Desde hace semanas vengo aplazando un texto más bien sombrío sobre Túnez en el que iba a hablar de los acuerdos comerciales con EEUU, el peso de la deuda, la decisión del tribunal administrativo de suspender la incautación de los bienes de la familia Ben Ali, la movilización ciudadana contra la opaca gestión de los […]
Desde hace semanas vengo aplazando un texto más bien sombrío sobre Túnez en el que iba a hablar de los acuerdos comerciales con EEUU, el peso de la deuda, la decisión del tribunal administrativo de suspender la incautación de los bienes de la familia Ben Ali, la movilización ciudadana contra la opaca gestión de los recursos energéticos y las protestas ferozmente reprimidas en la ciudad sureña de Douz. Pero de pronto, una vez más, la violencia yihadista eclipsa esta sociedad viva, deprimida e ignorada, con sus luchas y retrocesos particulares, y obliga a inscribirla en una guerra cósmica y general contra el terrorismo.
Este -digamos- es siempre el primer objetivo de una organización que se mira en el espejo de los trazos gruesos de la islamofobia: como la islamofobia, el Estado Islámico plantea una guerra eterna entre el Bien y el Mal y, como ella, declara enemigos por igual a todos los que, musulmanes o no, se resisten a engrosar sus filas, Pero si el Estado Islámico, con sus medios baratos y sus soldados espontáneos y solitarios, dirige un mensaje universal en todas direcciones, razona bastante bien en términos de estrategia particular. Escoge bien sus objetivos. ¿Por qué Túnez? Porque es el único país de la región donde no hay o caos o dictadura (o las dos cosas, como en Siria), las dos situaciones en las que el yihadismo crece como la espuma. EEUU los metió en Iraq con la invasión y la destrucción concomitante; Bachar Al Assad los metió en Siria con sus crímenes atroces, que descompusieron la sociedad siria; el general Sisi los alienta con su represión feroz e indiscriminada. Al yihadismo le encantan las guerras civiles y las dictaduras y en esto coincide con casi todos los actores que se disputan o se reparten el pastel en la zona: de Arabia Saudí a Rusia, de Israel a Irán y, por supuesto, la Unión Europea, cuya hipócrita actuación alimenta, por activa o por pasiva, la islamofobia y el islamismo, los entrañables siameses enemigos que ocupan todo el espacio cerrado para los pueblos y sus demandas de justicia y dignidad.
En definitiva: el yihadismo islamista no atenta en Túnez porque exista sino para llegar a existir. ¿Cuáles son los obstáculos? La paz y la democracia. La «excepción tunecina», muy insuficiente en sus logros transformadores, tiene en cualquier caso un gran valor por comparación, en medio del desorden regional, y el EI quiere pasar el rodillo. Una vez más el blanco está muy bien escogido. Asesinar turistas significa atentar al mismo tiempo contra el Occidente al que se quiere radicalizar y contra el Estado y la población tunecinas, tocados ya, y de forma severa, por la crisis económica. El turismo aporta más del 15% del PIB y mantiene malamente con vida a miles de jóvenes desencantados de la revolución y empujados de nuevo hacia el paro y la miseria vital, causas de la revolución de 2011. En realidad, todo lo que el gobierno hace en contra del desarrollo económico y la justicia social y en detrimento de las libertades democráticas favorece al yihadismo. El EI quiere guerra, pobreza y caos; el gobierno no debería agravar la situación; el EI quiere dictadura, el gobierno debería proteger la paupérrima democracia alcanzada hasta el momento. Por desgracia, el EI no está solo en esta pendiente y son numerosas las fuerzas, exteriores e interiores, que trabajan para enterrar esos procesos populares que comenzaron en Túnez y que por unos pocos días dejaron virtualmente fuera de juego las dictaduras, los colonialismos y los yihadismos terroristas. El EI es una de las caras de la contrarrevolución victoriosa, la de una contrarrevolución que es, si se quiere, la inversión de la revolución, en el sentido de que muchos de los mismos jóvenes que se levantaron contra la tiranía y por la asamblea constituyente esperan hoy fumando y bebiendo -literalmente- la llegada del Estado Islámico con sus drogas más duras. Como bien recuerda el antropólogo francés Alain Bertho, el yihadismo postrevolucionario no puede ser descrito como una radicalización del Islam sino, al contrario, como una islamización de la radicalidad. Los jóvenes de la zona (y no digamos los europeos!) son radicales y, si no se les deja ser radicalmente demócratas, serán radicalmente antidemócratas. Ese es un fenómeno tan general como generales son la globalización, la crisis económica y la pérdida de libertades políticas.
Una reflexión general en la que conviene abundar: si el EI considera enemigos a todos los que no son musulmanes sunníes wahabíes y no habitan en zonas controladas por ellos mismos (según una fatwa reciente) podemos establecer, sin embargo, un rango desigual de víctimas. Las víctimas del radicalismo islamizado son, en primer lugar y por abrumadora diferencia, los habitantes de la zona, en su mayoría musulmanes. A continuación las víctimas prioritarias del yihadismo son las minorías musulmanas en las ciudades europeas, criminalizadas por protocolos policiales, sospechas colectivas y presiones mediáticas que las configuran cada vez más como enemigos internos, haciendo el juego así a los terroristas. Digamos que el EI opera sobre todo en Francia porque Francia es el país más islamófobo de Europa y sabe que alimentando la islamofobia alimenta también sus apoyos. Cuando un francés no es lo suficientemente francés porque es musulmán, y todo musulmán, francés o no, es potencialmente terrorista, las comunidades más vulnerables dejan de ser «medida» del Estado de Derecho para justificar su disolución como chivos expiatorios de la radicalidad islamofóbica, cómplice objetivo de la radicalidad islamizada. Un tonto yihadista es siempre más listo que un listo islamófobo -que le hace el juego- y un normal islamófobo es siempre más peligroso que un fanático yihadista, pues la islamofobia es una fanatismo institucionalizado, normalizado, generalizado. Sabemos por experiencia en Europa qué ocurre cuando los delirios se normalizan en gobiernos.
Entre las víctimas del EI sólo en último lugar se encuentran los europeos, que son sobre todo responsables. No es fácil que en el mundo musulmán crean que combatimos de verdad el Estado Islámico cuando apoyamos desde 1945 un Estado Islámico poderosísimo, Arabia Saudí, una de las fuerzas contrarrevolucionares que han hecho fracasar las llamadas «primaveras árabes»; y no es fácil creer que defendemos la dermocracia cuando, después de haber apoyado a todos los dictadores derrocados en 2011, hoy Europa recibe con agasajo regio al golpista general Sisi, con sus 40.000 presos políticos, sus 4.000 asesinados y sus 1200 condenados a muerte. Cuando los pueblos de la zona dieron la espalda en 2011 a los tiranos y a al Qaeda, Europa dio la espalda una vez mas a los pueblos de la zona. «Cuando la rama donde estamos sentados está a punto de quebrarse todo el mundo se pone a fabricar sierras», escribía Brecht. Ese ha sido siempre el juego preferido de Europa, dentro y fuera de nuestras fronteras. Hay motivos para sentir miedo. Europa sigue con eso.
Santiago Alba Rico. Filósofo y columnista. Su última obra publicada es Islamofobia. Nosotros, los otros, el miedo (Icaria, 2015).
Fuente original: http://www.cuartopoder.es/tribuna/2015/06/27/tunez-la-excepcion-amenazada/7253