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Túnez en 2006: memoria de la represión

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

Traducción del árabe de Naomí Ramírez Díaz

No recuerdo el nombre del ministro de cultura tunecino en aquel entonces, y es muy probable que no recuerde tampoco su aspecto, pero el ambiente dudoso de represión que imponía el Festival de Cine de Cartago merece permanecer en la memoria árabe y tunecina.

En ese año 2006, recibí una generosa invitación de un cineasta tunecino Farid Bu Ghadir para presidir el jurado del Festival de Cine de Cartago. Lo cierto es que tal invitación me sorprendió porque la dictadura impuesta por el presidente Ben Alí era difícil de sobrellevar. Sin embargo, supuse que Bu Ghadir y mis amigos tunecinos intelectuales y demócratas habían optado por nombrarme presidente del jurado de un festival tan ilustre como el de Cartago aprovechando al máximo el margen de maniobra del que disponían.

En Túnez me sorprendió el hecho de que el jurado no veía las películas junto al público, sino que lo hacía en una sala en el ministerio de cultura en la que solo entraban sus miembros. Lo sorprendente para mí era el hecho de que con esa medida se aislaba a los miembros del jurado de la interacción con el público, pero entendí que esa era la tradición del festival. Pero lo que me hizo realmente sospechar fue el hecho de que el festival de Cartago, al contrario que el resto de festivales internacionales de cine, carecía de una estructura independiente, es decir, era parte integrante del ministerio de cultura, que a su vez dependía del presidente dictador. Discutí este asunto con algunos de mis amigos y les dije que lo mencionaría en el discurso final cuando se repartieran los premios.

A pesar de que yo, al igual que mis compañeros del jurado, estábamos confinados en la pequeña sala del ministerio de cultura, pudimos advertir el latido del público del festival, un público culto y distinguido. Cuando nos informaron de que el censor iba a eliminar algunas escenas de una película tunecina de Nuri Bu Sid («La última película»), hicimos saber al delegado que hacía de mediador entre el jurado y el ministerio de cultura que nos marcharíamos del festival si ello sucedía. Dicha amenaza fue suficiente para que el festival evitara una crisis de mayor envergadura.

Nuestro aislamiento en la pequeña sala no nos ofreció la posibilidad de visitar Túnez como habíamos pensado, esa ciudad tan querida para mí, no porque acogiera a los palestinos que huyeron del infierno de la destrucción israelí de la ciudad de Beirut en 1982, sino porque ella también era una ciudad de teatro.

La verdad es que el hecho de que el teatro moderno tunecino con artistas como Al-Fadel al-Jaaybi, Jalila Bakkar, Tawfiq Jabali y Raja ben Omar me sorprendiera, es resultado de la falta de teatro que sufrió Beirut acabada la guerra. El teatro de Beirut, donde trabajé, era una especie de laboratorio artístico del Beirut de la posguerra. En el pequeño escenario, brillaron Jalila Bakkar y Tawfiq Jabali y en su reducido espacio, aprendimos mucho de los artistas tunecinos.

Sin embargo un sentimiento extraño me sobrevino y dije a mis amigos que me sentía como en Damasco: el ambiente de represión pesaba sobre nosotros y te sentías como si estuvieras siendo vigilado y te estuvieran siguiendo. El silencio provocaba una extraña inquietud. En Damasco comprendí el significado de la inquietud del silencio y sentí el estruendo que provoca. Ese silencio que impone el miedo es el mismo que sentí en Túnez, un ambiente pesado, que obstruía los pulmones, haciendo que el aire se volviera también pesado. En esta situación, el ser humano siente que está a punto de estallar como una bala que hiere la garganta y los pulmones. Sentí que me asfixiaba. Me sorprendió cuánto se parecían Túnez y Damasco y cómo la represión nos hacía a todos árabes.

La discusión que mantuve con mis amigos artistas tunecinos fue mi ventana hacia el mundo de la represión y la corrupción que el largo régimen dictatorial había edificado. Con ello recuperé la Túnez que amaba y por ellos consideré que mi deber era decir lo que no se dice habitualmente, haciendo uso de mi posición en el festival.

Y eso es lo que sucedió. Nuca olvidaré la postura que adoptó la artista tunecina Huda Sabri, que era miembro del tribunal. Acabada la tarea de deliberación, escribí el texto del discurso que pronunciaría en la ceremonia de clausura y pedí a Hind que lo tradujera al francés para que se leyera después. Nadie más que ella vio el contenido del discurso y su complicidad conmigo fue valiente y noble.

La ceremonia de clausura del festival fue emitida en directo por la televisión tunecina, por lo que un numeroso público pudo escuchar mis palabras, en las que hice referencia a dos puntos:

-La llamada a la creación de una organización independiente del poder para dirigir el festival, que tomase sus decisiones sin intervención del ministerio de cultura.

– El rechazo a la represión y la dictadura en el mundo árabe y la llamada al levantamiento del yugo de la censura de los hombros de la cultura.

Jamás pensé que unas palabras tan obvias fueran a desatar tal tempestad. De pronto, se detuvo la emisión en directo y las caras cambiaron su expresión. Cuando el ministro de cultura, cuyo nombre no recuerdo, subió al escenario después de que anunciara que Nuri Bu Sid era el ganador del Tanit de oro, se negó a darme la mano, como debería haber hecho.

La mañana siguiente me sorprendió una campaña mediática en la prensa tunecina contra el presidente del tribunal que había insultado a Túnez y su hospitalidad. Por la tarde, vino un coche del ministerio de cultura para llevarme al aeropuerto y el conductor me pidió que me bajase en la entrada del mismo sin nadie que me despidiera. Eran las diez de la noche y el aeropuerto estaba vacío. No sé por qué me entró el miedo. Recordé que a un periodista le habían apuñalado en el aeropuerto de Túnez. Llamé a mi amigo Habib Belhadi y le dije que estaba solo en el aeropuerto y que si pasaba algo, que se encargara.

Cuando me encontré con Tawfiq Jabali y Zaynab Ferhat en la conferencia organizada en Beirut por el centro Skies, Zaynab me reprochó que no hubiera visitado Túnez en mucho tiempo. Le dije con ironía que no visitaría Túnez a menos que me invitaran al festival de Cartago, para vengarme del miedo. Zaynab sonrió y me contó que lo que había pasado conmigo no era comparable a lo que le había sucedido al director del festival Farid Bu Ghdir, que me había invitado. Me dijo que le habían acusado de aplaudir sonriendo a mis palabras y que pagó el precio de su sonrisa con mucho sufrimiento.

No creo que deba disculparme ante Bu Ghadir, aunque un artista de su talla lo merece, pero quiero decirle a él y a nuestros amigos en Túnez que nuestra felicidad por la revolución que derrocó al dictador no debe hacernos olvidar que dicha revolución está aún en sus inicios y que la cultura ha de construir su libertad sin renunciar a nada.

http://www.alquds.co.uk/index.asp?fname=today9qpt998.htm&arc=data201211-0909qpt998.htm