Es sorprendente la escasa consideración que ha suscitado en la opinión pública europea las posibles consecuencias que tendría, tanto para Europa como para el mundo, el resultado de la inminente consulta electoral estadounidense. A mi modo de ver el resultado electoral tiene una gran repercusión, no solo por la importancia de los lazos económicos que […]
Es sorprendente la escasa consideración que ha suscitado en la opinión pública europea las posibles consecuencias que tendría, tanto para Europa como para el mundo, el resultado de la inminente consulta electoral estadounidense. A mi modo de ver el resultado electoral tiene una gran repercusión, no solo por la importancia de los lazos económicos que Estados Unidos tiene con nuestro continente, sino también por la influencia que puede ejercer en el campo ideológico entre nosotros los europeos. Gran responsabilidad de este aparente desinterés se deriva de que los medios de información de masas han preferido, influenciados y dirigidos mundialmente por el poder económico, centrarse en un superficial anecdotario en detrimento de corrientes más profundas que cuestionarían la posible racionalidad del sistema o podrían poner en duda su permanencia a largo plazo. Un deber ineludible nos obliga a mencionar, (entre nuestras conocidas fuentes) una honrosa excepción, a saber el número especial de «Maniere de Voir: «Ou va L’Amerique» deOctubre-Noviembre de este año.
La situación tiene algo de paradójica, dado que en Europa existe, a pesar del avance de las ideologías neoliberales y reaccionarias una base social opositora que va desde lo que apoyan una social-democracia coherente hasta los comunistas y las revitalizadas corrientes anarquistas, pero todas ellas apenas tratan en profundidad de lo que ocurre en Estados Unidos. Contrastando con esto podemos encontrar en Estados Unidos algunas tomas de posición expresadas en libros y revistas de gran interés, que apenas tienen una base social que las sustente. En este contexto acuden a nuestra mente recientes libros como los de Corey Robin (The reactionary Mind), Colin Crouch (The Strange Non-death of Neoliberalism), Thomas Frank (Pity the Biliionary: The Hard-Times Swindle and the Unlikely Comeback of the Right), Byrne Edsall: (The Age of Austerity), o el de Jeffrey Sachs (The Price of Civilization) . Me atrevo a recomendar especialmente los libros de C. Robin y de T.Frank, y Edsall, aunque estan muy centrados en la problemática de los USA. Entre las revistas destaca un número especial de la New York Review of Books ( The Election), que se publicará tras la elección a presidente, pero que ya desde hace días (en Octubre)es accesible en internet. Para muchos socio-economistas, próximos a las corrientes marxistas, la situación, antes señalada, nos replantea las vinculaciones que puedan existir entre el ser social y su conciencia ya que en ciertas épocas , y siguiendo ciertos ritmos e influencias, la conciencia colectiva tiende a estar excesivamente dominada por la ideología de las clases dominantes ,como el mismo Marx señaló. Naturalmente este artículo no es adecuado para una profunda discusión sobre este inagotable tema, pero es digno de ser destacado.
Hace escasos días un «blog» estadounidense «Global Research» ha publicado (29-10-2012) un conjunto de 37 hechos comprobados destacando lo cruel que esta su economía ha sido para muchos millones de estadounidenses. La enumeración puede ser consultada pero desearía mencionar algunos de estos datos, a saber:
1-) El ingreso familiar ha bajado vertiginosamente durante los últimos cuatro año.
2-)El 62 por ciento de los estadounidenses clasificados como de «clase media» han reducido sus gastos el pasado año.
3-) En el país más del 41 por cien de los ciudadanos en edad laboral no trabajan. Esto hace falsear la estadística del empleo puesto que los «trabajadores desanimados» que han renunciado a buscar empleo desaparecen de los datos de las estadísticas. La consecuencia es que la «fuerza laboral» total de EE.UU. ha aumentado en solo 87000 personas, mientras que los que ya no forman parte de la fuerza laboral han disminuido en más de ocho millones.
4-) Hoy día uno de cada 4 empleados aporta a su familia un salario que se sitúa por debajo del nivel de pobreza fijado por las autoridades federales.
5-) Hoy día una cifra superior a 20 millones de ciudadanos gasta más de un 50 por cien de sus ingresos en gastos residenciales. Esto representa un incremento mayor de un 46 por cien desde2001. Las deudas hipotecarias son hoy cinco veces mayores que hace 20 años.
6-) Las deudas de los consumidores han aumentado en un mil setecientos por cien desde 1971.
7-) Aproximadamente 100 millones de ciudadanos son considerados pobres o cerca del nivel de la pobreza.
8-)El porciento de ciudadanos que son capaces de disfrutar de un retiro cuando alcanzan esa edad disminuye.
9-) El recurso a bonos estatales para adquirir alimentos aumenta y se sitúa en un46 por ciento en adultos, siendo superior a un 25 por cien para niños.
A los datos reseñados se deben añadir una gran multitud de libros y artículos que nos ayudan a comprender las enormes diferencias comparativas entre los ingresos de los ciudadanos, no solo de EE.UU. sino también a nivel mundial. Entre estos destacamos el artículo del Profesor James Crotty accesible en la red , que consta de 42 páginas (www.peri.umass.edu. Working paper 251, titulado «The Great Austerity War) que describe el despiadado ataque sufrido en los EE.UU. por los muy modestos colectivos e individuos susceptibles de, directa o indirectamente, promover el «estado de bienestar» durante treinta años. El resultado de esta política ha conducido a elevar la diferencial de ingresos al nivel de los años 1920. A esta fuente debemos añadir el libro de Timothy Noha :»The Great Divergence» centrado igualmente en los EE.UU. y el reciente de L.P. Korzeniewicz y T.P. Moran «Unraveling Inequality» que extiende el análisis a muchos países del mundo considerándolos en muchos casos como una unidad. Estas tendencias no solo se derivan del juego de unos mercados «libres», que han producido una competencia brutal, tanto interna como externa, entre los trabajadores asalariados y unos constantes aumentos de productividad en gran parte derivados de la intensificación laboral. A estos mecanismos económicos los acompañan acciones jurídicas destinadas a debilitar y deslegitimar lo que se conoce aquí como negociación colectiva. Estas tendencias encaminadas a reforzar el dominio de los privilegiados. De ello trata el libro de Thomas Byrne Edsall «The Age of Austerity» que trata de estimar las consecuencias que la «histeria del déficit» (como dice Krugman) y las políticas de austeridad provocarán en el ambiente político y social de los EE.U
Multitud de hechos podría añadirse a los más arriba mencionados pero conviene subrayar el hecho, verdaderamente sorprendente, de que la esperanza de vida de los estadounidenses más pobres ha venido disminuyendo vertiginosamente, según señala A. Appia en el New York Times. Todo lo anterior se inscribe en el ambiente de crisis sistémica que engloba a lo que ha dado en llamar «países avanzados» o «centro» del sistema. No es este el momento de resumir ni analizar las diferentes posiciones teóricas que se han desarrollado para interpretar la crisis actual. A las tesis descritas en un documento de mi autoría y publicado en «Rebelión» el día 3 de Diciembre del año 2010, bajo el título «De aquellos polvos proceden estos lodos» solo convendría añadir las del excelente libro de Andrew Kliman : «The Failure of Caqpitalist Production» publicada por Pluto Press este mismo año y que no pudo ser objeto de la atención que se merecería. Conviene desde ahora destacar que aunque muchas causas aran próximas y estaban interrelacionadas su origen fue geográficamente diverso, como lo fueron las modalidades de su transmisión. Como muy acertadamente nos dice, con parecidas palabras, el profesor brasileño J. Carlos de Assis : la «bacanal especulativa» iniciada en EE.UU. por el Greenspaniano , absurdo, e ineficaz estimulo financiero emigró hacia Europ. En nuestro continente, como ya se había comprobado en EE.UU. la salvación del sistema financiero exigió (para mantener incólume los intereses de los dueños del sistema) socorrer a las instituciones financieras a costa de aumentar la deuda de los estados para absorber sus deudas. En este momento conviene rememorar dos cosas: La primera es que la crisis actual se enmarca en un contexto más amplio en el tiempo, puesto que desde, por lo menos, el final de los años noventa del pasado siglo el dinamismo del sistema dio muestras de su agotamiento reflejadas en tasas decrecientes de crecimiento. Esta es una crisis dentro de una crisis. La segunda es que conviene recordar al gran economista Josef Steindl cuando ya en 1952 señalaba en su libro «Maturity and Stagnation in American Capitalism», que las teorías económicas no pueden ser iguales para cada país, añadiendo que incluso para un mismo país puede, el paso del tiempo y sus contomitantes cambios, hacer invalidas las predicciones que sobre este país se realicen. Un ejemplo reciente nos viene dado por la política económica del presidente Clinton que a través de una reducción en los tipos de interés y el descenso en la cotización del dólar logró imprimir un estimulo a la economía y las exportaciones . Hoy día podemos pensar que, debido a la deslocalización de importantes sectores industriales en EE.UU. y a la desregulación que ha favorecido principalmente los intereses financieros y sus especulaciones podría ser muy inferior una elasticidad de las exportaciones dependiente de una reducción en su precio. Las teorizaciones de Steindl rebasan el ámbito económico y pueden extenderse a otros aspectos de la sociedad y de las ideologías o teorizaciones que promueven o tratan de justificar una política y los cambios propugnados desde el poder, muchas veces consentidas o aprobadas por la población.
Uno de los temas, repetidos hasta la saciedad por los teóricos de la sociedad y de sus cambios, es la de que existe una creciente desvinculación entre un poder político y en general que radica en los ciudadanos o «pueblo» y ciertas estructuras sociales que definen la actuación de del estado y la economía, que operan siempre conjuntamente Esto se expresa a veces (como ha realizado recientemente Streeck en la New Left Review que titulaba su artículo: «mercado contra votantes» ) como la dinámica del mercado, y de las oligarquías que la dirigen, contra la democracia, las estructuras representativas, y las necesidades de una sociedad en la que un deseo mayoritario no pueda ser acomodado por los mecanismos del mercado y su afán de beneficio privado. Esta desvinculación del poder político que idealmente debe de ser sancionador del esfuerzo de las inversiones de una sociedad y vehicula de los deseos y aspiraciones de la ciudadanía ya la había señalado hace décadas M. Kalecky en varios de sus libros, en los que nos alertaba sobre la «comodificación» mundial creciente del estado y la sociedad en su conjunto. Las fuerzas contrapuestas señaladas son diferentes en cada sociedad y dependen en gran parte de viejas y complejas evoluciones históricas; una lucha electoral se inscribe por lo tanto en unas coordenadas muy amplias. El grado de conciencia de los electores y de su inscripción teórica e ideológica y la o las que se propugnan desde una (en general poco discrepante por ser aceptadora del sistema) cúspide económica, social, y estatal por ciertas minorías dirigentes que definen lo que sucede en cada país. Hoy los EE.UU. son el escenario que centra nuestra atención y temores.
Los temas que suscita nuestro propósito son muy diversos y, con la finalidad de introducir un cierto orden, y aún conscientes de que todos están imbricados, trataremos de distinguir primeramente el contexto institucional en el que se desarrolla el juego político siguiendo con las diferencias de enfoque ideológico y político entre sus actores, diferenciando las tomas de posición de dirigentes y dirigidos. Trataremos de destacar las diferencias, objeto de debate o decisión, y finalmente trataremos de no tanto prever como de juzgar las posibles consecuencias de una u otra opción.
El contexto institucional en el que se desarrollan las elecciones estadounidenses viene determinado por encuadrarse en una democracia representativa. Las críticas a la idea de representación se confunden desde su inicio con las ideas de su propia legitimidad y de la conferida a un estado por esta actividad. Miles de libros y artículos tratan de esto y por ello se hace necesario una mención muy resumida. Recordemos a Rousseau que ya afirmaba que cuando un pueblo se dota de representantes ya no es libre ni apenas puede decirse que goza de una verdadera existencia.. Desde este autor a Bakunin, Krotopkin, Malatesta , Renato Cristi o Luciano Canfora. La mayoría de las impugnaciones al sistema de la democracia representativa provienen de un ámbito izquierdista pero existen también opiniones que desde un conservadurismo explícito se le oponen; entre estas mencionaremos solo las de Carl Schmitt y Hayek que mantienen que la democracia parlamentaria constituye el mejor sistema para defender el capitalismo. Por supuesto la democracia tiene un valor subsidiario al del sistema capitalista y si es necesario se prescinde de la democracia para defender al sistema. Muchos impugnadores de la llamada «democracia» lo hacen porque, como Cristi señala, la consideran consustancial al sistema capitalista. Canfora mantiene en sus libros «La nature du pouvoir» y (en español) «Crítica de la retórica democrática» que resulta impropio llamar «democracia o sea poder del pueblo» a un sistema en que el voto se ha convertido en una mercancía. Uno de os aspectos más corruptos de sistema electoral estadounidense es la enorme importancia del poder económico sobre el aparente poder político del pueblo. Según una estimación actual del New York Times los gastos relacionados con la presente elección podrían llegar a alcanzar unos seis billones sajones o sea miles seis mil millones de dólares. Al poder del dinero y de sus «lobbies» debe añadirse el casi dominio total de los medios de información de masas sometidos igualmente al los poderes económicos y financieros de la publicidad. No es extraño por tanto que el conservadurismo de la derecha haga gala de este mecanismo que «adorna» el poder con el manipulado «consenso» que le otorga el «estado de derecho». Los reciente libros de Martin Gilens «Affluence and Infuence» y el de Lawrence Lessing «How Money Corrupts Congress» abundan en estas consideraciones.
Antes de pasar a un análisis de las influencias ideológicas del sistema y sus instituciones sobre la ciudadanía y los políticos profesionales conviene destacar una consideración del reinante neoliberalismo. En su aspecto social coincido con G.Dumenil y D. Levy cuando nos dice que la esencia del neoliberalismo no es consustancial a un conjunto de principios valores o una ideología sino que su principal objetivo e impulso es la de sustentar un ordenamiento social destinado a mantener el poder y los ingresos de unas clases dominantes. A esta observación conviene añadir la interesante observación de Eduardo Colombo de que desde el punto de vista funcional el neoliberalismo aspira a imponer un estado cuyo ideal (un tanto digno de Saint Simon) sería la gobernación de la sociedad con una lógica de gestión empresarial. La mayoría de las críticas al neoliberalismo se han dirigido a un conjunto de opiniones, yo diría mejor mitos, que se han ido alejando de la realidad constituyéndose en lo que Marx llamaba una apologética destinada, a través de su publicitaria propaganda , a obtener un consenso de las mayorías explotadas y oprimidas del pueblo y a perpetuar un dominio clasista. El artículo fundamental del propuesto «credo» es el de la omnisciencia de un mítico mercado perfecto, exento por tanto de una posible interferencia de todo poder sea este monopolista especulativo o político. Este mercado lograría una óptima asignación de unos recursos que se supone escasos, alcanzando en breve plazo un equilibrio generador de crecimiento y de bienestar individual y colectivo. El mayor peligro para este «mercado» -competitivo y perfecto que nunca ha existido- es el de alguna interferencia que no le permite operar. Generalmente estas interferencias vienen generadas por las actuaciones políticas del estado. Conviene, por lo tanto, reducirlo a una mínima expresión (como Reagan y Thatcher afirmaban) ya que su interferencia es éticamente irresponsable y operativamente ineficaz. Su modus operandi debe limitarse a ser el garante de la propiedad privada (sin la que el «mercado» no puede operar) y a lograr el respeto e inviolabilidad de los acuerdos o contratos establecidos entre particulares recurriendo, si «desgraciadamente» fuese necesario, a una acción autoritaria y represiva. Varios muy conocidos y divulgados libros son un buen antídoto a estas opiniones ; el de John Cassidy «How Markets Fail», el de Ian Fletcher «Free Trade Doesn’t Work» y el de W. Funnel, R. Jupe, y J. Andrews «In Goverment We Trust ; Market Failure and the Delusions of Privatisation». Como españoles sabemos bien si un partido no lleva a cabo ciertas promesas electorales ello se debe a estar confrontándose a un «estado de necesidad» que le obliga a emprender acciones moralmente «justificadas» y ajustadas a unos plazos de actuación legítimos, establecidos por una constitución que encarna un «estado de derecho». Es notorio que la recurrente «alternancia» de partidos ideológicamente confluyentes está erosionando gravemente la eficacia del consenso y la confianza ciudadana en los mecanismos electorales. La emergencia de nuevos movimientos sociales, desde «ocupar Wall Street» hasta el 15 M son recientes síntomas de ello.
En el credo ideológico neoliberal promueve una enorme multitud de de recetas y prejuicios en cuyo detalle no podemos entrar pero algunas son dignas de una somera mención, sea ésta un tanto aleatoria. En los EE. UU. Aparecen frecuentemente, sobre todo, en las declaraciones del partido republicano. Demos alguno ejemplos empezando por el efecto de desplazamiento o «cowding out effect» que se supone se produce porque al «eficaz» sector privado se le impide su actuación productiva al detraer el estado fondos (frecuentemente por la operación de los impuesto) que este sector destinaría a incrementar las inversiones, creando riqueza y crecimiento económico. Otro prejuicio inamovible es el de «equivalencia ricardiana» (de la Ricardo jamás habló) que nos rermite a la histérica alerta sobre el déficit fiscal, que en EE.UU. ya se califica de abismo o acantilado, desde el que podremos despeñarnos de modo egoísta e irresponsable endilgando a «nuestras» generaciones futuras el pago de unas infinitas deudas sobre las que no ejercían control alguno. Naturalmente las experiencias de los EE.UU. sobre lo ocurrido en los años siguientes a la guerra mundial (que hizo evaporarse un enorme déficit) se ocultan dando lugar a una curiosa amnesia, o como Obama diría «Romnesia». Casi todas estas recetas se pueden enmarcar en un esquema teórico-ideológico de «economía de la oferta». Say no está lejos; si bajamos los costos, naturalmente de los salarios, permitiendo el crecimiento de un gran «ejército laboral de reserva» los frustrados «emprendedores» saltarán gozosamente ante las oportunidades. Si misteriosamente se abriese un corto a hipotético período de estancamiento Don Patinkin vendría a rescatarnos con su efecto de los «balances reales» revalorizados. En esta situación nos desenvolvemos a nivel mundial, guiados por un represivo pensamiento único. No nos extrañemos pues de que, como Colin Crouch, consideremos «extraña» la pervivencia del neoliberalismo, a lo menos como posible teorización de la realidad social ; realidad social que se basa en un poder clasista y agresivo que se mantenido incólume.
Sería necesario que realizásemos, llegados a en este punto, algunas importantes observaciones y matizaciones sobre las múltiple teorías valores, e ideologías, que influyen sobre el pensamiento y la actuación social de la ciudadanía estadounidense. El tema es muy extenso y rebasa nuestros conocimientos, de modo que haremos solamente unos breves y actuales comentarios. Una advertencia se impone, antes de entrar en esta materia, sobre la que una mayoría de los analistas destacan la escasa distancia que separan, en ese país, las opiniones que un europeo calificaría como de izquierda o de derecha. Esto es hasta cierto punto exacto; pero conviene recordar un contexto histórico amplio. Tratamos de un una sociedad de la que, en cada año, conmemoramos los «mártires de Chicago». Desde antes de aquel heroico y luctuoso acontecimiento las clases dirigentes de EE. UU. ejercen una presión constante y despiadada sobre las organizaciones e individuos que impugnan al sistema capitalista, proponiendo alguna estrategia rupturista. De las órdenes administrativas de expulsión de emigrantes, incómodos por sus ideas, hasta la actuación «macartista» del comité para la represión de actividades «anti-americanas» la represión no ha cejado un solo instante. El complejo militar-industrial se ha dotado de un aparato de propaganda que ejerce su influencia desde el reclutamiento en las universidades a la difusión de panfletos, libros y grupos políticos, aparentemente espontáneos como el «Tea Party», que hoy sabemos existe gracias a una generosa financiación de las multinacionales , exterior a la aportada por sus miembros. La defensa irracional e intransigente del sistema se presenta bajo la máscara «patriótica» de un legítimo amor hacia la tierra su pueblo y su historia. Las disyuntivas dicotómicas entre dominantes-dominados o entre explotadores-explotados se desplazan hacia las variantes propugnadas por el nefasto filósofo Carl Schmitt amigo-enemigo que desemboca en éticamente bueno-malo. Ello permite potenciar la idea de peligro (sea este interior o exterior, causado por una agresiva y expansiva URSS, o los talibanes y terroristas de hoy o los perversos comunistas locales.) Ello conduce a la reciente y vertiginosa erosión de las libertades civiles. ¡Encomendemos al capitalista estado la sagrada misión de asegurar nuestra sobrevivencia!
Llegados a este punto podemos preguntarnos sobre el grado en que la ideología de los dominantes ha sido admitida o incorporada por los dominados, es decir por la mayoría de los ciudadanos y de su posible flexibilidad ante las influencias. Una exigencia de ecuanimidad, sobre la que expreso mi discrepancia, me obliga a citar la devastadora opinión expresada por Thomas Frank en su libro «Pity the Billionary»: Un hecho histórico único, Frank sostiene, ha ocurrido durante los últimos años; una conversión masiva de los movimientos sociales estadounidenses hacia la teoría del libre mercado que se acentúa en los difíciles años de la crisis. Durante tres décadas anteriores a la crisis la política estadounidense fue invadida por la ideología del libre mercado, y la fe en los mercados -en particular de los mercados financieros- que deberían funcionar sin supervisión. La crisis vino después, con el consecuente e inevitable estallido de la burbuja; pero lejos de solicitar un regreso a una supervisión más estricta el electorado piensa ahora que la crisis fue causada por un exceso de gobierno y de sus intervenciones. La consecuencia es que muchos votantes han desplazado a un apoyo hacia los políticos que proponen la intensificación de las políticas que preponderantemente han sido la causa de la crisis. El costoso rescate de los bancos fue iniciado por el anterior presidente Bush y perpetuada por Obama, excesivamente influenciado por Wall Street y Geithner, pero actualmente una mayoría de los votantes la resienten y la atribuyen a Obaba provocándoles un sentimiento de frustración pues: «álguien parece haberse salido con la suya sin pagar las consecuencias». La respuesta ciudadana según Frank; -pero en mi opinión digna de la esquizofrenia política denunciada hace muchos años por Hofstadter- ha sido el admitir que la crisis ha sido causada por un exceso de supervisión estatal. Si Frank estuviese en la cierto Romney sería pronto Presidente y como dice T. B. Edsall , rememorando a Adam Smith: un «brutal » futuro nos espera. Aunque mi conocimiento de EE.UU. deja mucho que desear, no creo en la flexibilidad ideológica que Frank sostiene, creo en una ciudadanía más consciente, favorable a una pequeña introducción de medidas próximas al «estado de bienestar» (que solo podrían realizarse plenamente en un segundo mandato) y consciente de los obstáculos a los que Obama y su administración debieron de enfrentar, por la intransigencia negativa de los republicanos y unas instituciones incorporando constitucionalmente un limitado equilibrio de poderes, contrapesos y frenos. Existen otras muchas importantes influencias ideológicas sobre los ciudadanos de EE.UU. .Entre estas debemos mencionar la de Ayn Rand una autonombrada «filosofa social» (ya fallecida), una megalómana que se estimaba al mismo nivel de Aristóteles. No es este el lugar de intentar siquiera una breve descripción de sus extremistas teorías que exaltan un individualista egoísmo desenfrenado, provocador de todo el progreso humano, que contiene una metafísica abstrusa y una farragosa doctrina de salvación. Sus libros ya han vendido en EE.UU.más de cien millones de ejemplares y los compran cada año entre quinientos y ochocientos mil lectores. El mencionado libro de Corey Robin practíca un certera, justa y despiadada autopsia de sus disparatadas tesis, que han tenido una gran influencia en importantes políticos como Greespan y el actual vicepresidencial candidato Ryan. Añado una europea nota de humildad cuando recordamos que no hace un siglo el nazismo sostenía la tesis de la superioridad de la raza aria y la necesidad de un espacio vital, el fascismo de Mussolini soñaba con una recreación del imperio romano , y en España se mencionaba un histriónico y esperpéntico «Imperio hacia Dios».
Es evidente que en las escasas horas que nos restan ante el resultado de las elecciones de EE.UU. no tenemos espacio ni tiempo para comentar la encuesta, debates, y motivaciones de los posibles votantes de cada partido que pueden corresponder, no solo a sus intereses reales sino también a motivaciones de orden emotiva e irracional. Deseamos entre tanto manifestar nuestro desacuerdo ante la repetida observación de que esta elección se ha perfilado a lo largo de coordenadas raciales. A mi personal modo de ver esta insistencia trata de ocultar en gran parte la necesidad de realizar un análisis clasista; ¿es acaso una determinada etnia o color de piel la causante de que sus componentes disfruten de salarios inferiores?; ¿no sería más adecuado a la realidad decir que esos grupos aspiran a una sociedad más justa no solo porque son objeto de discriminación racial sino que esta discriminación es muy conveniente para que los explotadores aumenten sus privilegios? En los debates se ha atendido más al carácter, prestancia y carisma irracional de los candidatos que la sustancia de los temas presentados, raramente denunciando su ocultación. El francés Debord consideraría lo ocurrido un ejemplo más de la «sociedad del espectáculo». En este momento Romney goza de las ventajas que le otorga una indefinición en sus vagas promesas de que de un modo misterioso (como el suponer que el déficit disminuirá gracias a que el «»haber» impuestos recaudados bajarán mientras el «debe» los gasto de la sociedad, sean en consumo o inversión, aumentaran); todo va a mejorar debido a que su ejemplo personal para llegar a multimillonario puede ser adoptado, gracias a el, por la sociedad en su conjunto siguiendo una mímesis misteriosa. Los chilenos votantes de Piñera siguieron un razonamiento semejante. La indefinición de las propuestas de Romney contrasta con el explicito y modesto programa de Obama ya divulgado en un panfletillo que cubre veintisiete propuestas concretas de política estatal -comentadas por el moderado keynesiano Krugman-que van desde una mayor atención al ambiente a una mayor imposición fiscal sobre los más ricos. Este último aspecto es el más fundamental, pero por falta de tiempo no podemos entrar en esto.
Debemos siempre tener en cuenta que la realidad política estadounidense tiene, como el bifronte mítico semidiós Jano, dos aspectos, o apariencias; una, centrado en las acciones políticas hacia el propio país de las que nos hemos preferentemente ocupado y otras estrategias dirigidas a un exterior geopolítico en la que el consenso imperialista entre ambos partidos es casi imperceptible. De esto se derivan las coincidencias y las ocultaciones de los dos candidatos a lo largo de tercer mal llamado debate. No obstante podría ser cierto que la mayor proximidad de Romney al conjunto militar-industrial podría imprimir a su partido un sesgo más belicoso; aún en el improbable supuesto de su victoria y de la adopción de un keynesianismo de guerra, Destaquemos que esto ha sido silenciado desde el compartido burgués poder.
Estimamos inútil, en estos momentos, ocuparnos de unas encuestas «in articulo mortis», pero si conviene que nuestros sufridos lectores sepan que se celebran ocho cada día y que casi sistemáticamente algunas dan resultados favorable a Romney- que llega a empatar en la intención de los votante o triunfar (como las de Gallup, IBC, TIPP, o las del Washington Post) y otra más favorables a Obama y su partido. La incertidumbre se mantendrá probablemente hasta el último momento. En este momento (3 de Noviembre) opino que Obama tiene una ligera ventaja puesto que parece disponer ya de unos 237 seguros compromisarios contra uno 206 para Romney; este último tendría por lo tanto que captar una mayor proporción de los posibles votantes indecisos. Sea como sea lo que ocurra coincidimos con R. Dworkin que las pocas opciones estratégicas que se conocen de Romney – y añado de su asesor Hubbard- son obtusas e ineficaces. Su victoria representaría: «una catástrofe para la estabilidad económica y la escasa justicia imperante hoy en el mundo».
José Fernando Pérez Oya. (B.A. y M.A. por Oxford. Ex funcionario de Naciones Unidas. Su e-mail es: [email protected])
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