La primera reacción de Hillary Clinton luego de la derrota frente a Donald Trump fue acusar a unos supuestos hackers rusos de haber obtenido informaciones confidenciales de la candidata demócrata cuya posterior publicación influyó favorablemente en la victoria del magnate neoyorquino. La acusación, desde luego, era muy vaga y no aportaba probanzas. Parecía eso que […]
La primera reacción de Hillary Clinton luego de la derrota frente a Donald Trump fue acusar a unos supuestos hackers rusos de haber obtenido informaciones confidenciales de la candidata demócrata cuya posterior publicación influyó favorablemente en la victoria del magnate neoyorquino. La acusación, desde luego, era muy vaga y no aportaba probanzas. Parecía eso que en México se llama «dar patadas de ahogado».
Al paso del tiempo, sin embargo, comenzaron a aparecer datos e informaciones que daban cuenta de, al menos, una participación rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses. El asunto empezó a ser conocido, un tanto novelescamente, con el nombre de «la conexión rusa».
Un poco después y pasando a segundo plano el tema de los hackers, se ha sabido de reuniones previas a los comicios entre personeros de Trump y representantes del Kremlin. Y ahora se ha hecho público el encuentro entre el hijo del multimillonario con funcionarios rusos para tratar asuntos relativos a las elecciones presidenciales. Como, por ejemplo, obtener informaciones confidenciales o secretas que pudieran perjudicar a la Clinton y, consecuentemente, beneficiar a Trump.
Hasta aquí lo que se sabe públicamente. Pero al paso de los meses, como es obvio, aparecerán nuevos datos e informaciones cada vez más comprometedores para Trump sobre esa conexión rusa. De investigar el asunto y darle la mayor difusión se encargarán los grandes medios estadounidenses de comunicación, enemigos jurados del magnate, cual es el caso del emblemático y muy influyente The New York Times.
Por todo ello es que la posibilidad abstracta de un impeachment, o juicio de destitución, contra el presidente empieza a convertirse en una posibilidad concreta.
Esas investigaciones (o filtraciones) periodísticas pueden ser o son como las muy famosas matrioshkas o muñecas rusas que cada una contiene oculta en su interior otra más pequeña.
Así, de una matrioshka que contenía el concepto conspiración (acuerdo secreto con fines de derrocamiento de un gobierno) se ha pasado, al abrir otra matrioshka, al concepto de traición (se entiende que a la patria), por la ya innegable participación, confesada por el hijo de Trump, de un gobierno extranjero.
La cuestión ha calado profundamente en la sociedad estadounidense, en parte gracias al antiguo clima antirruso que, fabricado durante décadas por el gobierno y los medios de comunicación estadounidenses, hoy es parte consustancial de la ideología de eso que suele llamarse el «americano medio».
Frente a esta situación que anuncia o prefigura más complicaciones para Donald Trump no será nada fácil la defensa del magnate. Las emociones de ese «americano medio» pesarán más que la reflexión y el buen juicio. Y máxime cuando tales emociones antirrusas se sustentan en datos públicos innegables y confesos. En la lucha por el poder entre las dos facciones dominantes en EU no tienen cabida, aunque se invoquen mucho, la justicia, la legalidad o la ética. Una, la demócrata, pugna por derrocar a Trump; y la otra, la muy desdibujada republicana, lucha por no perder la Casa Blanca.
Y en esa despiadada lucha entre facciones oligárquicas cuentan los aciertos pero cuentan más los errores. Trump ha tenido muchos de los primeros y muy pocos o intrascendentes yerros. Pero haber buscado o aceptado la ayuda extranjera es un error capital. Y no se ve como pueda corregirlo. De modo que la posibilidad del impeachment se cierne sobre la rubia cabeza del prepotente multimillonario.
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