Purgaron con años de prisión su disidencia al poder. No ha bastado. La justicia tunecina les condena a vivir bajo vigilancia, sin medios para ganarse la vida y lejos de sus familias. Este es el caso de Abdallah Zoauri, que protagonizó una huelga de hambre el pasado mes de febrero para salir de esta nueva […]
Purgaron con años de prisión su disidencia al poder. No ha bastado. La justicia tunecina les condena a vivir bajo vigilancia, sin medios para ganarse la vida y lejos de sus familias. Este es el caso de Abdallah Zoauri, que protagonizó una huelga de hambre el pasado mes de febrero para salir de esta nueva prisión sin barrotes. Ellos protagonizan este capítulo de la realidad tunecina que no sale en los catálogos de viaje, ni emerge en los discursos de autocomplacientes políticos.
Según denuncian la Liga Tunecina para la Defensa de los Derechos Humanos y el Consejo Nacional para las Libertades, los presos políticos en Túnez se cuentan por centenares. A pesar de ello, y como bien saben las instituciones internacionales y las potencias amigas, la estabilidad tiene un precio, un precio bastante aceptable cuando son otros los que pagan. Como por ejemplo los miembros de las organizaciones citadas, los periodistas demasiado osados, o los internautas que visitan páginas prohibidas en Internet.
El precio de la estabilidad
La estabilidad del país, les está resultando muy cara a las conciencias tunecinas. La estabilidad contra el islamismo, cuyo máximo representante es el movimiento Ennahda (renacimiento) les ha costado la persecución y exilio a sus miembros a pesar de haberse opuesto siempre a la violencia. La estabilidad les ha costado una constitución que, al mejor estilo de los nuevos monarcas civiles árabes, modifica la ley con el único y abierto objetivo de preservar el status quo, cambiando el límite de legislaturas de tres a cinco y el de edad de 65 a 75, una medida que garantiza al presidente Zine El Abidine Ben Ali la permanencia en el poder hasta 2014.
Apunta también a preservar dicha estabilidad, la ley contra el terrorismo de 2003, concebida al calor de la guerra global contra el terror. Ésta, otorga al poder un concepto tan elástico de terrorismo que cualquier práctica que disguste al gobierno o cuestione sus decisiones puede ser condenada. Y eso implica largas detenciones preventivas, juicios militares, duras penas, y después, como si no fuera suficiente, el secuestro al que Abdallah Zaouri y otros están sometidos.
Sin oposición real, el poder, en las manos del RDC (Reagrupación Democrática Constitucional) que extiende sus tentáculos a todas las esferas de la sociedad, basa su imperio en dos pilares. Una propaganda interior que se sustenta en un lenguaje omnipresente de democracia y desarrollo y en la infiltración en organizaciones, periódicos, universidad…
Una propaganda exterior bastante eficaz, basada en la proyección internacional de este pequeño país tomando la voz cantante en la Liga Árabe aprovechando la crisis casi permanente en la que esta se encuentra, organizando eventos deportivos como el campeonato de fútbol africano y el mundial de balonmano, o ejerciendo como sede de la cumbre mundial de la sociedad de información que se celebrará este año, a pesar de que se haya denunciado la triste ironía de que un país famoso por sus restricciones a Internet albergue este encuentro.
Farsa, represión e intereses
Primer país en firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE), Túnez se perfila como un ejemplo dolorosamente clásico de la vacuidad de la teórica voluntad de democratización de las políticas euromediterráneas. La relatividad de dicha declaración de intenciones la ejemplifican testimonios como el del presidente francés Jacques Chirac que en diciembre de 2003 afirmaba delante de su homólogo tunecino: «el primer derecho del hombre es comer, estar sano, tener una educación y una vivienda». Estas declaraciones crearon gran desconcierto entre los defensores de los derechos humanos, especialmente Radhia Nasraoui, periodista en huelga de hambre en ese momento, y que no se sintió precisamente respaldada por la actitud del político francés. Se evidenciaba la impresión de que, en cierto modo a los ojos de Europa, para un país africano dar de comer a una parte razonable de la población y no exportar terroristas ya es bastante logro. En estos términos la democracia se convierte en un lujo nórdico, y regímenes como los de Ben Ali, pueden respirar tranquilos una vez saben que nadie les molestará mientras hagan bien los deberes, digan palabras bonitas y tengan a los islamistas bajo control. El maquillaje resulta tan convincente que no deja ver las marcas de vejez y atraso en otros ámbitos.
Y sin darse cuenta, queriendo ser modelo de modernización, Túnez se ha convertido en modelo de represión silenciosa que a nadie molesta (salvo a los que la padecen). Estas circunstancias sin embargo también han convertido a los tunecinos, en modelo de valentía política.
Al contrario de lo que afirman grandes teóricos de las necesidades africanas como los del Banco Mundial, hay muchos tipos de hambres, y en Túnez se aprecia el hambre de otra cosa. La creciente actividad contestataria en Internet con publicaciones como TuneZine, o Reveiltunisien (despertar tunecino), cuyos creadores ya han pagado su osadía, o en la misma sociedad que bulle de periodistas incallables, son síntomas de estas necesidades que nadie debería negar, ni siquiera a los africanos.
Ben Ali, puede seguir alimentando los estómagos de su país con bonitas cifras macroeconómicas, y los oídos de la comunidad internacional con bonitas frases evocadoras, pero si planea continuar en el poder nueve años más deberá prestar atención a otros apetitos, si no quiere que éstos le devoren.
Es ya marzo y Abdallah Zoauri ha vuelto a comer aunque sigue sin ver a su familia. Su hambre habrá logrado llamar la atención de los medios durante tal vez unos días, luego todo seguirá su rumbo. Allí seguirá Túnez más o menos creciendo, los líderes mundiales más o menos felicitando a Ben Ali, y a ratos más o menos dándole algún tirón de orejas. Aunque probablemente piensen: «Menos mal que está ahí Túnez para demostrar que hay una esperanza de ser un país africano y civilizado. Lástima que haya que pagar un precio, gracias a Dios que ese precio siempre lo pagarán otros».