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Reseña de Tariq Ali, "Conversaciones con Edward Said". Alianza Editorial, Madrid, 2010 (traducción de la edición inglesa Natalia Rodríguez Martín)

Un hermoso dueto: En la estela de Jean-Paul Sartre y Bertrand Russell

Fuentes: El viejo topo

Como se señala en la contraportada de este volumen magníficamente editado, Tariq Ali mantuvo y filmó estas conversaciones con Edward Said en 1994, una década antes del fallecimiento del autor de Orientalismo. Said era para Ali, «un viejo amigo y camarada. Nos conocimos en 1972, en un seminario en Nueva York». El encuentro tuvo lugar […]

Como se señala en la contraportada de este volumen magníficamente editado, Tariq Ali mantuvo y filmó estas conversaciones con Edward Said en 1994, una década antes del fallecimiento del autor de Orientalismo. Said era para Ali, «un viejo amigo y camarada. Nos conocimos en 1972, en un seminario en Nueva York».

El encuentro tuvo lugar en el apartamento que tenía Said en Nueva York, en Riverside Drive. Las sesiones fueron editadas para un documental titulado Una conversación con Edward Said producido por Bandung Films para Channel Four británico. Componen el libro, además de la presentación de Ali, «En recuerdo de Edward Said 1935-2003», un escrito publicado en la New Left Review en noviembre-diciembre de 2003, una versión apenas «ligeramente editada de las sesiones originales en toda su fascinante integridad, con el relajado encanto de una íntima e informal interacción entre dos personas que conversan como si tuvieran todo el tiempo del mundo» (p. 10).

¿Algo nuevo en estas conversaciones? No mucho seguramente. Pero, en todo caso, sin olvidar el tono vivo y directo de las preguntas y respuestas, una reafirmación en las posiciones y reflexiones del gran intelectual árabe. Los temas tratados, con mayor o menor detalle, son los siguientes: enfermedad (pp. 29-30); biografía inicial (pp. 31-49); música (49-64), literatura (pp. 64-77), Palestina (pp. 78-101), Orientalismo (pp. 101-107), la recepción literaria (pp. 107-112), intelectuales y política (pp. 112-117), cultura y mundo americanos (pp. 117-124), identidad (pp. 125-126) y asuntos personales (pp. 126-133).

Vale la pena recoger algunas de las reflexiones expuestas por Said sobre algunos de sus temas más esenciales.

Sobre Glenn Gould, sobre el gran pianista canadiense fallecido con apenas cincuenta años de edad, comenta el pianista y musicólogo Said: «[…] Glenn Gould fue en realidad la última persona que era alguien que podía hacer cualquiera cosa en la música. Podía hablar sobre ella, podía tocarla, él podía tocar cualquier tipo de música, y se sentía cómodo en diferentes modos, en diferentes estilos, y siempre con una personalidad individual increíblemente potente que sencillamente no se veía constreñida por el concierto. No lo olvides, la mayoría de los pianistas que actúan, o los músicos que actúan en público, ¡son mudos! Sólo se sientan ahí. Gould rompió ese molde. El salía en televisión, hizo radio, escribía, etcétera» (p. 53) [la cursiva es mía]

Sobre Camus, sobre el autor de La caída, el heterodoxo crítico literario Said iluminada una cara de un polígono con múltiples lados: «No creo que nunca fuera otra cosa que un escritor de culto. Desde luego, lo es en este país (USA). En Occidente en general. Está asociado a la conciencia ex tempore, a la soledad y la dificultad de existir, este tipo de cosas, y está asociado a una especie de ethos europeo, que yo creo que es completamente engañoso. Camus, a mi modo de pensar, pone mucha insistencia en asumir el papel de humanista, a pesar de las terribles influencias coloniales que están ahí desde la primera palabra que escribe hasta la última» (p. 75) [la cursiva es mía]

Sobre el conservadurismo político de Gellner y sus disputas sesgadas, el analista político Said sostiene «No sólo no lo creí nunca (que los oprimidos tuvieran siempre razón) sino que nunca dije nada que se la pareciera remotamente. Es parte de ese grupo conservador -yo lo llamo reaccionario- del que Gellner participa, que intenta rescribir la historia del colonialismo de manera que parezca que realmente todo comenzó a ir mal tras el colonialismo, y que en Occidente solo algunos necios como yo creen que el colonialismo fue algo terrible y que, por tanto, cualquiera que sobrevivió o fue liberado del colonialismo siempre lleva razón. Y yo siempre he dicho justo lo contrario. He dicho que los efectos del colonialismo son mucho más profundos y perviven mucho más allá de la marcha del último policía blanco» (pp. 106-107). [la cursiva es mía]

Sobre la presencia y ausencia de los intelectuales, el Said intelectual apunta un matiz tan básico, tan elemental como verdadero: «(…) De modo que no es una cuestión de que los intelectuales públicos estén desapareciendo… quiero decir, Kissinger está todo el tiempo en televisión, Brzezinski está todo el tiempo en televisión, Paul Jonson está todo el tiempo en televisión.., éstos son intelectuales públicos que hablan en el lenguaje del mercado, que representan las ideas de poder que gobiernan el mundo en que vivimos… es el intelectual disconforme el que yo creo que está desapareciendo; en gran medida porque el sistema ni quiere ni, en definitiva, puede acomodar a esa persona» (pp. 116-117) [la cursiva es mía]

No es necesario seguir. Estas conversaciones, no podía ser de otra forma al ser fruto del dueto Said-Ali, son una hermosa y rica fuente de ideas, reflexiones, de informaciones poco transitadas y de miradas singulares y argumentadas.

De lo que no debería inferirse un aplauso operístico, cerrado y entusiasta, a todos los compases y notas de esta melodía. En opinión de este reseñador, ni la pregunta de Tariq Ali que cierra el volumen, «Ahora tengo que hacerte una pregunta teórica muy importante que he estado evitando hasta este momento, y que es la siguiente: ¿es posible ser un intelectual serio y un dandy? ¿Es posible ser un dandy serio y un intelectual?», ni la respuesta del malogrado y recordado Said -«Rotundamente sí, a ambas preguntas. Pienso que sólo un intelectual serio puede interesarse por la apariencia, porque la apariencia es muy importante. Y sólo alguien que está seriamente interesado en la apariencia puede ser un intelectual serio, y preocuparse por las cosas de la mente. Porque las cosas de la mente son interesantes sólo en la medida en que se manifiestan con una apariencia atractiva» [las cursivas son mías igualmente]- están a su altura, a la altura de estos grandes intelectuales comprometidos que siguen transitando por la senda, por la tan necesaria senda que forjaron intelectuales como Sartre, Russell y tantos otros. Pensar es combatir.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.