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Un Estado fallido

Fuentes: El país canario [Foto: Nasser Zafzafi]

El 4 de mayo de 2018 Ahmed Zafzafipadre de Nasser Zafzafi, era recibido en el Cabildo de Gran Canaria por sus principales representantes. Iba a exponer la situación en la que se encuentra su hijo, condenado a 20 años de cárcel por liderar las manifestaciones sociales que demandaban trabajo, educación, sanidad y justicia en la región de El Rif, en el norte de Marruecos. Recordaba el padre de Nasser Zafzafi que la ola de manifestaciones que se extendieron por la región, entre 2016 y 2017, se iniciaron a raíz de la muerte de un vendedor de pescado al que la policía decomisó su mercancía y, al intentar recuperarla, el camión de la basura en el que la arrojaron lo trituró. Ese fue el detonante para que la gente, cansada de sufrimientos, privaciones de toda índole y humillaciones, se echara a la calle para reclamar algunos derechos y denunciar la corrupción de la Administración, pero una desproporcionada represión seguida de una cadena de “detenciones y torturas” sofocaron violentamente las pacíficas movilizaciones. No hay cifras oficiales de detenidos, pero, a día de hoy, se calculan en más de 500 personas castigadas con severísimas penas de cárcel, en celdas de aislamiento, como su hijo que ya llevaba un año de su larga condena.

Muchos años antes, Mohamed Chukri fue un niño rifeño maltratado por la vida y analfabeto hasta los 20 años. Fatigaba las calles en busca de desperdicios para poder alimentarse y escapar de la violencia patológica de su padre, de adolescente trapicheaba y robaba para poder sobrevivir y frecuentaba los bajos fondos de ciudades como Tetuán y Tánger. Se embrutecía, se peleaba y se prostituía, vivía en la calle, los cafés y los burdeles y terminó pasando por la cárcel donde aprendió a escribir las primeras palabras. Chukri, con el tiempo, se convirtió en un escritor famoso gracias a su autobiografía novelada donde narra su odisea personal y la vida en El Rif de su tiempo, “El pan a secas” (1973) es un relato estremecedor pero honesto y una de las grandes obras de la literatura marroquí, censurada en los países árabes por escandalosa y, por fin, publicada en Marruecos casi 30 años después. Podríamos hablar de un relato circunscrito a una época determinada si no fuera porque los datos de pobreza severa, analfabetismo, mortalidad infantil, desempleo y la falta de oportunidades que devastan el territorio se parecen mucho a los que existían en los tiempos que relata Chukri, los del protectorado español y los de la independencia del país.

Ese territorio ha sido tradicionalmente marginado y olvidado y, por eso, ha sido sacudido por agitaciones periódicas. En 1958, Hassan II por entonces príncipe heredero, se estrenó como ejecutor en El Rif aplastando las movilizaciones que pedían pan, justicia y dignidad con napalm y fósforo blanco, entre otras armas, y bombardeó a su propio pueblo causando miles de muertos y heridos. Podemos decir que la “masacre judicial” cometida ahora por su hijo Mohamed VI, nos recuerda el viejo axioma gatopardiano: “cambia todo para que todo continúe igual”, es decir, ya no se reprime con armas químicas porque sería el suicidio del régimen, pero se encarcela 20 años en una inmunda prisión, mientras los mismos continúan detentando el poder.

Hassan II se aficionó al napalm y al fósforo blanco, armas que las convenciones internacionales prohíben expresamente, y las volvió a utilizar contra la población civil saharaui que huía desesperadamente camino de Argelia en los días de la invasión marroquí del Sahara Occidental, durante la “Marcha Verde”. Los refugiados morían por el camino de la peor manera posible, abrasados, o con quemaduras horribles llegaban a Tinduf. La novela de Luis Leante “Mira si yo te querré” (2009), introduce este hecho determinante en la trama, que discurre en los campos de refugiados de Tinduf.

Lo cierto es que, desde su acceso al trono en 1961, Hassan II convirtió su país en una dictadura. Con la complicidad de la “fraternité” francesa secuestró, torturó y asesinó a Mehdi Ben Barka, su principal adversario político en esos años, en un episodio en el que aún está por esclarecer la participación francesa, ya probada, y la norteamericana. Como buen príncipe de las tinieblas, Hassan también tenía sus mazmorras; provoca mucho más que escalofríos el relato de un grupo de prisioneros en la cárcel subterránea de Tazmamart, que recrea Tahar Ben Jelloum en “Sufrían por la luz” (2001). Los cadetes y suboficiales de la Escuela Militar que participaron, sin su conocimiento, en la insurrección contra el dictador en 1971, fueron encerrados durante 18 años en una mazmorra medieval horrenda, infame y estudiada para provocar el mayor suplicio posible y condenados a pudrirse, literalmente. Ben Jelloum describe el dolor físico permanente, el frío, el hambre, la locura como amenaza constante, los dolorosos suicidios, pero también el espíritu de supervivencia y resiliencia de aquellos pobres desgraciados que no veían la luz ni podían ponerse en pie. A través de un mensaje filtrado por un carcelero a la familia de uno de los que quedaban con vida, el mundo supo de su existencia y el consiguiente escándalo internacional consiguió su liberación. Cuando el puñado de supervivientes regresaba en un camión que los traía de vuelta, se encontraron en el camino con enormes excavadoras que llegaban para demolerlo todo, para borrar las huellas, mientras el protagonista las ve pasar, piensa:” Te apisono, te trituro, te arrojo a una fosa, te dejo morir a fuego lento sin luz, si vida, y luego lo niego todo”. Y así fue, oficialmente el rey no sabía nada, nada sabía aquel a quien no se le escapaba la caída de una hoja ni el caminar de una hormiga.

Ya en 1975 el dictador se recreó en lo que hoy denominaríamos posverdad, después de que el Tribunal Internacional de la Haya decretara que ningún lazo de soberanía territorial ostentaba Marruecos sobre el Sahara Occidental, en una clara derrota de las tesis marroquíes, el rey… “se dirigió a su país por radio y televisión. El monarca manipuló descaradamente el dictamen de la Corte. Silenció los párrafos que negaban la soberanía marroquí sobre el territorio (…) y aseguró que el tribunal había establecido la legitimidad marroquí (…). Y entonces hizo público el anuncio que, con ayuda de Kissinger, había preparado cuidadosamente: en breves días, el rey mismo encabezaría una marcha pacífica hacia el territorio. Estaría formada por civiles y sería protegida por las FAR. Al término de la alocución, la radio comenzó a emitir música militar”, según narra Tomás Bárbulo en el mejor libro que he leído sobre el conflicto del Sahara Occidental (“La historia prohibida del Sahara español”. 2002). El resto es historia, indignante historia.

En el mismo libro, Tomás Bárbulo detalla una anécdota reveladora de lo poco que han cambiado las cosas desde la llegada de Mohamed VI al trono. En los días previos de su visita a El Aaiún, el 1 de noviembre de 2001, los notables del territorio ocupado se reunieron en el ayuntamiento. Eran las autoridades políticas y, al mismo tiempo, los dueños de las empresas que controlan el Sahara Occidental (transportes, frigoríficos, barcos, inmuebles, tejidos, té, conservas de pescado, fábricas de hielo, detergentes, suministros para las fuerzas armadas, exportación de arenas expoliadas, etc.), la reunión tenía por objeto acordar un regalo para ofrecer al rey, el alcalde propuso que se le diera una gran parcela donde construir un palacio, ya que El Aaiún era una de las pocas capitales “marroquíes” donde no lo tenía. Uno de los presentes, puro sentido común, les descubrió el Mediterráneo: “El rey es dueño de todas las tierras y puede coger las que quiera cuando le parezca, no tiene sentido regalarle algo que ya es suyo”. Estos personajes, que terminaron tirándose las manos al cuello durante la discusión en una competición que premiaba al más adulador y sumiso, acaparan el control de los recursos del Sahara mientras a escasos metros los verdaderos saharauis están encarcelados en pésimas condiciones, privados de libertad por juicios sumarísimos, amañados y sin garantías y torturados, forzados y vejados por el régimen mientras la MINURSO, única misión de la ONU en el mundo que no tiene competencias sobre Derechos Humanos, mira y calla. Si algo queda claro en el episodio del regalo del rey es que en Marruecos quien sigue gobernando es el “Majzén”, esto es, el rey y su cohorte de aduladores serviles, intrigantes, trepas y alcahuetes que conforman la Corte, con intereses entrelazados y códigos arcanos, y para quienes cualquier capricho real es ley. Dicho de otra manera, nada ha cambiado realmente con respecto a su antecesor, de quien heredó el trono, la mirada desconfiada, el gesto displicente, la impunidad y la ayuda de Occidente, tan escrupuloso con los Derechos Humanos cuando de otros países se trata.

El actual monarca es el hombre más rico de Marruecos, mientras el salario medio es de 360 euros; dos Boeing se ocupan de sus viajes a villas de lujo en la Costa Azul o a sus palacios de París con un séquito que no baja de las 300 personas y una colección de más de 600 coches de lujo, mientras 20.000 niños y niñas mueren al año por la pobreza o las enfermedades que pueden evitarse si fueran atendidos. Pero, a decir verdad, el reloj de oro blanco con más de 1000 diamantes incrustados que suele lucir, no vale lo que el bubisher, el pajarito del desierto que habita la hamada argelina donde se encuentran los campos de refugiados saharauis, los diamantes lastados de sangre son fríos, no vuelan y acompañan solo a los déspotas.

Hemos de pedir a nuestros gobiernos responsabilidades para que un Estado que viola la legalidad internacional, que tiene presos políticos en cárceles de aislamiento, que ocupa territorios que no son suyos y saquea sus riquezas, que no tiene una justicia independiente, que encarcela a intelectuales no afectos, que chantajea a sus vecinos para que callen con las amenazas de la inmigración o el tráfico de drogas, que conculca los derechos, libertades y garantías de su pueblo, sea considerado lo que es, un Estado fallido.

Gerardo Rodríguez, miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC

Fuente: https://www.elpaiscanario.com/un-estado-fallido/