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Intereses cruzados en África

Un continente abierto al saqueo

Fuentes: Agencia Periodística del Mercosur

La carencia de una organización centralizada y sus abundantes recursos naturales transforman al indefenso continente africano en blanco para la depredación y escenario de choque entre potencias foráneas. Estrategia y abundancia de recursos naturales son dos razones históricas básicas que hacen del continente africano un objetivo deseable a los ojos de las potencias extranjeras. La […]

La carencia de una organización centralizada y sus abundantes recursos naturales transforman al indefenso continente africano en blanco para la depredación y escenario de choque entre potencias foráneas. Estrategia y abundancia de recursos naturales son dos razones históricas básicas que hacen del continente africano un objetivo deseable a los ojos de las potencias extranjeras.

La primera es fruto de su ubicación en el globo terrestre, de su tamaño y de su cercanía a nudos de comunicación mundiales. El dominio de lugares cómo el Estrecho de Gibraltar; el Canal de Suez; la zona del «Cuerno» y el Cabo de Buena Esperanza, son claves para el control de la navegación y el flujo del comercio mundial.

La segunda está fundamentalmente ligada al petróleo, los minerales y la biodiversidad.

Así, desde remotos tiempos, África se ha constituido en un territorio de disputas fogoneadas por intereses extra continentales que ha impedido la consolidación política de los Estados, ha sembrado hambre miseria y muerte por su extenso territorio y lo han convertido en un sitio sin defensa al margen del siglo XXI.

En una etapa histórica en que la reproducción capitalista requiere asegurar y defender el flujo de los recursos naturales, la situación de indefensión africana la ha puesto en situación de ser un potencial campo de batalla de consecuencias nefastas para toda la humanidad. Basta recordar que de la Crisis de 1930 se salió con la Segunda Guerra Mundial, evento en el que se utilizaron las mismas armas fabricadas por los países para generar trabajo y reactivar sus economías.

La situación africana es tan compleja como sus razones históricas y para explicarla, quizás sea una buena idea comenzar por decir lo que África no es.

África no es una unidad política y económica con reglas de juego internas que faciliten la convivencia de la variedad cultural de sus pueblos originarios, el aprovechamiento igualitario de sus recursos y el sostenimiento de un sistema integrado de defensa que disuada a las potencias depredadoras y las fuerce a negociar en paz y en pie de igualdad.

Tal pensamiento no es descabellado, en momentos en que los países del mundo están empeñados en la lógica de consolidar grandes asociaciones como lo son la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR); el Mercado Común del Sur (Mercosur) o la Unión Europea (UE).

Siendo un continente con poco más de cincuenta países, África contiene zonas muy variadas habitadas por poblaciones con grandes desigualdades. Los conflictos armados y los golpes de Estado han disminuido pero continúan siendo la causa de inestabilidad política y terreno abonado para la injerencia extranjera, particularmente estadounidense.

La caza de Al Qaeda en África del Norte ha servido como excusa para aumentar la influencia de Washington en los asuntos internos de numerosos países, particularmente en aquellos en que han comenzado a ser explorados o explotados nuevos yacimientos petrolíferos. Otra excusa en ciernes es el combate de la piratería en Somalia. (Ver: «Los herederos de Sandokán». APM 28/11/2008)

Así el Magreb y los países inmediatamente al sur del Sahara -la zona conocida como Sahel, que tiene una esperanza de vida de 46 años- son caratulados por Estados Unidos como «focos terroristas» y ha motivado el envío de tropas a Mauritania, Chad, Malí y Nigeria de acuerdo a un programa denominado «Iniciativa Pansaheliana.»

Además, se incrementó la ayuda militar a Marruecos, Argelia y Túnez y la estratégica isla de Santo Tomé y Príncipe, en el Golfo de Guinea, ha sido elegida por la armada estadounidense para instalar una base naval.

Sin embargo, no escapa al despliegue militar la vigilancia sobre el petróleo de Mauritania, Sudán, Argelia, Nigeria y el Golfo de Guinea, lugares en los que las empresas transnacionales estadounidenses como Chevron-Texaco han proyectado nuevas inversiones.

En Guinea Ecuatorial, las empresas estadounidenses aprovechan la corrupción oficial para exportar y ocultar sus enormes ganancias. El Banco Riggs, de Washington DC, maneja esos dineros y ha comprado grandes mansiones para el Presidente Teodoro Obiang.

El descubrimiento y explotación de nuevos yacimientos de petróleo en el estuario del río Muni, golfo de Guinea Ecuatorial, desató una gran pugna entre las transnacionales francesas y estadounidenses.

Francia ha intervenido a favor de sus empresas en Guinea Ecuatorial, Guinea-Bissau y Angola. También en Ruanda; Burundi y la República Democrática del Congo. (Ver: «La paz armada del Congo». APM 30/11/2008)

El apoyo de Washington a sus empresas transnacionales de petróleo se ha manifestado en Nigeria y Sudáfrica, Ghana, Sierra Leona, Liberia, Gambia y Uganda.

En Congo-Brazzaville actúa la empresa petrolífera estatal francesa Total, que ha endeudado a los gobernantes y financiado los dos bandos durante la guerra civil.

La codicia que despiertan los nuevos yacimientos ha enfrentado los intereses de Estados Unidos y Francia en lugares tradicionalmente galos como la República Democrática del Congo, Congo-Brazzaville, Senegal, Gabón, Guinea Ecuatorial y Angola.

La disputa ha servido para prolongar las guerras regionales, como la que se ha desarrollado entre los dos Congos y los conflictos menores en Senegal y los Estados del golfo de Guinea, dónde ya dominan las empresas estadounidenses.

Así es difícil ocultar que la «guerra contra el terrorismo» en la región responde a la defensa de las transnacionales y a objetivos estratégicos de Estados Unidos para controlar los recursos naturales sin adversarios capaces de impedir su hegemonía.

Esa política es la que se ejerce actualmente en Irak; Afganistán y el Medio Oriente, y África comienza a sentir que ella se aplica sin reticencias en su territorio.

Sin embargo, a los intereses occidentales se ha sumado un nuevo actor de peso: China.

Los movimientos hechos por China para fortalecer sus lazos con África tienen tres objetivos: consolidar fuentes seguras de energía y minerales, disminuir la influencia de Taiwán en el continente (que incluye a 6 de los 16 países con los que ese país mantiene relaciones diplomática plenas), y acrecentar el ascendente prestigio global de China.

El presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, ha manifestado en más de una ocasión considerar la ayuda china como satisfactoria en el corto plazo: «He logrado más en una junta de una hora con el presidente (de China) Hu Jintao que lo que logré durante todas las reuniones orquestadas de los lideres mundiales en la reunión del G8».

China ha abierto su economía a las inversiones extranjeras y ha introducido un gran número de elementos de mercado que la han transformado en un exportador neto de capital.

Las cifras comerciales en África indican una influencia creciente. El comercio chino-africano creció en un 700 por ciento durante los años 90; se duplicó de 2000 a 2003 y alcanzó los 32 mil millones de dólares en los primeros meses de 2005.

Las relaciones de comercio e inversiones con China han ayudado a estimular el crecimiento económico general del continente a una marca récord de 5,2 por ciento en 2005.

Las inversiones chinas se concentran en la producción de petróleo; minería; transporte, producción y transmisión de electricidad, y otras áreas de infraestructura en África. Sólo en 2004, la inversión china en África representó 900 millones de los 15 mil millones totales del continente.

Representantes chinos desembolsaron casi 2,3 mil millones de dólares para adquirir una participación del 45 por ciento, en uno de los yacimientos marítimos de petróleo nigeriano a los que se sumarán 2 mil millones adicionales para el desarrollo de reservas.

Angola, que en la actualidad exporta a China un 25 por ciento de su producción de petróleo, recibió un préstamo de 2 mil millones de dólares a cambio de un contrato para suministrar a China 10 mil barriles diarios de petróleo.

Sudán -suministra un 7 por ciento de las importaciones totales de petróleo a China– ha recibido las mayores inversiones de Beijing.

La China National Petroleum Corporation tiene una participación de un 40 por ciento en la Greater Nile Petroleum Company y ha invertido 3 mil millones de dólares en la construcción de refinerías y oleoductos.

Además, en el sur de Sudán hay desplegados 4.000 soldados del Ejército de Liberación del Pueblo Chino para proteger un oleoducto.

La actividad de Beijing en África ha despertado las alarmas occidentales que presienten un muy cercano reordenamiento de poder en la región que les reste protagonismo.

Por otra parte, también es preocupante el voluminoso comercio de armas chinas en un continente ya sobrecargado de ingenios bélicos; guerras de baja intensidad e intereses voraces y encontrados de potencias extranjeras.

Si se recuerda que la fabricación y tráfico de armas usadas en la Segunda Guerra Mundial sirvieron de salida a la crisis planetaria de 1929, no es descabellado pensar que la actual y generalizada coyuntura económica repita la historia hoy en el atrasado continente africano.