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Un 8 de marzo reprimido

Fuentes: Público

Las delegaciones de Gobierno de Madrid y Las Palmas y la Junta Electoral Provincial de Sevilla denegaron el permiso para celebrar la manifestación por el 8 de marzo. En Valencia hubo que solicitar la autorización a la Junta Electoral Central, y en otras ciudades todavía no se sabe cuál será la decisión de las autoridades […]

Las delegaciones de Gobierno de Madrid y Las Palmas y la Junta Electoral Provincial de Sevilla denegaron el permiso para celebrar la manifestación por el 8 de marzo. En Valencia hubo que solicitar la autorización a la Junta Electoral Central, y en otras ciudades todavía no se sabe cuál será la decisión de las autoridades competentes.

Ha sido preciso presentar recursos ante los tribunales de justicia de las respectivas comunidades (Madrid, Andalucía y Las Palmas), y en los juicios celebrados se ha dado la razón a la autoridad competente contra las asociaciones de mujeres. En definitiva, dependiendo de los criterios de los delegados del Gobierno, las manifestaciones se podrán celebrar en unas ciudades y en otras no. La explicación de los jerarcas responsables es que el 8 de marzo corresponde a la jornada de reflexión y en ese día no se pueden realizar actos políticos. A esta situación hay que añadir que toda la semana anterior las feministas organizábamos conmemoraciones diversas en toda España que este año quedarán completamente oscurecidas y hasta suspendidas por la campaña electoral, ya que ni las personalidades que asistían estarán ahora interesadas en temas que se salen de sus agendas y ni siquiera dispondremos de locales adecuados para ello.

El 8 de marzo se conmemora la masacre que cometió el propietario de la empresa Cotton de Nueva York en 1909, cuando ante el encierro de sus trabajadoras en la fábrica solicitando aumentos de salario y mejores condiciones laborales, prendió fuego al edificio y murieron abrasadas las 211 mujeres que estaban dentro. El año que viene se cumplirá un siglo de aquella barbarie, y durante estos 100 años en ningún país occidental las feministas hemos dejado de recordar esa fecha.

Aún clandestina y temerosamente durante nuestra dictadura, siempre realizamos algún acto, aunque fuese escondido, únicamente para elegidas; más públicos y abiertos a medida que se degradaba la represión, hasta culminar en las manifestaciones reivindicativas de los años setenta.

Desde entonces, y ya se han cumplido 30, las feministas no hemos faltado a ninguna cita. Los partidos políticos tampoco, ni los sindicatos, siempre arrimando el ascua a su sardina en cuanto han visto el rendimiento electoral que puede proporcionarles apoyar a las feministas, con lo que, naturalmente, las celebraciones del 8 de marzo se han institucionalizado y por ende esclerotizado, perdido el impulso de oposición al poder que siempre ha de tener el movimiento feminista. Pero aun así, aunque con el propósito de manipularlas, dirigirlas y debilitarlas, las instituciones y los partidos fingían aceptar las demandas de las mujeres. Por ello cedían locales, organizaban actos y concedían modestas subvenciones.

Abandonado el entusiasmo que llenó de mujeres las calles de nuestras ciudades en los años de la verdadera lucha, ahogadas o minimizadas y ninguneadas las voces de verdadera crítica y protesta que aún nos atrevemos a manifestarnos, controladas las asociaciones por el conocido y eficaz método de aumentar o disminuir las fuentes de financiación estatal, los actos del 8 de marzo han quedado asumidos por los ayuntamientos, diputaciones, comunidades e institutos, alejando a las mujeres de una conmemoración que no les parece que les concierna.

Quedan citas que el Partido Feminista y algunos grupos del movimiento feminista organizan y expresan en encuentros independientes y sobre todo en las manifestaciones callejeras que se celebran en esa fecha. Pues bien, este año no se sabe si en algunas ciudades se podrán realizar porque coinciden con la jornada de reflexión electoral. Convocadas las elecciones el 9 de marzo, el día 8 quedan suprimidas o mediatizadas todas las manifestaciones, que inevitablemente tendrían carácter político.

Cuando Rodríguez Zapatero señaló el día 9 como la jornada electoral, ¿ignoraba que el 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer? ¿Lo ignoraban las ocho flamantes ministras de su gabinete y su más astuto consejero y ministro Rubalcaba? ¿No lo sabía la excelsa feminista -tan amiga de obispos y cardenales- María Teresa Fernández de la Vega? ¿Qué se dijeron en aquel Consejo de Ministros en que decidieron tan trascendental fecha? Con toda seguridad se preocuparon de no coincidir con el calendario de partidos de fútbol, de celebraciones del Carnaval, de procesiones de Semana Santa. ¿Y quién se hubiese atrevido a señalar el 2 de mayo como día electoral? Pero si se trataba de las mujeres, ¡qué más da!

El cónclave de ministros haría cábalas sobre las reacciones que se producirían, y con toda seguridad los cerebros del Gobierno le aseguraron a Zapatero que ellos, y ellas, sabían controlar eficazmente el movimiento de mujeres, comprado por los fondos del Estado que administra el Gobierno. Y así ha sido.

En esta grave situación lo más penoso y lamentable es la anuencia que manifiestan las mujeres de todos los partidos políticos ante la indiferencia con que las cúpulas masculinas de los mismos han asumido la decisión del Gobierno. Esta situación hubiera sido impensable hace treinta años, no sólo porque las asociaciones feministas hubiesen organizado concentraciones y manifestaciones, autorizadas o no, sino también porque hubiese habido una opinión pública y publicada que habría alertado a los responsables políticos precisamente en el momento más crítico para ellos, que es el periodo electoral.

Abandonadas, y hasta perseguidas, las organizaciones de mujeres, como si se sintieran atacadas por el síndrome de Estocolmo, son incapaces de organizar protestas por una de las más graves agresiones contra el feminismo que hemos sufrido desde la transición.

* Lidia Falcón es presidenta del Partido Feminista de España, abogada y escritora