Robert Bob Menéndez es un prominente senador cubanoamericano por el Partido Demócrata, pero sus lealtades están con Donald Trump en lugar de con el presidente Joe Biden.
En New Jersey, estado que representa en el Senado, los enterados veían con asombro hace unos meses el desinterés que mostró por la campaña presidencial del candidato de su partido, y cómo desviaba fondos de la misma para impulsar la reelección a la cámara de diputados de su amigo, el también cubanoamericano y enemigo jurado de la Revolución Cubana Albio Sires. Al igual que los legisladores repubIicanos de origen cubano Marco Rubio y Mario Díaz-Balart, Menéndez se manifestó reiteradamente contra la política del gobierno de Obama y Biden hacia Cuba, de la que llegó a decir que era “dramática y errada”, mientras clamaba ardorosamente junto a ellos por el endurecimiento del bloqueo.
El sordo pleito de Menéndez con Biden y Obama rebasa los límites de la rivalidad política para internarse en el plano del más enconado rencor personal. El legislador por New Jersey los culpa en su círculo íntimo del proceso judicial por 18 cargos de corrupción a que lo sometió el departamento de justicia durante la administración del primer presidente afrostadounidense, algunos de los cuales comportaban 15 años de prisión. Menéndez fue acusado por los fiscales de haber recibido setecientos cincuenta mil dólares en donaciones a su campaña, además de regalos, viajes en avión privado, y lujosas vacaciones, incluidas noches en París, de manos de Salomon Melgen, un oftalmólogo multimillonario de origen dominicano residente en Florida, a cambio de que abogara por sus ganancias a costa de la inescrupulosa y fraudulenta práctica médica en el programa Medicare. Los graves cargos estaban respaldados con amplia evidencia documental: correos electrónicos, facturas de hoteles, boletos aéreos y tarjetas de crédito como pruebas de los sobornos entregados al senador por el médico. Sin embargo, el juez de la causa terminó retirando los cargos. Llama la atención que así lo haya hecho toda vez que funcionarios del gobierno de Obama se refirieron al caso de corrupción de Menéndez en términos muy duros y el diario The New York Times llegó a exigir su renuncia. Leslie R. Caldwell, subsecretaria de justicia lo manifestó así: “La corrupción gubernamental, no importa en qué despacho y su categoría, destruye la confianza del público y debilita nuestro sistema democrático”. Más directo, Peter Koski, subjefe en ese momento de integridad pública del departamento de justicia, fulminó a Menéndez: “Vendió su oficina del Senado por una vida de lujos que no podía pagar y un médico codicioso que puso a ese senador en su nómina”. Algunos explican la benevolencia del juez con el argumento de que un fallo de la Corte Suprema sobre un caso de corrupción de fecha anterior hizo tan estrecha la definición de este delito de parte de los funcionarios electos que se hace muy difícil probarlo. Lo cierto es que el beneficio del juez a Menéndez vino cuando ya no estaban en el departamento de justicia los funcionarios de la era de Obama y un año después de la elección de Donald Trump a la presidencia. El mismo Trump que acaba de incluir en su famosa lista de indultos nada menos que a Salomon Melgen, el generoso donante de Menéndez, condenado en 2018 a 17 años de prisión. Hasta la elección de Trump se daba por segura una condena para el senador cubanoamericano como la recibida por Melgen o cuando menos el fin de su carrera política. El indulto presidencial al médico evidencia la gratitud republicana con el legislador demócrata que no hizo campaña en su importante estado por el candidato de su partido a la presidencia. Menéndez, por su parte, queda en deuda con Trump, que podrá contar con él como “topo” dentro de las filas demócratas. Es pública y notoria la proyección ultraderechista de Menéndez hacia América Latina y el Caribe, al igual que las de sus colegas cubanoamericanos Marco Rubio y Mario Díaz-Balart. Han hecho y harán cuanto esté a su alcance por frustrar el proceso de paz en Colombia y utilizarlo como plataforma de ataque contra Cuba, apoyarán la política más dura contra Venezuela incluyendo el apoyo al desprestigiado Juan Guaidó y también contra Nicaragua, mientras redoblan sus esfuerzos por frustrar el acercamiento a La Habana prometido por Biden en campaña. En el caso de Menéndez, aparte de su filiación política reaccionaria, su rencor contra el nuevo inquilino de la Casa Blanca y el rechazo que ha manifestado hacia la vicepresidenta Kamala Harris, lo impulsarán, como ya ha prometido en privado, a oponerse a todas las acciones de política exterior que intente el gobierno demócrata, sobre todo, las que tiendan a hacer más flexible y pragmática la política hacia los gobiernos progresistas y revolucionarios de América Latina y el Caribe.