los republicanos lograron obtener cierto apoyo entre los votantes negros y latinos. Comparado con el de 2016, el electorado es mayor, menos educado, más blanco y se concentra en la mitad del espectro de ingresos. Es interesante observar que los electorados de 2016 y 2020 fueron similares en términos de género y de porcentaje entre los votantes de las regiones rurales.

En general, se consolidaron las tendencias que han venido prevaleciendo durante años. Joe Biden y los demócratas recibieron el apoyo de la mayoría de las mujeres, de los no blancos, de los jóvenes, de las familias en las que hay personas sindicalizadas, de las familias que ganan menos de 50.000 dólares anuales y de los habitantes de las ciudades. Los republicanos ganaron el apoyo de la mayoría de los hombres, de los blancos, de los blancos sin estudios universitarios, de los votantes rurales y de los votantes religiosos y una ligera mayoría del grupo de ingresos medios (los que ganan entre 50.000 y 100.000 dólares anuales). Pero, comparando las encuestas del electorado entre 2016 y 2020 se obtienen observaciones más interesantes sobre el impacto de la era Trump.

A Joe Biden lo votó una proporción ligeramente mayor de hombres, blancos, votantes rurales y personas menores de 45 años con respecto a Hillary Clinton en 2016, a pesar de que perdió una parte significativa de esos grupos sociales a favor de Trump. A Trump le fue mucho mejor con los latinos que en 2016. Las personas mayores (65 años y más) cambiaron poco y siguieron dando la mayoría de sus votos a Trump. En 2016 y 2020, alrededor del 42% de los hogares sindicalizados apoyaron a Trump, pero el porcentaje de hogares sindicalizados en el total del electorado se redujo al 15% (en comparación con el 18% en 2016 y más del 20% en las elecciones anteriores).

Las diferentes encuestas sobre el electorado (AP Votecast y Edison National Election Poll) difieren en cuanto a si la proporción de nuevos votantes aumentó o disminuyó a partir de 2016, pero ambas indican que Biden recibió poco menos del 60% de quienes votaron por primera vez.

Podemos sacar algunas conclusiones provisorias de este conjunto de cifras. Primero, en un electorado más amplio, Trump pudo conseguir “su” voto, pero Biden obtuvo una proporción mayor de ese voto que Clinton. Biden pudo conseguir votos en el grupo en el que los republicanos tenían ventaja, en la clase media, los graduados universitarios y en los suburbios. Pero estos cambios no fueron seguramente tan decisivos como muchos moderados del Partido demócrata lo esperaban. En segundo lugar, el dominio de los republicanos en el amplio sector del electorado blanco de todas las clases, así como las incursiones en otros segmentos del electorado -en particular entre los latinos del sur de la Florida y del sur de Texas- demuestran que los demócratas no pueden contar con una “mayoría demócrata emergente” basada únicamente en las tendencias demográficas.

En 2016, en los estados del Muro Azul [California, Nueva York, Illinois, Pensilvania, Michigan, Nueva Jersey, Washington, Massachusetts, Maryland, Minnesota, Wisconsin, Oregón, Connecticut, Rhode Island, Delaware, Vermont y Washington DC], la clave de la victoria de Trump fue la drástica disminución de la votación negra en Milwaukee, Detroit y Filadelfia. El aumento de la participación de la población negra en estas tres ciudades fue clave para reconstruir el Muro Azul, y el voto de los latinos fue probablemente la clave de la victoria en Nevada, mientras que el voto de los latinos y de los nativos americanos ayudó a la victoria de Biden en Arizona. Los votantes negros, asiáticos y latinos ayudaron a Biden en Georgia.

Los candidatos presidenciales demócratas no han ganado la mayoría de los votantes blancos desde las elecciones de 1964. Por el contrario, los demócratas han tenido que limitar sus pérdidas entre los blancos obteniendo una gran mayoría de no blancos. En 2020, lo lograron. Pero los esfuerzos por conseguir que los votantes no blancos voten por Biden-Harris en el futuro se van a encontrar en el camino con una gran decepción respecto a las políticas reales que el gobierno de Biden-Harris va a llevar a cabo.

¿Por qué no hubo tsunami azul?

A pesar de que fueron las elecciones más costosas (con un gasto estimado en unos 15.000 millones de dólares) nunca antes celebradas, con la mayor participación de votantes en un siglo, que tuvieron lugar en medio de múltiples crisis ampliadas por la pandemia y ante las predicciones generalizadas de un cambio electoral masivo favorable a los demócratas, el resultado es desconcertante. Con la excepción de la remoción del presidente en ejercicio, la elección mantuvo en gran medida el status quo ante.

¿Cómo se explica esto? Las encuestas, obviamente, llevaron incluso a los analistas muy sobrios a esperar la ola demócrata. Los progresistas y los demócratas estaban tal vez más dispuestos a responder a las encuestas de opinión. Tal vez hay gente que no quiso admitir su apoyo a Trump ante los encuestadores. Y tal vez las encuestas no percibieron un movimiento tardío a favor de Trump, mientras que la mayoría de los expertos esperaban que los votantes tomaran la decisión de apoyar a Biden a último momento. Hay algunas pruebas que sugieren que las campañas racistas de Trump contra Black Lives Matter y el movimiento “antifa” pueden ser responsables de este aumento tardío de apoyo al presidente, especialmente en las zonas no urbanas. Todos estos temas van a ser objeto de debate durante meses. Sin embargo, la verdadera pregunta que hay que plantearse es por qué el GOP no pagó un precio más alto por el catastrófico fracaso de su portaestandarte Trump en el tema más importante que enfrenta Estados Unidos (y el mundo): la pandemia de coronavirus.

Rick Wilson, uno de los asesores republicanos “Never Trump” que el año pasado fundaron el consorcio pro-Biden, conocido como  Proyecto Lincoln, estableció tres principios clave para guiar una campaña electoral contra “el diablo” Trump. Primero, hacer de la elección un referéndum sobre el presidente. Segundo, centrarse casi exclusivamente en ganar el Colegio Electoral. Y tercero, comprender que los votantes no eligen a quién votan basándose en los detalles de los programas propuestos. Conscientemente o no, el equipo Biden parece haber seguido este consejo hasta el final y mantuvo la elección centrada en un referéndum sobre el desastroso manejo de la pandemia por parte de Trump. A pesar de algunos avances en lugares como en Texas y en el Iowa, la estrategia de Biden dependía en gran medida de su victoria en el Colegio Electoral de Wisconsin, Pensilvania y Michigan. Finalmente, el candidato demócrata hizo campaña sobre temas vagos como “la unidad de los Estados Unidos”, “la ciencia en lugar de la ficción”, “la decencia”, etc., y muy poco sobre temas políticos específicos.

Esa estrategia funcionó bien para la elección presidencial, pero no para las elecciones estaduales. Al estar centrada en Trump, la campaña de Biden le facilitó las cosas al gobierno. De hecho, continuó impulsando nociones poco realistas como la de una era de colaboración bipartidista que sería posible después de que la elección borrara la mancha de Trump. Biden se presentó a sí mismo como el “no-Trump”, sin defender nada más. No es sorprendente entonces que los candidatos republicanos en la mayoría de las elecciones locales hayan recibido un mayor porcentaje de sufragios que Trump.

La pandemia tuvo también un papel contradictorio en el contexto que dio forma a las elecciones. Si observamos la lista de temas más importantes para los votantes o que influyeron en su voto, los dos primeros fueron el Covid y la economía. Otros, como el racismo, la brutalidad policial, la Corte Suprema, el cambio climático, tenían un apoyo de un solo dígito, y la mayoría de ellos favorecía a Biden. Los que dijeron que la respuesta del gobierno al Covid era su mayor preocupación (alrededor del 41% del electorado) apoyaron abrumadoramente a Biden (73% contra 25%). Pero aquellos que pensaban que “la economía y el empleo” era el tema más importante (alrededor del 28%) votaron por Trump por 57% a 41%.  Por lo tanto, la intersección entre el Covid y la recesión económica causada por el virus tomó direcciones diferentes.

En enero, antes de las primarias demócratas y del comienzo de la pandemia de Covid en Estados Unidos, el debate político de la izquierda estaba centrado en si Bernie Sanders podía transformar (ampliar, renovar) el electorado demócrata, o si el establishment demócrata podía hacer descarrilar a Sanders. Y finalmente, quién sería el candidato demócrata “moderado”. Pero estas consideraciones fueron quizás sólo una nota al margen porque, a pesar de su impopularidad histórica, Trump estaba todavía en posición de ser reelegido. Como lo escribió Sharon Smith en febrero:

“Si los demócratas creían que el juicio de impugnación iba a erosionar el apoyo de Trump, se equivocaron. La aprobación de Trump en los sondeos ha aumentado continuamente desde octubre de 2019, cuando comenzaron las investigaciones. A principios de febrero, la encuestadora Gallup mostró una aprobación a Trump más elevada que nunca antes (alrededor de 49 por ciento). La misma encuesta informó que seis de cada diez personas decían que sus finanzas personales mejoraron en los últimos tres años gracias al “pleno empleo”, y que 63 por ciento aprobaba la gestión económica de Trump. Este dato es importante, porque es un indicador clave de que Trump se perfila como elegible en las elecciones presidenciales del próximo noviembre.

Dado el estado disfuncional del sistema electoral de EE.UU., no hay ninguna razón para desestimar la probabilidad de que Trump sea reelecto”. [Véase Estados Unidos-Todos contra Bernie, Sharon Smith: https://correspondenciadeprensa.com/?p=10969]

Los votantes no suelen descartar a los candidatos salientes si bajo su gobierno han visto expresados sus sentimientos sobre su situación económica. Y las cifras de la Oficina del censo indican que la mayoría de los hogares estadounidenses vieron mejorar sus ingresos bajo la administración de Trump en el marco de la larga recuperación después de la Gran Recesión. Probablemente esto no tenga nada que ver con Trump, pero era previsible que los más preocupados por “la economía y el empleo” apoyaran a Trump como un voto para volver al statu quo anterior a la crisis.

Luego vino el Covid, en el momento en que el establishment demócrata lograba reagruparse en torno a un político neoliberal de carrera poco inspirador que parecía presentar una opción “segura” para noviembre de 2020. Durante unas semanas, en marzo, Trump desempeñó el papel de un “presidente de guerra” y recibió, en una especie de “ceremonia en torno a la bandera”, un apoyo más amplio. Pero, por razones varias, Trump y su administración abandonaron esa posición ante la pandemia. Si Trump hubiera sido capaz de responder al virus con un mínimo de habilidad, probablemente habría sido reelecto. En cambio, la respuesta desordenada, engañosa y basada en ilusiones de Trump le dio a Biden el oxígeno que necesitaba para el éxito electoral. Dados los resultados de la desastrosa respuesta de Trump -casi 250.000 muertos, millones de infectados más, muchos con secuelas a largo plazo, 40 millones de desempleados, más de 100.000 quiebras de pequeñas empresas y mucho más- sigue siendo sorprendente que Trump y el GOP no hayan perdido masivamente.

Si observamos con más detenimiento las encuestas sobre la experiencia de los votantes en relación con el virus, podemos encontrar una explicación. Aun así, según la encuesta de AP Votecast, una minoría de la población informó haber experimentado las consecuencias más graves del virus, como el hecho de tener amigos o familiares muertos o de haber perdido su trabajo o ingresos. Sabemos que el impacto fue sufrido de manera desproporcionada por las personas de color y los trabajadores de primera línea, en general más inclinados a votar por los demócratas que por los republicanos. Dado que la pandemia se está extendiendo ahora en todo el país, esos puntos de vista pueden cambiar en el futuro. Pero el 3 de noviembre, la situación no era así.

Además, Trump parece haber logrado convencer a millones de personas de que es mejor mantener la economía “abierta” que tomar medidas para detener la propagación del virus. Es lo que habría convencido a los millones de personas que temen al virus, pero también a los que probablemente no pueden trabajar desde sus casas o seguir a distancia la escolarización de sus hijos. A finales de agosto, la introducción de la Ley CARES [CARES Act], una ayuda a los ingresos [incluidos pagos directos individuales y a los hogares], puede haber llevado a muchos a la conclusión de que “abrir la economía” era un mal menor y preferible a esperar a que el Congreso viniera a ayudarlos con otro proyecto de ley de recuperación económica. Los confinamientos durante la primavera implicaban un acuerdo implícito: si la gente común se sacrificaba, las autoridades obtendrían el margen de maniobra que necesitaban para derrotar al virus. Pero la administración de Trump no hizo nada al respecto y descargó sus responsabilidades en los estados y municipios. El abanico de respuestas resultante no erradicó el virus. Por el contrario, la pandemia explotó cuando los estados y municipios tomaron medidas para “reabrir”. Hoy en día, el virus se ha extendido aún más y una gran parte del público presenta una “fatiga covid”, un agotamiento debido a la alteración de la vida cotidiana.

Dada esta situación tan compleja, sería demasiado simplista concluir que los demócratas podrían haber obtenido un mejor resultado si hubieran defendido las políticas socialdemócratas como “Medicare for All” o si hubieran nombrado a Sanders en lugar de a Biden. Parte de este argumento se basa en la idea de que, como dijo Meagan Day en Jacobin, “si bien la gente común puede tener todo tipo de ideas absurdas y actitudes reaccionarias, los llamados directos a lo que la gente necesita para sobrevivir y vivir decentemente tienen el poder, en ocasiones, de disipar las ilusiones”. Como he tratado de mostrar más arriba, había razones materiales reales (y no sólo delirios de una guerra cultural) para que la pandemia tuviera impactos contradictorios en la conciencia.

Incluso los análisis progresistas que pretenden demostrar la eficacia electoral de la defensa de posiciones socialdemócratas sólo consiguen mostrar que estas posiciones son “más seguras” en las circunscripciones electorales seguras, mayoritariamente demócratas, y que el hecho de que los demócratas conservadores hayan perdido en las circunscripciones electorales favorables a Trump es de alguna manera un retorno a las tendencias partidistas tradicionales después del impulso demócrata que tuvo lugar a mitad de período, en las elecciones de 2018. Y eso no tiene en cuenta el mensaje anti socialista que la campaña de Trump y los republicanos transmitieron con aparente eficacia, al menos en algunos lugares.

Sea como sea, las estrategias electorales no ofrecen una solución milagrosa cuando la clase obrera se mantiene a la defensiva. El desarrollo de las luchas de los trabajadores en la primavera de 2020 en torno a la seguridad laboral y las demandas de equipos de protección personal fue dejado de lado. Las organizaciones como los principales sindicatos de la AFL-CIO podrían haber puesto estos temas en el primer plano. En cambio, se centraron en la elección de un candidato que realmente no daba contenido al tema de la “erradicación del virus” y cuyo programa de salud pública giraba principalmente en torno al mantenimiento de la parte de la Obamacare (Ley de atención médica asequible) relativa a la “condición preexistente” [las compañías de seguro no pueden rechazar a una persona con el pretexto de enfermedades preexistentes].

¿Qué pasa con la izquierda?

En los últimos años hemos visto a varias organizaciones e individuos abandonar la idea de construir una alternativa socialista independiente para apoyar a candidatos socialdemócratas que se presentan dentro del Partido Demócrata. Esta perspectiva corresponde a la de la mayor organización socialista de los Estados Unidos, la Democratic Socialists of America  (DSA). Esta izquierda volcó casi todas sus fuerzas en la campaña de Bernie Sanders durante las primarias del Partido demócrata. Pero la batalla de Sanders se acabó cuando el electorado de las primarias demócratas se alineó junto con la preferencia del establishment demócrata por una opción central: “cualquiera menos Trump”, representada por Biden. La etapa final de este proceso se produjo en el otoño, cuando muchos de estos socialistas llamaron a votar por Biden, justificando su actitud con una retórica hiperbólica sobre la necesidad de salvar a los Estados Unidos del fascismo o de un golpe de Estado.

El “golpe de Estado” se convirtió en una farsa en el estacionamiento del Four Seasons Total Landscaping [una conferencia de prensa celebrada el 11 de noviembre por el abogado de Trump, Rudy Giuliani, en el estacionamiento de una empresa de diseño y cuidado de jardines de Filadelfia, que provocó las burlas del Wall Street Journal]. Pero estos argumentos de “frente popular” les dieron a los izquierdistas una razón para apoyar la fórmula neoliberal de Biden/Harris contra Trump.

En ese momento en que gran parte de la izquierda concentraba su atención en la elección de Biden, tuvo lugar el levantamiento tras el asesinato de George Floyd, el 25 de mayo de 2020. Según algunas estimaciones, fue uno de los más grandes movimientos sociales de la historia estadounidense. Y aunque miles de miembros de la DSA participaron en las protestas, otros militantes consideraron insuficiente el compromiso de la organización con esta inmensa movilización [véase el sitio Tempest, 5 de agosto de 2020]. Esto ilustra la orientación eminentemente electoralista de la DSA.

Ahora que ya pasaron las elecciones, ¿qué ganó la izquierda? Actualmente, hay una discusión dentro del Partido Demócrata sobre si “The Squad” -el grupo de miembros progresistas de la Cámara cuyo miembro más conocido es la diputada Alexandria Ocasio-Cortez (AOC)- le costó o no escaños en la Cámara a los Demócratas al haber defendido políticas como el Green New Deal o los “recortes en la financiación de la policía”.

Es cierto que los republicanos son hábiles en el arte de demonizar a los socialistas y en utilizar los eslóganes de la izquierda como armas. Pero la pulseada actual entre la “derecha” y la “izquierda” de los demócratas es el resultado de un debate acallado durante la campaña electoral. A partir de ahora, la consigna de “moderación” va a ser utilizada para apoyar un programa neoliberal que Biden iba de todos modos a implementar. No olvidemos que gente como AOC y Sanders promovieron activamente a Biden y movilizaron a la gente que estaba en las calles en mayo y junio para ir a votar. La Comisión Biden/Sanders desarrolló varios planes de acción. Pero rechazó el Green New Deal, el seguro médico para todos, la prohibición de la fracturación hidráulica (fracking) y otras posiciones progresistas. Por lo tanto, al haberse unido voluntariamente a la campaña y haber aceptado dejar de lado su propia orientación, no pueden criticar de manera creíble a Biden por no pronunciarse sobre estas cuestiones. En este punto, al admitir su compromiso, AOC es más honesta que los socialdemócratas de Jacobin, que afirman haber sabido siempre lo que iba a suceder.

Es cierto que esgrimían el argumento “Vota hoy por Biden para que podamos luchar contra él mañana”. Sin embargo, podemos predecir la izquierda va a ser sometida a fuertes presiones una vez que Biden asuma el cargo contando con una estrecha mayoría en la Cámara y muy probablemente, con mayoría republicana en el Senado. La izquierda estará bajo presión para apoyar a Biden, que “va a hacer lo mejor que pueda”, con los conservadores encabezando la pelea en el Congreso y con la derecha tomando las calles durante los próximos dos años. Puede que Trump ya no esté en la Casa Blanca, pero seguirá existiendo. Y como somos dolorosamente conscientes, el periodo electoral no se termina nunca. Siempre hay otra elección en la que se le pide a la izquierda que apoye a los demócratas para salvar al país del fascismo. Y los demócratas siempre serán más hostiles con la izquierda, sobre todo en los momentos en que tratan de encontrar un terreno en común con la derecha.

El levantamiento por justicia racial del verano mostró otro camino: el de la lucha de masas. Pero sin una política y organización socialista independiente, incluso un movimiento de masas corre el riesgo de ser disipado o desvirtuado en simple movilización de votantes a favor de los demócratas.

Los próximos años van a ser difíciles y hará falta mucho más que una comprensión reformista de cómo cambia la sociedad. Vamos a vivir con una administración demócrata dominante, probablemente paralizada desde el principio. La pandemia va a seguir causando estragos durante el 2021 o más. ¿La administración Biden estará a la altura de estos desafíos?

Al igual que las advertencias de los liberales del Partido Demócrata a su ala izquierda de que “todo era todavía posible” se evaporaron cuando los republicanos forzaron la confirmación de la jueza de extrema derecha Amy Coney Barrett para el Tribunal Supremo (26 de octubre), se puede esperar muchas más derrotas o reveses de este tipo por parte de la administración Biden/Harris. Si la administración Biden realmente quiere vender la “normalidad” en estos tiempos anormales y radicales, estará cavando su propia tumba. Mientras tanto, la derecha cobrará importancia al oponerse a la administración. Dado el reflejo de votar en contra de la otra parte en vez de a favor de la suya, es probable que veamos una derrota del gobierno a mediados de 2022. ¿Estaremos preparados para un eventual regreso de Trump, o de un personaje como él pero más competente, capaz de ganar en 2024?

Lo único que puede cambiar el curso de los acontecimientos es una lucha de masas y un verdadero compromiso con la actividad política, independientemente de los cálculos electorales de los demócratas. La buena noticia sobre el terrible año 2020 es que millones de personas se han despertado políticamente. El desafío para la izquierda socialista es prepararse para ofrecer alternativas políticas y organizativas a una “minoría militante” de ellas. (Artículo publicado en International Socialism Project, 16-11-2020:  https://internationalsocialism.net/)

Lance Selfa es autor de The Democrats: A Critical History (Haymarket, 2012) y editor de U.S. Politics in an Age of Uncertainty: Essays on a New Reality (Haymarket, 2017).

Publicado originalmente en A l’encontre.

Fuente: https://vientosur.info/trump-perdio-pero-no-hubo-un-tsunami-azul/

Foto de portada: Fotograma del documental «Poverty in America».